El chamán del Arga o la emoción de lo sagrado

– Reseña sobre el libro DRAGÓN CUSTODIANDO EL MISTERIO de Alfredo Rodríguez (Chamán Ediciones, 2023)-

Fátima Frutos
Escritora

Fecha de publicación: 11/06/23

Vivo junto a un río, igual que mi amigo y vecino Alfredo Rodríguez. Con su obra Dragón custodiando el misterio, lo primero que me viene al fluir de la mente es Ausiàs March y estos, sus versos: “Així com cell qui en lo somni·s delita/ e son delit de foll pensament ve,/ ne pren a mi: que·l temps passat me té/ l’imaginar, que altre bé no hi habita,/”. Esta asociación quizá sea porque hace tiempo que contemplo a Alfredo como un caballero navarro; así como también lo fuera March, caballero valenciano y halconero mayor de rey, además de amigo personal de Carlos de Viana, heredero al trono navarro.

Conozco el gusto de Rodríguez por los Novísimos, especialmente por Álvarez, su devoción por el helenismo, la exquisitez de la palabra, la cultura, la belleza…, pero tengo que confesar y confieso, que esta vez me ha dejado obnubilada. Este custodio del dragón se coloca ante las tres partes del poemario, a cada cual más elevada, como un equilibrista del conocimiento asombroso, como un chamán del Arga.

En Del alma en trance, la primera parte, se rinde un homenaje “al sentido goce de cada instante”, a los temas perennes de los poetas: vida, alma, amor y muerte. Pero, también, emerge el Reposadero de barcas sagradas, es decir, la reflexión sobre el quehacer poético, la búsqueda de lo esencial en la composición de versos. En esta primera parte es donde se percibe más claramente la poética de Alfredo Rodríguez, su forma de escribir, su manera de llegar a esa claridad mostrada por Ramón Xirau: “Vermelles les cireres,/ vermell el claustre illuminat/ de vides netes. Claredat/”.

Las estancias de la memoria, la segunda parte, podría dar título a todo el poemario si no viéramos con nuestros propios ojos al vigía del fuego, a este Vulcano pamplonés, a un Ptah metido a vate, como también lo hiciera Gerárd de Nerval en Les Chimères, arremetiendo contra todo lo establecido en la poesía actual, reivindicando las culturas libres y sus procesos creativos, el caos de lo sagrado y a Salvador Pániker.

Es fácil abismarse en el cáliz alfrediano con versos como “Tu amor no pide nada/ Nadie vela tus armas/ Has renunciado a todo/ Sientes solamente veneración”. Es posible fundirse con esa perfección oculta en el κόσμος infinito pero ordenado de la belleza poética.

Para finalizar su libro, el poeta nos somete a un “más difícil todavía” a un Nihil aeternum, que no es si no un anhelo de vida tras la vida, de un “Todo lo que te quedase de vida/ como un dragón custodiando el misterio/ Su huella luminosa”. Resulta, en definitiva, esta tercera y última parte, una confesión de su vocación, o como bien expresa Sonia Betancort en el extraordinario epílogo compuesto a esta obra, se trata de un “poeta que se retira a su bosque interior”.

Este recogimiento poético voluntario, que significa un peregrinaje por la espiritualidad (No serviam o Fe de vida) nos hace pensar que una próxima entrega literaria de Alfredo Rodríguez puede albergar esa misma magia brahmánica que convirtió a Ramanujan en el matemático del fulgor. El mismo fulgor con el que Alfredo Rodríguez se atreve a perseguir la inspiración, mientras custodia al dragón, a ese Todo que venera, a ese número perfecto, a lo Aúreo de la existencia.

Gracias Alfredo, por hacernos creer que cuando ya no estemos nuestra obra seguirá hablando de nosotros.