Juan Alberto Vich Álvarez
Escritor, químico y filósofo
Fecha de publicación: 27/03/20
El lector exigente, que contrasta informaciones en diferentes medios con el ánimo de extraer conclusiones diurnas, se ve contrariado ante el bombardeo incansable venido de quién sabe qué fuente. Resulta dichoso al compararlo con un tiempo algo más gris, donde las noticias eran emitidas con cuentagotas por uno o dos únicos medios.
Con el triunfo de un sistema de consumo, la demanda se ofrece al por mayor. Y como a cada ollaza su coberteraza, al periodismo le surgió un nuevo modo de proceder. Si bien la fake new tuvo origen con la creación de la mentira, allá cuando dijeron no haber comido del fruto prohibido, la producción masiva de información hizo que se reprodujeran como la peste (o el coronavirus, que se diría hoy). Así, el becario que está obligado a publicar nuevas entradas o tuits cada dos minutos, no cuenta con la posibilidad física-temporal para contrastar aquello que ofrece a la masa como soma. Y de tanta oferta —con su irremediable pérdida de calidad— semejante nebulosa.
De tal modo, el periodismo adquiere competencias que no le corresponden. La información requiere de «un contenido que informar». Es decir, siempre ha de ser a posteriori, dar cuenta de tal o cual suceso. Cuando se incorpora la especulación entre los plumillas —el apriorismo—, el artículo deja de ser informativo para ser de opinión, abandonándose el objetivismo pretendido: los hechos se vuelven interpretaciones, y el periodismo —como se conocía— muere. Nace entonces el «nuevo periodismo», teñido de una literatura que no le es propia; y, siguiéndole de cerca, la posverdad. No se confunda: no es desinformación, es mala información. El grado informativo aumenta para la consciencia, siendo falso.
Considerando la brabuconería y el narcicismo característico, los lectores toman postura activa y escogen, empujados por los fanatismos, las publicaciones que mejor correspondan con sus intereses y defensas (no tanto por la veracidad de su contenido). La elección o rechazo de unos y otros deslegitima la autoridad. Pedro y el lobo —líbrese Sánchez y su sosiego—, de un lobo que no se sabe si es o no. Los ciudadanos no tienen a qué agarrarse, no saben en qué confiar…
«La vida seguía igual» Julio, hasta que la circunstancia dejó de ser habitual por la llegada de un virus que pone en solfa a la población mundial. En el presente, cuando nuestra sanidad depende de concienciación, responsabilidad, hábitos,… las verdades relativas son sopesadas, mirando con esperanza trucos y productos milagrosos, leyendo artículos tranquilizadores y otros fatalistas,… Aumentando el desconcierto y la histeria.
¿Cómo distinguir entre churras y merinas una vez mezclados los rebaños? Con paciencia y espíritu crítico, más aún en periodos de tensa incertidumbre como éste. Y juicio justo para los profesionales con principios —¡que los hay!—, si bien quienes sin principios no pueden ser considerados profesionales de nada.