Holmes metafísico

Juan Alberto Vich Álvarez
Escritor, químico y filósofo

Fotografía: María Herreros Ferrer

El escrito que sigue no busca narrar acerca de las fórmulas lógicas presentadas en las novelas detectivescas de Doyle, Poe, Maigret u otros; pero sí unas de diferente clase. Endomingado, con capa y cervadora, salgo al mundo de los necios en busca del ser. Suena a la caza del gamusino, que decían en los campamentos de verano, pero éste no cuenta con un rostro determinado ni una presencia característica. Su aspecto camaleónico se camufla entre los universales: su naturaleza es plural.

De tal modo lo caracterizó Aristóteles, como un concepto análogo: «el ser es uno, pero se dice de muchas maneras». Se entiende que el modo de estudio y de aproximación de los seres debiera hacerse desde la usanza empírica; empero, semejante atención a los entes, precipitaría el olvido del ser. Fue el error de la metafísica tradicional, entendida como teofanía (Dios) por Escoto, como agathofanía (Bien) por Platón, como enofanía (Hombre) por Plotino,…1: la reducción del ser al ente. Con la modernidad, este modelo encuentra su máximo esplendor. El ser entendido como ente, se vuelve representable y, de tal manera, calculable. La técnica predomina. «Lo ente se determina por vez primera como objetividad de la representación y la verdad como certeza de la misma.»2 El carácter positivista y el castillo de cristal de sus certezas. Pero también se dieron otras posturas, incluso las que negaron el ser, al equipararlo con el ente, como hizo Nietzsche derrocando su caracterización trascendente; o, en el plano kantiano, aquélla que rechazó la posibilidad de llegar a conocerlo.

La tarea de su descubrimiento es de notoria dificultad. El objeto a análisis, como la descripción etimológica de su estudio indica, se encuentra «más allá de la física». De ser así, ¿sobre qué pistas basaremos nuestra investigación? ¿Qué rastros y huellas nos encaminarán en nuestro cometido?

Si salgo hoy a buscar el ser y no lo encuentro, ¿me servirán los avances logrados para el día de mañana? Parménides, Pitágoras y los platónicos, concebían el movimiento como apariencia, como una falsa-realidad. Para éstos, el ser es y punto. En contraposición a los anteriores, Heráclito y otros, asocian el ser al no-ser, y viceversa; debido al devenir. ¡Qué difícil atrapar lo siempre-cambiante!

Hay una postura que queda a caballo entre ambas. El ser que pese a siempre-estar-siendo se manifiesta de diferentes maneras en según y qué tiempo. «La ocultación del ser está intrínsecamente unida a su verdad.» (Heidegger, 1936) En un juego maniqueo intencionado, ambos términos resultan antagónicos, al contemplar la procedencia etimológica de «verdad» como aletheia, es decir, como des-ocultamiento.

De tal forma, la investigación se centra en la parcialidad de su representación y no en su acepción. He aquí la crítica de Heidegger al discurso apofántico de Aristóteles: el discurso no muestra de manera directa, no dice algo, sino que dice algo sobre algo, siempre es mediado. En este sentido, entiende que la historia de la metafísica no atiende al ser sino al discurso del ser. De ahí la necesidad del estudio hermenéutico (la historia del ser es la historia de las concepciones del ser), que permite acercarse al modo de interpretar el ser en cada época.

Superar el olvido del ser implica «tomar el buen camino» (en términos de Heidegger). Su nueva propuesta incluye toda una renovación del lenguaje, con la pretensión de desasirse del lenguaje tradicional y de la carga de significado que éste trae consigo. Vinculado al párrafo precedente, no debe destruirse una u otra ontología (asociada a cada época) sino el discurso del ser. Y quien siempre lo enunció no es más que el ser humano, el ser-ahí, el Dasein.

Heidegger se decantará por el estudio ontológico sobre el prefenoménico u óntico de Husserl. La primera, permite «mostrar y fijar en conceptos categoriales el ser del ente que está-ahí dentro del mundo»3; la segunda, «describir el «aspecto» de estos entes —casas, árboles, hombres, montañas, etc.— y narrar lo que ocurre en ellos»4. Para entenderlo, «»óntico» es lo referente a qué cosas son y qué son esas cosas, mientras que «ontológico» es lo referente a qué es ser o en qué consiste ser»5.

Las cosas del mundo están inmersas en un complejo remisional (previo al Dasein). De tal modo, las cosas que están-ahí-delante (vorhanderheit) se tematizan: análisis fenomenológico (hinsicht, mirar hacia). La esferográfica que utilizo cuenta con un recambio de tinta negro, su revestimiento es metálico y está embellecido con un plástico verde (del color de las lámparas de banquero). Es bolígrafo antes de que diera cuenta de él, y «es» gracias al contexto. Sin embargo, las cosas no son, en exclusiva, por el hecho de ser descritas… Cuando escribo sin considerarlo, cuando lo asimilo como una extensión de mi cuerpo y tan sólo le doy uso… (Ojo, esto no significa que sea una acción ciega que no contenga ninguna clase de conocimiento tras él.) Las cosas también son, como se viene diciendo, por estar-a-la-mano (zuhanderheit). Estas dos concepciones están en constante juego: escribo un poema (útil) y no me detengo a pensar en la pluma hasta que empieza a terminarse la tinta (útil roto). «No se trata de dualidad alguna de significados en la palabra «ser», sino de que el único significado de esa palabra está justamente en la bisagra -en el doblez- de eso de que la relevancia es la pérdida, de que la distancia o el juego tiene lugar en cuanto que a la vez se esfuma» —que dice Martínez Marzoa. ¡Estamos inmersos en un mundo preexistente! Las palabras, los objetos,… cuentan con una carga de sentido que los define y contextualiza.

Con cierta semejanza lo plantea Derrida, enfatizando la escritura como lingüística estructural y rechazando más aún la figura del sujeto —Derrida, como Gilson y Aubanque, critica la filosofía de Heidegger por contener un fuerte antropocentrismo ontológico—. Para Derrida el ser es por la diferencia con otros. Así, el significado de un significante será significante también. Y, a la postre, se descubre que no hay significado primero. La pretensión de la metafísica tradicional queda derrocada. Se conforma, lo que debiera ser representado por una figura tridimensional, una red de elementos asociados, una constelación de estrellas unidas por cordeles, un mapa sin límites determinados. El «afuera» es el límite de lo conocido, es un «dentro» en realidad. Sólo hay un universo. Al cruzar el considerado límite surgen nuevos. Bajo el presente planteamiento, mi labor se nubla nihilista. Los términos carecen de significado propio, quedan diferidos.

Así es la différance, un laberinto sin salida para el investigador. La pérdida de rumbo en el mapa —que es el texto—. Su raíz etimológica vincula el «texto» con el «tejido», con el «hilo». ¡Qué enmaraño éste! El logos y la fonética pecan de imprecisos, no dan cuenta de la puntuación ni de los espacios ni de las haches… Y en el poso del escrito queda la huella del pasado que produce desconcierto e imposibilidad de una perfecta interpretación por anacronismo. No habiendo comienzo ni fin todo se vuelve juego, ¡y a quién no le gusta jugar y danzar!

Pero qué decir yo, que por romántico sigo más cercano a Heidegger y a un dectectivismo menos pesimista, que no reduzco todo al escrito pese a contemplarlo como aquéllo que más respeto me merece y considero la lectura activa el ejercicio más enriquecedor. Yo, que reconozco la huella como el buen cazador… pero no tanto la distorsión.

Bibliografía, notas y fuentes:

1 Aubanque, P. (2009) ¿Hay que desconstruir la metafísica? Encuentro. Madrid. Pág. 18.

2 Heidegger, M. (2010) Caminos de bosque. Alianza. Madrid. La época de la imagen del mundo. Pág. 72.

3 Heidegger, M. (2003) Ser y tiempo. Trotta. Madrid. §14. Pág. 91.

4 Íbid. §14. Pág. 91.

5 Martínez Marzoa, F. (2016) Heidegger y su tiempo.