José Andrés Álvaro Ocariz
Filólogo

Imagen: Rosa Mariscal
El año en que se cumplían los quinientos de la injusta muerte de Vasco Núñez de Balboa, quisimos recordar a este conquistador español que descubrió, ni más ni menos que el Océano Pacífico, al que puso el nombre de Mar del Sur. Detrás de Balboa no está esa leyenda negra, muchas veces injusta, que persigue a otros conquistadores de nuestro país. Por su vida y, sobre todo, por las circunstancias de su muerte, la figura de este extremeño está en un nivel distinto al de quienes, como él, viajaron al Nuevo Mundo para hacer más grandes las fronteras de nuestro país. No fue un líder sanguinario que imponía a sangre y fuego sus órdenes. Prefería el diálogo con los pobladores de las tierras que conquistaba e, incluso, se unió a Anayansi, una indígena del país. La envidia, ese mal endémico que dicen que padecemos, provocó una brutal respuesta de Pedrarias Dávila, que mandó apresarlo y le condenó a muerte. Tanto por su vida como por la muerte que sufrió, creo que era necesario, por lo menos en su quinto centenario, que habláramos de él y de la gesta que llevó a cabo.
Vasco Núñez de Balboa1 nació en la localidad pacense de Jerez de los Caballeros hacia 1475, pues el padre Las Casas afirmó que en 1510 era “mancebo de hasta treinta y cinco o pocos más años”.
Su padre fue Nuño Arias de Balboa, y su madre una señora de Badajoz cuyo nombre desconocemos. Este matrimonio tuvo varios hijos: Gonzalo, Juan, Vasco y Alvar. Vasco entró como criado en casa de Pedro Puertocarrero, señor de Moguer, donde se educó en letras, modales y armas. Allí debió de asistir al protagonismo de Moguer en la empresa colombina.
Se trasladó a Sevilla y en 1500 se enroló como escudero en la expedición organizada por Rodrigo de Bastidas y el cartógrafo Juan de la Cosa.
La expedición partió de Cádiz hacia marzo de 1501, llegó a Coquibacoa o la Guajira, desde donde navegó lentamente durante cinco meses hacia occidente, descubriendo la actual costa atlántica colombiana y luego la costa atlántica panameña desde Urabá hasta un punto desconocido situado a unas 150 millas del Darién.
El mal estado de las naves, a causa de un molusco que perforaba las cuadernas de roble de las quillas, obligó a detener el descubrimiento, ante la amenaza de hundimiento. Juan de la Cosa logró llegar con las naves hasta Jamaica y desde allí a la isla La Española.
Intentaron inútilmente reparar las naves ya que se hundieron en las cercanías de Puerto Príncipe en febrero de 1502. Los expedicionarios llegaron a pie a Santo Domingo. Se inició el proceso a Bastidas y tuvo que volver a España, pero Balboa se quedó en la isla de Santo Domingo. Debió de participar en la conquista que llevó a cabo Nicolás de Ovando, pues fue premiado con un reparto de tierras en Salvatierra de la Sabana, población que ayudó a fundar. Inició un negocio de cría de cerdos que le fue mal. Endeudado, fue a Santo Domingo, donde se encontraba en 1509 buscando la forma de salir de la isla. Sus acreedores le impidieron salir en la expedición de Ojeda al Darién y tuvo que esperar hasta que se organizó la del bachiller Martín Fernández de Enciso, socio del anterior y su alcalde mayor, que partió de Santo Domingo el 13 de septiembre de 1510, para reforzar a su jefe y socio, con una nao y un bergantín con cincuenta y dos hombres.
Balboa iba de polizón, con su perro Leoncico, escondido en una vela o dentro de un tonel (existen ambas versiones). Descubierto en alta mar, estuvo a punto de ser abandonado por Enciso en una isla desierta, aunque le dejó a bordo ante los ruegos de la tripulación. La flota siguió su rumbo a Urabá y encontró frente a Cartagena de Indias los restos de la expedición de Ojeda. Se supo entonces que había fracasado el intento de poblar San Sebastián en el golfo de Urabá, por lo insalubre del lugar y porque estaba habitado por indios que usaban flechas envenenadas. El propio Ojeda había sido herido y habían tenido que abandonarlo en busca de refuerzos, tras dejar a sus hombres al mando de Pizarro y con autorización para hacer lo que estimaran conveniente si no regresaba en un plazo de cincuenta días. Los españoles habían cumplido con el plazo, tras lo cual habían embarcado en las naves que encontró Enciso.
Enciso puso proa a San Sebastián y, al llegar, naufragó la nao. Comprobó que era cierto cuanto le habían dicho. Es más, los indios habían quemado las treinta chozas construidas por los españoles. Convocó entonces una junta para decidir si regresaban a La Española o buscaban otro lugar para poblar, lo que no parecía fácil. En plena deliberación, pidió la palabra Vasco Núñez para decir algo parecido a esto que transcribió el padre Las Casas:
“Yo me acuerdo que en los años pasados, viniendo por esta costa con Rodrigo de Bastidas a descubrir, entramos en este Golfo, y a la parte de occidente, a mano derecha, según me parece, salimos en tierra y vimos un pueblo de la otra banda de un gran río, que tenía muy fresca y abundante tierra de comida, y la gente de ella no ponía veneno en sus flechas”.
Fue una sugerencia que todos aceptaron, empezando por el propio Enciso. Dejaron 65 hombres en San Sebastián y el resto siguió hasta el lugar señalado por Balboa, que encontraron una vez pasado el golfo, en un río del Darién. Era la provincia del cacique Cémaco, cuyos guerreros fueron vencidos fácilmente por Enciso, que les combatió tras encomendarse a la Virgen de Nuestra Señora de la Antigua.
Los vencedores se apoderaron de la población y recogieron un pequeño botín de oro. Mandaron venir a los que habían quedado en San Sebastián y fundaron una población a la llamaron La Guardia. Unos meses más tarde, Balboa decidió bautizarla con el nombre de Santa María de la Antigua del Darién.
Enciso ejerció provisionalmente el mando, pero se enemistó pronto con sus hombres por haberles prohibido, bajo pena de muerte, comerciar con oro y se negó además a repartir el botín de oro capturado a los nativos, ya que, en su opinión, esto le correspondía hacerlo al gobernador Ojeda. Balboa aprovechó la ocasión para minar su autoridad, pidiendo la creación de un cabildo que gobernase la ciudad.
Se reunieron los conquistadores y resultaron elegidos como alcaldes Vasco Núñez de Balboa y Martín de Zamudio. El cabildo se apoderó de los barcos y empezó a actuar como máxima autoridad local. Protestó Enciso, argumentando que representaba al gobernador Ojeda, de quien era alcalde mayor, pero no pudo presentar su nombramiento porque, según dijo, se había perdido en el naufragio de la nao, pero los del cabildo no le hicieron ningún caso.
En la segunda quincena de 1510, llegó a Santa María Rodrigo de Colmenares con dos naves y los refuerzos para su jefe Diego de Nicuesa, a quien debía encontrar en algún lugar situado al oeste del golfo de Urabá. En la ciudad no se sabía nada de Nicuesa, y Colmenares la abandonó, siguiendo por la costa panameña tras el rastro de su gobernador. Lo encontró pasado Nombre de Dios. Nicuesa había fracasado en su objetivo poblador y le quedaban sólo treinta hombres.
Al saber que existía Santa María, decidió ir a la ciudad y reclamarla como parte de su gobernación, ya que estaba pasado el golfo de Urabá y había convenido con Ojeda que Urabá se dividiría por la mitad para sus dos gobernaciones. Tardó mucho en llegar y se le anticiparon las noticias de sus desastres, por lo que el Cabildo de Santa María se juramentó para no recibirle por gobernador.
Cuando Nicuesa arribó a Santa María se le conminó a no desembarcar y luego a retirarse. Tras muchos incidentes fue obligado a reembarcarse el 1 de marzo de 1511. Puso rumbo a La Española, donde pensaba reclamar sus derechos, pero murió en el naufragio de su nave en alta mar.
Enciso exigió dos tercios del botín por su aportación de los barcos y por su supuesto título. Se le negaron y se le acusó de usurpación de autoridad y de tentativa de apropiación indebida. Se le puso en libertad, pero decidió ir a España para reclamar sus derechos. Embarcó en la carabela de Colmenares el 4 de abril de 1511. Le acompañaban el alcalde Zamudio y el corregidor Juan de Valdivieso, a quienes Balboa envió a Santo Domingo para pedir ayuda. Consecuencia de esto fue que el virrey Diego Colón reconociera a Vasco Núñez el título de gobernador interino del Darién, ignorando los presuntos derechos de Enciso. Lo mismo haría luego el rey por Cédula de 23 de diciembre de 1511, en espera de nombrar gobernador en propiedad.
Vasco Núñez de Balboa había quedado como la única autoridad del Darién desde el 4 de abril de 1511, cuando lo abandonó Enciso. Su gobierno duró tres años, durante los cuales realizó la conquista y el descubrimiento del Pacífico. En mayo se dirigió al cacicazgo de Careta para pedirle alimentos. No se los dio y Balboa le prendió. Acordaron entonces que Careta entregaría anualmente alimentos y algún oro, a cambio de que Balboa le ayudara en su guerra contra el cacique Ponca. El cacique selló el pacto con la entrega de varias mujeres, entre ellas su hija Anayansi, que tenía trece años y se convirtió en la mujer de Balboa. Careta aceptó ser bautizado con el nombre de Fernando, como el rey.
Balboa mandó recoger toda la gente de Nicuesa que quedaba en Veragua y la trasladó a Santa María. En agosto de 1511 procedió a organizar la ciudad. Distribuyó solares a los vecinos, se trazaron calles, se construyeron casas y se señalaron sementeras de maíz. Para cumplir lo prometido a Careta, atacó al cacique Ponca. Los naturales se escondieron, por lo que saqueó su territorio. El cacique le pidió entonces que hiciera lo mismo con otro enemigo suyo, Comogre.
Éste recibió bien a los españoles y, tras agasajarlos con comida y bebida abundantes, aceptó bautizarse con el nombre de Carlos y les regaló setenta esclavos y piezas de oro, valoradas en unos 4000 pesos. Balboa ordenó separar el quinto real y repartir el resto del botín entre sus hombres. Panquiaco, hijo mayor del cacique, intervino para aconsejar a los españoles que fueran a buscar el oro donde abundaba, que era en las tierras de Pocorosa y Tubanamá, cerca de la mar que estaba al Sur y a sólo tres días de marcha por las montañas.
Balboa y sus hombres regresaron a Santa María, donde encontraron a Valdivia, que había regresado de la Española con el nombramiento de Vasco Núñez como gobernador interino por el virrey.
Balboa le mandó regresar nuevamente a Santo Domingo para informar al virrey de las noticias sobre la Mar del Sur y pedirle un refuerzo de mil hombres, armas y alimentos. Le entregó asimismo el quinto real de los botines logrados hasta entonces, que ascendían a unos 15.000 pesos. La nave de Valdivia naufragó, por lo que Diego Colón no recibió las noticias ni el quinto real. El año se cerró con el nombramiento real de Balboa el 23 de diciembre de 1511 como gobernador y capitán de la tierra de Darién. Fue resultado de las gestiones de Zamudio en España, pero no le llegaría a Balboa hasta 1513, por lo que ejerció con el que le había otorgado Diego Colón.
Balboa dedicó el año 1512 y la mayor parte del año siguiente a establecer buenas relaciones con las tribus de la zona y realizó una expedición a Urabá, como si presintiera que allí podría haber otro camino alternativo a la Mar del Sur. Organizó una fuerza de ciento sesenta hombres de la que nombró segundo a Rodrigo de Colmenares y la embarcó en un bergantín y una flotilla de canoas para explorar el golfo.
Desembarcó en Urabá y penetró hasta la provincia de Ceracana, cuyo cacique era Abraibe, donde recogió otro botín de oro de 6.000 pesos. Subió luego por el río Atrato hasta el río Sucio, al que llamó Negro, desde donde alcanzó la tribu de Albanumaque. Aquí oyó hablar del mito del Dabaibe (se cogían pepitas de oro como naranjas y las transportaban en cestas). No pudo ir en su busca, porque le llegaron noticias de que en el Darién había surgido una sublevación indígena para destruir Santa María. Regresó a la ciudad y logró deshacer la conspiración urdida por varios caciques en octubre de 1512. Incluso le tendieron una emboscada con cuarenta guerreros disfrazados de campesinos, de la que logró salir indemne.
Pese a todo, la situación de la colonia era mala. Los vecinos llevaban dos años sin refuerzos, viviendo por sus medios, y decidieron pedir ayuda, Construyeron un pequeño bergantín en el que embarcaron el veedor Juan de Caicedo, Colmenares y once tripulantes más y partieron el 28 de octubre de 1512. Caicedo y Colmenares llegaron primero a La Española, donde trataron de desacreditar a Balboa, y luego a España en 1513, donde siguieron hablando mal del gobernador, lo que decidió al rey Fernando a enviar un gobernador titular y una fuerza pobladora al Darién.
El descontento de Santa María fue dirigido por los alcaldes y regidores. Hicieron una pesquisa secreta e intentaron apoderarse del botín de 10.000 pesos de la Tesorería. Balboa encarceló a varios de ellos y los puso bajo la custodia de los franciscanos. Llegaron entonces unos refuerzos de La Española, enviados por Colón. Vasco Núñez de Balboa envió a Colmenares como procurador suyo a La Española, con un memorial para el rey, fechado el 20 de enero de 1513, en que criticaba a sus antecesores, Nicuesa y Ojeda, y ponderaba sus descubrimientos, cómo cuidaba la ciudad, el buen trato que daba a los indios, los botines logrados y la enorme riqueza que se escondía en los ríos que iban al otro océano. Ocampo partió con sus naves y tardó mucho en llegar a España. Arribó además enfermo y murió en Sevilla en 1514, transfiriendo a Noya la defensa de Balboa.
Poco después, llegaron al Darién varias naves de La Española con víveres, correspondencia y unos cuatrocientos colonos. En la correspondencia llegó el nombramiento, otorgado por el rey en 1511, de Balboa como gobernador interino, así como noticias de que el rey pensaba nombrar un gobernador, ajeno a las facciones existentes. Balboa decidió entonces jugar la carta escondida del descubrimiento del Pacífico, pensando, sin duda, que era su gran oportunidad para ascender de gobernador interino a gobernador oficial.
Dejó en Santa María doscientos hombres y salió a su descubrimiento con ciento noventa. Su plan era ir a Careta, Ponca y luego a la tierra de Chima, que le facilitaría los guías y porteadores para llegar a la Mar del Sur. Zarpó del puerto de la ciudad el 1 de septiembre de 1513 con un barco pequeño y nueve canoas rumbo a la tierra de Chima. El itinerario que iba a seguir suponía cruzar Panamá desde Sasardí Viejo, en la costa atlántica, hasta el golfo de San Miguel, en la pacífica.
En la época suponía ir desde Careta, en la costa atlántica, hasta el cacicazgo de Ponca, en la sierra, bajar luego a la de Quareca y subir la sierra de este nombre hasta un lugar desde el cual podría divisar el océano Pacífico.
Hizo por mar la pequeña travesía hasta Puerto Careta, donde dejó más de la mitad de sus hombres asentados en un real y partió con sólo 92 soldados y dos sacerdotes. Tras dos días de marcha por la selva alcanzó Ponca. Mandó llamar a su cacique y le interrogó sobre la ruta que debía seguir. Después de esto envió a retaguardia algunos enfermos y siguió hacia la tierra de Quareca. Este trayecto fue el más duro del viaje. Tardaron en cubrirlo cinco días, dado lo abrupto del mismo.
En Quareca tuvieron un combate con los indios. Les vencieron y saquearon la población. Balboa estableció otro nuevo real de apoyo con quince hombres y partió con el resto, sesenta y cinco soldados y el clérigo. Abandonó Quareca el 25 de septiembre, a las seis de la mañana, dispuesto a subir hasta la cima de las montañas aquel mismo día. Lo logró en unas cuatro horas. Hacia las diez de la mañana, los guías le indicaron el lugar desde el cual podría ver la otra mar. Balboa ordenó detenerse a su gente y partió solo, pues deseaba ser el primer español que viera la Mar del Sur. Coronó la montaña en unos minutos y desde allí contempló el Océano Pacífico.
El escribano de la expedición, Andrés de Valderrábano, escribió en su diario: “Y en martes veinte y cinco de aquel año de mil e quinientos y trece, a las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Núñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso, vido desde encima de la cumbre de la Mar del Sur antes que ninguno de los cristianos compañeros que allí iban”. Llamó entonces al resto de sus hombres para que lo contemplaran.. A continuación, procedió a tomar posesión en nombre de los reyes de Castilla. Balboa hizo venir al escribano y le ordenó tomar los nombres de los 67 españoles que habían estado presentes en el acontecimiento.
Los españoles descendieron hasta la costa y acamparon en Chape, cuyos habitantes huyeron. El 29 de septiembre preparó la ceremonia de la toma de posesión. Seleccionó a veintiséis hombres y partió con ellos hasta la orilla del mar.
Como había marea baja, esperaron que subiera la marea. Entonces, consideró Balboa que había un marco adecuado para la toma de posesión.
Valderrábano escribió: “Llegó [Balboa] a la ribera a la hora de vísperas y el agua era menguante. Y sentáronse él y los que con él fueron, y estuvieron esperando que el agua creciese, porque de bajamar había mucha lama e mala entrada, y estando así (sentados) creció la mar, mucho y con gran ímpetu”.
Balboa se puso la coraza y el yelmo, tomó el estandarte en la mano derecha y con la espada desnuda en la izquierda se adentró algunos pasos, hasta que el agua le llegó a las rodillas. Luego, exclamó:
“Vivan los muy altos e poderosos señores reyes don Fernando e doña Juana, Reyes de Castilla e de León, e de Aragón, etc. en cuyo nombre e por la corona real de Castilla tomo e aprehendo la posesión real e corporal e actualmente destas mares e tierras, e costas, e puertos, e islas australes”.
A continuación, preguntó si los presentes estaban dispuestos a defender con sus vidas la posesión por los reyes de Castilla, a lo que contestaron todos afirmativamente. Después, ordenó al escribano dar fe del acto y escribir los nombres de todos los presentes. Valderrábano anotó veintiséis nombres, encabezados por los de Balboa y Pizarro.
Al caer la tarde regresaron a Chape, donde el hermano de la cacica les obsequió oro y perlas. Balboa exploró los alrededores, ya que quería encontrar las perlas por sí mismo. Embarcó a sesenta hombres en unas piraguas y navegó por un brazo del río hasta Cuquera, donde cogió a los indios otra buena cantidad de perlas y oro. Volvió a Chape y pidió más canoas. Se embarcó en ellas el 17 de octubre con sus hombres, dispuesto a llegar a las islas de las perlas. Al día siguiente arribó a las tierras del cacique Tumaca, unas veinte millas al norte del golfo de San Miguel.
El cacique Tumaca le dijo que las perlas estaban en las islas que se veían a lo lejos. Balboa trató de conseguir una gran canoa para llegar a ellas, pero no pudieron avistarla hasta el 29, cuando se adentró con ella en el mar acompañado por veintitrés españoles. Había mar gruesa y sólo pudo navegar hasta la desembocadura del río Chiman, desde donde tuvo que contentarse con ver la silueta de la isla de Terarequí, que distaba unas veinte millas. La bautizó como “Isla Rica”.
Volvieron a Tumaca y, desde allí, el 23 de noviembre, emprendieron el regreso a Santa María. Habían estado casi un mes en la costa del Pacífico.
Regresaron por un camino distinto, con objeto de descubrir otras tierras y recoger un botín mayor. Pasaron por tierras de varios caciques. Entraron en Pocorosa el 8 de diciembre. Desde allí hicieron una incursión a la provincia del cacique Tamaname, donde se sospechaba que existían minas de oro. Desde Pocorosa siguieron a Comogre el 1 de enero de 1514; luego a Ponca y Careta, en cuyo puerto embarcaron hasta Santa María donde atracaron el 19 de enero de 1514. El balance no podía ser más positivo: habían descubierto la Mar del Sur, habían recogido un botín de más de dos mil pesos en oro y perlas y no habían perdido un solo hombre.
Balboa recibió en Santa María unas noticias alarmantes que le trajo Pedro de Arbolancha desde La Española. La nave de Valdivia que llevó el quinto real había naufragado y los procuradores y Enciso habían informado en su contra, por lo que el rey había nombrado un nuevo gobernador para el Darién, rebautizado como “Castilla del Oro”. Se llamaba Pedro Arias de Ávila y estaba a punto de llegar con una gran flota y dos mil colonos. Balboa se apresuró a comunicar al rey su descubrimiento. Hizo una relación del mismo, un mapa de la Mar del Sur, que adjuntó al nuevo quinto real, una petición de que se le nombrase gobernador de la Mar del Sur y una relación de los vecinos de Santa María sobre sus servicios. Lo envió a La Española con Arbolancha, pero sus enemigos hicieron desaparecer los documentos. En espera de la llegada de Pedrarias, envió a Andrés Garavito con ochenta hombres para descubrir otra vía alternativa hacia el Pacífico.
Pedrarias arribó al puerto de Santa María el 26 de junio de 1514, con diecisiete buques y unos dos mil colonos, incluido un obispo. Desembarcó y mandó notificar su llegada a Balboa, poniéndose en camino a la ciudad. Balboarecibió la noticia cuando estaba reparando el tejado de una casa y salió a recibirle inmediatamente con la ropa de trabajo que llevaba. El encuentro se produjo en mitad del camino entre la ciudad y su puerto. Se hicieron las presentaciones de rigor y ambos grupos regresaron a la ciudad.
Cuando Pedrarias contempló la ciudad, se quedó asombrado, pues eran sólo unas doscientas casas de tablas y paja en las que vivían quinientos españoles y mil quinientos indios de servicio. No tenía infraestructura para recibir aquella enorme población que le acompañaba. Pedrarias pidió a Balboa un informe pormenorizado de la colonia: fuentes de aprovisionamiento, tribus aliadas y el camino para llegar a la Mar del Sur.
El nuevo gobernador ordenó al licenciado Espinosa que abriera juicio de residencia a Balboa, e inició por su cuenta una pesquisa secreta sobre la actuación de su predecesor, lo que era insólito. Intervino el obispo y la pesquisa secreta quedó pendiente. Como Santa María no podía albergar una población de dos mil quinientos españoles, Pedrarias ordenó una serie de campañas contra los territorios indígenas que produjeron un botín de 30.000 pesos, pero destruyeron la labor pacificadora de Balboa y dejaron a los nativos enemistados con los españoles.
El 20 de marzo de 1515 llegó a Santa María el nombramiento real de Vasco Núñez como Adelantado de la Mar del Sur y gobernador de las provincias de Panamá y Coiba, aunque sujeto a Pedrarias.
Así decía el rey:
“Vasco Núñez de Balboa. Acatando lo que nos habéis servido y deseáis servir y para que con mejor voluntad trabajéis de aquí adelante en ello, os hemos hecho merced que seáis nuestro Adelantado de la Costa del Sur que vos descubristeis y de la gobernación de las provincias de Panamá y Coiba, como veréis por las provisiones que para ello mandé despachar; pero porque es mi voluntad que en esas partes haya una sola persona y una cabeza y no más, para que todos sigan y hagan lo que aquél ordenare y mandare como si yo en persona, lo mandé proveer en la dicha provisión de la gobernación que sea debajo de Pedro Arias Dávila, nuestro lugarteniente general de la tierra de Castilla del Oro. Por ende, yo os mando que en todas las cosas que hubiereis de hacer y proveer, así en la dicha gobernación como en las otras que os cometieren, las comuniquéis y hagáis con el parecer del dicho Pedro Arias; y como os tengo escrito, en todo lo que sepáis de esas partes, informadle de continuo y haced con él lo que haríais con mi misma persona para en las cosas que cumplen a nuestro servicio; y porque yo envío a mandar a Alonso de la Puente, nuestro tesorero de la dicha Castilla del Oro, que os hable de mi parte sobre lo susodicho, habéis darle entera fe y creencia .— De Valladolid , a veinte y tres días del mes de Septiembre de quinientos y catorce años.— YO, EL REY.”
Pedrarias quiso guardarse la cédula, pero se opusieron el obispo y varios funcionarios. Tuvo que entregársela a regañadientes, pero prohibió a Balboa reclutar gentes para sus empresas descubridoras, ya que dijo necesitar todos los hombres que había en Castilla del Oro. Balboa mandó entonces a Garavito a la isla La Española para que los reclutara. Tenía el proyecto de fundar poblaciones a orillas de los dos océanos y construir unas naves para navegar doscientas o trescientas leguas por la Mar del Sur con objeto de encontrar las islas de la Especiería. De no hallar éstas, pensaba navegar hacia el Sur para tratar de hallar un paso interoceánico en América. Eran grandes proyectos que, lamentablemente, no pudo acometer.
Pedrarias viajó a Careta, pero tuvo que regresar rápidamente a Santa María a causa de un cólico hepático. Allí encontró sesenta soldados de Cuba, que habían llegado a petición de Balboa. Acusó a éste de conspiración y rebelión frustrada y le metió en una jaula en el patio de su casa. Balboa estuvo allí dos meses, hasta que un día Pedrarias le abrió la jaula, le pidió perdón y le concedió la mano de su hija María. Balboa aceptó los esponsales, lo que disgustó mucho a Anayansi. La reconciliación con Pedrarias tuvo otras obligaciones, como construir una población en Careta (que sería Acla), no emplear más de ochenta hombres en sus empresas y concluirlas en un plazo máximo de año y medio.
Balboa fundó Acla a fines de 1516, donde organizó la Compañía de la Mar del Sur, con aportaciones de habitantes de Santa María. Luego, mandó construir las piezas necesarias para ensamblar varios bergantines que pensaba botar en el Pacífico. En 1517 envió a Francisco de Compañón a la costa pacífica, para que escogiera el lugar apropiado para el astillero. En agosto de 1517 comenzó a trasladar las piezas de los bergantines. Los españoles trabajaron en cuadrillas que se ocupaban de talar árboles, construir las naves, recoger víveres y abrir un buen camino a Acla. Cuando estaba todo listo para la botadura sobrevino una riada que arrastró el astillero al mar. Balboa, apesadumbrado, hizo reunir el Consejo de la Compañía para decidir qué hacer. Se acordó seguir adelante.
Balboa botó los bergantines, pero se hundieron de inmediato. Pidió a su suegro otro plazo y dinero y volvió a empezar con unos préstamos. Reflotó los bergantines, les tapó las vías de agua y se embarcó en ellos hasta llegar a una de las islas de las Perlas: la Isla Rica o Isla del Rey, que había sido esquilmada por Morales, un lugarteniente de Pedrarias. Sin embargo, no se desanimó por ello. Construyó otras dos naves y navegó hacia el sur (la ruta al Perú), hasta alcanzar un puerto que llamó Puerto Peñas, el mismo lugar que luego Pizarro bautizaría como Puerto Piñas. Desde allí, regresó al golfo de San Miguel. Envió entonces a Valderrábano a Santa María para que insistiese ante Pedrarias en la solicitud de una prórroga. Le llegó la noticia de que el rey había sustituido a Pedrarias por un nuevo gobernador llamado Lope de Sosa, que estaba próximo a llegar.
Pedrarias ordenó al tesorero Alonso de la Puente que realizara una acusación formal contra Balboa. Luego se trasladó a Acla, desde donde escribió una carta muy cariñosa a su yerno, rogándole que se presentara en dicha población para tratar de los asuntos de la expedición que deseaba realizar.
Cuando se encontraba cerca de Acla se encontró con Pizarro, que salía a prenderle seguido de gente armada. “¿Qué es esto, Francisco Pizarro? -le dijo sorprendido- no solíais vos antes salir así a recibirme”. No contestó Pizarro. Muchos de los vecinos de Acla salieron también ante aquella novedad y Pedrarias, mandando que se le custodiase en una casa particular, dio orden al alcalde Espinosa para que le formase causa con todo el rigor de la justicia.
¿Qué motivo hubo para este inesperado cambio? Lo único que parece quedar en claro, en los diferentes relatos que nos han llegado, es que los enemigos de Balboa avivaron las sospechas y rencor de Pedrarias, haciéndole creer que el Adelantado iba a partir y apartarse para siempre de su obediencia.
Una serie de incidentes que sucedieron entonces vino a subrayar esta acusación. Se dijo que Andrés Garabito, aquel gran amigo del Adelantado, había tenido unas palabras con él a causa de la india hija de Careta, a quien Vasco Núñez tanto amaba, y que, ofendido por este disgusto y deseoso de vengarse, cuando Balboa salió la última vez de Acla, había dicho a Pedrarias que su yerno se había rebelado con intención de nunca más obedecerle.
Lo cierto es que de los complicados en la causa sólo Garabito fue absuelto. Se encontró también una carta que Hernando de Argüello escribía desde el Darién al Adelantado, en la que le avisaba de la mala voluntad que se le tenía allí y le aconsejaba que hiciese su viaje cuanto antes, sin preocuparse de lo que hiciesen o dijesen los que mandaban en la Antigua.
Por último, se tenía ya noticia de que el gobierno de Tierra-Firme estaba dado a Lope de Sosa, y Vasco Núñez, temiéndose de él la misma persecución que de Pedrarias, había enviado secretamente a saber si era llegado al Darién, para en tal caso zarpar sin que los soldados lo supiesen y dedicarse a descubrir nuevas tierras.
Los emisarios enviados a este fin y las medidas proyectadas por el Adelantado llegaron también a oídos de Pedrarias, con la connotación de que todo se encaminaba a salir de su obediencia. Reavivó todo su odio y se apresuró a llevar a cabo su venganza contra Balboa.
Le fue a ver a su encierro, le dio todavía el nombre de hijo y le consoló diciéndole que no tuviese cuidado de su prisión, pues no tenía otro fin que satisfacer a Alonso de la Puente y poner en claro su fidelidad. Pero, en cuanto supo que el proceso estaba suficientemente fundado para la ejecución sangrienta que aspiraba, volvió a verle y le dijo:
“Yo os he tratado como a hijo porque creí que en vos había la fidelidad que al rey y a mí, en su nombre, debíais, Pero ya que no es así y que procedéis como rebelde, no esperéis de mí obras de padre, sino de juez y de enemigo”.
A lo que Balboa repuso:
“Si eso que me imputan fuera cierto, teniendo a mis órdenes cuatro navíos y trescientos hombres que todos me amaban, me hubiera ido la mar adelante sin estorbármelo nadie. No dudé, como inocente, venir a vuestro mandado y nunca pude imaginarme que fuese para verme tratado con tal rigor y tan enorme injusticia”.
Pedrarias no le escuchó más y mandó endurecer el castigo. Sus acusadores en el proceso eran Alonso de la Puente y los demás oficiales del Darién. Su juez, Espinosa, que ya codiciaba el mando de la armada, que quedaba sin caudillo con la ruina de Balboa. Se terminó el proceso con la sentencia a muerte. Se acumularon a los cargos la expulsión de Nicuesa y la prisión y agravios de Enciso. Espinosa, consciente de la enormidad del rigor con alguien como Balboa, dijo a Pedrarias que, en atención a sus muchos servicios, podía otorgársele la vida. A lo que Pedrarias repuso. “No, si pecó, muera por ello”. Fue sentenciado a muerte, sin admitírsele la apelación que interpuso ante el emperador y consejo de Indias.
Le sacaron de la prisión. Se publicó, a voz de pregonero, que por traidor y usurpador de las tierras de la corona se le imponía aquella pena:
“Esta es la justicia que manda hacer el rey, nuestro señor, y Pedrarias su lugarteniente, en su nombre, a este hombre, por traidor y usurpador de las tierras subjetas a su corona,…”
Al oírse llamar traidor, alzó los ojos al cielo y dijo que jamás había tenido otro pensamiento que acrecentar los reinos y señoríos del rey:
“Es mentira y falsedad que se me levanta y, para el caso en que voy, nunca por el pensamiento me pasó tal cosa ni pensé que de mí tal se imaginara; antes, fue siempre mi deseo servir al rey como fiel vasallo y aumentarle sus señoríos con todo mi poder y fuerzas”.
Con él fueron también degollados Luis Botello, Andrés de Valderrábano, Hernán Muñoz y Fernando de Argüello, todos amigos y compañeros suyos en viajes, fatigas y destino.
Tenía entonces Balboa cuarenta y dos años. Sus bienes fueron confiscados. Todos sus papeles fueron entregados después en depósito al cronista Oviedo, por comisión que tenía para ello del emperador. Alguna parte fue restituida a su hermano Gonzalo Núñez de Balboa y tanto éste como Juan y Alvar Núñez, hermanos también del Adelantado, fueron atendidos y recomendados por el gobierno de España en el servicio de las armadas de América, “atendiendo, como decían las órdenes reales, a los servicios de Vasco Núñez en el descubrimiento y población de aquella tierra.”
Ni en los despachos públicos ni en las relaciones particulares se explica la conducta de Pedrarias. En todos se le acusa de duro, avaro, cruel. En todos se le describe como incapaz de cosa buena alguna, como despoblador y destructor del país adonde se le envió de conservador y protector. De tal modo que, aunque se le intente justificar y disculpar, jamás le será dado lavar de su nombre la mancha de oprobio con que se ha cubierto para siempre. A Balboa, por el contrario, se le califica como uno de los españoles más grandes que pasaron a las regiones de América.
Bibliografía, notas y fuentes:
1 Para más información sobre Núñez de Balboa, recomiendo el libro Vasco Núñez de Balboa, el español que descubrió un océano, de José Andrés Alvaro Ocáriz.(Desiréediciones, 2018)
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