-Astronomía, Navegación y Visión del Mundo en tiempos de Juan Sebastián Elcano-
Jaume Navarro
Profesor en la UPV/EHU

Imagen: Junueth Vilchis Ortiz
¿Cómo era el mundo hace quinientos años, cuando Magallanes emprende el proyecto de la circunnavegación y Elcano lo culmina? La pregunta no es de fácil respuesta, pues los debates historiográficos acerca de la llamada “revolución científica” han ido cambiando nuestra visión de la ciencia en medievo y el renacimiento. ¿Qué es, según la historiografía de gran parte del siglo XX, “la revolución científica”? Sería ese periodo, posterior a la circunnavegación, que iría desde 1543 a 1727 (¡casi dos siglos!), y en el que se daría el nacimiento de lo que hoy conocemos como ciencia moderna, o simplemente como ciencia. Para ello haría falta enfatizar una ruptura trágica con un pasado no-científico, oscuro o simplemente ignorante, a la vez que subrayar el papel heroico de personajes extraordinarios: Copérnico, Galileo y Newton suelen ser los grandes héroes de este tipo de historia. En lo que sigue, voy a poner en entredicho esta visión “revolucionaria” del nacimiento de la ciencia moderna.
Veamos algunos ejemplos visuales de este tipo de historiografía “heroica” y “revolucionaria” a la que me refería: en la primera imagen vemos a Nicolás Copérnico en una posición parecida al éxtasis de Santa Teresa de Bernini, a quien supuestamente se le revela el geocentrismo, es decir, la teoría de que la tierra se mueve y el sol está en el centro del cosmos.1 La segunda imagen nos muestra a un Galileo “heroico”, retando la autoridad de la Inquisición romana.2 La tercera es también una imagen habitual en las historias e historietas de la “revolución científica”. Como se lee al pie en francés, “un monje medieval encuentra el punto donde el Cielo y la Tierra se tocan”. La fuerza de esta tercera imagen es su iconografía supuestamente medieval.3
¿Qué tienen en común estas tres imágenes? Pues que las tres son productos de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la historiografía de la ciencia mezclaba elementos románticos, positivistas y anticlericales, entre otros muchos, para convertir la “ciencia” en la nueva ideología de la modernidad. Desde esa perspectiva se legitimaba cualquier exageración que enfatizara el conflicto entre modernidad y pasado.
Veamos un último ejemplo, en este caso no visual sino textual, que es muy pertinente para entender la creación de mitos alrededor de los tiempos de Juan Sebastián Elcano. Leemos en una Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colon escrito en 1828 y traducido al castellano en 1833 que, tras haber presentado su proyecto a los Reyes Isabel y Fernando, Colón fue enviado a Salamanca, “gran sede española de las ciencias” para que los sabios del reino evaluaran su proyecto. “Formaban la asamblea profesores de astronomía, geografía, matemáticas y otros ramos de ciencias, varios dignatarios de la Iglesia, y muchos doctos religiosos”. “Colón apareció … bajo los peores auspicios delante de aquel cuerpo escolástico: marinero oscuro, … destituido del boato y prósperas circunstancias que dan a veces autoridad a la estupidez, y sin otro apoyo que la sola fuerza de su natural ingenio”. “Muchos vocales le tenían por un aventurero, o cuando más por un visionario y otros se sentían corroer por aquella mórbida impaciencia contra toda innovación de las doctrinas establecidas que tan comúnmente aflige los ánimos groseros y pedantescos en la vida sedentaria”. “A la más sencilla de sus proposiciones, la forma esférica de la tierra, le opusieron textos figurativos de la Escritura. Argüían que se dice en los Salmos que los cielos están estendidos [sic] como un cuero… y añadían que san Pablo … compara los cielos a un tabernáculo o tienda estendida sobre la tierra, de donde inferían que debería ser plana. Colón, que era devotamente religioso, vio que estaba en peligro de verse convicto, no solo de error, sino de heterodoxia”.4
¿Por qué utilizo esta cita que es, a ojos vista, bastante panfletaria? Pues porque durante casi cien años ésta fue la biografía más completa e informada sobre Cristóbal Colón; biografía en cuatro volúmenes que contenía gran cantidad de material de archivo inédito y que fue traducida a muchos idiomas. El autor fue el escritor y diplomático americano Washington Irving (1783-1859), que acabaría siendo embajador de Estados Unidos en España entre 1842 y 1846. Ciertamente, como él mismo reconocería más tarde, el libro estaba lleno de licencias estilísticas a-históricas, como la del supuesto tierraplanismo de algunos clérigos de Salamanca. Pero las sucesivas ediciones y traducciones del libro no cambiaron ésta y otras invenciones, con lo que se consolidó la leyenda de que la iglesia medieval, y por extensión la sociedad europea, creían que la tierra era plana. Muchos son los libros de historia en el siglo XIX que propagan esa quimera.
Aunque historiadores de todas las tendencias han puesto en entredicho la caricatura de la Edad Media como una edad oscura, ignorante o dogmática, el mito sigue vivo en la cultura popular. Un ejemplo reciente ha sido la reacción a la publicación del libro de Seb Falk, historiador de la ciencia medieval en Cambridge. Periódicos y semanarios generalistas como el New York Times, la BBC, o The Guardian se hacían eco del libro The Light Ages (La Edad Luminosa) como si fuera la primera vez que alguien refutaba la noción de la Oscura Edad Media.5 Ciertamente, la propia editorial, en una actividad de márketing bastante común, resaltaba en la portada que el libro contenía una historia “sorprendente” de la ciencia medieval.
El libro utiliza como excusa la vida e investigaciones de un monje benedictino inglés del siglo XIV, John of Westwyk (c. 1350 – c. 1400), hasta ahora desconocido, que escribió un tratado para la fabricación y utilización de este instrumento: un astrolabio de altísima precisión. No, no fue él quien lo inventó, porque el astrolabio se remonta al siglo I antes de Cristo y fue progresivamente mejorándose tanto en el mundo clásico como en el mundo árabe como, a partir del siglo XI, en el mundo europeo. ¿Qué es un astrolabio? Pues es la traducción de la esfera celeste a dos dimensiones (igual que un mapa es la traducción a dos dimensiones de la esfera terrestre). ¿Y para qué sirve? Para varias cosas: poder predecir el movimiento del sol y de las estrellas según el día; determinar la hora; calcular la latitud en la que nos encontramos, etc… Con ello, ya se ve que es un instrumento de medición muy importante para la vida cíclica de los monasterios, para la determinación de los tiempos en los primeros burgos (las primeras ciudades) y, sobre todo, instrumento fundamental para la navegación. De ahí que el astrolabio y su desarrollo tenga un papel fundamental para entender las posibilidades técnicas en tiempos de Cristóbal Colón, de Magallanes y Elcano.6
Pero no querría hablar más del astrolabio, sino del hecho de que este instrumento, que se utilizó hasta bien entrado el siglo XVIII, está hecho para terrícolas; en otras palabras: es un instrumento, como casi todos los que utilizamos también hoy en nuestra vida cotidiana, bajo una perspectiva geocéntrica. Porque así era el cosmos en la Antigüedad, en el Medievo y en el Renacimiento: geocéntrico. Con la tierra en el centro del cosmos y los planetas y estrellas en esferas concéntricas girando a su alrededor.
La imagen del cosmos que encontramos en las Crónicas de Nürnberg, publicado en 1493, nos puede ayudar a comprender algunos de los elementos del mundo del Renacimiento, heredero del Medievo, en el que se movían los grandes exploradores del siglo XVI.7
- La primacía de la esfera como figura geométrica perfecta con la cual se debían explicar los movimientos de los astros. Esta centralidad de la esfera tiene orígenes platónicos y se mantendrá hasta el siglo XVII, incluso en los trabajos astronómicos de Galileo o del fisiólogo Harvey para explicar la circulación de la sangre. Deberíamos enfatizar que se trata de esferas y no de meros círculos, pues el concepto de órbita planetaria como recorrido no surgirá hasta los trabajos de Kepler.
- Es un cosmos jerárquico, organizado, estable. Cada elemento está en su lugar por naturaleza propia, y actúa de acorde con ello. En las esferas de las estrellas y planetas, esa estabilidad posibilitaba su estudio matemático.
- Hay un sentido de lo sagrado que lo engloba todo; a veces, como en esta imagen, simbolizado en la última esfera como sede de la divinidad y de los santos del Cielo.
- Precisamente por ello, vemos que este modelo no da una centralidad a la tierra o al hombre. Estar en el centro, en esta cosmología, no es un privilegio. Hace falta subrayar esto frente a la leyenda habitual de que la reacción contra el heliocentrismo que se producirá a finales del siglo XVI y principios del XVII se debía a la pérdida de la posición privilegiada de la tierra. Estar en el centro no era, para los antiguos o los medievales, un privilegio.
- Esta representación es eso: una representación. Se dio un sinfín de interpretaciones acerca del carácter, realista o no, de las esferas en cuestión. Para muchos, este modelo tenía un carácter heurístico, como modo de representación simbólica del cosmos.
Se podrían decir muchas cosas más, pero me interesa fijarme en una sexta:
- Hay una separación entre el mundo supralunar y el mundo sublunar. Las observaciones astronómicas permitían pensar en la estabilidad y constancia de los movimientos de las esferas, y de ahí que se pudiera medir y predecir con tanta precisión sus posiciones. Pero en el mundo sublunar reinaba la contingencia (que no el caos).
Es muy conocida la teoría de los cuatro elementos: el agua, la tierra, el aire y el fuego. Una vez más, no debemos pensar en los cuatro elementos como tipos de átomos sino como tipos de cualidades “esenciales” en el mundo sublunar. Para intentar entender mejor, veamos un ejemplo: ¿por qué cae una piedra? Después de Newton, todos diremos (aunque no sepamos qué significa) que es por la fuerza de la gravedad. Pero para un medieval y un renacentista la piedra no sufre ninguna fuerza de atracción, sino que va a su lugar natural, igual que el fuego (o lo caliente, o lo volátil) va a su lugar natural. Tenemos una filosofía de la naturaleza en la que cada elemento tiende a su lugar natural por sí mismo, no por una fuerza externa (volveremos a esto después).
Por eso, el tipo de conocimiento esperable del mundo sublunar era distinto al del mundo supralunar. Si en las esferas reinaba la perfección matemática, en nuestro mundo no se podían establecer leyes tan perfectas y cíclicas. Y, así, la “ciencia” del mundo sublunar y del mundo supralunar eran muy distintas.
Podemos ilustrar esto con el maravilloso cuadro de la Anunciación de Fra Angélico, del siglo XV, recientemente restaurado en el Museo de El Prado.8 De algún modo se refleja aquí, a otro nivel, la separación entre el mundo de lo perfecto (la divinidad y las esferas de las estrellas como signo de ellas) y el mundo terrestre, el mundo de la imperfección. El contraste de las dos escenas es llamativo. Evidentemente, tiene una lectura teológica, a la cual volveré en un momento; pero antes querría fijarme en la abundancia de detalles naturales en la escena de la izquierda, la de la expulsión del paraíso. La representación de ese vergel, con profusión de detalles en las plantas y frutos que se muestran, igual que en muchas representaciones medievales de las catedrales medievales de estilo gótico, nos habla de un interés genuino, detallista e informado del mundo de lo contingente.
Sigamos con Fra Angelico y la escena de la izquierda. Es una representación del Pecado Original, doctrina cristiana que pasó a ocupar un lugar nuevo en el siglo XV y principios del siglo XVI. Peter Harrison, en su libro The Fall of Man and the Foundations of Science,9 argumenta que los cambios de mentalidad en cuanto a la capacidad del hombre para conocer la Naturaleza se debieron, en parte, a nuevas reinterpretaciones de la doctrina del pecado original. ¿Cómo se interpretaba el pecado original? Para los teólogos del siglo XIII, capitaneados por Tomás de Aquino, el hombre después de la caída había perdido una serie de dones, los dones preternaturales, que lo elevaban por encima de sus capacidades. Lo natural del hombre, por ejemplo, es morir, pero “al inicio” Dios confirió al hombre el don de la inmortalidad; lo natural del hombre era conocer limitadamente, pero en el paraíso el hombre podía conocer la esencia de las cosas, etc. El castigo tras la caída era, según esta interpretación, la pérdida de esos dones extraordinarios, pero no la pérdida de la propia naturaleza humana.
En el siglo XV, y en parte después de la tragedia de la peste negra, empezó a ganar terreno otra interpretación: el pecado original había destrozado la naturaleza humana. Desde entonces, el hombre era inferior a la naturaleza que le era propia en el inicio. Desde entonces, el hombre era infra-humano. Esta interpretación, de raíces agustinianas, fue crucial en el pesimismo antropológico que tanto influyó en Lutero. El hombre estaba irremediablemente corrupto en su ser más íntimo y no había nada que hacer en la tierra para remediarlo.
Si eso era así, continua esta interpretación, era imposible que el hombre conociera la esencia de las cosas, tal como aspiraba la filosofía de la Alta Edad Media. A lo más que podía conformarse era a conocer las apariencias de las cosas, no su esencia. De ahí que empezara a tomar cuerpo la idea de que nuestro conocimiento de la realidad debía limitarse a las apariencias externas. Esta visión pesimista de las capacidades del ser humano sería lo que explicaría el giro epistemológico a partir de los siglos XV y XVI: si la esencia íntima de las cosas nos está vetada, apostemos simplemente por medir, por pesar, por describir las apariencias de las cosas. Cien años después, Descartes consolidaría este pesimismo con su famosa duda cartesiana.
Pero volvamos a “la edad de la luz”. Junto con la astronomía, podríamos hacer un recorrido por otro de los grandes logros del medievo: el gótico. Y para ello fijémonos, por ejemplo, en la Sainte Chapelle de París, construida entre 1242 y 1248. Serviría cualquier catedral gótica de la Europa medieval, refractarias a la idea de una “oscura” Edad Media.10
Dos de las ciencias, de los saberes, que más se desarrollaron en la Alta y Baja Edad Media fueron la construcción y la óptica. Al ver un edificio como este estamos viendo mucho cálculo matemático, estamos viendo precisión en el uso del astrolabio y otros instrumentos, y también estamos viendo nuevas técnicas en la fabricación del vidrio y de las primeras lentes. La luz, su comprensión y dominio, pasó a ser un área de gran interés, hasta que en el siglo XVII se inventaría el primer telescopio.
Y, como es fácil visualizar, hay también una relación entre la geometría y las técnicas constructivas de estas catedrales con las técnicas de la construcción de los grandes barcos del siglo XV, esenciales para cruzar el Atlántico (las carabelas, los galeones y las naos). Aquí fue determinante el impulso del príncipe de Portugal conocido como Enrique el Navegante (1394-1460). De hecho, esta analogía entre el casco de una nave y la cubierta de un templo es uno de los elementos arquitectónicos que hace unas décadas intentaron replicar en el santuario guipuzcoano de Aránzazu.
Veamos a partir de aquí el impacto que tuvieron las expediciones transatlánticas en la filosofía de la naturaleza. Para ello, empezaré con uno de los iconos de la Revolución Científica que promovió la historiografía anglosajona: Francis Bacon. Como ministro y, a partir de 1618, Gran Canciller de Inglaterra durante el reinado de Jacobo I, Francis Bacon tiene ideas para la construcción de un imperio británico que compita con el ya entonces imperio español. En 1610 escribe La Nueva Atlántida, en la que imagina un mundo ideal (Inglaterra) guiado por el conocimiento, la sabiduría y la técnica; y en 1620 publica su Gran Instauración.
El frontispicio de esa obra es muy representativo de los tiempos y de las ambiciones de Bacon.11 En teoría, se trata de un libro de filosofía: cómo adquirir conocimiento. Para el Gran Canciller, el conocimiento no era mera contemplación de la naturaleza sino dominio, transformación. A Bacon se le suele presentar como el “padre” de la ciencia moderna y del método inductivo. Pero hay algo extraño. Bacon escribe en 1620, un siglo después de la circunnavegación, y casi 130 años después de la llegada de Colón a las Américas. Eso sí: sólo unos 30 años después del fracaso de la Armada “Invencible”.
Digo todo esto porque lo que en las historias de la filosofía y las historias de la ciencia se suele presentar como una de las obras fundacionales de la ciencia moderna (junto con el Discurso del Método que escribiría Descartes un par de décadas después) tiene un contexto político-económico que explican muchas cosas. Una de ellas es la metáfora que utiliza acerca de una Casa de Salomón. Bacon imagina – insisto, estamos en 1610-1620 – un lugar centralizado donde se pueda clasificar y dominar la naturaleza para describirla, controlarla y explotarla. Hagiógrafos posteriores vieron en la Casa de Salomón un precursor de lo que décadas más tarde empezó a ser la Royal Society de Londres o la Academie des Sciences en París.
Pero, ¿en qué estaba pensando Bacon? Probablemente, muy probablemente, Bacon tenía la mirada puesta en el gran centro del conocimiento del mundo de ese momento: Sevilla y su Casa de la Contratación. Y aquí necesitamos intentar imaginar lo que supuso, no solo a nivel comercial y económico, sino a nivel epistemológico, el encuentro europeo con América: no tanto por haber encontrado nuevos territorios, sino por haberse topado con un mundo totalmente desconocido y nuevo. Pensemos en tantas cosas que damos por supuesto hoy – de las patatas al chocolate, del café a los tomates – que eran desconocidas en Europa; pensemos en las nuevas culturas y razas humanas (recordemos los debates inmediatos acerca de si los indios tenían alma y, por lo tanto, podían ser bautizados); pensemos en la profusión de minerales.
Pensando sobre todo en el beneficio económico, pero también en la curiosidad intelectual y las aplicaciones técnicas, la corona española decretó que todo producto procedente de las américas debía pasar por la Casa de Contratación, ser registrado, clasificado, y así poder autorizar su comercio. Este ejercicio centralizador tuvo, entre otros, un efecto epistemológico que es una de las características de la ciencia moderna y que nos recuerda un poco al poder que dice el relato del Génesis que tenía Adán en el Paraíso: el de poder “nombrar” las cosas.
La tarea de clasificar no es neutra. Es una tarea que da poder, que impone domino sobre la naturaleza. Cuando a un niño pequeño (o, peor, a un adolescente) le decimos que ordene su habitación y que “ponga cada cosa en su sitio”, damos por supuesto que cada cosa tiene un lugar “natural”, necesario, único. Pero seguramente todos nos hemos enfrentado a situaciones en las que se nos presenta un caos (una casa vieja de los abuelos, un almacén abandonado, papeles que no sabemos qué son…) y antes de poder ordenar necesitamos imaginar una clasificación válida. Evidentemente hay clasificaciones que serán, con el tiempo, más útiles que otras.12
Y aquí, entre el trasiego de barcos que vienen y van cargados de productos, se está materializando un cambio de mentalidad acerca del conocimiento de la naturaleza: decía antes que la ciencia medieval aspiraba a conocer las propiedades intrínsecas de las cosas, sus esencias o sus sustancias (los cuatro elementos, por ejemplo). Pero la Casa de Contratación es quizás el ejemplo primigenio de lo que después Francis Bacon y Thomas Hobbes explicitarán: que conocimiento es poder. Efectivamente: recordemos que estamos ante el Gran Canciller de Inglaterra intentando planear el futuro del reino. “Conocimiento es Poder” se puede interpretar de varias maneras. La más obvia es que quien más conocimiento posea tendrá más fácil adquirir el poder (de ahí la necesidad de los servicios de inteligencia y, también, de las instituciones científicas y tecnológicas). Pero hay otra interpretación de la frase “conocimiento es poder” que me gustaría traer a colación: que conocer es imponer nuestro poder, nuestro dominio, a la naturaleza. Y eso es lo que el poder clasificatorio de lugares como la Casa de Contratación o la imaginada Casa de Solomón tienen: la capacidad de imponer el control sobre la naturaleza para sacar de ella el mayor fruto posible.13
Tenemos ante nosotros un contraste significativo entre la nueva concepción del mundo y la anterior. Como hemos visto, el mundo clásico, el mundo antiguo, el mundo medieval imaginaban la naturaleza como harmónica, jerárquica, intrínsecamente organizada. Ahora tenemos una idea distinta: somos nosotros los que clasificamos un mundo caótico, aleatorio y compuesto de partes desconectadas que nos toca a nosotros organizar para dominar.
Una de las imágenes más recurrentes para mostrar este cambio de filosofía natural es pensar en el contraste entre un ser vivo y una máquina: el ser vivo tiene un dinamismo intrínseco, una actividad que viene de dentro, una autopoiesis (una capacidad de mantenerse por sí mismo); la máquina está compuesta de partes ensambladas desde fuera y que necesita una energía y un cuidado exteriores para su funcionamiento. De algún modo, este es el contraste entre el mundo medieval y el mundo del siglo XVI y XVII. El mundo medieval es un mundo auto-organizado, un mundo con propiedades intrínsecas, con jerarquías, con lugares naturales. En el mundo de la modernidad, la filosofía mecánica toma el relevo y concibe la naturaleza como una máquina en el que las partes inertes son puestas en movimiento desde fuera. Desaparece la jerarquía, pues todas las partes son iguales y lo único que les diferencia son sus formas (rueda dentada, muelle, polea…) y sus posiciones.
¿Cuál es, quizás, el símbolo que mejor ejemplifica este modelo del mundo? Pues un hijo del astrolabio: el reloj mecánico. El “astrario” era una máquina que podía hacer lo que el astrolabio no podía: determinar las horas de la puesta del sol, de la posición de las estrellas, etc… sin necesidad de mirar al cielo. Eran mucho menos precisos que los astrolabios, pero quizás más útiles. Y también daban la hora. Y todo ello basado en la astronomía geocéntrica, por supuesto. El astrario de la imagen es uno de los primeros que se construyó a mitad del siglo XIV y, con él, vemos muy bien este paso de un mundo autocontenido a un mundo mecánico. Y también lo que decíamos a raíz de la Casa de Contratación: el dominio y control sobre la naturaleza.
Así, una de las cosas que he querido defender, es que el paso del mundo geocéntrico al mundo heliocéntrico, que tanta literatura ha derramado, quizás por el morbo del llamado “Caso Galileo”, fue bastante irrelevante para los cambios de mentalidad que se fueron produciendo progresivamente en la filosofía de la naturaleza en tiempos de la circunnavegación. Y prueba de ello es que Magallanes y Elcano consiguieron su proyecto casi un siglo antes de que Galileo publicara sus descubrimientos astronómicos.
Bibliografía, notas y fuentes:
1 https://en.wikipedia.org/wiki/Astronomer_Copernicus,_or_Conversations_with_God#/media/File:Jan_Matejko-Astronomer_Copernicus-Conversation_with_God.jpg
2 https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Galileo_facing_the_Roman_Inquisition.jpg
3 https://es.wikipedia.org/wiki/Grabado_Flammarion#/media/Archivo:FlammarionWoodcut.jpg
4 Irving, Washington, Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colon Madrid : [s.n.], 1833-1834 (Imprenta de D. José Palacios), Vol. 1, pp. 178-187.
5 Falk, Seb, The Light Ages. A Medieval Journey of Discovery (London: Allen Lane, 2020).
6 https://es.wikipedia.org/wiki/Astrolabio#/media/Archivo:Astrolabio_(16787706916).jpg
7 https://es.wikipedia.org/wiki/Cr%C3%B3nicas_de_N%C3%BAremberg#/media/Archivo:Schedelsche_Weltchronik_-_Kosmologie.jpg
8 https://es.wikipedia.org/wiki/Anunciaci%C3%B3n_(Fray_Ang%C3%A9lico,_Madrid)#/media/Archivo:La_Anunciaci%C3%B3n,_de_Fra_Angelico.jpg
9 Harrsion, Peter, The Fall of Man and the Origins of Modern Science (Cambridge: Cambridge University Press, 2007)
10 https://es.wikipedia.org/wiki/Sainte-Chapelle#/media/Archivo:Sainte_Chapelle_-_Upper_level_1.jpg
11 https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bacon_Great_Instauration_frontispiece.jpg
12 Barrera-Osorio, Antonio, Experiencing Nature. The Spanish American Empire and the Early Scientific Revolution (Austin: University of Texas Press, 2006).
13 https://es.wikipedia.org/wiki/Casa_de_la_Contrataci%C3%B3n_de_Indias#/media/Archivo:La_sevilla_del_sigloXVI.jpg
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