De Heródoto a Tucídides

2500 años del nacimiento de la Historia

Álvaro Ibáñez Fagoaga
Historiador

Fotografía: Sara Alonso

Cuando se busca el origen de muchas de las ciencias predominantes hoy en día, se termina aludiendo de manera casi omnipresente a la Grecia Clásica. En el origen de la historia, no hay una excepción. Adentrarse en las narraciones de Heródoto (484-426 a.C) y Tucídides (460-396 a.C) va más allá del interés particular por las guerras de Leónidas, Jerjes o Pericles, pues lo importante de estas dos grandes figuras reposa en que, gracias a sus obras, no sólo se trasladó el más vivido relato de la antigua Hélade, sino también el punto de partida de la ciencia de La Historia.

Muchos fueron los que narraron episodios históricos antes de que Heródoto naciese. Sin embargo, ninguno antes de él fue capaz de tener la visión necesaria para comprender la imperiosa necesidad de realizar un análisis coherente y pormenorizado del desarrollo del hombre. Pues, aunque ahora esto nos parezca inconcebible, lo que ahora entendemos por historia era algo desconocido hasta entonces.

Las Historiaes de Heródoto, palabra griega para investigaciones, se convierten así en la primera ocasión en la que se intenta arrojar algo de luz sobre la oscuridad de un mundo jamás estudiado hasta entonces; y que tiene como eje principal el conflicto militar entre el Imperio Persa de Darío y Jerjes frente a las polis griegas encabezadas por Atenas y Esparta. Sin embargo, la obra de Heródoto va más allá de una mera narración concatenada de acontecimientos históricos, pues también es reconocido entre los entendidos como el primer etnógrafo y geógrafo jamás documentado. Desde sus largas travesías a través Nilo en busca de su nacimiento, hasta sus viajes a la enigmática Babilonia en busca de sus costumbres y tradiciones, su labor fue también de una importancia capital para la posterior eclosión de estas otras dos disciplinas.

En cuanto a Tucídides, su Historia de las Guerras del Peloponeso se basa principalmente en la explosión descontrolada y generalizada de las rencillas largo tiempo cultivadas entre las diferentes polis de la Hélade, y que tendrá como contexto principal la guerra abierta entre Atenas y Esparta por la hegemonía de Grecia. Si a esto le añadimos que Sócrates, Pericles y Platón fueron también contemporáneos de este conflicto, no cabe atisbo de duda a la hora de afirmar que la narración de la Historia de las Guerras del Peloponeso tuvo lugar, por azares del destino, en pleno auge de la filosofía y democracia griegas, otorgando a su exhaustiva investigación una dimensión histórica y filosófica de nivel incalculable.

Por otro lado, cabe destacar también en su figura cómo argumenta a favor de que, en multitud de ocasiones, es la mezcla entre la historia, la geografía y la economía la principal causa tanto del florecimiento político y económico, como de la consecución de diferentes tipos de conflictos, afirmando de manera categórica el enorme impacto que supone para un estado determinado el dominio de unos enclaves geográficos determinados, motivo por el cual es considerado también como el padre de la geopolítica. Además, la importancia de su obra a la hora de comprender los constantes juegos de poder tan característicos del ejercicio de la política y la diplomacia se
ejemplifica de manera más que sobrada ante la evidencia de que, hoy día, más de 2.500 años después de su redacción, esta obra sigue siendo estudiada como una de las obras clave en todo lo referente a la teoría de las relaciones internacionales.

A este respecto, Tucídides resaltará la volatilidad de las amistades entre estados haciendo referencia a que, los mismos persas que fueron derrotados de manera contundente a través de la alianza entre Atenas y Esparta, fueron también  los mismos que, varias décadas después, al aliarse con el partido de los lacedemonios, les otorgaron el potencial bélico y económico necesario para poder enfrentarse en igualdad de condiciones dentro del teatro de operaciones del Mar Egeo, lo cual terminaría por desequilibrar la balanza en favor de Esparta.

No existe hoy duda alguna con respecto a las connotaciones netamente militaristas que preponderaban con fuerza en la sociedad griega de las Guerras del Peloponeso. Juan Carlos Rodríguez, doctor y profesor titular de la UPV, ofrece en su obra “La Historia de la Guerra del Peloponeso: La sinrazón de la Polis” un relato revelador con respecto a varios conceptos esgrimidos con especial vehemencia en la Atenas de aquellos tiempos:

“La gloria es el bien común por antonomasia, el valor supremo de la ciudad, el incentivo mayor de la guerra.”

Sin embargo, lo realmente interesante en lo referente a la obra de Heródoto y Tucídides reside en la comparación que puede realizarse entre la metodología empleada por ambos al respecto de hechos razonablemente similares.

En primer lugar, se ha de hacer hincapié en la manifiesta crítica que hace Tucídides al inicio de su obra con respecto a la veracidad de muchos de los testimonios de las Historiaes de Heródoto. Tucídides, hombre ducho en el arte de la mentira y la demagogia imperantes en la Atenas democrática, buscó innumerables fuentes para relatar un mismo suceso, cosa que sin embargo no realizó el de Halicarnaso. Sabedor de que los hombres a menudo desfiguran la realidad en su favor, reprochó de manera particularmente virulenta la excesiva credulidad que Heródoto otorgaba a sus narradores, llegando incluso a afirmar que, a diferencia de los lectores de obras anteriores, su obra iría especialmente dirigida a aquellos que realmente quisiesen saber la verdad, y no a aquellos a los que les gusta confundir el mito con la realidad. Sin duda alguna, toda una declaración de intenciones al respecto de la opinión de las Historiaes en Tucídides, y que se verá particularmente ejemplificada a través de la transcripción literal de más de 40 discursos diferentes, muchas veces contrarios entre sí, y entre los que destacará la sonada Oración Fúnebre de Pericles.

Sin embargo, el escepticismo que Tucídides expone con respecto a la veracidad de Heródoto, aún siendo más que razonable, hoy día es visto con una perspectiva notablemente diferente entre los expertos de la historiografía clásica. Alfonso Gómez-Lobo, filósofo chileno afincado en la Universidad de Georgetown, afirma en su obra “Las intenciones de Heródoto” que Tucídides no llegó a comprender realmente a Heródoto. Afirmando además que la lectura de ambos autores debe realizarse en clave radicalmente diferente:

Cuando Tucídides se encuentra con distintas versiones de un hecho lo que hace es analizarlas metódicamente hasta llegar a lo que él considera la versión verdadera […]. Heródoto es a la vez más primitivo y más libre. Con mucha frecuencia aparecen en sus páginas diversas e incompatibles versiones del mismo acontecimiento […]. Su tarea, en toda su obra […] es decir lo que se dice, sin garantizar la verdad. Lo que a Heródoto le interesa es, literalmente, averiguar qué se cuenta, qué palabra circula.

Por otro lado, Heródoto, en una manifiesta declaración de intenciones al respecto del carácter divino de su obra, no duda en dar nombre a sus libros a través de diferentes ninfas (personajes omnipresentes de la mitología griega), dejando meridianamente clara la importancia capital de la religión, la mitología y la poesía en los sucesos históricos derivados de la acción política. Sin embargo, Tucídides alude a que estas características deben ser necesariamente clasificadas como extrañas en todo lo referente a la investigación del hombre, afirmando a este respecto que son las motivaciones personales y económicas las que verdaderamente activan los mecanismos de actuación del sujeto político e histórico. No es de extrañar entonces que, a juicio de Tucídides, la lógica del poder, oportunamente instrumentada a través del ejercicio de la fuerza, y condimentada a su vez a través de la rueda de la fortuna, sea el principal fundamento de la historia y la política.

Con respecto a la explicación de muchos de los sucesos acontecidos en sus narraciones, la búsqueda racional y científica de Tucídides contrasta de manera particularmente directa con respecto a la constante recurrencia a lo divino esgrimida por Heródoto. Y existe un hecho particularmente revelador a este respecto. Heródoto, a quien puede atribuirse la primera narración documentada de un Tsunami, afirma con rotundidad que la única explicación plausible al respecto debía ser la ira de Poseidón (Dios de los mares). Tucídides, al contrario que Heródoto, y en referencia a otro gran tsunami que asoló las costas del Egeo, afirmó que, aún sin saberlo a ciencia cierta, era bastante probable que aquel tsunami fuese la consecuencia directa de un terremoto acontecido apenas unas horas antes.

Así las cosas, parece del todo claro que, hoy día, el racionalismo de neta intencionalidad científica esgrimido por Tucídides resulta mucho más aceptable en términos generales dentro de las corrientes historiográficas, además de mostrar de manera nítida la transición griega del mito al logos. Sin embargo, y pese a que en la historiografía actual la figura de Heródoto haya pasado a un discreto segundo plano en todo lo que a veracidad y objetividad se refiere, su obra, al ser la primera narración histórica jamás escrita, sigue siendo una visita obligada para todo aquel que pretenda adentrarse en los anales de la historia y la civilización occidental, fallas historiográficas incluidas. Además, las atribuciones divinas a las que constantemente hace alusión en su obra pueden también ser de enorme utilidad dentro del estudio histórico. Las fantasías mitológicas, recreadas con especial viveza en su obra, articulan una radiografía sin parangón en todo lo referente al sentir y el pensar de la Grecia del Mitos, otorgando así a su obra un interés particularmente extraordinario en todo lo referente a la historia cultural.

Tristemente, gran parte de la obra de Heródoto se perdió con el paso de los años, mientras que el propio Tucídides dejó su obra inconclusa al ser herido de muerte en una pequeña escaramuza. Sin embargo, pese a encontrarnos hoy con sus obras incompletas, el sustento intelectual de sus titánicas obras ha quedado prácticamente intacto hasta nuestros días. El perenne legado de estos dos hombres, probablemente sin que ellos mismos lo supiesen, dejaría el terreno abonado para una nueva generación de historiadores que intentaría otorgar un carácter coherente, riguroso y objetivo a esta disciplina. La Historia como ciencia había comenzado a dar sus primeros pasos, y ante esa evidencia, no puede existir hoy día objeción alguna.

 

Bibliografía, notas y fuentes:

Herodoto (Balasch, M. ed.,) (2006) Historiaes. Cátedra Lenguas universales.

Tucídides (Rodríguez Adrados, F. ed.,) (2013) Historia de la Guerra del Peloponeso. Crítica.

Rodríguez, J. C. La historia de las guerras del Peloponeso: la sinrazón de la polis.

Lecaros Álvarez, M. Herodoto, un historiador de la cultura.

Gómez-Lobo, A. Las intenciones de Herodoto.

Plácido, D. De Herodoto a Tucídides.