José Palacios Ramírez
Profesor de la Universidad Católica de Murcia

Fotografía: Javier Mina
A menudo trato de explicar a mis alumnos dos cuestiones que considero elementales sobre la forma en que el “entrenamiento antropológico” predispone para abordar la reflexión de los problemas o realidades que nos rodean y caracterizan los modos de vida humanos.
En primer lugar, intento remarcar que necesitamos establecer comparaciones que nos permitan ponderar las particularidades percibidas y objetivar lo estructural. También que precisamos relativizar, ser conscientes de lo que preimponen los enmarques morales, ideológicos o de otro tipo, para por fin resaltar la importancia de contextualizar de manera amplia aquello que pretendemos analizar como vía para una comprensión integrada.
En segundo lugar, tras el esbozo de esta tríada del pensar antropológico, suelo añadir que una vez se adquieren estas tres disposiciones intelectuales, pasan a incorporarse a nuestra forma de ver el mundo y uno no puede desprenderse de ellas como si de una bata o unas gafas se tratara. Conllevando además una particular articulación de precauciones ético políticas en relación al saber científico-técnico, en parte por las implicaciones de autoridad aparejadas, en parte por entender que una ecología humana no puede basarse solo en conductas, hechos y medidas objetivadas, sino que conlleva además profundos aspectos ligados a la producción simbólica de sentido, que por otra parte suele tener un enorme impacto en la realidad “real”.
En esa línea, la intención de este texto es aprovechar dicho planteamiento para realizar una breve reflexión sobre la pandemia que nos azota desde comienzos de 2020, algunas de las condiciones que han hecho posible su devenir actual, y algunos aspectos de nuestras sociedades y modos de vida, que en cierto modo parecen haber aflorado o haberse hecho más patentes debido a esta situación.
- La pobreza en pensamiento humanístico: desde hace tiempo denostado, el contexto actual nos muestra a las claras la importancia de un marco histórico y filosófico denso en el que contextualizar nuestra reflexión sobre la pandemia. Mucho hemos escuchado y leído sobre los posibles paralelismos con la llamada “gripe española”, poco o nada sobre el papel clave que epidemias como la peste jugaron en la articulación de los marcos cuasi-estatales de intervención social, sobre la actualización postrenacentista de las tecnologías para la salud pública romanas, o sobre las implicaciones aún vigentes de la invención veneciana de la cuarentena, como experimento que marca una discontinuidad en el uso en nuestras sociedades de la segregación de las poblaciones enfermas, impuras, “peligrosas” como forma de proteger los espacios de la ciudad ligados al comercio y a las élites. Sin duda la cuestión de las residencias de ancianos, la estigmatización de los jóvenes o el confinamiento de las barriadas tradicionalmente obreras en Madrid podrían entenderse de otro modo así, inclusive la gestión europea del “verano” o la futura distribución de la vacuna. En definitiva, la idea de que unos puedan salir de esta dejando a otros atrás o continuar viviendo sin verse afectados.
- Representatividad pública de los conocimientos expertos: ha sido muy llamativa la ausencia prácticamente total de explicaciones en los medios de comunicación masiva sobre las concomitancias socio-culturales de la pandemia. Hemos escuchado a médicos, virólogos, epidemiólogos, y todo un espectro enorme de expertos del ámbito biomédico o como mucho del ámbito de la salud pública. Pero al mismo tiempo uno podía preguntarse ¿la extensión del virus y su percepción no está atravesada por lógicas ligadas a la edad, al género, a la clase social o la etnia, el barrio o el estilo de vida? ¿Cómo puede entenderse la muy diferente evolución de la pandemia en lugares cómo E.E.U.U, Europa occidental, países como China, Corea del sur? No se trata solo de su capacidad tecnológica o de sus recursos económicos, también hay un factor histórico y socio-cultural que explica la respuesta de los ciudadanos a las medidas, una estructura demográfica, un modelo de comunidad más o menos cohesionado y existencia de un estado más o menos fuerte (incluso el tono comunicativo empleado).
- Una percepción ecológica de la salud y las enfermedades: al igual que en la televisión continuamente se nos ofrecen productos que atenúen nuestros dolores crónicos (corporales o del alma) o nuestro nivel de colesterol, como balas mágicas que hacen tedioso preguntarnos por las causas profundas de dichos problemas, durante mucho tiempo ese mismo enfoque ha predominado en nuestras sociedades de un modo más general, y así puede verse también en lo que se refiere a esta pandemia. Los intentos de reflexión profunda del inicio del confinamiento rápidamente han dejado paso al seguimiento de la curva de contagios, del índice de ocupación hospitalaria y otras magnitudes estadísticas. Las causas profundas de esta pandemia y otras futuras con las que ya comienzan a alarmarnos, también las condiciones que han hecho posible su veloz extensión o tan duros sus efectos son ecológicas, están directamente vinculadas a nuestro modo de vida, al capitalismo global en su configuración neoliberal. Sin embargo, no parece que la “conversación” pública sobre el turismo, el consumo masivo (ahora a través de Amazon) y otras muchas cuestiones, vaya en la dirección más amplia de plantear con claridad la necesidad de frenar en seco y reinventar nuestra forma de habitar el planeta.
- La legitimidad/autoridad de la Ciencia: siendo innegable la muy compleja articulación de aspectos objetivos y subjetivos en el acontecimiento que significa esta pandemia, hay un aspecto que quizá no está siendo suficientemente discutido. El surgir de una especie de movimiento que se ha denominado como “negacionista”, ha generado enérgicas reacciones que defienden con razón la importancia de la evidencia científica y de la verdad objetivable de los hechos. Pero como siempre ese tipo de discurso (y eso sería aplicable a las instituciones políticas de nuestras sociedades), que critica moralmente la desafección de ciertos colectivos para con las instituciones centrales de la modernidad, pasa por alto toda una serie de escándalos y conductas reprobables sostenidas en el tiempo, que durante mucho tiempo han venido minando el prestigio social y la legitimidad de dichas instituciones. Un cambio de perspectiva sobre esto, requeriría quizá un debate adulto y autocrítico en términos sociales, que permitiese una nueva toma de actitud por todas las partes, más y mejor ciencia, más y mejor política, pero dentro de más y mejores marcos de pluralismo, rendición de cuentas y transparencia (no se trata solo de más financiación).
- La necesidad de prepararse para el futuro y el peligro de las ensoñaciones futurísticas: parece muy cierto que nuestras sociedades se aproximan velozmente a un umbral de transformación civilizatoria (puede que incluso algo más en términos cualitativos). La disrupción socio-tecnológica ligada a la Inteligencia artificial, la genética o la robótica genera un sinfín de posibles reflexiones, esperanzadoras y terribles, sobre las oportunidades que dichos cambios pueden significar en el contexto de los retos globales que enfrentamos. Sin embargo, resulta confuso observar el modo en que estas realidades están siendo presentadas a los ciudadanos. Parece que el ofrecer ensoñaciones bellísimas o terroríficas de ascensos o colapsos puede jugar una muy peligrosa función de control social que evitaría tener determinadas discusiones esenciales a medio y largo plazo. Al fin y al cabo, la pandemia está siendo abordada mediante estrategias del s. XX (o antes), distancia social, vacuna, sin que se sepa nada de la ciencia tecno-milagrosa que hasta hace poco anunciaba que pretendía alcanzar la inmortalidad, reparar el cuerpo o “curar” el envejecimiento. Y mientras discutimos sobre lo absurdo del temor a una florida pesadilla de control social a través del despliegue del 5G, el tren de la llamada transformación digital se nos escapa asignándonos de nuevo un rol productivo subsidiario que nos condena como país a un futuro cercano muy sombrío, y negándonos además el debate no solo sobre si subir al tren que debería ser ineludible, sino sobre todo en qué condiciones y con qué objetivos.
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