UN VIAJE ESPACIAL, EL SER HUMANO Y LA PREOCUPACIÓN POR EL MEDIO AMBIENTE.
Javier Zulategui Beñarán
Biólogo y estudiante de doctorado (Universidad de Navarra)

Fotografía: María Herreros Ferrer
INTRODUCCIÓN. MAPAS.
Entre sus múltiples definiciones, un mapa puede considerarse como el esfuerzo del ser humano por comprender un entorno que le rodea o al que pertenece. Pese a que pueden responder a diversos propósitos (Schulten, 2012, p. 199), en realidad siempre han tratado de mostrar uno o varios elementos de un espacio concreto. La representación del territorio a través de los mapas nos revela, a lo largo de la historia, el esfuerzo del ser humano por descubrir su lugar en el mundo. Una búsqueda que desde una perspectiva funcionalista le ha servido para descubrir la realidad física del territorio y, desde otra más trascendental, ha tratado de responder a cuestiones existenciales. Si bien es cierto, como refleja el doctor en geografía J. W. Crampton (2001), que la técnica y la representación de la realidad ha progresado enormemente, en verdad la necesidad de conocer, comprender y representar el entorno que nos rodea ha existido desde hace siglos. En este sentido los mapas nos revelan que el ser humano no ha cambiado tanto con el devenir de los siglos. “Como intermediarios entre una compresión interna de la realidad y un mundo físico externo, los mapas son herramientas fundamentales que han ayudado a la mente humana a dar sentido a su universo a diferentes escalas” (Harley, 1987, p. 1).
Desde alegóricas cartas que trataron de explicar el origen del mundo hasta planisferios estrictamente cartográficos para describir un territorio concreto, los mapas reflejan, además, la evolución del pensamiento humano y su comprensión de la realidad. Por todo ello, un mapa representa el afán de escapar de la escala humana para tratar de entender un territorio en una dimensión mayor (Edney, 2011). A través de darle un sentido a la ubicación, al lugar, el ser humano ha tratado de descubrir su propia existencia.
UN MAPA DEL MUNDO. EL PRIMER VIAJE A LA LUNA
Coincidiendo este pasado año 2019 con el 50 aniversario del primer aterrizaje del ser humano en la luna, y partiendo de estas consideraciones cartográficas, existe una imagen que, sin tratarse estrictamente de un mapa, igualmente sirvió para reflexionar sobre la propia existencia del ser humano. Esta imagen no es otra que la primera fotografía de la Tierra realizada directamente por un ser humano desde la Luna (Figura 1).

No era la primera vez que una fotografía del planeta azul era tomada desde el espacio, pero la repercusión mundial de este hito histórico convirtió a esta instantánea en única. La imagen mostraba la Tierra en su totalidad “flotando” en el oscuro e inmenso espacio; conceptualmente significó todo un símbolo de la comprensión holística de la Tierra. Inspirado en la fotografía, ese mismo año el arquitecto y diseñador R. Buckminster Fuller (1895-1983) describió al planeta azul como «nave espacial Tierra» en la obra Operating Manual for Spaceship Earth. Representó el pequeño y finito sistema ecológico que significaba la Tierra en comparación con un eterno cosmos. La escala humana que los mapas habían conseguido superar a lo largo de los siglos dio a través de esta fotografía un salto mucho mayor; una región, un territorio, un paisaje, quedaron insignificantes al diluirse totalmente en la escala del infinito universo. Como refleja P. Anker (2010, p. 96) “ la imagen de la Tierra como una cabina espacial gigante navegando por el espacio con astronautas humanos a bordo llegó a dominar los debates ecológicos a fines de los años sesenta y setenta”. Este acontecimiento histórico se produjo al final de una década donde el movimiento ambientalista experimentó un impulso social -sobre todo en Estados Unidos- casi sin precedentes, así que la fotografía podría considerarse, entonces, como el símbolo que condensó una nueva maduración de la conciencia ambiental (Smith, Smith, & Sanjosé Román, 2007, p. 2).
EL MEDIO AMBIENTE Y LOS MAPAS
A lo largo de la década de 1960 la preocupación por el estado de conservación del planeta adquirió una relevante repercusión. Algunas de las bases para una conciencia ambiental madura habían ya sido establecidas a través de botánicos, ecólogos o biólogos que a lo largo de la década de los 30, 40 y 50 fueron estudiando y analizando el entorno natural. Los británicos Frederic E. Clements (1874-1954) y Arthur G. Tansley (1871-1955) o el estadounidense Henry A. Gleason (1882-1975), por ejemplo, profundizaron en el estudio de los ecosistemas, los modelos de comunidades o la distribución de especies. A nivel científico y académico había sido ya identificada la degradación del entorno natural y las posibles problemáticas que podrían provocar. Prueba de ello es el escrito Morges Manifesto que en 1961 fue firmado por 16 de los principales líderes en conservación ambiental del mundo (como Julian Huxley, E. M. Nicholson o Peter Scott) en el que declaraban que “si bien existe la experiencia para proteger el medio ambiente mundial, el apoyo financiero para lograr esta protección es inexistente”. Principalmente por esta razón fue creado ese mismo año el World Wildlife Fund (WWF) como herramienta para financiar proyectos e investigaciones ambientales. Pero probablemente la transformación más significativa que se produjo durante esta década fue el cambio de la opinión pública, la consolidación de una sensibilidad ambiental en la sociedad. Gran número de investigaciones (Kabasenche, O’Rourke, & Slater, 2012; Leopold, Riechmann, & Lucio-Villegas Uría, 2017; Musil, 2014; Stein, 2012) sostienen que una de las principales causas que impulsó este despertar ambiental en la sociedad fue la obra Silent Spring (1962) publicada por la bióloga Rachel Carson (1907-1964). En dicha obra Carson puso de manifiesto los problemas ambientales causados por las actividades de la industria química y agroalimentaria en Estados Unidos a través de la utilización de pesticidas (Lytle, 2007). Además, otras voces que en décadas anteriores ya habían reivindicado la necesidad de reorientar la relación del ser humano con la naturaleza fueron finalmente tomadas en consideración durante esta década. Así fue el caso, por ejemplo, de Aldo Leopold (1887-1948) quien inspirado en su trabajo como ingeniero forestal había defendido el valor intrínseco de la naturaleza. A través de su visión, heredera del influyente preservacionista John Muir (1838-1914), concluyó con la formulación de una ética de la Tierra, que podría considerarse una síntesis practicable entre antropocentrismo y biocentrismo (Leopold et al., 2017, p. 34). Por poner un ejemplo, durante una conferencia que en 1938 pronunció en la facultad de ingeniería de la University of Wisconsin finalizaba observando:
“Concluimos con lo que, creo, podría llamarse la paradoja estándar del siglo XX: nuestras herramientas son mejores que nosotros, y crecen más rápidamente de lo que lo hacemos nosotros. Son capaces de desintegrar el átomo o de controlar las mareas. Pero no son suficientes para realizar la tarea más antigua de la historia del ser humano: vivir en un pedazo de tierra sin estropearlo.”(Leopold, Flader, & Callicott, 1991, p. 254).
Otras obras como The Popullation Bomb publicada en 1968 por el biólogo Paul. R. Ehrlich continuaron denunciando la presión, en su opinión desmesurada, que el ser humano ejercía sobre el sistema natural. Todo ello estimuló que en 1969, el mismo año en el que fue tomada la fotografía aquí presentada, el congreso americano aprobarala National Environmental Policy Act (NEPA), “estableciendo las bases para una política que fomentase la armonía entre la actividad productiva y el respeto al medio ambiente” (Luque Valdivia, Aseguinolaza Braga, & Mardones Fernández de Valderrama, 2018, p. 143). En el año 1972 este conjunto de circunstancias confluyó en la celebración de la Primera Cumbre de la Tierra en Estocolmo, donde la mayor parte de las naciones se reunieron para debatir sobre el estado del planeta y dar soluciones a un problema ambiental de carácter global. La actual conciencia ambiental por la que discurrimos encuentra su origen más directo en esta cumbre.
Esta preocupación ambiental se extendió también a otros ámbitos como la arquitectura o el urbanismo. Una obra que refleja esta influencia ambientalista es Design with Nature la cual fue publicada, también, en 1969. El escocés Ian L. McHarg (1920-2001), arquitecto paisajista, trató de presentar, a través de esta obra, una nueva perspectiva del diseño de la ciudad y del urbanismo. En ella dispuso el propio concepto de ciudad a una suma de múltiples elementos antrópicos y naturales que definían el alcance y significado real del entorno urbano. De esta forma en la definición de la ciudad fueron introducidos nuevos elementos que, normalmente, eran únicamente considerados en el ámbito ambiental (Steinitz, 2008). No era la primera vez que, a través de la naturaleza, la ciudad era descrita como una realidad de carácter orgánico. Ya en 1915 su compatriota y biólogo Patrick Geddes (1854-1932) había sugerido, en su obra Cities in Evolution, que los componentes naturales influenciaban de forma trascendente sobre el desarrollo de la ciudad. Pero la propuesta de McHarg, más de medio siglo después, logró renovar el análisis territorial de la ciudad. Entre muchas de las aportaciones, la obra sintetizó el análisis urbano a través de capas que clasificaba el territorio, revelando distinta información. Con el objetivo de identificar aquellos lugares propicios para la expansión urbana y cuales no, las capas eran superpuestas unas con otras (Figura 3). En general, la aportación de McHarg fue la adaptación paisajística del entrono construido al territorio, la adecuada selección de las áreas donde edificar y generar entornos urbanos apropiados para la sociedad (Douglas, 2019).
A finales de la década de 1960 la preocupación por el estado de conservación del planeta se tradujo, a nivel urbanístico, en obras como la de McHarg que trataban de dar respuesta a algunos de los nuevos retos ambientales. Pero para concluir, esta obra implicó, además, un significativo progreso en el ámbito de la cartografía y la creación de mapas (Foresman, 2010, pp. 973–975). La actual repercusión de los Sistemas de Información Geográfica (GIS, de sus siglas en inglés) tanto para la organización, análisis, representación y utilización de datos georefenciados como para la creación y el diseño de mapas encuentra en esta obra de 1969 parte de sus fundamentos conceptuales. Estos complejos sistemas de información que integran cantidades ingentes de datos dependientes de una ubicación representan el avance más flamante de la representación cartográfica. Los mapas que actualmente son utilizados tan popularmente a través de aplicaciones y herramientas como Google Maps son la mejor muestra de este avance tecnológico de la cartografía. Efectivamente los mapas simbolizan el esfuerzo del ser humano por comprender el entorno que le rodea pero no debe pasarse por alto que, al mismo tiempo, son los mapas los que nos revelan la forma en la que el ser humano se relaciona con su entorno.
Bibliografía, notas y fuentes:
Anker, P. (2010). From Bauhaus to ecohouse: a history of ecological design.
Crampton, J. W. (2001). Maps as social constructions: Power, communication and visualization. Progress in Human Geography, 25(2), 235–252. https://doi.org/10.1191/030913201678580494
Douglas, I. (2019). 50 years change in urban land use and ecological planning globally in the era of design with nature. Ecosystem Health and Sustainability, 00(00), 1–14. https://doi.org/10.1080/20964129.2019.1656111
Edney, M. H. (2011). Cartography Without ‘Progress’: Reinterpreting the Nature and Historical Development of Map Making. Classics in Cartography: Reflections on Influential Articles from Cartographica, (1991), 73–82. https://doi.org/10.1002/9780470669488.ch18
Foresman, T. W. (2010). History of GIS. Encyclopedia of Geography. Sage Publications.
Harley, J. B. (1987). Cartography in prehistoric, ancient, and medieval europe and the mediterranean. In The History of Cartography.
Kabasenche, W. P., O’Rourke, M., & Slater, M. H. (2012). 7. Thinking Ecologically: The Legacy of Rachel Carson. In The Environment : Philosophy, Science, and Ethics. Cambridge: The MIT Press.
Leopold, A., Flader, S., & Callicott, J. B. (1991). The River of the Mother of God : And Other Essays by Aldo Leopold. Madison, Wis: University of Wisconsin Press.
Leopold, A., Riechmann, J., & Lucio-Villegas Uría, I. (2017). Una ética de la tierra. (2a ed.). Los Libros de la Catarata.
Luque Valdivia, J., Aseguinolaza Braga, I., & Mardones Fernández de Valderrama, N. (2018). El abecé de la teoría urbana: selección de textos que configuran el urbanismo actual. Biblioteca nueva.
Lytle, M. H. (2007). The gentle subversive: Rachel Carson, Silent spring, and the rise of the environmental movement.
Musil, R. K. (2014). Rachel Carson and Her Sisters: Extraordinary Women Who Have Shaped America’s Environment. New Brunswick, New Jersey: Rutgers University Press.
Schulten, S. (2012). Mapping the Nation : History and Cartography in Nineteenth-Century America. Chicago: University of Chicago Press.
Smith, T. M., Smith, R. L., & Sanjosé Román, E. (2007). Ecología. (6a ed.). Pearson.
Stein, K. F. (2012). Rachel Carson: Challenging Authors.
Steinitz, C. (2008). Landscape planning: A brief history of influential ideas. Journal of Landscape Architecture, 3(1), 68–74. https://doi.org/10.1080/18626033.2008.9723397
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