Inteligencia Artificial, hidrocarburos y contrahegemonía en la Guerra del Alto Karabaj.
Álvaro Ibáñez Fagoaga
Historiador

Pintura Algorítmica «Nous (7)»: Jaime de los Ríos
El origen de la disputa armenio-azerí por el Nagorno Karabaj es tan compleja y extensa, que tendríamos que remontarnos varios siglos antes de cristo para narrar los inicios históricos de la lucha por un territorio que ha pasado por manos persas, macedonias, seléucidas, romanas, partas, bizantinas, sasánidas, árabes, selyúcidas, mongolas, otomanas, safávidas, rusas, y por supuesto, armenias y azeríes.
Esta vez, no iremos más allá de la Primera Guerra del Alto Karabaj, pero si alguien está interesado en los inicios de este interminable nudo gordiano, la Gran Armenia y la Albania Caucásica podrían ser un buen comienzo.
Buena suerte.
Primera Guerra del Alto Karabaj (1988-1994)
El primer conflicto contemporáneo por el Nagorno Karabaj tuvo como telón de fondo el auge de los nacionalismos surgidos en las periferias soviéticas como consecuencia del vacío de poder resultante de la suma de las crisis político-económicas de la Perestroika y el Glasnost.
Desde Chechenia hasta el Artsaj, todo el Cáucaso se había convertido en un polvorín punto de estallar para finales de los 80.
En 1988, tras una declaración emitida por el Parlamento Autónomo del Nagorno Karabaj en la que solicitaba su anexión a la RSS de Armenia, la violencia estalló en las calles de Azerbaiyán. La alarmante sucesión de pogromos hizo saltar las alertas de la comunidad internacional, y sólo mediante la intervención del Ejército Rojo estos pogromos pudieron ser temporalmente atajados.
Sin embargo, la lucha dialéctica y social se fue recrudeciendo dentro de una región que se consideraba étnica y lingüísticamente armenia en un 90%, y que parecía verse abocada a vivir bajo soberanía de un estado con diferentes raíces étnicas, lingüísticas y religiosas.
Mientras ambas repúblicas se mantuvieron bajo soberanía soviética, los episodios de violencia fueron más o menos controlados pese a la desidia de los dirigentes del Kremlin. Sin embargo, el abandono soviético del Cáucaso Sur en 1991 precipitó el estallido del conflicto entre dos estados, el azerí y el armenio, plenamente soberanos y con abundantes arsenales a su disposición abandonados por sus excompañeros soviéticos.
En enero de 1992, el polvorín transcaucásico estalló con una sorpresiva ofensiva armenia sobre el Nagorno Karabaj. Los azeríes, pillados por sorpresa, poco pudieron hacer ante la fulgurante incursión armenia hacia Stepanakert, capital del Alto Karabaj.
El descalabro del frente supuso un cataclismo político en Bakú hábilmente aprovechado por el ejecutivo de Ereván, que decidió exprimir al máximo el interregno azerí consolidando sus avances alargando la ofensiva hacia enclaves estratégicos fuera de los propios límites de la región en disputa.
Posteriores intentos de reconquista azeríes pésimamente organizados se estrellaron una y otra vez frente a las trincheras construidas por los armenios en el escarpado terreno del Artsaj. La desesperación azerí llegó a tal punto que, durante 1994, el gobierno llegó a reclutar a muyahidines afganos como tropas de choque de unas ofensivas compuestas en su mayoría por jóvenes reclutas de 16 años sin apenas entrenamiento militar que, como era de esperar, se estrellaron de nuevo contra las líneas del frente defendidas por los armenios.
Tras más de 30.000 bajas, el agotamiento logístico y militar hizo mella en ambos contendientes, propiciándose la firma del Protocolo de Bishkek en mayo de 1994.
Azerbaiyán, con más de 27.000 muertos en combate y la totalidad del Nagorno Karabaj perdido ante el empuje armenio, recibió además a medio millón de desplazados azeríes ubicados ahora en territorio conquistado.
El 20% del territorio de Azerbaiyán pasó entonces a formar parte de facto de la República Autónoma del Nagorno Karabaj, estado títere creado bajo el paraguas de Armenia.
La Guerra de los hidrocarburos: Contrahegemonía y cambio de paradigma.
La política energética de Rusia sigue siendo hoy día una de las piedras angulares en su proyección internacional como superpotencia. En Europa, mantiene en órbita a las exrepúblicas soviéticas a la par que aplaca cualquier atisbo de beligerancia en el centro del continente. La enorme dependencia energética que media Europa adolece aún con respecto a los hidrocarburos del Gigante Euroasiático hace de la Federación Rusa un socio indispensable para las agendas económicas de media Europa.
Sin embargo, todo está cambiando a un ritmo vertiginoso:
El Cáucaso Sur, con las reservas de petróleo y gas azeríes a la cabeza, parece estar siendo la región clave en la ruptura del equilibrio geopolítico imperante en materia de energía entre Europa y Rusia.
El Oleoducto Bakú-Novorossiysk, herencia soviética del transporte de hidrocarburos desde Azerbaiyán hacia Europa vía Rusia, vive hoy día sus horas más bajas. Según datos del SOCAR, empresa estatal encargada del comercio y distribución del petróleo y el gas azerí, en 2012 tan sólo 2 millones de toneladas de hidrocarburos de los 25 exportados fueron transportados a través de este oleoducto.
¿Cuál es entonces la ruta que sigue actualmente?
La respuesta es sin duda una de las claves para entender la nueva realidad del conflicto del Nagorno Karabaj.
A finales de los 80, Azerbaiyán descubrió en aguas del Mar Caspio el que es hoy en día uno de los yacimientos de petróleo en activo más grandes del mundo: El Complejo Azeri-Chirag-Guneshli. Este yacimiento fue entonces el responsable de la firma del Contrato del Siglo (1994), un milmillonario acuerdo en el que 11 multinacionales con BP a la cabeza se encargarían de la explotación y distribución del petróleo azerí desde las orillas del Cáucaso hasta los mercadores internacionales.
La gran problemática residía en que, siendo el Caspio un mar interno, su distribución a nivel mundial pasaba por el uso de enormes complejos de oleoductos, que, debido a las presiones internacionales de la UE y EE.UU, debían necesariamente obviar los oleoductos rusos.
Nacía así la primera piedra del Oleoducto Bakú-Tiflis-Ceythan (BTC; 2006): un oleoducto que serpentea la complicada orografía del Cáucaso Sur hasta llegar a las costas de Cilicia, en la ribera sur de la Península de Anatolia. 1768km de oleoductos operados por BP (28’83%) encargados de transportar el petróleo azerí hasta los mercados internacionales.
A partir de este momento, el Corredor de Gas del Sur (SCP) comenzó a tomar forma. En 2011, el presidente de Azerbaiyán (Aliyev) y el entonces presidente de la Comisión Europea (Durao Barroso) firmaron un acuerdo bilateral para el transporte y distribución del gas azerí desde el Campo de Gas Shah Deniz hasta los mercados europeos. El nuevo Gasoducto Transanatoliano (TANAP; 2018) sería proyectado en paralelo al Oleoducto BTC hasta Erzurum, donde seguiría una nueva ruta por el centro de Anatolia para, tras cruzar el Mar de Mármara, llegar hasta las fronteras griegas.
Este proyecto, finalizado en 2018, se empalmaría después al Gasoducto Transadriático (TAP; 2020), operado también por BP, y que terminaría de unir en 2020 los complejos de extracción de gas del Mar Caspio con Brindisi, capital de la Apulia italiana.
Desde noviembre de 2020, el Corredor del Sur del Gas ha comenzado a surtir de gas azerí al corazón de Europa.
El Corredor del Sur del Gas no sigue la ruta más eficiente (que debería inevitablemente pasar) por territorio ruso, sin embargo, la naturaleza misma de la construcción del oleoducto es la consecuencia de una nueva estrategia a medio plazo para eliminar la dependencia energética de la UE con respecto a Rusia.
Cuestiones de geopolítica.
El Corredor, con sus más de 3.500km de longitud, es la nueva estrategia a medio plazo de la UE para reducir la dependencia energética de la que adolece Europa con respecto a Rusia. Y también es el principal responsable del desequilibrio diplomático imperante hoy día entre Armenia y Azerbaiyán.
Todo occidente quiere congraciarse con una Azerbaiyán que está viviendo una explosión económica sin precedentes, mientras que Armenia, abandonada y estancada económicamente, difícilmente puede hoy día encontrar un aliado internacional en Occidente que quiera enemistarse con Azerbaiyán.
Bakú sabe que ahora mismo es la piedra angular de la nueva política energética de la UE, y esta es la única razón plausible del sonoro silencio con el que Europa ha respondido a la ofensiva azerí.
En el Cáucaso hay mucho en juego, y Armenia tiene poco que ofrecer.
Segunda Guerra de Nagorno Karabaj (septiembre-noviembre de 2020)
La lucha geopolítica por la distribución energética existente entre Rusia, Europa y el Cáucaso Sur ha traído colateralmente la caída en desgracia de Armenia en beneficio de una exultante y confiada Azerbaiyán que, tras casi dos décadas de espera, ha decidido cobrarse su venganza en el Nagorno Karabaj.
En opinión de los expertos, Azerbaiyán ha sabido hacer uso con notable éxito de la doctrina RMA (Revolution in Military Affairs). Ésta doctrina, ideada por el que probablemente fuera el teórico militar soviético más brillante de la segunda mitad del siglo XX (Nikolai Ogarkov), aseguraba que el empleo de las nuevas tecnologías y su rápida integración operativa permitiría la supresión de grandes cantidades de unidades mecanizadas, artilladas y acorazadas en un periodo relativamente corto de tiempo.
Y esta ha sido precisamente la estrategia seguida por los mandos azeríes.
Según palabras de José Alberto Marín Delgado, piloto de combate y Capitán del Ejército del Aire:
“La victoria final de Azerbaiyán no cabe duda de que ha sido alcanzada en gran medida gracias al empleo de la tecnología dron.”
También afirma que la operación efectuada por el ejército azerí recuerda sospechosamente a la Operación Escudo de Primavera, ejecutada en 2020 en el norte de Siria por rebeldes y yihadistas apoyados por Turquía, por lo que la colaboración de asesores logísticos y de inteligencia de sus fuerzas armadas ha sido, en opinión de los expertos, manifiesta a la par que absolutamente necesaria.
Ante el uso masivo de drones de factura turca e israelí, las fuerzas armadas azeríes se encontraron con unos sistemas antiaéreos armenios desprovistos de sensores capaces de detectar las firmas de radar emitidas por estas aeronaves no tripuladas.
Además, aquellos sistemas de defensa que sí eran capaces de detectar los drones azeríes tenían un alcance efectivo menor a los TB-2, drones de producción turca que han sorprendido a los analistas internacionales por sus notables capacidades de ataque.
Por si esto fuese poco, las fuerzas aéreas azeríes desempolvaron sus antiguos An-2 y, tras modificarlos para poder volar de forma no tripulada, fueron utilizados en un brillante tándem señuelo-sistema aéreo no tripulado que combinaba An-2 utilizados como señuelo con drones TB-2 y drones merodeadores IAI Harpy e IAI Harop.
Estos últimos drones, aparte de poseer una notable capacidad furtiva, funcionan de manera completamente autónoma mediante complejos sistemas de algoritmos que, tras triangular por si mismos los objetivos enemigos, se autodestruyen estrellándose contra los mismos.
Drones kamikaze rellenos de explosivos que, tras ser lanzados al espacio aéreo, merodean en un área previamente delimitada hasta fijar y atacar objetivos sin necesidad de interacción humana alguna.
Armenia, pobremente dotada de sistemas de guerra electrónica vitales para contrarrestar los ataques de aeronaves no tripuladas, adoleció además de un pobre sistema de camuflaje que ha provocado la pérdida entre el 27 y el 30 de septiembre de 2020 de 200 vehículos blindados, 228 piezas de artillería y 30 sistemas de defensa antiaérea. Una estrategia azerí basada en el uso combinado de señuelos, drones de ataque y drones merodeadores que, en apenas 3 días, pulverizó el arma antiaérea, artillada y acorazada armenia, totalmente superada por un uso modélico de la doctrina RMA en materia de vehículos aéreos no tripulados.
Así las cosas, tras el descalabro total de los frentes norte y sur, y ante la inminente perdida de Stepanakert, capital del Nagorno Karabaj, el ejecutivo de Ereván se vio obligado a firmar un alto el fuego in extremis orquestado por Moscú, pudiendo salvar tan sólo esa ciudad del avance azerí.
La ciudad y sus alrededores quedarán ahora bajo la supervisión de una fuerza de paz rusa de 2.000 efectivos, que serán también los encargados de preservar el Corredor de Lachin, único enlace terrestre entre Armenia y Stepanakert aún en manos armenias.
La derrota sin paliativos de las Fuerzas Armadas de Armenia, que ha perdido en apenas 44 días más de dos tercios del territorio en disputa, ha supuesto un enorme cataclismo político para un pueblo armenio que, pese a la enorme indignación mostrada en las calles de Ereván, se encuentra en un callejón diplomático sin salida del que difícilmente podrá salir a corto plazo ante la enorme relevancia geopolítica adquirida por Azerbaiyán.
La realidad del final de este segundo conflicto de apenas mes y medio de duración es que el Ejército de Armenia ha quedado pulverizado en términos materiales, y sólo el temor a una intervención directa del ejército ruso ante el inminente descalabro total de Armenia ha evitado que también Stepanakert haya caído en manos de Azerbaiyán.
La Guerra Inteligente.
La Guerra dron y el uso de la IA en los conflictos bélicos parece haber tomado una nueva dimensión gracias a la experimentación sobre el terreno llevada a cabo a través del uso de los drones turcos e israelíes.
También resulta hoy en día evidente que el centro de gravedad de la innovación tecnológica se está desplazando progresivamente hacia la región de Asia Pacífico, donde, según datos de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, fueron registradas el 60% de las patentes tecnológicas de 2016.
La Oficina Estatal de Propiedad Intelectual (SIPO) de China alcanzó ese mismo año la cifra récord de 1,3 millones de patentes, arrogándose así el 40% del registro total a nivel mundial de ese año. También en 2016, China superó a la UE en producción académica en ciencia y tecnología, anunciando de paso una estrategia nacional para la creación de una nueva industria tecnológica a través de la inversión pública de más de 120.000 millones de euros.
EE.UU sigue siendo hoy día el gran inversor y productor en IA, y la UE, pese a adolecer de ciertas carencias en términos de financiación y posesión de grandes compañías tecnológicas, aún posee 32 instituciones tecnológicas en el top 100 mundial (EE.UU y China poseen 30 y 15 respectivamente).
Por otra parte, la experiencia bélica del Cáucaso Sur ha dejado claro que la aplicación de la IA en vehículos no tripulados ya no es un avance tecnológico al alcance de un selecto número de países. Sus costes de fabricación han alcanzado ya para 2020 niveles asumibles para naciones con unos presupuestos militares mucho más modestos, como es el caso de Azerbaiyán.
Así las cosas, en palabras del director del Departamento de Inteligencia de la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas en referencia a la relación actual entre la IA y el progreso tecnológico:
“El incremento permanente en la velocidad del cambio convierte al cambio en sí mismo en el único elemento permanente en términos de inteligencia.”
Es por eso que la RMA es hoy en día la doctrina militar vigente aparentemente más consolidada.
Como era de esperar, la victoria azerí en el Alto Karabaj ha traído un repunte en el interés de las grandes potencias al respecto del uso combinado entre drones e Inteligencia Artificial.
España mismo lleva tiempo trabajando en la fabricación de enjambres de drones suicidas.
Sin embargo, el país que más decididamente ha parecido responder a la experiencia del Nagorno Karabaj ha sido el Reino Unido, que en palabras de su Secretario de Defensa Ben Wallace, ha anunciado un nuevo programa destinado a dotar al país de drones de bajo coste similares a los empleados en el conflicto del Nagorno Karabaj.
Según informes del DARPA, agencia estadounidense encargada del desarrollo e implementación de última tecnología responsable del desarrollo del icónico MQ-1 Predator, EE.UU se encuentra ahora mismo en proceso de desarrollo e implementación de un sinfín de drones con múltiples características.
Entre sus abundantes programas de desarrollo, la implementación de drones escolta como del denominado Programa Valkyre, destinado a escoltar a los modernos cazas de quinta generación F-35 y F-22.
También se encuentra en avanzado proceso de desarrollo el Programa Gremlin, que plantea la creación de drones enjambre lanzados y recogidos en el aire por aviones de transporte en una suerte de pequeño portaaviones volante.
Cabe destacar por otro lado el Programa LongShot, también en avanzado proceso de desarrollo, y que estaría destinado a la fabricación de drones interceptores de cazas que ayudarían a dotar de superioridad aérea a la USAF.
DARPA ha afirmado incluso que EE. UU piensa simular en breve un combate entre un caza controlado por una IA y un piloto experimentado, abriéndose así el camino hacia la transformación de los actuales cazas de combate en vehículos aéreos no tripulados.
Al parecer, la era de los drones inteligentes integrados plenamente en las fuerzas aéreas ha llegado para quedarse.
Por último, como nota final, las palabras del viceministro de Defensa de Armenia en 2016 en referencia a si las Fuerzas Armadas de su país se encontraban en aquel momento en proceso de adquirir un supuesto lote de vehículos aéreos no tripulados:
“No es necesario comprar drones caros cuando es posible golpear el objetivo con un lanzagranadas convencional”.
A todas luces, el viceministro estaba equivocado.
Bibliografía, notas y fuentes:
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