Antropología y violencia en las sociedades primitivas
Iñaki Vázquez Larrea
Doctor en Antropología

Imagen: Amaia García Hernández
INTRODUCCIÓN: APUNTES SOBRE LA SOCIEDAD TRIBAL HAWAIANA
Las Hawai de los tiempos que precedieron la llegada de los europeos nos proporcionan el ejemplo de una sociedad que se desarrolló hasta alcanzar el umbral del reino, aunque sin llegar nunca a franquearlo realmente. Todas las islas del archipiélago hawaiano estuvieron deshabitadas hasta que los navegantes polinesios arribaron a ellas cruzando los mares en canoas durante el primer milenio de nuestra era. Estos primeros pobladores probablemente procedían de las islas Marquesas, situadas a unos 3.200 kilómetros al sureste. De ser así, es muy posible que estuvieran familiarizados con el sistema de organización social del Gran Hombre o la jefatura igualitaria. Mil años más tarde, cuando los observaron los primeros europeos que entraron en contacto con ellos, los hawaianos vivían en sociedades sumamente estratificadas que presentaban todas las características del Estado, la rebelión y la usurpación estaban tan a la orden del día como la guerra contra el enemigo exterior. La población de estos Estados o proto estados variaba entre 10.000 y 100.000 habitantes.
Cada uno de ellos estaba dividido en varios distritos y cada distrito se componía a su vez, de varias comunidades de aldeas. En la cumbre de la jerarquía política había un rey o aspirante al trono llamado ali´inui. Los jefes supremos, llamados ali,i, gobernaban distritos y sus agentes, jefes menores llamados konohiki, estaban a cargo de las comunidades locales. La mayor parte de la población, es decir, las gentes dedicadas a la pesca agricultura y artesanía, pertenecía al común.
Algo antes de que llegaran los primeros europeos, el sistema redistributivo hawaiano pasó el Rubicón que separa la donación desigual de regalos de la pura y simple tributación. El común se veía despojado de alimentos y productos artesanos, que pasaban a manos de los jefes de distrito y los ali’ inui. Los konohiki estaban encargados de velar porque cada aldea produjera lo suficiente para satisfacer al jefe del distrito, que, a su vez, tenía que satisfacer al ali’inui. Los ali’inui y los jefes de distrito usaban los alimentos y productos artesanales que circulaban por su red de redistribución para alimentar y mantener séquitos de sacerdotes y guerreros. Estos productos llegaban al común en cantidades escasísimas, salvo en tiempo de sequía y hambruna en que las aldeas más industriosas y leales podían esperar verse favorecidas con los víveres de reserva que distribuían los ali’inui y los jefes de distrito.
Como dijo David Malo, un antiguo jefe hawaiano, los almacenes de los ali’inui estaban pensados para tener contenta a la gente y asegurar su lealtad. Las pruebas arqueológicas muestran que, a medida que crecía la población los asentamientos se fueron extendiendo de una isla a otra. Durante casi un milenio las principales zonas pobladas se hallaban cerca del litoral, cuyos recursos marinos podían aportar un suplemento al ñame, la batata y el taro plantados en los terrenos más fértiles. Por último, en el siglo XV, los asentamientos empezaron a extenderse tierra adentro, hacia zonas más elevadas, donde predominaban los terrenos pobres y escaseaban las lluvias.
A medida que seguía aumentando la población se talaron o quemaron bosques del interior y extensas zonas se perdieron por la erosión o se convirtieron en pastos. Atrapados entre el mar, por un lado, y las laderas peladas, por otro, la población ya no tenía escapatoria de los jefes que querían ser reyes. Había llegado la circunscripción. La tradición oral y las leyendas cuentan el resto de la historia. A partir del año 1.600 varios distritos sostuvieron entre sí incesantes guerras como consecuencia de las cuales determinados jefes llegaron a controlar todas las islas durante cierto tiempo. Si bien estos ali’inui tenían un gran poder sobre el común, su relación con los jefes supremos, sacerdotes y guerreros era muy inestable, como ya se ha dicho con anterioridad.
Las facciones disidentes fomentaban rebeliones o tramaban guerras, destruyendo la frágil unidad política hasta que una nueva coalición de aspirantes a reyes instauraban una nueva configuración de alianzas igual de inestables. Ésta era más o menos la situación cuando el capitán James Cook entró en el puerto de Waimea en 1778 e inició la venta de armas a los jefes hawaianos. El ali’inui Kamehameha I obtuvo el monopolio de la compra de estas nuevas armas y las utilizó de inmediato contra sus rivales que blandían lanzas. Tras derrotarlos de una vez por todas, en 1810 se erigió en el primer rey de todo el archipiélago hawaiano.
Cabe preguntarse si los hawaianos hubieran llegado a crear una sociedad de nivel estatal si hubieran permanecido aislados. El antropólogo Marvin Harris lo pone en duda. Tenían agricultura, grandes excedentes agrícolas, redes distributivas complejas y muy jerarquizadas, tributación, cuotas de trabajo, densas poblaciones circunscritas y guerras externas. Pero les faltaba algo, un cultivo cuyo fruto pudiera almacenarse de un año a otro.
El ñame, la batata y el taro son alimentos ricos en calorías pero perecederos. Sólo se podían almacenar durante unos meses, de manera que no se podía contar con los almacenes de los jefes para alimentar a un gran número de seguidores en tiempos de escasez como consecuencia de sequías o por los estragos causados por las guerras interrumpidas. En términos de David Malo, la despensa estaba vacía con demasiada frecuencia como para que los jefes pudieran convertirse en reyes.
2.- JAMES COOK O EL DIOS MORIBUNDO DE FRAZER:
Para el pueblo de Hawaii, Cook había sido un mito antes de que fuese un hecho, puesto que el mito fue el marco según el cual se interpretó su aparición. Por consiguiente, Cook descendió en las islas procedente de Kahiki, reino invisible y celestial situado más allá del horizonte, origen legendario de grandes dioses, antiguos reyes y buenas cosas culturales. Kahiki, un espacio reproductor natural, era además el tiempo cultural original.
De modo que los hawaianos recibieron a Cook como la reaparición de su dios anual, Lono, conocido especialmente como el patrono de la fertilidad agrícola. Esto no impidió que lo mataran el 14 de febrero de 1779. Pero no bien estuvo muerto, los jefes gobernantes hawaianos le dieron el rango de “predecesor divino” (Sahlins, pag.81).
En enero de 1779, en el templo, se honró a Cook con los ritos de bienvenida habitualmente celebrados para Lono. Cuando el sacerdote koa´’a y el teniente King sostuvieron sus manos extendidas y se hicieron los sacrificios correspondientes, Cook en realidad se convirtió en la imagen de Lono, un duplicado del icono en forma de cruz (construido con tablas de madera) que es el aspecto del dios.
Era una ceremonia del Makahiki, el gran festival hawaiano del año nuevo. Sir James Frazer describió el Makahiki en La Rama Dorada como “El Dios moribundo”. Desde el principio, las diversas y delicadas relaciones entre los dos pueblos habían estado ordenadas por la notable interpretación de Cook como dios del Makahiki, a la que las autoridades hawaianas fueron capaces de materializar y a la cual el gran navegante podía someterse. Ahora esa realidad comenzaba a desintegrarse. Para el rey y los jefes llegó a ser hasta siniestra.
Efectivamente, el retorno no estacional de Cookrepresentaba un espejo invertido de la política del Makahiki. El desembarco de Cook durante el punto culminante del poderío real, ponía sobre el tapete la cuestión de la soberanía política sobre las islas. No es casual, que los predecesores de Lono ejercieran, a su vez, el poder regio sobre la isla de Hawaii. En pocas palabras, la reacción del partido real en 1779 confirma la dimensión política del Makahiki; la transferencia del poder al Rey que asume el rol de un guerrero humanizado (Ku) capturando los poderes reproductores del Dios Lono.
De hecho, parte de la tripulación británica se hizo eco del miedo hawaiano de que Cook había vuelto para hacerse con el país. El teniente de navío Gilbert, lo expresó de forma literal:
“Estaba vez los nativos no nos recibieron con la abierta amistad de otras veces. Nuestro inesperado regreso les hizo temer que nos íbamos a asentar en la isla, incluso que nos íbamos a hacer con la totalidad del país” (Sahlins, pag. 102).
De la misma manera, el teniente King registra en su diario la conmovedora creencia empírica de que una vez que se explicaran a los jefes tribales los motivos del regreso, su evidente desaprobación se disiparía. Pero el problema no era empírico o práctico sino cosmológico. Y en este sentido el estado del trinquete del Resolution simplemente no era inteligible. Era siniestro porque el ingreso fuera de temporada presentaba una imagen especular de la política del Makahiki. El desembarco del dios en el momento del triunfo del rey replantearía toda la cuestión de la soberanía. De ahí la inquietante idea que se formaron los hawaianos del motivo que había hecho regresar a los británicos: la colonización del país. Como en buena teoría frazeriana de la monarquía de origen divino, la crisis ritual era una amenaza política.
Cook, que ya había demostrado en Tonga y en las islas Sociedad que no toleraría que los indios pensasen que le llevaban ventaja, decidió después de las escaramuzas bélicas del 13 de febrero que volvería a verse obligado a emplear la fuerza. De modo que cuando bajó a tierra al día siguiente para tomar al rey Kalaniopu’u de rehén, se aseguró de desembarcar en compañía de marinos armados.
Para los hawaianos Cook había sido una forma de dios que hace que la tierra produzca frutos para el género humano: un dios seminal, patrono de las artes pacíficas y agrícolas. No obstante, del lado europeo, como “agente mundial de Adam Smith” era asimismo el espíritu encarnado de la pacífica “penetración” del mercado: de una expansión comercial que prometía llevar la civilización a los ignorantes y riquezas a toda la tierra. Cook iba a trazar el derrotero: determinar las rutas, los recursos y los mercados. Precursor, en consecuencia, de la Pax Brittanica, Cook era también un Lono burgués.
La convergencia de las creencias espirituales también estuvo presente en la muerte de Cook: en los motivos por los que murió y en la forma que murió. Las propias disposiciones sobre el tratamiento de los nativos-su preocupación por asegurarse su amistad, mantener el uso de la fuerza al mínimo, comerciar con honestidad (si bien ventajosamente), impedir la propagación de las enfermedades venéreas y de las armas de fuego, eran compatibles, en definitiva, a menudo conscientemente, con la expansión mundial del comercio que sus viajes estaban destinados a hacer posible.
Cook hizo de la nueva era de la expansión capitalista un aspecto de su propio carácter personal . El no era Cortés, como tampoco Lono era conquistador Ku. Bernard Smith dice que “ Cook debe haber sido el primer europeo que practicó con éxito en una escala mundial el empleo de la tolerancia aplicada a la dominación”(Sahlins, pag. 127). De modo que si bien los hawaianos estaban dispuestos a recibirlo como a su propio dios, él estaba dispuesto a aceptar los honores.
De cualquier manera que lo haya entendido ritualmente, lo apreciaba en la práctica. Pero, como escribió el poeta Cowper cuando supo cómo había muerto Cook: “Dios es un dios celoso” (Sahlins, pag. 127).
Bibliografía, notas y fuentes:
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