Psicopatía y comportamiento violento

César San Juan Guillén
Profesor en la UPV/EHU

Imagen: Amaia García Hernández

La mayor parte de los psicópatas no te esperan con un hacha en casa

Patrick Nogueira se personó la tarde del 17 de agosto de 2016 en la vivienda en la que residían sus familiares en la localidad alcarreña de Pioz. Allí, utilizando un cuchillo que había comprado un par días antes, asesinó a sus tíos y a los dos hijos de estos. Antes de abandonar la casa, desmembró los cuerpos de los adultos y metió todos los cadáveres en bolsas. Las dos psicólogas del Instituto de Medicina Legal de Guadalajara encargadas por el juzgado de valorar su mente, determinaron que era un psicópata altamente peligroso, con grandes probabilidades de reincidir y que, en todo caso, distingue el bien del mal.

Crímenes tan brutales como al que acabamos de aludir, aunque son muy excepcionales, probablemente resulten para la opinión pública el destino ineludible de un individuo diagnosticado con una psicopatía. Sin embargo, aunque si bien es cierto que la mayoría de los asesinatos más graves, planificados y sanguinarios han podido cometerse por psicópatas, la mayor parte de las personas que comparten una psicopatía no cometerá un asesinato en su vida. Incluso es probable que jamás ni tan siquiera hagan uso de la violencia física. En este sentido, los denominados “psicópatas integrados” no los vamos a encontrar en la cárcel, sino que sus hábitats más reconocibles serán los consejos de administración, los parqués de bolsa, la política o todos aquellos escenarios donde, a costa de las personas que les rodean, pueda acumular poder, prestigio e influencia. Así lo explica, el psicólogo británico Kevin Dutton, autor de un libro llamado The Wisdom of Psychopaths: What Saints, Spies, and Seriel Killers Can Teach Us About Success (“La sabiduría de los psicópatas: lo que los santos, los espías y los asesinos en serie pueden enseñarnos sobre el éxito”), que sostiene que el carisma y la falta de miedo o ansiedad, características propias de las personas con rasgos psicopáticos, pueden favorecer su ascenso en la estructura social y profesional.

Debido a esta casuística en la que podemos encontrar desde asesinos sádicos hasta directores ejecutivos de grandes corporaciones, autores como Gao y Raine (2010) proponen un modelo neurobiológico para identificar, precisamente, las diferencias entre los psicópatas con éxito y los que no lo tienen. Estos autores plantean la hipótesis de que los psicópatas exitosos tienen un funcionamiento neurobiológico intacto con unas prestaciones cognitivas en muchos casos superiores al resto de individuos, lo que facilita lograr sus objetivos utilizando métodos de dudosa ética, pero, en todo caso, no violentos. Por el contrario, en los psicópatas no exitosos y, por lo general, encarcelados, las alteraciones estructurales y funcionales del cerebro, junto con disfunciones del sistema nervioso autónomo, y un ambiente social poco favorable, pueden explicar sus déficits cognitivos y emocionales y su manifiesto comportamiento violento.

Pero entonces… ¿qué es la Psicopatía?

La psicopatía se presenta en la mayor parte de textos especializados como un trastorno de la personalidad caracterizado por una serie de rasgos entre los que se suelen destacar el egocentrismo, la impulsividad, emociones superficiales, la falta de empatía, de sentimiento de culpa o remordimiento, mentira patológica, manipulación, y tendencia a la transgresión de las normas sociales. Sea como fuere, no es habitual que nos encontremos en los manuales de psiquiatría esta etiqueta, aunque, como ocurre con el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM), sí veremos un cuadro clínico análogo conocido como el Trastorno Anti-social de la Personalidad. Así que el primer objeto de discusión en este ámbito es dilucidar si se trata del mismo cuadro clínico, pero con dos denominaciones diferentes o, por el contrario, tienen aspectos diferenciales que hace conveniente, o incluso imprescindible, mantener las dos categorías diagnósticas.

En cualquiera de ambos casos, estamos hablando de trastornos caracterizados por una clara tendencia a la transgresión de las normas y las expectativas sociales, por lo que su potencial asociación con el delito parece más evidente que en otros trastornos de la personalidad. En lo que concierne al abordaje terapéutico también comparten un cierto pesimismo si atendemos a la bajísima eficacia de los programas de tratamiento. Cabe decir que, en todo caso, la mayor parte de los psicópatas que no se encuentran en prisión nunca va a solicitar un tratamiento psicológico, ya que están muy lejos de concebir que tengan un problema. De hecho, quien tiene un problema es normalmente la gente que les rodea. De tal forma que casi toda la evidencia empírica existente, en lo que concierne a los programas de tratamiento, está relacionada con población reclusa. Por esta razón, entre otras, existe una tendencia a creer que todos los psicópatas acaban cometiendo actos delictivos, pero en modo alguno esto es así.

Llegados a este punto, una de las opciones menos comprometidas a la hora de definir la psicopatía ha sido considerarla como aquello que miden los test de psicopatía. En este sentido, una de las aportaciones que ha tenido una mayor repercusión ha sido la del Psicólogo Criminal canadiense Robert Hare. Su escala PCL-R (Psychopathy Checklist-Revised) es una de las herramientas más profusamente usadas en la investigación y en la práctica clínica y forense para evaluar la Psicopatía (Hare, 2010) (tabla 1).

En las indicaciones que se detallan en el manual de procedimiento de aplicación de esta escala se especifica que el evaluador otorgará 0, 1, o 2 puntos para cada uno de los 20 ítems, basándose en una entrevista con el sujeto y en toda la documentación disponible (historial delictivo, vida laboral, etc.) de tal forma que una puntuación igual o superior a 30 sería el “punto de corte” para considerar que existe una psicopatía en la persona evaluada. La limitación que tiene esta herramienta es que, a pesar de que puede resultar muy útil para la práctica forense, puede camuflar como veremos más adelante la gran heterogeneidad existente de perfiles psicopáticos.

Por otra parte, si bien es cierto que la psicopatía, tal y como ha sido definida por Hare, y el Trastorno Antisocial de la Personalidad (TAP) (tabla 2), tienen varios criterios en común, en modo alguno son cuadros clínicos equivalentes.

Si realizamos un careo entre los criterios de ambos trastornos, podemos observar que, en el caso del TAP, se prescinde de los ítems “positivos” como la locuacidad y el sentido desmesurado de autovalía. También quedan excluidos los que hacen referencia al comportamiento sexual promiscuo que, si no causan malestar psicológico en el individuo que lo experimenta ni en sus parejas, no tendríamos mucho que objetar desde un punto de vista clínico.

Por otra parte, en los criterios para el diagnóstico de la Psicopatía se detallan variables en la esfera de la afectividad muy reveladoras, tales como el afecto superficial y la falta de empatía, que no se mencionan en el TAP. En definitiva, los criterios que el DSM-V utiliza para el diagnóstico de la personalidad antisocial básicamente se refieren a conductas observables, en contraposición al acento que se pone en los criterios propuestos por Hare centrados en rasgos de personalidad subyacentes.

Psicopatía y comportamiento agresivo

Si bien está claro que algunos individuos con un alto grado de psicopatía se involucran poco o nada en acciones violentas (los denominados «psicópatas de cuello blanco», “integrados” o «psicópatas exitosos»), un gran cuerpo de investigación ha demostrado que la presencia de rasgos psicopáticos se asocia con la propensión al comportamiento agresivo, incluyendo las formas más violentas y potencialmente mortales de agresión (Reidy, Zeichner y Seibert, 2011). En una de las primeras investigaciones sobre la relación entre la psicopatía y la violencia, Hare y Jutai (1983) citado por Porter, Woodworth y Black (2019) descubrieron que los delincuentes masculinos adultos encarcelados clasificados como psicópatas habían sido acusados de delitos violentos con una frecuencia aproximadamente dos veces mayor que los delincuentes clasificados como no psicópatas.

Prácticamente todos los individuos altamente psicopáticos de la muestra habían perpetrado al menos un delito violento. Por lo tanto, está claro que los delincuentes que cumplen los criterios de psicopatía son un grupo altamente agresivo, tanto en comparación con los delincuentes de baja psicopatía como en términos del número de delitos violentos que perpetran. También existen evidencias de la psicopatía como predictor de la reincidencia delictiva (Douglas, Vincent y Edens; 2019 o Edens, Campbell y Weir, 2007).

Además, cabe decir que la agresividad en los individuos altamente psicopáticos puede manifestarse de formas distintas a la violencia física. Por ejemplo, la agresión relacional que implica amenazas, dominación y abuso emocional también se ha asociado con la psicopatía. Esto es, según la literatura especializada (Gray y Snowden, 2016; Nicholls, Ogloff, Brink, y Spidel, 2005; Robbins, Monahan, y Silver, 2003) particularmente cierto para las mujeres con alto grado de psicopatía, que son más propensas que los hombres a dirigir su agresividad hacia los miembros de su propia familia. Debido a que gran parte de este tipo de agresiones ocurre fuera del ojo público y dentro de las propias familias de los perpetradores, es mucho menos probable que se denuncie (Nicholls et al., 2005). Considerando estas evidencias, es probable que se subestime la incidencia de la violencia emocional cometida por individuos altamente psicopáticos.

Otros escenarios que resultan hábitats especialmente confortables para las personas con rasgos psicopáticos son los contextos digitales. En esta línea, Buckels, Trapnell y Paulhus (2014) descubrieron que los individuos con un alto grado de psicopatía, así como los que tienen un alto grado de maquiavelismo, a menudo participan en el «trolling» en línea, definido como un comportamiento destructivo y hostil hacia otros usuarios de Internet sin ningún propósito obvio más allá de producir daño. Twitter podría resultar un ejemplo paradigmático de esta perversa tendencia. Estos autores comprobaron que los participantes en el estudio con niveles más altos de psicopatía utilizaron un lenguaje más hostil, con expresiones más próximas a la ira y el insulto.

Dada, en fin, las diferentes formas en las que puede presentarse el comportamiento agresivo o violento en las personas con rasgos psicopáticos parece resultar clave si la motivación del agresor es «ofensiva» o “defensiva” (Cooke, Michie, De Brito, Hodgins y Sparkes, 2011) o incluso, por decirlo así, “estratégica”; en otras palabras, ¿el comportamiento agresivo refleja una reacción a circunstancias emocionales o, en cambio, es más volitivo e instrumental?

Con respecto a esta cuestión parece concluyente el meta-análisis desarrollado por Blais, Solodukhin, y Forth (2014) en el que exploran la relación entre psicopatía y comportamiento violento, tanto instrumental como reactivo. Los resultados muestran una asociación significativa entre la violencia instrumental y la “faceta interpersonal” tal y como está configurada en la escala Hare anteriormente detallada; mientras que la violencia reactiva estaba asociada al factor 2 de desviación social acorde con la misma escala. Estos resultados, por tanto, no apoyan la idea, ciertamente extendida, de que la psicopatía está exclusivamente relacionada con la violencia instrumental. Todo parece indicar que va a ser preciso aclarar, como venimos insistiendo, la diversidad existente de perfiles psicopáticos.

Causas de la Psicopatía.

Es evidente que la investigación actual en torno a la etiología de la psicopatía está liderada por la neuropsicología y, genéricamente, las neurociencias, que conciben este trastorno, desde una perspectiva algo reduccionista, como consecuencia de un anómalo funcionamiento de la corteza orbito frontal. Sin embargo, todavía existen muchos interrogantes por resolver acerca de las razones por las que se producen estas anomalías a nivel cerebral (Korpanay et al., 2017). En el apartado de nuestras incertidumbres tampoco existe la completa certeza de que el problema del psicópata radique exclusivamente en un problema de gestión de emociones. En este sentido, resulta ciertamente interesante una investigación de Sandvick y colaboradores (2014) sobre el reconocimiento emocional. Estos autores encontraron que los participantes que exhibían altos niveles de psicopatía interpersonal y afectiva obtenían puntuaciones más altas en la tarea de reconocimiento emocional. En otras palabras, los participantes que mostraron conductas manipuladoras, insensibles o engañosas frecuentes, propias del perfil psicopático, también parecían, paradójicamente, más competentes en el reconocimiento de las emociones de los demás. Por otra parte, los sujetos que exhibieron rasgos más explícitamente relacionados con el comportamiento antisocial tenían puntuaciones más bajas en la prueba de reconocimiento emocional. Dicho en otras palabras, los sujetos con puntuaciones más altas en el Factor I de la escala Hare eran más hábiles en la tarea del reconocimiento de emociones que aquellos que tenían puntuaciones más altas en el Factor 2 de la misma escala. Los mejores manipuladores, en fin, son los que se dan cuenta de cómo te sientes con más facilidad, lo que por otra parte nos haría reformular el supuesto déficit empático característico de los psicópatas. Probablemente sean empáticos en el sentido que entienden bien cómo te sientes. Pero esa información está lejos de tener una motivación compasiva, sino que va a estar orientada a la manipulación, el engaño o la extorsión.

Consideraciones finales: el “espectro psicopático”

Las líneas de investigación mencionadas adquieren incluso una mayor relevancia si, como sugiere Pletti y colaboradores (2016), y compartimos en su plenitud, entendemos la psicopatía como un conjunto de rasgos que se encuentra en muchas personas. A nuestro juicio, probablemente en todas, pero obviamente en diferentes grados (aunque solo en aproximadamente un 1% de la población tendría una relevancia clínica) y, lo que es más importante de cara a la investigación, con una gran variedad de procesos psicológicos implicados de diferente forma que, en virtud del peso específico que adquieran en cada individuo, dará lugar a una gran diversidad de perfiles psicopáticos.

Uno de estos perfiles es el propuesto por Paulhus y Williams (2002) denominado la “tríada oscura de la personalidad” conformado por tres rasgos de personalidad, maquiavelismo, narcisismo y la psicopatía subclínica (la atribuible a los psicópatas integrados). Este constructo ha sido profusamente usado en la literatura especializada como una medida monolítica de un perfil de personalidad caracterizado por la insensibilidad moral. No obstante, en una revisión de Furnham, Richards y Paulhus (2013) llegan a la conclusión de que agrupar estos tres rasgos puede resultar una opción muy simplista para diferenciar a las personas “buenas” de las “malas”. En el caso del narcisismo, por ejemplo, se han diferenciado varios subtipos, como son: Líder autoritario; Exhibicionista grandilocuente y, finalmente, el que se cree intrínsecamente con derecho a explotar a las personas que le rodean (Ackerman y colaboradores, 2010). También, atendiendo a la escala de Hare, hemos visto que podemos identificar formas “integradas” y “desviadas” de psicopatía. Es decir, dado el carácter multidimensional tanto del narcisismo, como de la psicopatía y, probablemente, del maquiavelismo también podríamos obtener perfiles muy diversos en la esfera de esa tríada oscura.

En conclusión, y como sugerimos en otras publicaciones (San Juan y Vozmediano, 2018) existen una serie de parámetros para definir rasgos psicopáticos que, como el funcionamiento de un ecualizador, pueden manifestarse con muy diferentes pesos e intensidad en cada individuo dando lugar a una gran casuística y que probablemente nos hagan ver algún día la psicopatía como un “espectro” de perfiles de personalidad con algunos rasgos comunes. Estos parámetros serían:

  1. Apego en las relaciones personales: Desapego, no comprometido, falta de empatía e indiferencia.
  2. Comportamiento: Falta de perseverancia, poca fiabilidad, temeridad, inquietud, comportamiento disruptivo, agresividad.
  3. Cognición: Suspicacia, falta de concentración, intolerancia, inflexibilidad, falta de planificación.
  4. Dominancia en las relaciones sociales: Antagonismo, arrogancia, tendencia a la mentira y a la manipulación, insinceridad, locuacidad.
  5. Emoción: Baja ansiedad, falta de placer, sin estabilidad ni profundidad emocional, falta de remordimientos.
  6. Autoconcepto e imagen de sí mismo: Egocentrismo, arrogancia y sentido de singularidad, autoridad e invulnerabilidad.

En definitiva, la conclusión más controvertida que podemos extraer de lo desarrollado hasta ahora es que quizás haya existido una cierta extralimitación a la hora de patologizar lo que no es sino una constelación de rasgos de personalidad que en función de su configuración puede dar como resultado un héroe de guerra, una filicida por venganza, un violador sádico en serie, una estafadora de ancianos o un presidente de gobierno.

Bibliografía, notas y fuentes:

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