– Reseña de «Memoria de Cristina» de Vicente Carrión (Nimbo ediciones, 2021) –
Antonio Rivera
Catedrático en la UPV/EHU
Fecha de publicación: 15/02/22

Se discute acerca del tratamiento del terrorismo en la ficción o en la literatura histórica. La normalización de ese factor en nuestro relato precisará de ese debate hasta encontrar un equilibrio adecuado de presencias. En muchas ocasiones se disociaron las atenciones: o se centraba el foco casi en exclusiva en la acción de la organización ETA, siguiendo así una estela inicial donde su protagonismo se aislaba del marco histórico en que se producía aquella, o se acudía a la fórmula del terrorismo como telón de fondo, donde la banda se adivinaba de manera más o menos explícita. En realidad, desde finales de los años sesenta, ETA invadió la historia tanto del País Vasco como de España hasta hacer de ella y de sus evoluciones un factor de primer orden. Se trata entonces, desde mi punto de vista, de integrar de una vez la presencia y acción de esa organización en el conjunto de las historias de nuestro país que analizamos o que narramos, como hacemos con los procesos políticos o económicos o los acontecimientos relevantes que condicionan o marcan (por) un tiempo.
La presente novela de Vicente Carrión, la segunda, después de Padre Patria en 2010 (San Sebastián, Hiria), escapa de la concepción casi monográfica de aquella, aunque coincide en el carácter generacional que adoptan ambas. Memoria de Cristina es la historia de personas marcadas por su contacto directo o indirecto con el terrorismo y con ETA. Sus vidas evolucionan por su cuenta, sin aparecer como consecuencia directa de esa relación, pero sí muy condicionadas por ella. Es el punto sutil donde el contexto condicionante y el factor humano dialogan con la suficiente autonomía e interferencia de ambos elementos. Está permanentemente presente, integrada en el relato y en la vivencia de los personajes, pero no es otra historia más de ETA. Lo es de unas personas que viven en los inicios del siglo XXI, con sus cabezas puestas en las experiencias de décadas atrás, marcados por sus consecuencias, pero capacitadas para manejarlas. Una historia vasca con ETA dentro.
Una novela generacional. Cualquiera que haya vivido el tardofranquismo y la transición en el País Vasco –y, más concretamente, en San Sebastián- tiene que leer esta novela, tiene algo que ver con ella. Vicente Carrión da forma literaria a sus experiencias de entonces, a los debates, a las adhesiones, a las intransigencias. Todas ellas conformaron identidades sólidas, a veces solemnes, demasiado trascendentes para lo que al cabo no es sino una vida humana más. Por eso sus páginas, que reflexionan sobre muchas cosas, lo hacen sobre todo acerca de si valió la pena entonces y para el futuro subordinar la vida privada a la pública. Toda la exigencia de proyección pública, de compromiso político, que demandó aquel denso y excitante momento aparece como una carga que ha debilitado a las personas en su capacidad y posibilidad de mostrarse como son, y de hacerlo en el territorio en que esa verdad se muestra palmaria: en la cercanía de lo particular, de lo privado. Por eso desfilan, a partir de ese argumento, problemáticas actuales como la relación intergeneracional o entre los sexos (o los géneros), la dimensión real del feminismo, las nuevas masculinidades y sus interrogantes, los límites de la educación, la vejez o la muerte. Queda una pregunta enorme en toda ella acerca de si aquel mítico 68 nos dio más de lo que nos robó, nos iluminó más de lo que nos ocultó en su confusión o en su rotundidad ideológica (o doctrinaria). Un asunto relevante porque forma parte del debate cultural que anima hoy a izquierdas y a derechas (al menos en algunos países).
El retiro hacia lo privado es una reacción habitual cuando lo público le supera a uno o cuando no lo reconoce en su forma actual, al no haber acompañado sus evoluciones. No es novedoso, en ese sentido, el planteamiento que hace la novela. Pero sí que lo traslade a ese terreno donde la vida de uno o una queda cuestionada: aquello que tanto nos formó tuvo más de error que de otra cosa, y su recuerdo ha vivido más de la falsedad que del rigor. Se lo pregunta. En nuestro caso, es un 68 atravesado por una progresiva legitimación social de la violencia política, consecuencia de todo lo ocurrido en el país desde entonces hasta bien entrados los ochenta. La protagonista, una transterrada, una expulsada de un país –una ciudad, en realidad- al que ama apasionadamente, pero que no lo reconoce como suyo, que acierta a ver cómo su nueva configuración la ha expulsado del mismo, se pregunta con los otros personajes si aquello estuvo bien, lo que viene a suponer una pregunta ontológica: si su vida ha estado bien.
La novela de Carrión cuenta muchas cosas, indaga sobre muchos asuntos, pero sin generar confusión o sensación de dietario. Es una obra bien escrita, aunque el autor se reconozca práctico, interesado, más que en la forma, en la posibilidad de contar cosas, de trasladar a quien le lee la reflexión sobre lo que le viene preocupando, empezando por muchas preguntas que aquí tampoco tienen respuesta. Una novela adulta, capaz de atraparnos por momentos, pero, sobre todo, de escapar del relato pasajero, formal, minimalista, prescindible.
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