Violencias

Percepciones subjetivas/ Realidades objetivas

José Palacios Ramírez
Profesor en la Universidad Católica de Murcia

Imagen: Amaia García Hernández

No cabe duda de que la violencia representa un objeto de reflexión muy interesante a la vez que bastante elusivo. Al igual que otras dentro del repertorio esencial de conductas humanas que interconectan lo que podríamos considerar disposiciones biológicas, bien se trate de instintos o de formas de vehiculación de necesidades naturales, generalmente tengo la impresión de que son representadas, pensadas desde abordajes científicos y divulgativos de corte socio-biológico, que ya sea desde el ámbito cerebral, neuroquímico o evolutivo, tienden a resaltar su cara más sustantiva, unitaria, posiblemente con el objeto de tratar de ofrecer explicaciones sencillas. Sin embargo para mí (seguramente por deformación profesional) dicha sencillez no constituye una ventaja, o mejor dicho, es precisamente en la ausencia de sencillez donde me parece que podemos encontrar lo aspectos de mayor interés. Con bastante frecuencia debato sobre el tema con mis estudiantes de Psicología o Criminología, y generalmente la orientación (antropológica) de mis intervenciones va en una doble línea bastante elemental pero que considero importante.

1. Primero en el sentido de tratar de pluralizar la concepción de la violencia, ya que considero que en la medida que seamos capaces de captar de manera diferenciada diferentes prácticas y sentidos de la misma y comenzar a pensar en violencias, estaremos más cerca de una comprensión compleja, no determinista y más ética del asunto. Esto es, como conducta fuertemente marcada por su configuración sociohistórica, por los sistemas de prácticas, ideologías o creencias que la estimulan, dirigen, dotan de sentido y que la explican, legitiman o descalifican, parece que no tiene excesivo sentido renunciar a todos los matices que nos ofrecen los distintos ejemplos históricos y etnográficos de los que por desgracia disponemos. Así desde este ángulo por estos debates desfilan ejemplos como la violencia racista del colonialismo encarnada en el galardonado film Venus Noire (Abdellatif Kechiche), que narra la vida y posterior devenir del cuerpo ya embalsamado de la ya célebre mujer sudafricana Saartjie Baartman, que posteriormente sería reclamado por el gobierno de N. Mandela para su repatriación tras haber sido expuesto en un Museo. O los también conocidos documentales Una clase dividida y Nashville, la lucha por los derechos civiles, centrados en dos ángulos distintos del apartheid racial norteamericano para con la población afroamericana, incluso algún conocido trabajo etnográfico sobre cazadores de cabezas filipinos o sobre los temibles guerreros Yanomami.

Independientemente de si el foco del debate parte de estas cuestiones ligadas al racismo o de otras más sutiles ligadas a los abordajes alternativos que en sistemas educativos como el finlandés vienen generando para abordar la problemática del bullyng, mi intención es siempre la misma. A saber, no se trata tanto de abordar la reflexión sobre la violencia como un fenómeno atávico e indescifrable que nos amenaza desde lo más hondo de nuestro ser, sino más bien de entender que son los entornos y sistemas socio-institucionales en los que nos moldeamos y vivimos los que modulan, intensifican y direccionan legitimándola dicha violencia, a menudo deshumanizando o restando valor moral a aquellos que son objeto de la misma, atemorizando o insensibilizando a aquellos que asisten a ella como espectadores. Para mi esta sería una de las grandes “verdades” sobre el tema, que me parece tener presente desde hace ya muchos años, desde que en mis años de formación cayera en mis manos el sublime trabajo de Joseba Zulaika Violencia vasca. Y este sería además el hilo que verdaderamente nos permitiría tejer una interconexión con otras múltiples formas contemporáneas de violencia naturalizada que, sin llegar a llamar la atención como genocidios, que actualizan el hecho social de la violencia, ya sea con la trata de personas y la explotación sexual, lo que supone la gestión necropolítica de las fronteras y los flujos migratorios desde los países más pobres o la inconcebible invisibilidad de sujetos sociales como mujeres maltratadas, personas sin hogar y un largo etcétera.

2. Por otra parte, este planteamiento conecta con el segundo vector argumental que pretendía explicar, quizá algo más complejo, pero también a mi entender más axiomático en cuanto a lo que supone tratar de entender la cuestión de las violencias en las sociedades contemporáneas y poder plantear algunas preguntas abiertas para la reflexión. Como todo hecho social complejo, la violencia presenta determinados elementos o aspectos objetivos y/o objetivables, directamente perceptibles, constatables, incluso medibles. Me parece por ejemplo que cabe poca subjetividad en algo como pasar hambre, salvo que estemos comparando cosas tan distintas como alguien que no quiere comer en base a determinados cánones estéticos con alguien que sencillamente no tiene qué comer. Pero a su vez, como apuntaba antes, presenta también ciertos elementos o aspectos subjetivos, vinculados a cómo se percibe, construye, explica dicha violencia. En este sentido en los últimos años se ha avanzado mucho en el camino de comprender lo esencial que resulta visibilizar las lógicas simbólicas, psicológicas y emocionales de determinadas formas de violencia que estaban pasando poco más que desapercibidas ante nosotros. Para mi uno de los puntos clave de este cambio de paradigma sobre la violencia es la influencia de las ideas de resonancia sesentayochista de autores como Foucault, que han tenido contrapuntos recientes como el conocido trabajo del neuropsicólogo y ensayista de éxito Steve Pinker, en el lanzaba la provocativa idea de que basándose en “datos” podía demostrar que los niveles de violencia a nivel mundial habían descendido en la medida en los procesos de modernización habían reducido las bases sociales que amplificaban dicha disposición humana.

Considero que la provocativa afirmación de Pinker expresa muy bien el ethos contemporáneo en torno a la violencia, en la medida en que pone sobre la mesa esa dicotomía objetividad/subjetividad de la que hablaba y que parece perseguirnos en múltiples asuntos. ¿En que medida puede asumirse la premisa de que algo así puede demostrarse de manera objetiva?, ¿Qué indicadores reales podrían considerarse al respecto? ¿en que sentido contrario podría contraponerse no solo el mantenimiento e intensificación de las violencias “convencionales” en espacios quizá alejados de su ambiente de observación, sino también el surgimiento de violencias más sutiles e intangibles, en definitivas más normalizadas? Y no solo esto sino, una vez visualizada esta posibilidad, ¿de que manera es posible establecer unos principios más o menso consensuados desde los cuales jerarquizar, considerar prioritarios o más urgentes los abordajes de unas violencias sobre otras? En definitiva, si por más que queramos los deseos, percepciones y prejuicios individuales no son realmente gobernables más que a largo plazo mediante estrategias educativas y preventivas, ¿Por qué no centrar el foco en los aspectos socio-institucionales y de representación social que amplifican, estimulan y modulan dichos prejuicios?