Entrevista a Luis Alberto de Cuenca

Poeta

Hace poco menos de un año recibió el XVIII Premio Internacional Federico García Lorca-Ciudad de Granada por su obra poética y trayectoria profesional. Un galardón que se suma a otros como —por ejemplo— la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica (2004) y el Premio Nacional de Poesía (2015).

Tenemos el honor de conversar con él sobre sus tantas pasiones: filosofía, cine, música, cómic… Nada escapa de sus ganas ni de su generosidad por compartir.

Juan Alberto Vich— Los hay quienes con ínfulas de cátedra menosprecian lo popular por vulgar e insulso, también quienes rechazan las artes por inútiles. Su poesía abofetea sin manos ambas concepciones, ridículas e ignorantes, incompletas… Una vida sin rock o sin Homero… ¡dígame usted! Su poesía las aúna, niega la disyunción exclusiva y naturaliza la vida en lo que es. Querido Luis Alberto, ¿cuál es su interpretación de la “alta” y “baja” cultura? ¿Contempla dicha distinción o prefiere dejarse llevar mientras disfruta?

Luis Alberto de Cuenca— No contemplo en absoluto esa distinción. Lo popular y lo culto no son términos antagónicos, sino complementarios. Los grandes autores de la literatura universal —y hablo de literatura porque es lo único que no desconozco del todo— han compaginado a la perfección ambas pulsiones creativas. Estoy pensando en Shakespeare, en Homero, en Cervantes. Detesto el elitismo y el hermetismo literarios. Los grandes autores hablan para todos los hombres, sin distinciones de ninguna clase.

J. A. V.— Es conocida su afición al universo del tebeo, compartida por amigos comunes como Rafael Narbona o Fernando Savater. Las alusiones a sus protagonistas han sido recurrentes en su poesía, a saber, Tintín, Conan y Sonja La Roja, Peter Pan o Shrek, entre tantos. En su poema “Sobre héroes y tumbas” distingue los héroes de ayer, hoy y mañana. Se siguen escuchando «las pisadas/ devastadoras de la multitud/ sobre las tumbas de los héroes muertos» y los nuevos se erigen sobre un renovado sistema de valores. Da la sensación de que añora aquellas figuras ya olvidadas (o denostadas)… ¿De qué manera ha influido la aclamada industria del héroe en el desarrollo de su figura y qué rasgos perdidos suyos son los que más extraña?

L. A. C.Los héroes y los dioses han hecho las maletas y se han tomado unas vacaciones por tiempo indefinido. Eran el espejo en el que poder mirarnos, en el que aprender una gestualidad espiritual que nos ayudase a encarar con coraje la abominable travesía cotidiana. Ha sido la izquierda quien ha tenido más responsabilidades por las que rendir cuentas en ese proceso de eliminación y marginación de esos modelos de conducta que ensanchaban el horizonte y marcaban las pautas a seguir si uno quería sobrevivir a la mediocridad vigente.

J. A. V.— El otro día compré “la colección completa de Tintín” en su versión inglesa o, al menos, eso decía la información del producto. No tardé ni una hora en devolverla, porque resulta que «completa» significa hoy «falta del álbum de “Tintín en el Congo”»… ¡y en lugares como Alaska los llevaron a la hoguera (por la representación de los indios en “Tintín en América”)! En definitiva, se ha olvidado la distinción de Umberto Eco entre comprender y justificar (que dio en respuesta a Primo Levi), equiparándose así el conocimiento —pese a su contextualización— en arma arrojadiza o peligro potencial. De este modo, Luis Alberto, las políticas e ideologías delirantes y malintencionadas pueden cargarse de un plumazo prácticamente la cultura universal sin contemplación alguna. ¿Regresa la inquisición a nuestro siglo? Desde luego la censura colectiva lleva tiempo acechando… ¿Empezamos a convivir en un Fahrenheit 451 (en alusión a la fogata canadiense)?

L. A. C.Rotundamente sí. Nunca la libertad ha corrido tanto peligro como con el pensamiento, cada vez más totalitario y más intrínsecamente estúpido, de la political correctness. Es un fenómeno que supera con creces el de los tribunales inquisitoriales del pasado, que al menos sirvieron para que Edgar Poe escribiera The Pit and the Pendulum y Villliers La torture par l’espérance. El pseudoprogresismo internacional se ha quedado sin ideas y ha decidido dedicarse a prohibir y a predicar sinsentidos, que es algo que lo había fascinado desde siempre. En las universidades y en los institutos de educación secundaria abundan, travestidos de docentes, esos enemigos de la humanidad que van sembrando entre sus estudiantes la semilla de la intransigencia y un falso y cutre igualitarismo que va convirtiendo la humanidad en un vivero de autocomplacientes y descerebrados insectos sociales.

J. A. V.— Su trabajo ha ido encaminándose, cada vez más, a esa “línea clara” con la que se tiende a definir, pero ¿qué características de su poesía conservan las esencias de aquellos primeros años de juventud, del espíritu novísimo?

L. A. C.Nunca he renunciado a aquel espíritu novísimo que fue tan saludable en un momento poético tan aburrido como el que atravesaba la poesía española en los años 60 del siglo pasado. Sigo utilizándola cultura como arma para combatir la supuesta superioridad de los poetas intelectualoides y filosofantes que infestan nuestra producción lirica con sus ininteligibles poemarios. Y porque me divierte que la cultura asome su vistosa y apetecible anatomía detrás de cada uno de mis versos, dando que hablar a los hermeneutas que acechan en la oscuridad y descubren, de repente, que hasta lo más sencillo —sobre todo, lo más sencillo— necesita su exégesis.

J. A. V.— El amor y el erotismo es una constante en su poesía. Puerta abierta, entreabierta y cerrada; amante, voyerista o soñador… ¿Cuál es, en su opinión, la situación óptima o más sugerente para la creatividad del poeta a este respecto? Como recordó en alguna entrevista previa, a menudo “el deseo es mucho más importante que la realización del mismo”…

L. A. C.Soy un poeta del amor. Me divierte ese invento de Safo de Lesbos que tanto éxito ha tenido como producto cultural. Los poemas de amor que más me gustan son los de la Antología Palatina y los que nos legaron los elegíacos romanos, Petrarca, John Donne o nuestro Lope. Me he pasado imitándolos tres cuartas partes de mi vida. Últimamente una amiga mía me ha descubierto a Bertolt Brecht como poeta amoroso: y es que se puede ser buen poeta y estalinista a la vez, como Neruda o Brecht, sin ir más lejos.

J. A. V.— Su contribución a la música es patente, su participación en “Cowboys de medianoche” en esRadio —junto a Luis Herrero, José Luis Garci y Eduardo Torres-Dulce— manifiesta también su gusto por el cine, disfruta de los tebeos —antes mencionados— y de las ilustraciones, sus poemas dejan entrever alusiones a la pintura… ¿Cómo se conjugan todas estas artes en su trabajo?

L. A. C. De la manera más normal y armoniosa posible. Lo paso genial cabalgando con los cowboys radiofónicos, por ejemplo. Mis intereses son plurales y procuro que se lleven bien entre ellos. Ahora bien, si hay algo por lo que pierdo la cabeza es por el cómic norteamericano de la primera mitad del siglo pasado. Y con los libros ilustrados de los últimos doscientos años.

J. A. V.— Cuenta con una biblioteca deseada por muchos. Entre sus libros se encuentran unas primeras ediciones de Víctor Hugo, Voltaire, Valéry, Valle Inclán, Bécquer,… ¿Qué futuro le augura al objeto del libro? Mire que el comercio de los vinilo vuelve a estar en auge… Lo mismo no pinta tan mal el asunto…

L. A. C.Los libros de papel morirán algún día. Pero será dentro de mucho tiempo. Están resistiendo muy bien los envites y embates del e-book. No hay nada tan perfecto tecnológicamente hablando, tan hermoso y tan sexy como un libro impreso por Bodoni o surgido de las prensas de William Morris, por poner solo dos ejemplos formidables.

J. A. V.— Luis Alberto, muchas gracias por haberme atendido. Ojalá volvamos a coincidir pronto.

L. A. C.Los letraheridos como usted y como yo siempre acabamos coincidiendo en alguna parte. Muchas gracias por darme la oportunidad de responder a tan preciso y precioso cuestionario.