La vida pequeña

Con motivo de la publicación de González Sainz, J. Á. (2021) La vida pequeña. El arte de la fuga. Anagrama.

Jaime Aspiunza
Profesor en la UPV/EHU

Fecha de publicación: 05/06/21

«La vida pequeña tendría que ver también con la necesidad de volver a discernir lo que es bueno», nos dice su autor mediado ya el libro. «La experiencia del discernimiento es la experiencia de la libertad, la experiencia de la gratitud, la del valor. Pocas cosas como saber dar valor, como saber dar y experimentar el valor de lo que se recibe a diario, de lo que está ahí en cada instante por minúsculo que parezca o inadvertido que pudiera pasar, para poder saber lo que es bueno; pocas cosas como saber apreciar cada cosa y cada rato de nuestro día a día más en lo que es, en lo que trae y tiene en sí, con sus conveniencias e inconveniencias, con su realidad en esencia irrepetible, para saber vivir bien…»

A quienes nacimos en los años cincuenta (del pasado siglo) nos ha ofrecido el mundo un espectáculo irrepetible en su variedad y riqueza: se nos ha venido abajo. Cuando creíamos que liberarnos del pasado era comenzar a hacer bien las cosas, ¡ingenuos!, nos hemos encontrado que hacer bien las cosas era realmente cosa del pasado. Ahora de lo que se trata es de ajustarse a norma, a normas infinitas y omnipresentes, omnívoras más bien.

«Quizá la vida “enteramente moderna” implique en lo fundamental esas obligaciones sobre todo: la obligación de no tener tiempo, la obligación de no reflexionar sobre lo que hacemos, la obligación de no darnos cuenta…». «…la experiencia tiende a ser sustituida por la propaganda y la publicidad (por la comunicación, decimos), y la razón, hasta la entreverada con el corazón, por un siempre “atractivo e ilusionante” cascabeleo de sentimientos y sensaciones».

La cosa comenzó ya con el quejica de Rousseau –«el Big Bang de la moderna poética subjetivista de la libertad», dice Sloterdijk–, ese adolescente prototípico que ha acabado convirtiéndose en el santo, aun ignoto, de nuestra época, verdadero modelo a quien se rinde, como manda la iglesia posmoderna, culto de dulía: esclavitud. El subjetivismo reinante.

«El goce puro del existir … no es un sentimiento de pura interioridad.» — Frente al falaz e interesado subjetivismo de ese mundo, no ya de apariencias, sino de pantallas y presencia en redes sociales, presencia siempre refrescada, en el fondo, inexistente, a José Ángel González Sainz el lenguaje a veces le dicta, le inspira, le hace pensar; y una de las consejas más sabias –que viene ya del romanticismo alemán, ciertamente, de Hölderlin, a quien con frecuencia se invoca en este libro– es: «Que no sea yo quien sea siempre yo». ¡Ay de la identidad!

No es este un libro de crítica de la actualidad, al menos no de crítica psicológica, sociológica o política, tampoco es un libro de autoayuda: es una reflexión crítico-poética acerca de nuestra vida y de cómo esta podría recuperar una cierta belleza, es decir, la vivacidad borrada, arrancada y para colmo demonizada, una reflexión hecha al hilo del lenguaje, de un castellano que JÁGS habita como pocos –o como nadie–, una lengua siempre viva que va desentrañándose y así ofreciéndonos su trama y su tejido, un saber de la vida, no la heroica que sigue ocupando portadas y pantallas, sino la vida pequeña, que es la única que todos, hasta los héroes, vivimos.

Frente al espíritu del tiempo cabe «bajar los ojos como un niño» o bien «mirarle a la cara», y eso implica despertar, despertar y aprender: «fuentes del carácter y de la búsqueda de felicidad, la moralidad más verdadera: despertar el alma y aprender artes sutiles, tratar de aprender y despertar siempre, de ir aprendiendo y despertando cada día y ante cada ocasión al mirar cara a cara.»

«Las cosas pues se nos dan en el lenguaje y se nos dan a la contemplación… Contemplar y nombrar, morar en la mirada y morar en la voz, esa es la respiración de estas páginas, tratar de nombrar hasta donde se pueda y de contemplar hasta donde quepa y una cosa a partir de la otra y viceversa». Aprender a mirar, aprender a decir, aprender a vivir… ¡¿no son acaso lo mismo?!

Hay hoy un desprecio del lenguaje, una reivindicación de la imagen, mas en esencia no se contraponen. La imagen sin palabras no vale ya por mil. Es cierto que la palabra –Nietzsche lo apuntaba y hoy es vox pópuli– engaña, pero también acerca, nos hace ver: «Las palabras son mentira y a la vez caridad; mienten a las cosas, no son su verdad, pero a la par son también caridad, una doble caridad además: la caridad con que nos dan las cosas –o bien con que nos las damos a través de ellas los hombres– y la caridad asimismo de no darnos “la verdad que mata”, “la terrible munición”.»

Es este un libro singular, un libro único: el de quien a lomos de la lengua piensa, piensa –como solo puede ser– nuestra vida actual, y vislumbra en la tierra común –las cosas, los otros– las raicillas esquilmadas, aún vivaces, de la vida pequeña.