La Revolución Francesa (II)

Álvaro Ibáñez Fagoaga
Historiador

Imagen: Amaia García Hernández

¡Marchemos, Marchemos!
¡Que la sangre impura riegue nuestros campos!
La Marsellesa.

Introducción

1791 parecía ser el año triunfal de la Revolución: Las buenas cosechas, el traslado de la familia real a París, y la significativa velocidad con la que avanzaba el proyecto constitucional en la Asamblea auguraban un futuro de paz y consenso para un burguesía cada vez más reticente a tener que apoyar su revolución en los convulsos terremotos revolucionarios que representaban las insurrecciones populares.

La Monarquía Constitucional, junto con una Asamblea electa a través de un sufragio electoral reservado 10% más acaudalado de la población además auguraba un modelo de estado monopolizado por la grandes comerciantes, caciques y notables, únicos segmentos sobre los que debía apoyarse el estado según la opinión de gran parte del Tercer Estado.

¿Cómo se explica entonces la caída de la monarquía? ¿Cómo pudieron constituirse la República y el sufragio universal? ¿No eran acaso estas dos variables rechazadas de pleno por la mayoría de la Asamblea? Si realmente lo fueron, ¿qué fue lo que motivó su entrada en la Asamblea?

Los límites de la Revolución burguesa.

¿De qué sirve la libertad política para los que no tienen pan?
Marat.

En primer lugar, se hace necesario poner en tela de juicio varios de los logros revolucionarios conseguidos hasta 1791.

Durante el Gran Medio, el Tercer Estado calificó a una parte considerable de las cadenas del Antiguo Régimen como derechos legítimos de propiedad El Duque de Aiguillón, responsable de abordar la cuestión de los derechos y privilegios feudales, dejó también clara su opinión, añadiendo, en consonancia con el parecer de todos los miembros del Tercer Estado, que “la propiedad era sagrada”.

Y como cualquier otra propiedad, las cadenas del Antiguo Régimen tenían un precio.

Estas fueron las premisas sobre las cuales se sustentó el acuerdo conseguido en la Asamblea.

La abolición de los derechos y privilegios feudales, al ser considerados como legítima propiedad, estuvieron sujetos a una suculenta compensación económica.

Los campesinos, que en un primer momento respiraron aliviados ante el aparente fin del feudalismo, debían ahora pagar entre 20 y 25 veces lo percibido anualmente por la aristocracia en concepto de indemnización. El pago de estas enormes cuantías, totalmente inasumibles para la inmensa mayoría del campesinado, fueron abiertamente rechazadas. La aristocracia, al no percibir sus indemnizaciones, exigió de nuevo sus impuestos señoriales, lo cual seguirá provocando rebeliones campesinas en el campo de manera periódica.

Por otra parte, Declaración de Derechos, heredera de la Ilustración, quedaría gravemente cercenada bajo el nuevo corpus legislativo moldeado por la Asamblea, que respondía más a los intereses político-económicos de la burguesía que al proyecto político de la Ilustración.

Uno de los puntos más polémicos será la ley Le Chapelier (1791), Bajo esta ley, la libertad de producción del propietario quedará salvaguardada, mientras que los derechos de asociación, reunión, coalición y huelga del trabajador quedarán suprimidos, quebrándose así la supuesta igualdad de derechos (art.1) proclamada en la Declaración.

La libertad de cultivo, producción y distribución, sancionados mediante el Código Rural de 1791 y la propia constitución, entraron también en abierta contradicción con unas masas campesinas que, apegadas aún a los viejos marcos de producción, veían el control de la distribución y los precios como una garantía para gozar de un mínimo de calidad de vida.

La libertad y la igualdad ante ley (art.1) y la obligatoriedad de proteger los derechos naturales (art.2) fueron sin duda los ejes centrales de la Declaración. Sin embargo, esto exigía la inmediata abolición de la esclavitud. lo cual habría supuesto un enorme perjuicio para los propietarios de las grandes plantaciones coloniales, que mediante una eficaz política de influencias logró poner fin de las pretensiones abolicionistas.

El derecho de la ciudadanía a participar de la política (art. 5), otro de los puntos más trascendentales de la Declaración, quedó también suprimido mediante la división de la población entre ciudadanos activos y pasivos.La clasificación, basada en la riqueza del individuo, excluyó de manera manifiesta a las clases populares del sistema, pudiendo ser ejercido el derecho a voto tan sólo por la burguesía y la aristocracia. El sistema de sufragio censitario, dentro del cual tan sólo el 10% de la población formaba parte de la ciudadanía activa, exigía además unos requisitos extraordinariamente altos para poder presentarse a la Asamblea, siendo el porcentaje de población apto de apenas el 1%.

Las masas urbanas y campesinas quedaron pues excluidas del sistema político, siendo además sus reivindicaciones económicas manifiestamente ninguneadas. El campesinado, al no poder pagar las indemnizaciones, siguió sometido a los designios de sus antiguos señores, mientras que obreros y esclavos siguieron sufriendo la misma explotación inherente a la ausencia total de derechos labores.

La enorme discrepancia entre las aspiraciones creadas en las masas populares y el proyecto constitucional y legislativo finalmente aprobado necesitaba tan sólo de una chispa para hacer estallar por los aires todo el programa político vertebrado por la Asamblea Nacional.

Del Complot Aristocrático a la Guerra contra Austria: (1791-1792)

El 20 de junio de 1791, Luis XVI y toda la familia real se fuga de París dejando una nota revocando todas las medidas firmadas en la Asamblea (incluida la aprobación de la Declaración de Derechos). Su intención, unirse al Ejército de los Emigrés, ubicado en los Países Bajos austríacos (El emperador de Austria era hermano de la reina María Antonieta) para, desde allí, unirse al Conde de Artois y al Príncipe de Condé para encabezar una expedición militar que depusiese por fin a la Asamblea.

Sin embargo, el rey fue reconocido y capturado en Varennes, a escasos 100km de la frontera belga, siendo enviado de inmediato a rendir cuentas ante la Asamblea.

Tras su intento de fuga y su posterior retorno a París, su hermano, el Duque de Provenza, se unirá a los emigrés atrayendo consigo a dos terceras partes del cuerpo de oficiales del ejército.

El complot aristocrático se materializaba por fin sin ningún tipo de apelación posible.

El intento fallido de fuga galvanizó el sentimiento antimonárquico dentro y fuera de la Asamblea, destruyendo las aspiraciones contemporizadoras de muchos diputados. En las calles, pronto los manifestantes comenzarán a reclamar no sólo su abdicación, sino también la proclamación de una nueva República. En palabras de Soboul,”la huida había rasgado el velo”.

A su llegada a la Asamblea, Luis XVI será revocado provisionalmente de todas sus funciones ejecutivas, quedando su futuro en manos de la Asamblea. El debate al respecto del futuro del rey Luis tendrá además traerá consigo una irremediable fractura ideológica entre los diputados proclives a conceder el indulto al rey y proseguir con con la monarquía constitucional (les feuillants), y una pequeña minoría favorable a proclamar la República tras condenar a Luis por alta traición (jacobinos y cordeliers).

De los 745 miembros de la Asamblea Nacional Legislativa, el centro, formado por 345 diputados, apoyaba en mayor o menor medida a la monarquía constitucional. 136 conformaban el grupo republicano, donde destacaban los miembros de la Societé des Jacobins (Robespierre y Brissot)y del Club de les Cordeliers (Dantón). Finalmente, el grupo mayoritario, compuesto por 264 diputados, se integraba por miembros del Club des Feuillants (Barnave y Lafayette), grupo que se oponían a cualquier juicio contra del rey, siendo los mayores defensores de proseguir con la monarquía limitada francesa.

Así las cosas, la enorme influencia de Lafayette y Barnave consiguió articular la maniobra política perfecta para los intereses de les feuillants: el rey sería indultado y restituido como jefe del poder ejecutivo a cambio de sancionar expresamente la Constitución.

Esta operación política suscitó un enorme revuelo en la opinión pública de las clases populares de París, que por aquel entonces eran ya una firmes defensoras, sino de la condena por alta traición, al menos de su sometimiento a juicio.

En este contexto de efervescencia política, los Cordeliers se negaron a aceptar el indulto real, convocando una multitudinaria manifestación en el Campo de Marte. La muchedumbre, dirigida por Danton y Desmoulins, demandará la proclamación de la República y la condena al traidor, congregándose más de 50.000 manifestantes en la enorme explanada.

A media tarde una consulta popular llegaría a estar firmado por 6.000 republicanos, sin embargo, el referéndum sufriría un abrupto final. Bailly, alcalde de París y reconocido monárquico constitucional, decretaría esa misma tarde la ley marcial. Lafayette, a la cabeza de la Guardia Nacional, sería enviado al Campo de Marte para dispersar a las multitudes, que ante su llegada hizo caso mismo a los disparos al aire lanzados como advertencia.

Tras este impass, Lafayette, sable en ristre y a caballo, ordenará abrir fuego contra las multitudes, desatándose la masacre en el Campo de Marte.

Les Révolutions de Paris, diario francés publicado durante la Revolución, publicará el siguiente extracto:

La sangre acaba de correr en el campo de la federación, manchando el altar de la patria. Hombres y mujeres han sido degollados, y los ciudadanos están perdidos ¿Qué será de la libertad?

50 manifestantes desarmados morirán durante la Masacre, comenzando en los días siguientes una concienzuda represión contra el republicanismo. 200 manifestantes más serán arrestados y encarcelados, mientras que las organizaciones y diarios republicanos, por miedo a una posible represión, cesarán sus actividades. Dantón y Marat, temerosos también de la represión orquestada por el Marqués de Lafayette, se refugiarán en sus escondites a la espera de acontecimientos.

Lafayette y Bailly serán evaluados por la Asamblea, siendo declarados inocentes de cualquier delito. Esta respuesta a la represión popular radicalizó de manera considerable a las gentes humildes de París, que a partir de este momento considerarán a Lafayette, Bailly y una parte considerable de la Asamblea como enemigos del pueblo igual de peligrosos que la propia monarquía.

Por otra parte, las potencias absolutistas centroeuropeas, alarmadas ante la destitución del monarca y las multitudinarias manifestaciones pro republicanas que proliferaban por toda Francia, decidieron reunirse en conferencia. En ella, Austria y Prusia publicarán conjuntamente la más tarde conocida como Declaración de Pillnitz (21 de agosto de 1791), en donde manifestarán su intención de “actuar con prontitud, de común acuerdo, y con las fuerzas necesarias para obtener el fin propuesto y común”, que no era otro que la restitución inmediata de Luis XVI como monarca absoluto de Francia.

Esta declaración tuvo nefastas consecuencias para los intereses del rey Luis, pues ésta no sólo fue interpretada por el ala izquierda de la Asamblea como una implícita declaración de guerra a la Francia Revolucionaria, sino que además sumó otro peldaño al imaginario colectivo del complot aristocrático.

El partido de la guerra, tal y como lo denomina Rudé, ganará entonces gran cantidad de adeptos, siendo Brissot, futuro líder de los girondinos, su defensor más decidido, mostrándose especialmente beligerante con las grandes potencias continentales europeas de Austria y Prusia. A este respecto, Soboul afirma que Brissot, líder de la Gironda y representante de la alta burguesía comercial de los puertos de Marsella, Nantes y Burdeos, vio en la guerra continental contra Austria y Prusia una gran oportunidad para los intereses comerciales de sus socios.

La cuestión de la guerra desembocará también en la escisión del Club de los Jacobinos, puesto que su másacérrimo defensor (Brissot), así como su principal opositor (Robespierre), formaban parte de este. Luis XVI, convencido en su fuero interno de que la guerra contra Austria y Prusia sería la ruina de la Revolución, mostró su aprobación a la guerra como cínico símbolo de buena voluntad para con la Revolución.

Finalmente, el 20 de abril de 1792, una amplísima mayoría de la Asamblea votará a favor de la declaración.

Habían comenzado las Guerras Revolucionarias.

Guerra, miedo y Revolución.

Hago responsable de todo lo acontecido, sin esperanza de indulto,
a todos los miembros de la Asamblea.
Manifiesto del Duque de Brunswick

George Rudé afirma que, sin las Guerras Revolucionarias, es probable que la Revolución se hubiese detenido en la Constitución de 1791. Más categórico es Engels, quien llega a afirmar que “toda la Revolución estuvo dominada por las Guerras de Coalición”. De una forma u otra, la declaración de guerra contra Austria tuvo como consecuencia la adhesión de Prusia, España y Portugal al bando austriaco. El ejército francés, desarbolado tras la deserción masiva de su oficialidad, se mostraba manifiestamente insuficiente para llevar a cabo la proyectada invasión de los Países Bajos austriacos.

Al poco de comenzar la invasión, Los soldados comenzaron a desertar en masa ante la mínima muestra de combate, y pronto la pretendida ocupación de los Países Bajos se convirtió en una caótica desbandada general hacia territorio francés.

Tres ministros de la Gironda acudieron entonces al Palacio de las Tullerías para convencer a Luis XVI de levantar el veto a la reunión en París los miembros de la Guardia Nacional diseminados por toda Francia. El rey, en otra de sus torpes jugadas, no sólo se negará a levantar el veto , sino que destituyó a estos tres ministros sustituyéndolos por tres dóciles feuillants.

La reacción en las calles no se hizo esperar, y pronto las secciones electorales de París, con los sans-culottes a la cabeza, comenzaron a movilizarse y armarse por su cuenta, articulando estructuras políticas y militares propias al margen de los maniatados centros de poder de la Asamblea y la Comuna de París.El 20 de junio de 1792, aniversario del intento de fuga del rey, las secciones confluirán hacia la Asamblea en busca de medidas urgentes para la guerra.

Ante la ambigua respuesta de la Asamblea, 30.000 ciudadanos armados pusieron rumbo al Palacio de las Tullerías al grito de ¡Abajo el veto! y ¡Vivan los sans-culottes!. Luis XVI, viéndoles llegar a lo lejos abrirá de par en par las puertas de palacio, llegando prontamente los manifestantes hasta los aposentos reales.

Al llegar la noticia a la Asamblea y la Comuna, el alcalde Pétion y varios diputados acudirán a Palacio en el momento en el que varios manifestantes forzaban al rey a ponerse el gorro frigio, símbolo de los sans-culottes, logrando finalmente convencer a los manifestantes de lo “inadecuado” de las formas utilizadas.

La Jornada del 20 de junio no conseguirá ninguno de sus objetivos. Luis XVI, mantendrá su veto ante la creciente indignación de sans-culottes, cordeliers y jacobinos, mientras que las potencias absolutistas verán en el allanamiento al palacio real un ultraje inadmisible para un rey. A principios julio, El Duque de Brunswick, al mando de un ejército combinado austro-prusiano, procedió finalmente a iniciar una invasión a gran escala de Francia desde el noreste.

La Asamblea fue consciente entonces de la inapelable necesidad de la ciudadanía pasiva para derrotar a los ejércitos austro-prusianos, razón por la cual serán admitidos en la política y en la guerra a través de su admisión en las asambleas seccionales y la Guardia Nacional.

A finales del mes de julio, el duque al mando de las fuerzas absolutistas hizo público a el famoso Manifiesto de Brunswick, documento escrito a instancias de los emigrés en el que quedarán registradas las siguientes aseveraciones:

Yo, comandante en jefe de los ejércitos de Austria y Prusia, declaro que, si se produce el menor ultraje a Sus Majestades, tomaré una venganza ejemplar y memorable (…) Los habitantes que osen defenderse serán castigados de inmediato con la ley marcial, y verán demolidos e incendiados sus hogares (…). Si se toma el palacio de las Tullerías, o se ultraja de forma mínima a sus majestades, la ciudad de París será destruida hasta sus cimientos, ajusticiando a los rebeldes conforme a la pena que merecen.

La llegada del manifiesto a París, unido al imparable progreso de los ejércitos absolutistas, supuso un cataclismo de enormes proporciones en el seno del poder político revolucionario.

En la noche del 9 al 10 de agosto de 1792, al rechazar la Asamblea el destronamiento de Luis XVI, cordeliers, dirigentes de las secciones parisinas, sans-culottes y algunos cabecillas de la Guardia Nacional conformarán la Comuna Insurrecta de París a instancias de la Asamblea.

Al amanecer del 10 de agosto, 3.000 sans-culottes y Guardias Nacionales leales a la Comuna Insurrecta pusieron rumbo al Palacio de las Tullerías. El palacio, defendido por 1.500 soldados leales al monarca, presentó batalla en un encarnizado combate, cayendo en los primeros momentos del combate centenares de asaltantes. El rey, aterrorizado ante la vorágine de violencia desatada a las puertas de palacio, huyó despavorido rumbo a la Asamblea en busca de protección

Había comenzado la Segunda Revolución Francesa.

Monarquía y República: de la Convención Nacional a la Guerra de la Primera Coalición.

¡Que la pica de los pueblos rompa el cetro de los reyes!
Danton

La Asamblea, que protegió de manera providencial la vida del monarca, se encontró pronto ahora contra las cuerdas ante la insalvable presión del enemigo extranjero y el pueblo en armas. Con los ejércitos austro-prusianos en camin, y la Comuna Insurrecta de París al mando de la capital, la Asamblea Nacional se vio forzada a convocar elecciones mediante sufragio universal bajo la promesa de encausar al rey Luis y redactar una nueva constitución.

El proyecto político de 1791 había saltado por los aires.

En este clima de máxima tensión, la fortaleza de Longwy, primer bastión en el camino hacia la capital, fue tomada por el Duque de Brunswick sin apenas resistencia. Poco después, el 3 de septiembre de 1792, Verdún, principal baluarte defensivo entre las tropas absolutistas y la capital, se rindió ante la falta de tropas y el sorpresivo suicido del comandante en jefe de las fuerzas defensoras. Despejado el camino hacia París, el ejército combinado a las órdenes de Duque de Brunswick emprendió la marcha hacia la capital al tiempo que el pánico más absoluto se apoderaba de la ciudad.

Timothy Tackett, gran experto en asuntos del Terror Revolucionario, asegura que uno de los rumores más insistentes por aquel entonces en la capital era uno que afirmaba que se estaba planeando una insurrección masiva en las cárceles de París. En este ambiente caótico, las muchedumbres, presas del miedo a la contrarrevolución, asaltaron sistemáticamente las prisiones, que fueron cayendo bajo el inmisericorde empuje de las multitudes.

Así las cosas, bandas armadas incontroladas, movidas por el pánico, organizaron improvisados tribunales populares para ejecutar sumariamente a los presos de las cárceles. Las Masacres de septiembre de 1792 supusieron la ejecución en masa de la mitad de la población reclusa de la capital (entre 1.100 y 1.400 presos), siendo tres cuartas partes de los ajusticiados presos comunes que nada tenían que ver con la contrarrevolución ni con el complot aristocrático.

Este sombrío episodio, sin duda uno de los más oscuros de la Revolución, careció además de una autoría definida, convirtiéndose en una recurrente arma arrojadiza en los debates entre Jacobinos y Girondinos.

Así las cosas, el 19 de septiembre de 1792 se produjeron las primeras elecciones por sufragio universal (masculino) de la historia. Los monárquicos quedarán excluidos de la nueva asamblea, que pasará a denominarse Convención Nacional, siendo los nuevos diputados elegidos divididos en tres diferentes facciones:

A la derecha, la Gironda (160 diputados), con Brissot y Roland a la cabeza, se erigirá en el representante moderado y federalista de la Convención, teniendo de su parte a la alta burguesía comercial y los grandes magnates provinciales. A la izquierda, la Montaña (200 diputados) con Marat y Robespierre a la cabeza, representará el ala más radical de la Revolución. Con París como su principal baluarte, la Montaña estará estando por pequeños comerciantes, tenderos, artesanos y una fracción de los trabajadores urbanos parisinos . Finalmente, le Marais, con 389 diputados y más del 51% del sufragio, se situará en medio de la Gironda y la Montaña, optando según el momento por apoyar a una u otra facción política.

La Nueva Convención Nacional, constituida el 20 de septiembre de 1792, recibió ese mismo día el providencial espaldarazo militar que ansiaba con acuciante necesidad. A las afueras de Valmy, los ejércitos franceses del norte y el centro, esta vez sí nutridos por ciudadanos pasivos y sans-culottes, confluirán para presentar batalla al ejército combinado austro-prusiano, que al ver cómo las tropas francesas no huían en desbandada como de costumbre, decidió prudentemente retirarse.

Esta batalla fue sin duda uno de los hechos históricos más trascendentales de la Revolución pues, sin la victoria francesa, la Convención Nacional habría sido pronto desarticulada con la llegada de los ejércitos absolutistas a París.

Al día siguiente, asegurada la supervivencia de la Convención, la monarquía quedó abolida tras más de 1.400 años de gobierno ininterrumpido. La Gironda, que se hizo con el control del gobierno gracias al apoyo del Marais, procedió seguidamente a proclamar la I República Francesa. Sin embargo, la Convención Girondina, reacia a enjuiciar al rey por temor a un reavivamiento contrarrevolucionario, se encontró con las manos atadas tras la aparición en noviembre de 1792 del armario de hierro. Este armario, que atesoraba la correspondencia secreta de Luis XVI, mostró como desde 1789 el rey había llevado una diplomacia paralela orientada en todo momento a hacer caer la Revolución, siendo ya del todo incuestionable la traición reiterada del monarca.

Los jacobinos, apoyándose en los sans-culottes, presionaron hasta forzar el encausamiento de Luis XVI, que será enjuiciado directamente por la Convención Nacional en diciembre de 1792. Al final de los debates, Marat propuso realizar la votación a viva voz, sabiéndose así quién estaba a favor de declarar culpable al rey, y quien estaba también dispuesto a sentenciarlo a muerte.

Tras el recuento, el rey fue declarado culpable por el delito de alta traición por una abrumadora mayoría. Sin embargo, en lo que respecta a la pena de muerte para Luis Capeto, la votación, que fue realizada en dos ocasiones, arrojó una ajustadísima mayoría en favor de la pena capital.

Así las cosas, el 21 de enero de 1793 Luis XVI será conducido desde su confinamiento en la Torre del Temple hasta la Plaza de la Revolución, en donde un gran cadalso flanqueado por una enorme multitud armada esperaba su llegada. Nada más llegar, el rey intentará infructuosamente dar un último discurso entre el bramido de los tambores, siendo poco después Luis XVI y tumbado sobre la plancha de madera de la guillotina.

Inmediatamente después, la cabeza del rey Luis será cercenada ante el incontrolable estallido de júbilo de las multitudes.

La reacción por parte de las potencias absolutistas europeas, horrorizadas ante la ejecución pública del monarca francés, no se hizo esperar: Austria y Prusia atacarán desde el Rin y los Países Bajos austriacos, al tiempo que España hará lo propio en el sur invadiendo el Rosellón. Además, Gran Bretaña apoyará militar y financieramente las revueltas realistas, poniendo bajo asedio el puerto de Tolón, principal salida al mar del mediterráneo francés.

La sans-culottery: igualitarismo y democracia radical en el París revolucionario.

La Libertad es un fantasma cuando una clase puede hacer que otra pase hambre.”
Jacques Roux (Manifiesto de los enragés)

El Asalto al Palacio de las Tullerías marcará un antes y un después en la Revolución, conformándose a partir de entonces una alianza estratégica entre el movimiento sans-culottes y los miembros del Club Jacobino. El movimiento popular adquirió entonces el cuerpo y el vigor necesarios para influir de manera decisiva en el devenir de la Revolución.

Pero ¿Quiénes eran estos sans-culottes?

Taine, al igual que gran cantidad de historiadores a lo largo del siglo XIX y principios del XX, clasificó al movimiento como una vil chusma venida de los elementos criminales de París. Furet y Richet, en cambio, optaron por restarles toda importancia, presentándolos como un mero instrumento del Club Jacobino en su ascenso al poder.

¿Quiénes fueron entonces?

En esencia, según apunta Rudé, fueron miembros del menú peuple parisino: pequeños tenderos, artesanos y peones urbanos que, con el transcurrir de la Revolución, fueron adquiriendo una visión política propia. Soboul apunta que, en sus inicios, el movimiento “se reducía en última instancia a la exigencia de pan barato”, pero, con el paso del tiempo, éste fue adquiriendo un corpus teórico lo suficientemente definido como para llevar la tradicional lucha por el pan hacia una nueva dimensión revolucionaria jamás vista hasta el momento.

Unidos por su odio a la aristocracia y la alta burguesía, el republicanismo y el igualitarismo serán las bases de sus teorías políticas y sociales. La soberanía popular, materializada a través del ejercicio de la democracia directa en las asambleas seccionales, estará apoyada por unas reivindicaciones económicas basadas en la limitación de la propiedad, el reparto equitativo de tierras y la vertebración de una economía dirigida que garantizase los derechos básicos.

Estos derechos, cristalizados a través del derecho a la existencia y la igualdad de goces, serán, en opinión de muchos expertos, el germen primigenio del socialismo. El propio Marx calificará a Jacques Roux, gran líder de los enragés cercano a los sans-culottes, como uno de sus precursores. Por si esto fuese poco, Babeuf, líder de la Conspiración de los Iguales (1795), estará claramente influenciado por Jacques Roux, y Federico Buonarroti, su principal lugarteniente, será durante las primeras décadas del siglo XIX el mentor intelectual de varios de los primeros intelectuales socialistas.

El movimiento de los enragés, liderado por el “Cura Rojo” (Jacques Roux), muy ligado al movimiento, dotó a los sans-culottes de consistencia programática y considerable independencia con respecto a la Convención. Por otra parte, los hèbertistas, facción más radical del Club de los Cordeliers, se convirtieron con la llegada de la Convención en el altavoz del movimiento dentro de la Asamblea.

Entrando en la cuestión del poder político ejercido por la sans-culottery, resulta de enorme importancia destacar cómo la Comuna Insurreccional se convirtió en el gobierno de facto de París durante el interregno que surgió entre el Asalto al Palacio de las Tullerías y la composición de la Convención Nacional (agosto-septiembre de 1792). Desde sus centros de poder, vertebrados a partir de las 48 secciones de París, impuso el el traslado del rey a la Prisión del Temple y eliminó a los monárquicos de las listas electorales de París.

El Consejo General de la Comuna, donde tenían asiento Danton, Robespierre, Marat, Hérbert y Roux, se vertebraba además mediante una división equitativa de sus asientos entre las secciones, las cuales elegían por medio del sufragio universal (masculino) a sus representantes en el Consejo.

La Comuna, que también articuló su propio brazo armado, vertebró 6 legiones subdividas en 8 secciones cada una, siendo la fuerza total de las milicias revolucionarias de la comuna cercana a los 6.000 hombres. Las secciones y la Comuna Insurrecta construyeron así un movimiento social con su propio brazo armado armado que, durante su apogeo (1792-1794), fue capaz por primera vez en la historia de imponer las aspiraciones políticas y económicas de las clases populares en el gobierno

La Revolución en peligro: El Comité de Salvación Pública y el Terror.

Castigar a los opresores de la humanidad es clemencia, perdonarlos es barbarie.
Maximilien Robespierre.

Así las cosas, entre febrero y marzo de 1793 la Revolución vivirá el que posiblemente fue su momento más crítico.

En medio de la ofensiva generalizada de la Primera Coalición, los precios de los bienes de consumo sufrieron una vertiginosa subida, estallando de nuevo la insurrección en París. Las 48 secciones de París secundaron el alzamiento, siendo la práctica totalidad de las tiendas de comestibles asaltadas por los sans-culottes. Las mujeres sans-culottes, verdaderas protagonistas de la insurrección, se negaron a pagar más de lo pagado en 1790, y ante la negativa de la Convención a intervenir los precios, asaltaron sistemáticamente las tiendas de París (siendo todos sus productos sometidos a la taxation populaire).

La Asamblea al completo, incluida la Montaña y los jacobinos, condenó lo sucedido, sin embargo, fue la Gironda, con su inflexible negativa a realizar cualquier tipo de intervención en los precios, la que salió profundamente maltrecha de la crisis. Los enragés, sin duda el grupo político más radical y extremista de la Revolución, comenzaron a llamar a la eliminación de la Gironda de la Convención, siendo Jacques Roux, su líder más destacado, acusado en contrapartida de fomentar los enormes disturbios de febrero.

En marzo, los fracasos militares ante la Primera Coalición forzaron a la Convención a tomar drásticas medidas militares. A las derrotas, tuvo que sumarse la sublevación de la Vendée, región del noreste de Francia que se alzó contra la leva de 300.000 ciudadanos convocada por la Convención para poner fin a las invasiones que, desde el este y el sur, estaban llevando a cabo Austria, Prusia y España con el apoyo de Gran Bretaña.

A la insurrección, que pronto desembocará en una irrefrenable masacre sin cuartel entre ambos contendientes, habrá que sumar poco después sendas sumar derrotas militares en el este y el sur, desatándose de nuevo el pánico y la histeria en la capital.

La Revolución, asediada desde el sur por España, desde el este por Austria y Prusia y desde el oeste por la insurrección de la Vendée, vivió entonces su momento más crítico.

La Convención, a propuesta de Danton y los jacobinos, y ante la irrefrenable presión de las secciones, la Comuna y los sans-culottes, sevio forzada a establecer el Tribunal Revolucionario y el Comité de Salvación Pública. Georges Rudé apunta que fue éste preciso momento en el que, ante las necesidades imperiosas de la guerra, el jacobinismo vio en la instauración del Terror Revolucionario y la economía dirigida la única alternativa posible de salvar la Revolución.

Los precios, en irrefrenable escalada, siguieron sin ser intervenidos por la Gironda, quedando de nuevo el camino allanado para la insurrección. Además, la Gironda, inflexible ante los hechos de febrero, pretendió someter a juicio a los líderes de la Comuna y las secciones, a las que quiso culpar del asalto masivo perpetrado contra tiendas y comercios.

El 2 de junio de 1793, 80.000 hombres armados dirigidos por los elementos más extremistas de la capital irrumpieron en la Convención exigiendo la detención inmediata de los miembros más prominentes de la Gironda. Ante la imposibilidad de contener el golpe, los jacobinos secundarán la expulsión de 29 miembros de la Gironda de la Convención, que serán puestos inmediatamente bajo arresto domiciliario acusados de “haber intentado salvar al tirano”.

Al calor de los acontecimientos, los jacobinos, con Robespierre y Sant Just a la cabeza, aprovecharán la pulsión revolucionaria para hacerse con el poder en la Convención.

Roland y Brissot, líderes indiscutibles de la Gironda, aprovecharán la pobre vigilancia establecida en sus respectivos arrestos domiciliarios para huir de la capital. Ocultos en las provincias, fomentarán desde las periferias de Francia las conocidas como insurrecciones federalistas.

Así las cosas, a la sublevación del la Vendée y el avance de las tropas absolutistas tuvo que sumarse la sublevación federalista de Normandía, Lyon, Caen, y Burdeos al tiempo que una simpatizante girondina asesina a Marat.

Su muerte, unida a las insurrecciones federalistas, provocaron la represión sin cuartel del movimiento girondino, siendo tanto Roland como Brissot prontamente capturados y ejecutados.

Asediada pues por todos los frentes, movimiento sans-culottes y el Club de los Jacobinos conformarán la alianza política que más tarde será conocida como el Régimen del Terror, imponiéndose poco después una férrea dictadura centralizada desde el Comité de Salvación Pública.

Robespierre entendió entonces que las necesidades bélicas necesitaban de un amejoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, condición que entendió como indispensable para el mantenimiento de la paz social y el orden público.

Una nueva constitución, secundada también por una nueva Declaración de Derechos, será publicada para consolidar el nuevo proyecto político secundando por la burguesía y las clases populares, decretándose con prontitud el derecho de asociación, reunión, trabajo, asistencia e instrucción. La soberanía nacional será sustituida por una nueva soberanía popular, en donde los grandes proyectos legislativos serán primero a referéndum en las comunas locales, teniendo el pueblo el último voto con respecto a la aprobación de las nuevas leyes emitidas por la Convención.

El derecho a la insurrección, de vital importancia en la conciencia colectiva del movimiento sans-culottes, será también aprobado, mientras que la esclavitud pasará a estar expresamente prohibida en todos los territorios de la República.

Sin embargo, la Constitución fue inmediatamente suspendida. Mientras durase la guerra, se establecerá como contrapartida una dictadura de inspiración romana personificada en la figura de Robespierre, que con la ley promulgada el 4 de diciembre de 1793 traspasó al Comité de Salvación Pública todas las atribuciones ejecutivas en materia ministerial, militar, diplomática y administrativa.

La economía de Francia pasaba pues a estar férreamente controlada por el estado, que además se centralizó radicalmente. Desde el Comité de Salvación Pública fueron enviados entonces a las provincias los conocidos como “representantes en misión”, donde se establecería un férreo control sobre las periferias.

Con el país firmemente controlado desde París, el suministro de pertrechos y alimentos para el ejército revolucionario quedó también asegurado mediante la ley de máximos y el férreo gobierno del Comité de Salvación Pública.

La rebelión de la Vendée fue entonces afrontada con extraordinaria dureza, y una fuerza preparada y bien equipada fue retomando para la Revolución las ciudades de Caen, Burdeos, Nantes, Marsella y Lyon, hasta entonces en manos rebeldes. Toulón, sitiada desde hacía meses, fue también liberada gracias a la iniciativa de un joven oficial llamado Napoleón Bonaparte.

Tras aplastar las rebeliones internas, el nuevo ejército nacional, reclutado, adiestrado y equipado por Carnot, “el hacedor de victorias”, alcanzó la impresionante cifra de un millón de combatientes. Austriacos y Prusianos huyeron entonces a la carrera en el norte al tiempo que España, en la frontera sur, era obligada a cruzar de nuevo los Pirineos.

La Revolución parecía haberse salvado providencialmente mediante la dictadura de Robespierre y su Comité de Salvación. Sin embargo, pronto aparecieron las primeras disensiones dentro de la alianza trazada entre jacobinos, hebertistas, dantonistas, enragés y sans-culottes.

En marzo de 1794, ante la imposibilidad de intensificar el Terror contra comerciantes y pequeños productores, se publicó un Máximo corregido, desatando la ira de los revolucionarios más radicales.

Los sans-culottes agraviados también por la rápida anulación de la Constitución de 1793, exigieron entonces que el férreo control económico no se limitase a los tiempos de guerra, sino que se hiciese permanente. El movimiento jacobino, pese a haber conformado una exitosa alianza con los elementos populares, seguía siendo un movimiento político burgués, por lo que pronto empezaron a vislumbrarse contradicciones insalvables en el seno de su alianza con el movimiento sans-culottes.

La ley de máximos, que establecía un límite en los precios de venta, chocó frontalmente con los intereses de tenderos y pequeños comerciantes, que en última instancia conformaban la base política y electoral del movimiento jacobino.Progresivamente, el antagonismo entre jacobinos y sans-culottes fue creciendo, enfriándose por el camino el apoyo de las clases populares al gobierno de Robespierre.

Por si esto fuese poco, dentro del seno del poder político, Danton y sus llamados indulgentes comenzaron a llamar al relajamiento del Terror al mismo tiempo que, desde la izquierda, hebertistas, enragés y intentaron forzar a la asamblea a promulgar el Terror a la orden del día bajo la amenaza de una nueva y violenta insurrección.

Robespierre, asediado políticamente desde todos los frentes, y viendo como los logros conseguidos hasta entonces corrían el riesgo de esfumarse ante una incontrolada insurrección generalizada, optó por la solución más drástica posible: la destrucción casi simultánea de todos los grupos disidentes.

A finales de marzo de 1794, hébertistas y enragés, al igual que los indulgentes de Danton, serán guillotinados inmisericordemente. La izquierda revolucionaria, profundamente debilitada, observó entonces con impotencia cómo la Comuna y las secciones fueron purgadas a conciencia, sentando Robespierre en sus asientos a miembros de confianza del movimiento jacobino.

La Revolución, en palabras de Saint Just: “había sido congelada”.

Epílogo: de la Reacción de Termidor al Golpe de Brumario (1794-1799)

Existen dos tipos de exaltados, los que claman incesantemente por los precios del pan, y los que temen quedarse sin pólvora.

Napoleón Bonaparte.

Por otra parte, conforme las victorias militares iban sucediéndose en todos los frentes de batalla, el fin del temor a la guerra, motivo principal del apoyo del Marais al Comité de Salvación Pública, terminó por romper su alianza en el seno de la Convención. Tras la inapelable victoria en la Batalla de Fleurus (26 de junio de 1794), la no derogación del Régimen del Terror indignó profundamente al centro de la Convención, que no entendió el porqué de proseguir con la dictadura del Comité de Salvación.

La alianza entre le Marais y la Montaña, habiendo perdido su propósito, comenzó lentamente a desintegrarse.

La catarsis final vendría de un episodio en apariencia intrascendente. La creación del Culto al Ser Supremo, una medida a caballo entre el ateísmo militante y el respeto al libre culto, inflamó a ateístas y fanáticos católicos por igual, desatándose un árduo debate en la Convención. Además, la constante superposición de atribuciones existente entre el Comité de Salvación Pública y el Comité de Seguridad General degeneró en agrias disputas en el fuero interno del núcleo duro del gobierno jacobino.

Éstas luchas internas exasperaron a Robespierre, que comenzó inexplicablemente a retirarse de las sesiones del Comité la Convención.

Poco después, en un último y desesperado discurso, defendió apasionadamente una última operación quirúrgica basada en la la eliminación de un último y pequeño grupo de “hombres impuros”. La Convención, que entonces preguntó el nombre de estos supuestos contrarrevolucionarios, tuvo como respuesta la negativa obstinada de Robespierre, ante lo cual hasta el propio Saint- Just, hasta entonces seguidor fanático de Maximillien, recriminó su ambigua actitud.

Ésa misma noche, jacobinos moderados y miembros de la llanura se aliaron para acabar con la dictadura de Robespierre en lo que más tarde será conocido como la Reacción de Termidor.

Al día siguiente, Robespierre, Saint Just y el resto de los arquitectos del Reino del Terror fueron apresados por orden de la Convención. Sin embargo, las cárceles, controladas por elementos favorables al movimiento jacobino, se negaron en un primer momento a aceptar a los cautivos enviados por la Reacción Termidor. La llave se encontraba pues de nuevo en el movimiento sans-culottes, que en esta ocasión renunció a empuñar las armas por una causa en la que ya apenas creían.

Sin la oposición del movimiento popular, la Convención, deseosa de acabar con cualquier rastro del antiguo régimen terrorista, aprovechó la situación para ejecutar con prontitud a todos los robespierristas destacados de la capital.

la nueva Convención procedió entonces a desarticular todo el aparato social y económico del Régimen del Terror, aboliéndose prontamente la Ley del Máximo General al tiempo que una nueva Constitución (1795) fue promulgada siguiendo los principios del sufragio censitario de la Constitución de 1791.

El pueblo, excluido de nuevo del proceso revolucionario, se desvinculó entonces del proyecto político de la Revolución.

El Directorio nacido de la Convención Termidoriana y la Constitución de 1795, se verá obligado a apoyarse de manera constante en el ejército, que se convertirá en el nuevo baluarte en el que guarecerse ante sus incontables enemigos. El pueblo y lo que quedaba de los sans-culottes, indiferentes ante el devenir de una Revolución que ya no era la suya, no mostró ningún interés por defenderla frente al renovado ataque monárquico. Napoleón Bonaparte, que tras el asedio de Tolón había logrado cierta relevancia en los mandos del ejército, fue puesto al cargo de sofocar la Insurrección Realista del 13 de Vendimiario del año IV (1795).

Este evento catapultó a la fama a Napoleón, que ira labrando una carrera política en paralelo a sus exitosas campañas militares. Tras sus fulgurantes campañas italianas y su mediática campaña de Egipto, Bonaparte aprovechó la endémica debilidad del Directorio para acabar definitivamente con lo poco que quedaba de la Revolución. Al llegar a París, secuestro con sus tropas a la Asamblea, obligándola a nombrarle Cónsul de la República por un periodo de 10 años.

La Revolución, impuesta bajo las picas y las antorchas del pueblo, sucumbía definitivamente bajo las bayonetas del militarismo napoleónico.

Conclusiones:

Timothy Tacket, en su obra El Terror en la Revolución Francesa, asegura que, desde 1789 fue instaurándose “una violencia auspiciada por el Estado a una escala sin precedentes”.

Pero, ¿es esto realmente cierto? ¿Están justificadas aseveraciones tan contundentes? Vayamos pues a los hechos históricos

En la Grande Jacquerie (1358), Carlos II de Navarra fue el encargado de reprimir la mayor rebelión campesina acontecida en la Francia del siglo XIV. Tras arrestar, torturar y asesinar a Etienne Marcel, líder del movimiento, cargó con su caballería contra las descabezadas fuerzas insurrectas que huían en desbandada masacrando brutalmente a todas las fuerzas campesinas, que no tuvieron opción alguna de rendirse.

Entre 5.000 y 20.000 rebeldes campesinos morirían sólo en aquel día. Desatándose en las semanas siguientes, una calculada represión en todas las regiones sospechosas de haber participado en la sublevación, y en donde al menos 4 miembros de cada aldea sospechosa serán ahorcados públicamente.

No existe un registro oficial de bajas puesto que la nobleza francesa no se preocupó lo más mínimo en realizarlo, pero el Terror instaurado en la conciencia colectiva del campesinado fue tal, que no hubo un solo levantamiento campesino en 20 años.

Siguiendo la estela francesa, en la Masacre de San Bartolomé (1572), el temor a una sublevación interna de los hugonotes (protestantes franceses), unida a la conveniencia de eliminar al siempre odioso enemigo interno para proseguir con su lucha contra el Imperio Español llevó a la Corona Francesa a armar a la pequeña burguesía católica de las ciudades para llevar a cabo un asesinato sistemático y calculado de los protestantes franceses de la ciudad. La noche del 23 al 24 de agosto 3.000 de ellos fueron masacrados sólo en París, y las cifras pronto alcanzarían los 20.000 muertos en toda Francia.

Finalmente, expondremos un último ejemplo mediante uno de los eventos más relevantes de la Revolución Inglesa (1642-1688), que por otra parte fue la primera en la que un rey fue ejecutado públicamente por orden de un parlamento.

La Rebelión Irlandesa, que buscó acabar con el dominio británico de la isla aprovechando la abierta guerra civil reinante en la isla vecina, tuvo como consecuencia una brutal campaña militar dirigida por Cromwell, Lord Protector del Reino. Durante esta ignominiosa campaña militar, se denegó sistemáticamente el cuartel a las tropas que deseaban rendirse, mientras miles de civiles y clérigos católicos eran asesinados con saña por las tropas del ejército británico. La conquista trajo además consigo la prohibición del catolicismo, además de la expropiación sistemática de las tierras en manos de católicos irlandeses (que a partir de entonces quedarían en manos de colonos ingleses protestantes de confianza).

Las estimaciones alcistas llegan a afirmar que 600.000 irlandeses (el 41% de la población) morirán como consecuencia de la guerra, las ejecuciones sistemáticas, la hambruna y las enfermedades.

El Terror, en contrapartida, fue responsable de la ejecución de unas 17.000 personas, subiendo el número de muertos hasta los 35.000 si tenemos en cuenta a aquellos que murieron durante la estancia en los durísimos presidios instaurados por el Terror.

Pese a todo, los excesos del régimen del Terror fueron del todo patentes. Realmente, no había ninguna necesidad de ajusticiar sistemáticamente a la disidencia política. El descontrol del Terror fue sin duda el mayor error de Robespierre, que con la brutal represión acometida contra los movimientos populares de la izquierda desarboló al propio sostén que le asentaba en el poder.

El Terror, con sus incontables excesos, acabó guillotinándose a sí mismo, propiciando con su caída la abolición del sufragio universal y los mismos derechos que hoy día conforman el núcleo esencial de nuestra democracia representativa.

Abolida pues la incipiente democracia con la llegada de la Reacción de Termidor (1795), hubo que esperar casi 80 años para su restablecimiento, tras una nueva insurrección generalizada, el sufragio universal volviese a establecerse en Francia.

Regada con la sangre de los mártires de la Comuna de París de 1871, su sacrificio será entonces el precio a pagar para el restablecimiento de nuestra tan ansiada democracia.

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