El desafío de Beethoven y su Triple Concierto

Irene Ortega
Violonchelista, directora artística y promotora cultural

Pintura: Juan Gabriel Vich

Este año de 2020 –que tan extraño está siendo, por otra parte– el Concurso de Música Clásica para Jóvenes Intérpretes de la Región de Murcia “Entre cuerdas y metales” ha celebrado su vigésima tercera edición que, con motivo del 250 aniversario de su nacimiento, ha estado dedicada a Beethoven. Yo fui ganadora, en la modalidad de cuerdas, en la octava edición. Por esa razón me invitaron –junto al violinista Felipe Rodríguez y al pianista Gabriel Escudero, también galardonados en anteriores ediciones– a participar como solista en el concierto extraordinario que puso broche al evento, y en el que interpretamos el Triple concierto para violín, violonchelo y piano en Do Mayor op. 56. Para un violonchelista es una obra de referencia y suponía para mí un claro reto–era la primera vez que la encaraba para un concierto–, pero al tiempo contaba con el estímulo de hacerlo en un escenario emblemático para mí, el Auditorio El Batel de Cartagena y, además, arropada por los músicos de la orquesta que me han visto crecer como músico –incluida mi primera profesora de instrumento, Elena García, al frente de la sección de chelos– y por un público poblado de caras conocidas y muy cercanas.

El Triple concierto de Beethoven tiene una especial relevancia dentro de su repertorio, ya que es la única obra que escribió para más de un instrumento solista, constituyendo además esta combinación instrumental toda una novedad en su época. Desde el punto de vista compositivo, Beethoven pretende tratar de forma similar a los tres solistas, cobrando también la orquesta importancia por momentos, lo que dota a la obra de coherencia musical. Configurada en tres movimientos (Allegro, Largo y Rondó alla polaca), fue compuesta entre 1804 y 1805, coincidiendo con uno de los momentos más fértiles del compositor alemán. Está dedicada a su amigo y protector el príncipe Joseph Franz von Lokowitz, uno de los mecenas vieneses de la música más importantes de principios del siglo XIX.

Preparar una obra de envergadura como esta, como he dicho, ha supuesto todo un reto para mí. Además, Felipe, Gabriel y yo nunca antes habíamos tocado juntos y, por si esto fuera poco, los tres residimos en lugares diferentes y distantes, lo que implica una dificultad añadida para los ensayos. Y con la orquesta sólo se habían programado dos y, de seguido, el concierto. Por otra parte, aunque antes he dicho que Beethoven trata de buscar el equilibrio entre los solistas, la parte del violonchelo resulta, de las tres, la más elaborada y brillante. De hecho, a los violonchelistas nos da la impresión a veces de que, a la hora de escribir esta parte, el genio de Bonn tenía en mente un violín. Pero intuimos también por qué lo hizo: utilizar el registro agudo del chelo es la manera de compensar el ensemble, de forma que ninguno de los solistas “se coma al otro”. En fin, todo un desafío, como reza el título de este escrito.

Pero este es el trabajo de un músico, de un intérprete, nuestro pan de cada día: afrontar retos y desafíos y tratar de superarlos. Afortunadamente, hoy contamos con múltiples recursos que facilitan la preparación. Poder trabajar con grabaciones para hacerte una idea global de la obra, escuchar diferentes versiones, descubrir cómo los grandes intérpretes resuelven los pasajes más exigentes… Todo esto, junto al auxilio de la partitura general, supone una gran ayuda. De esa forma pude ir construyendo mi propia versión, sabiendo que la definitiva se establecería una vez nos uniéramos los tres solistas. En ese momento es cuando han de quedar fijados todos los detalles: arcadas, fraseos, direcciones, articulaciones, dinámicas…

A principios de febrero Felipe y yo pudimos compaginar nuestras agendas. Yo me escapé unos días a Madrid, y tuvimos así nuestra primera toma de contacto con la obra. Al ser ambos instrumentistas de cuerda frotada era primordial que mantuviéramos este primer encuentro antes de la incorporación de Gabriel, ya que cuestiones como afinación de pasajes a dúo, golpes de arco, salida de frases, rubatos, vibrato… necesitaban de nuestro previo acuerdo. Por suerte, desde el primer momento nos sentimos conectados –y eso, francamente, no es algo que suceda con asiduidad–, por lo que no nos resultó difícil adaptarnos el uno al otro y ensamblar ambas voces: todo un alivio.

Llegaron entonces los días previos al concierto. El lunes 2 de marzo nos reunimos por primera vez los tres solistas, apareciendo por fin Gabriel en escena; y una vez más, nos quedó muy buenas sensaciones del encuentro. La conexión entre los tres fue inmediata. Bien. En apenas tres días, desarrollamos un trabajo intensivo y fuimos capaces de dejar lista nuestra versión, que sonaría el 5 de marzo.

El día previo al concierto, el miércoles 4 de marzo, se produjo nuestro encuentro con la Orquesta Sinfónica de Cartagena. La recepción que nos dispensaron fue magnífica, y también nos resultó sumamente fácil trabajar con ellos. Y esto, en gran medida, gracias su director, Leonardo Martínez, excelente músico y mejor persona. Pero no quiero, ni debo olvidarme de María José Martínez –al frente de la organización del evento y pieza clave en el pilotaje del concurso–, quien con su labor encomiable y callada y siempre atenta al más mínimo detalle, nos ha infundido a todos gran tranquilidad. Y por supuesto que tampoco de Manuel Rives, decididamente comprometido con su labor como gerente de la orquesta.

Llegó por fin el día señalado: jueves 5 de marzo. Meses de preparación se verían ahora reflejados en apenas 40 minutos: el tiempo del que dispondríamos para dar lo mejor de nosotros mismos como músicos, para insuflar vida a una partitura de más de 215 años de existencia, y para regalar los oídos de las personas que esa noche nos acompañaron. Antes de poner el pie en el escenario, me dije a mí misma: “–Irene, ahora a disfrutar como si fuera el último día de tu vida. A disfrutar de Beethoven y de su Triple concierto. Y a hacer disfrutar al público.”

Para mí ha sido una de las experiencias más gratificantes y maravillosas vividas como intérprete en los últimos tiempos. Todas esas conexiones, a las que aludía antes, que había sentido durante los ensayos, se materializaron sobre el escenario, aunque allí, rodeados de público, puedo asegurar que la energía se multiplicó.

En definitiva, que en mi memoria ha quedado grabado un Triple de Beethoven inolvidable, que ojalá tenga ocasión de vivir de nuevo en otros escenarios.

Y para que todos, espero, podáis disfrutarla –aunque sin la magia del directo–, os dejo un enlace a la grabación:

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