Vanas tentativas frente a la persecución

Felipe Juaristi
Escritor

Fecha de publicación: 14/12/21

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Cuando alguien es perseguido, acosado, insultado, vilipendiado, señalado, públicamente las más de las veces, o en privado, las menos; cuando a alguien, cuyo oficio consiste en aparecer frente a un público determinado y ofrecer a ese público canciones, poemas, elementos de diversión, ese público le da la espalda, lo ignora, lo abandona, lo deja solo, pocas alternativas quedan.

Una, hacer frente a la situación, plantando cara, con todo lo que ello conlleva.

Dos, huir y dejar un espacio entre la amenaza y la propia persona.

Tres, convertirse al bando de los perseguidores.

“Hacer frente a la situación” se dice fácil, cuando los perseguidores son más y están mejor organizados, cuando cualquier resistencia, incluso la mínima, sea firmar un manifiesto, salir a la calle en una convocatoria pacifista o llevar un lazo azul se convierte en heroica, por la presión del entorno.

Y entorno, en aquella época, era casi todo: familia, conocidos, compañeros de trabajo, vecinos…

“Convertirse al bando de los perseguidores”. Se nos apremió,desde las más diversas instancias, no ya a rendirnos, sino a pasarnos al bando contrario. Hubo quien lo hizo, algunos de una manera clara, que no diera lugar a dudas; otros, de una manera más sibilina: “sí pero no”, “no pero sí”.

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No hay demasiadas maneras de huir, se huye hacia adentro, o se huye hacia afuera. No hay más.

Voy a intentar explicar brevemente el tipo de huida que ejerció Imanol y las consecuencias trágicas que resultaron de esa decisión.

Cuando apareció una pintada en el barrio donostiarra de Intxaurrondo con el lema “Imanol, traidor”, el cantante no tardó en movilizarsey denunciarlo. Convocó un gran concierto en el velódromo de Anoeta, al que acudieron muchos cantantes, la mayoría de otras partes de España, y algunos bertsolaris. Hubo un manifiesto titulado “Contra el miedo”, escrito deprisa y corriendo, y una recogida de firmas, también realizada de forma presurosa, por lo que se cometió algún error que otro, como que apareciera la firma de alguien que en realidad no firmó, pero sí mostró oralmente intención de firmar.

La presión fue brutal, antes y después del concierto. Cambió la vida de Imanol y de muchos de los participantes, que se convirtieron en perseguidos, aunque algunos fueran “perseguidos habituales”.

Estoy hablando del año 1989.

A Imanol dejaron de llamarlo para cantar. Hubo un boicot clamoroso hacia su persona. Muchos cantantes vascos se negaron a compartir cartel con él.

¿Qué hacer?

Un poeta compone versos; un escritor novelas, cuentos, temas de ficción, incluso ensayo; un músico, música. La reclusión no les molesta, puede resultarles provechosa. Conocemos historias que lo corroboran. Eso que se llama “exilio interior” es una estratagema de los escritores y de algunos músicos, para mirar, escudriñar, indagar en su mundo interior, con vistas a la creación.

El exilio interior significa recogerse, replegarse, cultivar la vida privada.

Pero en los países totalitarios, o en situaciones totalitarias, no existe diferencia entre vida privada y pública; ha sido suprimida.

La vida privada se convierte en sospechosa. Siempre hay alguien que inquiere, pregunta, pide cuentas.

“¿Por qué no firmas este manifiesto a favor de los presos?”.

Pero para un ser humano que vive de ofrecer canciones al público, que necesita sentir la cercanía de la gente que va a escucharlo, que vive, moral y físicamente, del aplauso, de la buena consideración, de la estima y del amor de sus seguidores, el exilio interior se torna tarea imposible.

Entre 1989 y el año 2000, Imanol se dedicó a ofrecer pequeños conciertos, aunando poesía y música. Grabó en 1994 el que es para mí su mejor disco, BarneKanta, la traducción del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz, realizada por Orixe. Subsistió, sobrevivió, con ayuda de los pocos amigos que le fueron quedando, porque algunos desistieron de la amistad.

Le decían, le incriminaban: “¿Pero, por qué te has vuelto contra tu público?”.

¿Cómo vivir sin público? ¿Qué es el público?

El mundo en el que había vivido, disfrutado y triunfado, iba desvaneciéndose, despareciendo a golpes de violencia e intolerancia. Él, Imanol, se volvía invisible, día a día, en medio de un silencio atroz.

Quienes antes le miraban de frente y le saludaban, dejaron de mirarle, cerraron ojos y oídos.

En el año 2000 decidió dejar su ciudad, San Sebastián, y partir.

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El escudo de Arquíloco de Juan Aranzadi, o la reivindicación de la huida.

En resumen, ¿qué puede hacer un demócrata frente a ETA?

Escribe Rogelio Alonso en 2001: “La obra está escrita desde una postura ética que condena sin paliativos la muerte y cualquiera de sus legitimaciones (Patria, Fe, Democracia…), defendiendo que la huida es la única respuesta prudente cuando se siente la vida amenazada. Se parte de la condena de cualquier valoración positiva del martirio y de toda visión mesiánica, algo que tiene mucho que ver con la propia experiencia personal del autor…”.

Hubo quienes rebatieron la tesis de Aranzadi:

Patxo Unzueta responde a la pregunta:

En primer lugar, no proporcionarle cobertura ni coartada política e ideológica (por no decir material y logística) a ETA, pues a) «será más fácil que desista si se le hace ver que cualquiera que sea el signo del Gobierno no habrá negociación política, que si existe ambigüedad al respecto», y b) “habría que actuar sobre los dos factores que más favorecen la persistencia de un activismo juvenil violento: la legitimación ideológica exterior, facilitada sobre todo por el nacionalismo, y la sensación de impunidad”.

Jon Juaristi, Aurelio Arteta, Edurne Uriarte, entre otros y otras, se ocuparon de rebatir y refutar la tesis de Aranzadi.

Nunca antes se había hablado tanto del exilio como en esa época. Quizás sean miles las personas que se han marchado del país estos últimos treinta años por motivos de seguridad. Se iban casi clandestinamente y en muchos casos camuflando y disimulando los motivos de su marcha. Pero todos lo sabíamos.

Al principio, no estaba bien visto irse del país, en parte porque se consideraba una derrota política; en parte, porque se consideraba cobardía.

Luego se discutía sobre si era legítimo quedarse.

Cada cual sopesó los pros y los contras a la hora de tomar una decisión. Pero siempre fue una decisión personal. Tan respetable es y era marcharse como quedarse. Culpabilizarlos a unos por irse, como hacerlo por quedarse, era endosar un sufrimiento añadido, achacar injustamente una responsabilidad que no tenían.

Nadie duda del valor moral de quienes se fueron: su marcha fue provocada por su compromiso con la lucha por la libertad, por la necesidad de buscar esa libertad, donde no se les fuera negada. Pero tampoco nadie puede poner en duda el valor moral de quienes se quedaron.

Quien se quedó no fue forzosamente aquel que tenía garantizada su seguridad. Hay mucha gente que la veía en peligro. Pero no todo el que quiso irse se fue, ni el que pudo irse lo hizo. Las circunstancias personales influyeron: el peso de la familia, la imposibilidad de tener medios de subsistencia fuera del país, qué sé yo…

Miedo es la palabra que pocos pronunciábamos, pero que todos sentíamos.

Todos los hombres viven, pues, con algún tipo de miedo metido en el cuerpo por lo que pueda pasar, y así, mientras tanto, van subsistiendo. Pero viven en excepcional estado de peligro los que perciben el riesgo como algo real, porque está en manos de “la enemistad y la ira de quienes tienen la capacidad de hacer algún “daño”, como decía Aristóteles. Y no hablo de un daño abstracto o inverosímil, sino concreto y fundado, que cuando afecta a uno mismo produce angustia y “cuando les suceden o están a punto de sucederles a otros, inspiran compasión”. Aristóteles, de nuevo.

Del miedose tiene sospecha, pero el peligro está al acecho.

El miedo se convirtió en peligro, y el peligro en hastío de vivir con miedo, sobre todo, cuando la amenaza se iba extendiéndo a sectorescada vez más amplios. La amenaza era real, por ser palpable y eficaz.

Hemos visto los frutos amargos: amigos asesinados, amigos que salvaron la vida de milagro, amigos en el exilio, amigos desprovistos de libertad para salir a dar un paseo, amigos que dejaron de serlo.

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Imanol se despidió de sus amigos y de su familia. Fueron largas y emotivas ceremonias, acompañadas de canciones.

Hubo dos etapas en ese exilio. Y utilizo la palabra exilio en su sentido moral: cuando alguien está en el lugar que no quiere estar.

La primera hasta que se agudizó su enfermedad; y la segunda, desde esa enfermedad hasta su muerte, en 2004, en el hospital de Orihuela.

Una persona mayor tiene más problemas que un joven para soportar la desaparición y el hundimiento de todo lo que ha vivido. Imanol no era joven, cuando marchó a Torrevieja. Era un hombre alegre al irse.

Tuvo que luchar contra el olvido, que, para un cantante, significa que sus canciones dejen de escucharse. Y dejan de escucharse cuando el autor no está presente en los medios de comunicación, en el ambiente.

En el exilio la cotización del artista baja.

Tuvo que luchar contra la amargura que le producía encontrarse en la situación en la que se encontraba, lejos de su país, del lugar al que pertenecía por nacimiento (era del Antiguo), por idioma (cantante euskaldún), por educación.

Fue dura esa lucha.

Hay una especie de unión sagrada, y no sólo a nivel simbólico, hay una especie de pacto entre la cultura euskaldún y el nacionalismo vasco, que se ven hermanados. Quien ha roto el pacto ha sido tratado como réprobo, como hereje, como traidor, y ha pagado por ello, en cantidades ingentes de soledad.

Escribió Luis Daniel Izpizua en El País al respecto un texto con el que estoy de acuerdo:

“La forja de la soledad es el gran triunfo que debo a las adversas circunstancias que me han tocado vivir. Sé que es un triunfo que comparto con muchos, que es ese el crisol de nuestra ciudadanía democrática, y que es ahí, y sólo ahí, donde fundo mi esperanza para el futuro de una sociedad que, al fin y al cabo, no ha dejado de ser la mía. Otro triunfo”.

Muchos han sucumbido a la amargura y al resentimiento, se abandonaron a sí mismos, y el vacío dejado lo ocuparon el odio y el pesimismo, la sensación de que no había vuelta atrás, de que no había nada que hacer, que se perdió la partida.

Imanol no sucumbió a la amargura, pero la distancia construyó en su interior un laberinto de soledumbre, por el que transitaba su tristeza, hasta convertirse en enfermedad.

Para acabar quiero traer aquí el ejemplo de Spinoza, filósofo.

Baruch Spinoza pulía lentes en una modesta casa de un callejón de La Haya. Un día los vecinos vieron a un hombre que descendía de un carruaje negro, con las cortinas echadas y guardas embozados, intuyeron que alguien importante entraba en la casa. Luego supieron que el visitante era Jan de Witt, jefe de la república holandesa e impulsor del régimen democrático (de entonces), que acostumbraba a discutir con Spinoza sobre los asuntos políticos. A Jan de Witt lo asesinaron sus enemigos. Al conocer el hecho, el filósofo y pulidor de lentes, que tenía fama de hombre que no buscaba la notoriedad, sino que anhelaba la vida a la sombra, a resguardo de las miradas e indiferente a la opinión que los demás pudieran tener sobre él, se lanzó a la calle y quiso fijar sobre los muros, en el lugar del crimen, un libelo que redactó aprisa y tituló: Ultimi Barbarorum. Sus amigos se lo impidieron y cabe pensar que le salvaron la vida. Lo que prueba que hay momentos en los que hasta el más templado de los filósofos pierde la razón y se deja llevar por el sentimiento tan humano de pedir cuentas por las afrentas hechas a él, a sus amigos o parientes: a la humanidad.

La filosofía de Spinoza es la obra de un hombre doblemente exiliado. Fuera de su comunidad, y amigo del silencio y de la soledad.