Entrevista a Antonio Colinas

Poeta

Confieso que Antonio Colinas es uno de mis imprescindibles, el poeta en español que más admiro. Su poesía es pulcra, generosa, amable, sabia; una referencia de buen hacer.

Poeta, ensayista, traductor,… Premio Nacional de Literatura, Castilla y León de las Letras, Reina Sofía de Poesía Iberoamericana,…

No se pierdan esta conversación mágica y fundamental. Para mí, al menos, inolvidable.

Juan Alberto Vich— En alguna ocasión ha considerado a María Zambrano y a Vicente Aleixandre como a sus padres de pensamiento y de poesía, respectivamente. Discierne, de tal modo, entre ambas. Son pregunta y respuesta. ¿Es, el objetivo de su obra, razón-poética? ¿Recorrido al centro como San Agustín? ¿Forma de conocimiento y de verdad?

Antonio Colinas— Así es en efecto. Últimamente digo que el poema es una fusión ideal entre sentimiento y pensamiento. De ahí que comparta plenamente el concepto de “razón poética” de Zambrano. El poeta también piensa en el poema. El magisterio de Aleixandre va más unida a mi juventud y a la creatividad. Cuando llegué a Madrid, él era la persona a la que le llevabas tus primeros poemas y te aconsejaba de una manera sencilla pero muy útil. Siempre me acuerdo de cuando me recitó el poema “Lo fatal” de Rubén Darío, para decirme dónde estaba lo más esencial de este poeta. Hoy no sé si existe para los jóvenes esa figura del maestro. Creo que no. O yo fui muy afortunado. A María Zambrano ya la conocí cuando aún vivía en Ginebra y además del magisterio de sus libros tuvimos una gran amistad hasta su muerte, ya en Madrid.

J. A. V.— Pretende interioridad y para su acceso utiliza, en su poesía, un lenguaje con clara alusión a la naturaleza, a los elementos naturales. ¿Expresa lo indecible desde lo conocido? ¿Qué otros ánimos esconde?

A. C.— La naturaleza, bien entendida, es quizás el tema primordial de mi obra. La naturaleza no remite en mi caso a lo rural, a lo costumbrista, o a una sucesión de “estampas”, sino que para mí es algo que está más en sintonía con la idea que de ella tenían los románticos centroeuropeos; es decir, la naturaleza como una especie de “fuente” que no cesa de manar y de proporcionarle una información preciosa al poeta. La naturaleza es también el espacio en el que, casi siempre, se da la contemplación, que es una práctica fundamental para el poetizar. Toda la mejor poesía de la tradición –de la poesía china a los grecolatinos– está en sintonía con esa visión contemplativa llena de hallazgos.

J. A. V.— Soy, también, poeta de símbolos (heredados de Lorca en mi adolescencia, creo). Siendo el ser humano simbólico —recordando a Cassirer— somos arte, ciencia, religión,… Sin embargo, existe, en la actualidad, un ánimo de eliminar el símbolo, de reducirlo a sus mínimos de mercado. Un ánimo de anularnos, por ende, como humanidad. El debacle del humanismo, su denostación. Antonio, su mirada se aprecia positiva en su poesía, pero «se fueron/ como se fue la luz sobre los montes negros/ y, al irse, nos dejaron la noche» (EN LOS PRADOS SEMBRADOS DE OJOS, Siruela, 2020). ¿Cómo encontrar luz para la sociedad contemporánea? ¿Cómo recuperar las guías?

A. C.— En ese afán sincrético al que aludi está el mensaje esencial del poema. Todas las formas del arte y del conocimiento le sirven al poeta, especialmente en mi caso la música y la pintura. Algunos de los grandes poetas románticos, como los alemanes, eran también teólogos. Esto nos lleva a pensar que todas las grandes civilizaciones han tenido incluso su poesía mística, muy heterodoxa, claro está, comenzando por la cristiana, pero también la sufí, la kabalista, e incluso la taoísta y la budista, aunque estas dos últimas las consideramos místicas sin Dios. Ello es indicativo del sentido trascendente que tiene la poesía. Me refiero a que la poesía es la “segunda realidad”. No sólo testimonia sobre la realidad-realidad sino que es un lenguaje que desea ir más allá. Por eso, la poesía es también palabra nueva. Debe tener un fulgor y una intensidad imprescindibles. La poesía puede copiar la realidad, testimonir sobre los problemas más vivos, pero a la vez la metamorfosea, la enriquece. La poesía no posee el lenguaje de los demás géneros literarios, tampoco, en puridad, el cotidiano, sino que ese fulgor y esa intensidad la distinguen, es en ella lo prioritario.

J. A. V.— En otro de sus poemas recientes, «Epitafio definitivo» (EN LOS PRADOS SEMBRADOS DE OJOS, Siruela, 2020), alude a la magia evocadora del lenguaje poético. Ésta se entiende desde la fenomenología de la imaginación (de la imagen) a la que aludió Bachelard, palabras poéticas que nos permiten acceder a imágenes vivas: «si pasamos de esas imágenes todas fulgores, a imágenes que insisten, que nos obligan a recordar más adentro en nuestro pasado, los poetas nos dominan». Más adentro en nuestro pasado, en nuestro centro… Un pasado que ni nuestros ojos han visto… ¿Cómo describiría la deferencia que se extrae de sus versos hacia los antiguos? ¿Qué implica la tradición para su poesía?

A. C.— La tradición es un espacio fértil y de referencia para la cultura. De ahí la necesidad de que volvamos siempre a los clásicos. El clasicismo literario, o concretamente el poético, no remite a lo muerto, a lo caduco, sino que es una canon en el tiempo de verdad y de belleza. Las obras de Platón o de Séneca. A veces nos parece que son más modernas que lo que en nuestros tiempos reconocemos como la modernidad. Ellos nos siguen iluminando sobre los temas graves y profundos, como el amor, la muerte, la naturaleza, el tiempo, lo profano y lo sagrado. De manera instintiva, en los días del encierro de la pandemia, leí y releí sólo a los clásicos.

J. A. V.— Antonio, intuyo su poesía como la pintura de Chirico, con sombra de estatua —u ojos del bosque— siempre presente. En su caso, la alusión, tanto a Occidente como a Oriente, es habitual. ¿Cómo conjuga ambas filosofías en su poesía? ¿Qué rasgos destacaría comunes entre ambas, que permiten su tránsito natural?

A. C.— Creo que son culturas complementarias, aunque quizás vivimos en unos tiempos en los que cada uno toma, a veces lo mejor, pero también lo peor de las otras. En el caso de Extremo Oriente un desarrollismo extremado, que está llevando a una gran contaminación. Nosotros, en Occidente, acaso nos vemos favorecidos con las prácticas unidas a la sanación. Yo le debo, por ejemplo, mucho a la poesía y al pensamiento chinos, pero al del siglo VI a. de C. Y hablando también de la poesía, a la pléyade de los poetas de la dinastía Tang. No hay que olvidar tampoco la cultura que brotó en Oriente Medio, la de los Libros Sapienciales bíblicos, por citar sólo un gran ejemplo, así como la rica poesía sufí.

J. A. V.— Interpreto la poesía desde la perspectiva filosófica, como herramienta metafísica. El ejercicio óptimo para la desolcultación del ser, como señalaría Heidegger. ¿Comparte esta perspectiva o interpreta la poesía de manera distinta? ¿Qué otras características concebiría imprescindibles al hablar de ésta?

A. C.— Ya he aludido antes a lo que importa el pensamiento en la poesía esencial. Heidegger estudió a Hölderlin y escribió sobre él, centrándose en algunos de sus versos más esenciales. A veces se dice que a donde no llega la palabra del filósofo llega la del poeta. Y ello es así porque, sobre todo con la madurez, el poeta evoluciona del mero sentimiento hacia la reflexión y la meditación. De ahí el carácter metafísico de poetas como Hölderlin o Rilke. Pero también de nuestro Antonio Machado. A veces se dice a la ligera que este poeta tenía “pretensiones de filósofo”, pero lo que se da en su última etapa es esa evolución hacia el pensar, también desde una ética muy clara. A la vez, en esa etapa, sus poemas se acortan, se reducen, y hay como un “viaje” final hacia el silencio. En esta etapa se da una gran sintonía con la poesía oriental; un “viajeinterior” que yo he llamado hacia la nada plena, hacia el vacío lleno. Esas nadas que llegan incluso hasta nuestro Juan de la Cruz. A veces en él también aparece un concepto muy de Oriente, la eterna dualidad, que el autor del Cántico reconoce como los contrarios. (“Y ya no lucharán nunca más –dice él en el comentario a su poema La Llama– contrarios contra contrarios”.)

J. A. V.— Su trabajo le permitió tratar a parte de las voces más destacadas del siglo pasado: Neruda, Pound, Zambrano,… Viéndonos obligados a generalizar, y sabiendo que —como puede imaginar— podríamos pasar horas escuchando acerca de sus vivencias, ¿qué enseñanzas adquirió de aquellos encuentros? ¿Comparte mi impresión de que las grandes figuras tienden a ser más generosas?

A. C.— La mejor poesía de Neruda me influyó mucho en mi adolescencia, junto a la de Juan Ramón Jiménez y a la de Antonio Machado. Cuando hablo de su mejor poesía me estoy refiriendo a poemas como “Alturas del Machu Picchu” o a “Las flores de Punitaki”. O a aquellos libros más líricos, como Los versos del capitán y, por supuesto, sus Veinte poemas de amor, aunque este lirismo nerudiano tanto le debn a los poemas de nuestro Juan Ramón. Casi todos los autores de la Generación del 27 le deben mucho a Juan Ramón. Me di cuenta de ello cuando releí toda la obra de éste para preparar la Antología de su poesía que preparé para Alianza Editorial. A Pound lo encontré en Venecia en mayo de 1971. Algunos piensan que el poema que le dediqué, “Encuentro con Ezra Pound” es una construcción “culturalista”, cuando en realidad lo vi y guardo de él un libro dedicado. Aquel día yo iba en compañía del profesor Moreno, Lector en la universidad de Padua. Algunos utilizan hoy ese poema como “guía” para llegar hasta la casa del poeta. Pero él no me habló. Apenas dijo unas palabras cordiales en español, y sonriendo siempre con aquellos ojos que parecían de hielo azul. No hay que olvidar que en su juventud, además de leer a Lope de Vega y a otros de nuestros clásicos, hizo la ruta del Cid y leyó atentamente el poema alusivo a éste. Sí nos habló muy cordialmente su mujer, Olga Rudge. Él, desde que salió del manicomio criminal, no habló más. Al llegar en barco a Génova le dijo a los periodistas sólo aquella frase que fue definitiva: “Tiempo de hablar, tiempo de callar”. Más allá de las disparatados comportamiento ideológicos, su obra poética es al siglo XX lo que el Ulises de Joyce fue a la novela. Precisamente la publicación del Ulises se debió a Pound. Él ayudo literariamente a muchos colegas de su tiempo. De Zambrano ya le he dicho algo y mucho he escrito sobre ella y nuestra amistad en mi libro Sobre María Zambrano. Misterios encendidos. Su razón poética ha sido un gran hallazgo, además de cuanto nos cuenta por extenso, de manera muy inspirada, en su libro Filosofía y poesía. Otro gran libro suyo es El hombre y lo divino.

J. A. V.— Quedan anotados. Antonio, gracias por sus versos y por su amable disposición. Seguimos su pista, como siempre. Un abrazo y hasta pronto.

A. C.— Muchas gracias a usted y a su llamada, que me envía desde San Sebastián, una ciudad y un paisaje que estuvo muy tempranamente en mi vida y en mi poesía.