Tres caracteres para una educación milenaria

David Lorenzo Cardiel
Filósofo, escritor y periodista cultural

Fecha de publicación: 22/11/22

Cuando Wang Yinglin escribió el Sanzijing o Clásico de los Tres Caracteres, el territorio que hoy conocemos como China estaba dividido en varios Estados independientes. No era una situación extraña: desde tiempos inmemoriales, la nación del extremo oriente era pasto de guerras civiles, revueltas, unificaciones y disgregaciones según la dinastía gobernante y el contexto político del entorno inmediato. Yinglin había sido considerado un niño prodigio y desde muy joven consiguió un puesto de alto funcionario para los Song. Su vida estuvo marcada por su devoción al estudio, en especial a la filosofía confuciana (clave desde la dinastía Han, alrededor del comienzo de nuestra era) y al desempeño imperial. Sin embargo, su vida estuvo marcada por la inestabilidad: pudo contemplar cómo la dinastía Song acabó dominada por las incursiones de los mongoles y el país regresaba a un periodo incierto de dominación extranjera.

No obstante, Yinglin ha pasado a la Historia por sus esfuerzos en la mejora del método de educación de sus compatriotas. Es el caso del Sanzijing. Hasta el siglo XIII, la educación en China evolucionó desde un privilegio nobiliario, más de mil años atrás, hasta un sistema de escuelas públicas que aspiraba a asentar una sólida meritocracia. En la época del reconocido funcionario, los niños chinos de cualquier condición debían asistir a la escuela, generalmente situada en los templos y gobernada por entre uno y tres profesores. Allí aprendían la mitología tradicional y la filosofía confuciana, es decir, memorizaban esencialmente las normas morales y políticas recogidas en las Analectas y en las revisiones de los continuadores filósofos neoconfucianos. Los niños que demostraban mayores habilidades para superar los exámenes eran promocionados, llegados a una determinada edad, a las escuelas imperiales, donde se les formaba y examinaba como aspirantes a funcionarios. Sólo lo más excelentes lograban superar la prueba.

Claro, como sucede en la actualidad, este sistema funcionaba bien únicamente en teoría. En la práctica, las escuelas se concentraban en las ciudades y asistían niños de las clases pudientes frente a una minoría de origen rural o perteneciente a las clases bajas urbanas. La nobleza y los comerciantes más ricos podían permitirse, además, preceptores de alto rango y saber que formasen a sus pupilos, otorgándoles una ventaja en recursos sólo superable por candidatos brillantes. En otras palabras: los niños campesinos seguían siendo necesarios para ayudar a sus familias en las tareas agrícolas, enviar a un estudiante a la ciudad era inasequible para los más desfavorecidos y los adinerados y nobles podían permitirse apoyo de calidad en la educación de sus hijos. El sistema seguía favoreciendo, bajo una fachada de equidad, a los pudientes.

Pero Wang Yinglin, que creía en la virtud confuciana del esfuerzo y que él mismo era ejemplo de persona de inmensa inteligencia, quería mejorar el sistema educativo. Consiente de que la política es permeable a cambios repentinos y que de nada sirve convencer a un emperador cuando el siguiente puede derogar los edictos del anterior, el erudito chino apostó por la metodología. Así creó el Sanzijing: un libro sencillo en el que los estudiantes podían aprender los caracteres chinos al mismo tiempo que entrenaban su mente para el duro estudio posterior.

Y se preguntarán ustedes, habitantes del siglo XXI: ¿y por qué habríamos de leer el Sanzijing, si es un manual de hace ochocientos años diseñado para la enseñanza en oriente? La razón es su profunda sencillez. Adentrarse en el Clásico de los Tres Caracteres permite al lector sumergirse en el pensamiento chino actual, que todavía posee una indiscutible influencia confuciana. Por otra parte, se trata de un libro que combina el texto original en chino y su traducción castellana por lo que, de paso, abre un punto de iniciación con el pensamiento de Confucio y buena parte de los símbolos tradicionales chinos, que emanan de una rica mitología, como es el caso del jade, instrumentos musicales tradicionales y costumbres que siguen vigentes. Desde una perspectiva más reflexiva, el Sanzijing ofrece una lectura enriquecedora mediante sus aforismos. Bastan un par para comprobar su valioso acervo: «Las personas nacen esencialmente buenas. Esta bondad original nos acerca. Las diferentes costumbres nos separan» o «El Agua, el Fuego, la Madera, el Metal y la Tierra: estos cinco agentes tienen su origen en el número», que tanto recuerda esta última sentencia a la postura a la de los pitagóricos en Europa y que en China cobró también una vital importancia a partir de las artes adivinatorias, como el Oráculo de los caparazones de tortuga, el I Ching o los trigramas. Para completar al valioso manuscrito, la presente edición cuenta con amenos apuntes que no sólo explican cada detalle de su significado, sino que, además, complementan su contexto.

Trotta mantiene con firmeza su compromiso por aportar textos clásicos a la lengua castellana con la publicación del Sanzijing. Cuenta con introducción, traducción y notas del profesor y licenciado en lengua y cultura china, Daniel Ibáñez Gómez. Un libro exquisito, un clásico de la cultura universal que se presenta ante ustedes, casi mil años después de su escritura, para seguir inspirando y enseñando al mismo tiempo que pretende conseguir, si ustedes se lo permiten con buen ánimo lector, deleitarles.