El recuerdo y el sueño

-Estrategia vanguardista recurrente en El sueño del celta

Ángel de San Martin Tudela
Doctor de filología hispánica

Imagen: Alfaguara Editores

Cuando Mario Vargas Llosa escribe en El pez en el agua1 “en esos meses me habitué a fantasear y soñar”, estaba describiendo al niño que, de hombre, seguiría fantaseando y soñando, y que esos instrumentos habían de ser parte de sus grandes herramientas en su madurez, porque eso es lo que hace con su personaje, Roger Casement, de El sueño del celta2: que fantasee, que recuerde y sueñe, convirtiendo su sueño y su fantasía en un verdadero argumento. Ningún personaje literario le sale más surrealista que Roger Casement, en la cárcel de Pentonville.

La captación de la conciencia-realidad surge de su personaje al hacerle revivir los hechos que el recuerdo latente trae a primer plano, haciendo que él mismo sea el intérprete de su propia historia.

En esta novela, Vargas Llosa utiliza recursos sólidos: el recuerdo y el sueño; y éstos son lo suficientemente eficaces como para que su novela entre en lo verosímil.

Fiel a su momento histórico y a su propia trayectoria personal, Mario Vargas Llosa selecciona un personaje que enarbola la denuncia de graves problemas más que evidentes, en una función de compromiso testimonial ante las conmociones sociales, partiendo muchas veces de un crudísimo realismo, de pasajes oscuros del protagonista; pero lo hace, como ya le viene siendo habitual, mediante múltiples enfoques narrativos, porque, como él mismo ha dicho: “La materia prima de la literatura no es la felicidad humana, y los escritores, como los buitres, se alimentan preferentemente de carroña”3. Establece tácitamente un principio de incertidumbre –si lo ajustician o no–, y hace depender del observador toda la limitada trayectoria vital de Roger Casement. Para ello ha de proponer dudas y extrañezas ante una vida tan variopinta, donde el autor se explaya en muchos datos recogidos en los diarios –algunos, se dice, que perdidos hasta hoy–, y las elucubraciones más arriesgadas; pero esos diarios existen y pueden ser examinados en los Archivos Nacionales en Kew (Londres), algunos de ellos ya se han publicado4. Casi cien años después de la ejecución de Roger Casement en 1916, Vargas Llosa acomete, con muchos datos, más los referentes históricos que están recogidos en todo el movimiento de liberación de Irlanda, la narración de esta novela que confecciona con base histórica. No sólo habla de hechos, expone fundamentalmente unos sentimientos y pensamientos imposibles de averiguar: “Roger sentía”, “pensaba”, “se sonrió”, y estas fórmulas proliferan y se multiplican a lo largo de toda la novela.

EL CREATIVO VARGAS

Desde el principio, el narrador toma el protagonismo y, como dice José Miguel Oviedo: “El narrador, a cambio de no romper nunca su pacto con la impavidez en la focalización de personajes y acciones, no ha dejado al lector oportunidad de adentrarse en la trama de sus novelas en un proceso gradual” –técnica de apertura inmediata–5. De hecho él sabe todo lo que es posible saber de su personaje por lo que ha leído en los diarios y notas que Roger Casement ha ido dejando: “Roger escuchaba tomando notas. Luego, noches enteras escribía en sus fichas y cuadernos lo que había oído, para que nada de aquello se perdiera. Apenas probaba bocado. Lo angustiaba tanto el temor de que todos aquellos papeles que borroneaba pudieran extraviarse que no sabía ya dónde ocultarlos, qué precauciones tomar. Optó por llevarlos consigo, sobre los hombros de un cargador que tenía orden de no apartarse nunca de su lado”. Como dice Sainz de Medrano en Conversación de otoño6: “El narratario real se ha documentado ampliamente; ese narratario que, a su vez, sabe mucho de esos esfuerzos de abolir en lo posible su propia historia con el apoyo de la ficción literaria «porque querer ser distinto es la aspiración humana por excelencia”7.

Conoce bien a Roger, al menos eso es de lo que intenta convencer al lector, y por eso, al narrar, incluye abundantes datos que jamás podrían conocerse. Los constantes “recordó”, “recordaba”, “pensó”, “pensaba”, “soñó”, “soñaba” pertenecen a ese género de narración que el autor crea, pero sólo inventando; ahí está su porqué principal, su siempre consecuente perspectiva que no abandona en ningún momento.

UN MÉTODO VANGUARDISTA

El método le viene de lejos. Ya lo ha utilizado en Los jefes, en Conversación en la catedral, en La ciudad y los perros8. En ésta última escribe: “Alberto recordó una época relativamente próxima: su madre pasaba horas ante el espejo, borrando sus arrugas con afeites, agrandándose los ojos, empolvándose”. “Recordó su niñez, sus viajes a Europa, sus amigas de colegio, su juventud brillante, sus pretendientes, los grandes partidos que rechazó por ese hombre que ahora se empeñaba en destruirla”. “Al atravesar la plaza de la Victoria, enorme y populosa, el inca de piedra que señala el horizonte le recordó al héroe, y a Vallano que decía: Manco Capac es un puto, con su dedo muestra el camino de Huatica”. “Recordó ‹Alberto al Esclavo› su cara pálida, su expresión obsecuente, su sonrisa beatífica y lo odió”.

Así, vemos que el método lo ha utilizado de modo constante en su obra, aportando con cada recuerdo un poco más de información, aunque en esta novela está más que justificado porque es un muerto de casi cien años quien tiene cosas que decir; y ha de inventar constantemente para que el personaje sea verosímil, para que hable y se le crea; pero el autor ha de encarnarse en ese personaje verdadero –siendo un personaje con historia es algo más complicado–, y ha de hacerlo hablar, según él intuye, desde el interior de su criatura de ficción.

El personaje, en el que se sumerge de modo total, debe aclarar, manifestarse, y así saca sus propias conclusiones, a veces meras opiniones, a veces juicios de valor, extraídos de su propia experiencia porque, dada la trayectoria literaria de Vargas Llosa, sabemos que sus personajes son él mismo transportado a situaciones que lo convierten en novelable, y por eso desciframos que, dentro de una historia más que verosímil –tal vez sean mentiras, no olvidemos que nos lo ha dicho en el paratexto de la obra, desde el principio, que es una novela–, son sus propias deducciones las que aparecen; lo que sí llega a crear es un libro de manifiesto compromiso personal y social.

Con Roger no puede haber tenido ninguna entrevista, y su personaje tampoco podría modificar, difuminar ni ocultar su historia por motivos personales, ya que el individuo no existe desde hace mucho tiempo, y no es él quien verdaderamente puede hablar, recordar, soñar, sino su creador mediante el recurso vanguardista de la asociación libre y la apropiación del personaje por el autor-narrador.

No resulta fácil dar libre curso a la intermitencia de las ideas porque, por una parte, se trata de una práctica desacostumbrada, ya que en ningún otro espacio social –salvo en psiquiatría– se espera que las personas se expresen sin estructurar el discurso, prescindiendo de seleccionar cuidadosamente los contenidos; y por otra, se trata de vencer las fuertes resistencias a los análisis, conscientes e inconscientes, que consiste en lo que se denomina atención flotante y que el autor aplica sin reservas. Consiste en que éste se adentre de una manera atenta, pero plana, sin valorar, juzgar o evaluar, la relevancia de los elementos del discurso del personaje, y suplantar, sin jerarquizar u otorgar mayor importancia a ciertos contenidos en desmedro de otros, es decir, respetando las reglas de neutralidad y abstinencia, aunque, en esta obra prioriza conclusiones en algunos pasajes en los que se recrea profusamente.

Es, evidentemente, el método que nuestro autor utiliza para adentrarse en la conciencia de Roger, y ha de expresarlo en la novela a modo de recuerdos. La idea esencial es que, si se suprime la selección voluntaria de contenidos, se estará eliminando la segunda barrera defensiva por parte del autor, situada de acuerdo a la primera tópica freudiana entre el consciente y el pre-consciente, con lo que quedará en evidencia la acción de la primera barrera defensiva; es decir, de la primera censura ubicada entre el preconsciente y el inconsciente, cosa que no interesa en absoluto a Vargas Llosa para la creación de su personaje. Pero poner al desnudo las resistencias y luego analizarlas es –según Freud– absolutamente esencial y ello a su vez se logra, fundamentalmente, a través de la asociación libre.

Se trata, pues, de la asociación libre, de la interpretación de los sueños y del análisis de los actos fallidos, que constituyen las tres técnicas esenciales del ahondamiento en la intimidad, siendo la primera –según Freud– imprescindible, pero hay que excluir completamente la sugestión que el propio autor ha de evitar. No sabemos si Vargas Llosa quiere exaltar o envilecer a su héroe. De hecho, con muchas de las conclusiones en las que insiste el autor, parece que quiere, en su investigación, poner en luz una parcial visión non grata de su criatura. Pero si el hombre histórico es admirable, como lo fueron muchos de sus contemporáneos que se propusieron objetivos similares, este protagonista tiene aspectos que lo singularizan. La ideología de Vargas Llosa parte de un antinacionalismo, lo advertimos bien cuando, refiriéndose a Czeslaw Milosz, dice en 1981: “Se comprende que un hombre al que los caprichos de la historia hicieron cambiar de nacionalidad cuatro o cinco veces en su vida sea aceradamente irónico cuando toca el tema del nacionalismo, esa peste a la que la Europa del siglo XX debe la mitad de las catástrofes”9. Y sin embargo escribe una novela que llega a ser una biografía10 novelada, de alguien que tiene como razón fundamental un inmenso amor a su patria, ocupada, colonizada y desprovista de identidad. Conviene traer a colación lo que nuestro autor escribe en su conferencia Historia secreta de una novela de 1968: “Entre los nueve y diez años, yo era un nacionalista fervoroso, creía que ser peruano era preferible a ser, digamos, ecuatoriano o chileno, todavía no había comprendido que la patria era una casualidad sin importancia en la vida” [Vargas Llosa, Obras Completas, Tomo I, 2004: 963]. Pero también en sus recuerdos, cuando, en la propia novela, pone en boca de George Bernard Shaw: “Son cosas irreconciliables, Alice. No se engañe: el patriotismo es una religión, está reñido con la lucidez. Es puro oscurantismo, un acto de fe”. En esto consisten los fundamentos de esta creación literaria.

LA CONSCIENCIA

Vargas Llosa ha creado un personaje que le es muy afín y, como todos sus protagonistas, es un perdedor. “Un hombre que sueña con cosas desmesuradas no puede triunfar; es demasiado lo que está en juego y ya se sabe de antemano que todos los poderes se confabularán para que su “sueño” no se lleve a término”. La conversión de un personaje histórico en personaje literario es una constante en los autores que, como Mario Vargas Llosa, rebuscan en las historias auténticas más o menos peregrinas, que le proporcionan un material interesante11 para la confección de un personaje que alimente la ficción que cultiva y a la que está tan aferrado, hasta tal punto que en la ficción hace que Roger se mienta a sí mismo, escribiendo en su diario, con comillas, como es preceptivo, razones que lo avalen como verídicas e indiscutibles.

El personaje es atrayente de por sí: un héroe desafortunado –lo son todos sus héroes–, pero su particular modo de concebir esta historia ha de proporcionarle una asociación reveladora, porque su personaje tiene ya un mucho de literario, y es principalmente su incursión en la Amazonía12, que es tan afín a la experiencia vital de Mario Vargas Llosa13, tan estimada, tan alusiva, en la realización de su compromiso con la justicia social. No puede ser de otro modo. Lo lleva en las venas, la justicia social es su auténtico punto de arranque, y por eso sólo hay perdedores en sus novelas, desde Los jefes hasta El sueño del celta.

El valor alucinatorio que el personaje le infunde es que Roger mismo tiene un sueño quimérico por el que vale la pena arriesgar la vida, aunque no hay nada que descubrir en su historia salvo sus potenciales pensamientos, que han de llevar al narrador a entusiasmarse con la extraña vida de este personaje que entra tan de lleno en la ficción por lo insólito de sus vivencias. Pero, fiel a su estructura narrativa, nuestro autor lo enfoca en dos vertientes, su vida personal y su vida de aventuras. Vargas Llosa es tan minucioso en revelar su propia trayectoria, que no nos resulta extraño que haga esa inmersión por la asociación libre, ya que encarnar el personaje es un trabajo de autor. Es preciso que los sentimientos del creador coincidan razonablemente con la vida que se conoce de Roger, y sólo un maestro es capaz de acercarse así al héroe, traerlo a primer plano y hacerlo hablar como si realmente fuese él mismo quien estuviese desarrollando su propio papel; aunque un lector experimentado reconoce que quien habla es el propio Vargas Llosa, y su método le hace adentrarse en una personalidad que sería imposible conocer totalmente.

HALLAZGOS

Un simple adjetivo en los diarios le llevará como de la mano a profundizar en elementos que ni siquiera intuye, pero que el autor concibe con generosa prolijidad. Nos referimos, por supuesto, a la personalidad escondida de Roger Casement, que tiene que desenmarañar si quiere hacer una novela que esté a su altura narrativa; pero desvelar una personalidad tan compleja requiere una técnica de trabajo, una estrategia textual que no se ajusta a la de un narrador al uso14, sino que ha de traerla al plano escénico, y eso lo realiza por medio del sueño y el recuerdo.

Tal vez no ha escrito la historia verdadera, pero eso poco importa, aun a sabiendas de que no es su mejor novela, es verosímil y basta; la historia está ahí y Roger está reconocido como un héroe en su patria: los hechos se respetan en todo momento; sólo en las profundidades de la mente de Roger está el campo de trabajo del autor y eso ha de aparecer como incuestionable.

Adentrarse en el inconsciente es hacer de su propia vida la vida del otro para intuir qué pensaba, qué soñaba, en qué mataba el tiempo; ese tiempo inacabable de la cárcel donde Roger estuvo recluido durante tres meses, espacio en el que se desarrolla la novela, pues comienza con Roger despertándose en la prisión de Pentoville, y acaba cuando es ejecutado en la misma penitenciaría. Pero también la religión incorpora elementos de lo intangible, y El sueño del celta está plagado de referencias religiosas mezcladas con remordimientos y reflexiones acerca de la vida de la fe, todas ellas traídas a la memoria de Roger con el mismo procedimiento, el recuerdo y la ensoñación en un catre carcelario, donde Roger espera la decisión de ser o no ejecutado, así dice: “Había entrado de nuevo en uno de esos periodos de abstinencia sexual que, a veces, se prolongaba muchos meses. Eran épocas en las que, por lo general, su cabeza se llenaba de preocupaciones religiosas”. Aunque nuestro autor utiliza en otras muchas ocasiones el sueño como elemento de proyecto, de deseo, de creación literaria en lo onírico15, en esta novela ha empleado el recuerdo y el sueño como estrategia de trabajo, como registro elocutivo. Ha de convertir en novela la historia de una vida, y eso requiere un arduo proceso de investigación no siempre asequible.

LA EXPERIENCIA Y LAS VANGUARDIAS

El viaje del propio Vargas Llosa al Congo Belga lo acerca al medio hostil en que pudo desenvolverse la vida de Roger –como sus experiencias anteriores lo acercaron a la Amazonía–. Un medio que ha pasado por el tamiz de cien años –no lo olvidemos– porque si el tiempo borra las señales más profundas, con Casement no puede ser de otra forma, y ha de imaginar, ponerse en la piel del otro para sacar a la luz sus posibles anhelos y debilidades y que aparezcan como ciertas, no siempre avaladas por documentos fehacientes, como dice: “Datos que figuraban en sus diarios, si podía llamarse así el amasijo de notas desperdigadas en cuadernos y papeles sueltos a lo largo de años y que tal vez fueron manipulados por los inquisidores del Reino Unido”, en los que apoyarse para sacar verdades –o ficciones– para una novela que ambiciona verosímil.

De la Amazonía Vargas Llosa sabe muchísimo, así dice: “Durante un año sólo leí libros relativos a la Amazonía, todos los que pude hallar en las librerías y bibliotecas de París, sin discriminación alguna”16. Además, ya era conocida por otros medios la técnica inhumana empleada por los caucheros que, tanto en la Amazonía como en el Congo se empleaban para la obtención del valioso látex para la industria17. Así que no es ése su propósito a la hora de acometer semejante biografía novelada. Se trata de hacer hablar a un muerto de hace casi cien años. Con esos datos, aun siendo abundantes, no tiene suficiente, y la invención eficaz debe estar al cabo de cada párrafo, de cada conjetura; la técnica narrativa hará lo demás, ya lo ha utilizado desde su primer libro, con la argucia de meterse en cada uno de los personajes y sacar de cada uno lo que en el propio Vargas Llosa sucede.

Su invención pasa por la propia catarsis, como en una cura de sus propias insuficiencias, tan a menudo manifestadas por su propio inconsciente, pero que han de salir a la luz como le es habitual en su trayectoria literaria, no olvidemos que había dicho: “La autobiografía más auténtica de un novelista son sus novelas. Creo que uno transpone su experiencia vital no sólo en lo anecdótico –los hechos que le ocurrieron, las personas que conoció– sino también su personalidad secreta, lo que fueron sus reacciones profundas frente a esas experiencias, en esas fantasías que son sus novelas” [Setti, 1989: 37]18. Así Roger Casement tiene que hablar, y él domina desde hace tiempo ese recurso tan eficaz. Al carecer de documentación escrita suficiente para reconstruir una conciencia, ha de apoyar toda su invención en que el muerto-héroe recuerde, que juegue a pensar, a hacer memoria, a soñar para exponer sus argumentos: “Rocordó Roger la expedición de 1884 bajo el mando de su héroe Henry Morton Stanley”, “Años después, en la duermevela visionaria de la fiebre, se ruborizaba pensando en lo ciego que había sido”, “No saben lo que hacen, pero nosotros sabemos que es por su bien y eso justifica el engaño –pensaba el joven Roger Casement–“. La descripción que hace de Roger tiene muchos de los ingredientes que ha de utilizar para la construcción de su novela, pero no creemos que sea neutral. El personaje lo ha fascinado –pese al nacionalismo– desde los inicios.

LA FRAGMENTACIÓN

La atención flotante que debe presidir toda concreción objetiva queda atrapada por su propia implicación en la trama, porque su trayectoria es la de una historia de compromiso socio-político, de implicación en su trayectoria personal: el Perú lo tiene apresado en su deseo de que alcance una actualidad democrática y una justicia social jamás conseguida19, y El sueño del celta es –nos parece– su propio sueño, convencido de que el colonialismo americano tiene a su propio país, Perú, sojuzgado, inclusive en el momento de terminar la novela.

Todo el texto está fragmentado. Es el recuerdo, el sueño, la ensoñación quienes traen a un presente textual remembranzas entremezcladas, que van proporcionando al lector una visión heterogénea, desarticulada, asincrónica, pero coherente, a través de esos elementos que se repiten a lo largo del texto, y el recuerdo es uno de los elementos recurrentes que le hacen desarrollar un monólogo interno, discursivo, dialogado a veces, acerca de un pasado probable, y el presente físico se funde con el presente psicológico, entremezclado con su estancia en un presente carcelario hasta el patíbulo.

Así dice: La casa verde fabulosa se proyectó en un remoto y legendario prostíbulo cuya sangrienta historia sería conocida únicamente a través de los recuerdos, las fantasías, los chismes y las mentiras de la gente de la mangachería. O sea, que la fórmula la tiene consolidada, ya la había experimentado y muy bien; por eso la fórmula del recuerdo, la memoria y el sueño no son extraños en Vargas Llosa.

Los diálogos tienen como herramienta primordial el recuerdo, pero en esta novela es recurrente el recurso, producto de una técnica bien cimentada en su variado aporte literario. Ha de forzar permanentemente el sistema elegido para hacer hablar a Roger. Ya no se trata de sus andanzas más o menos aventureras en el Congo, la Amazonía, Irlanda o Alemania, que eso está documentado. Ha de ser un Roger que recuerde, que hable, y sus interlocutores han de ser tan verosímiles como él mismo, ya que también han de hablar en diálogos solitarios que saquen al personaje de su obligada mudez. Todos los mecanismos de la memoria, por su propio caótico dinamismo, han de ser cambiantes: el tema, el interlocutor y las discusiones –que han de tener tonos y registros distintos–; y el lector debe conocer ese resorte porque la variedad de giros es constante.

Se complica cuando el narrador, a veces Vargas Llosa, a veces otro interviniente, emite juicios de valor ponderando o ridiculizando una decisión. A cada momento intervienen personajes distintos –rara vez vuelven a asomar–, que salen y desaparecen sin dejar más que una ligera huella que enriquece el texto, pero ha de incluirle una pequeña historia también inventada en sus detalles, como dice: “Recordaba bastante bien las caras y los nombres de tres componentes de la orquesta: Anselmo, el arpista viejo y ciego; el joven Alejandro, guitarrista y cantor, y Bolas, el musculoso tocador del bombo y los platillos. Conservé esas caras y nombres en la novela, pero tuve que añadir a esas elusivas siluetas unas biografías repletas de anécdotas”.

Eso mismo vuelve a repetirlo en esta novela. Son personajes pero sin mayor transcendencia –la inclusión del pasaje de los trapenses es paradigmática–, y ha de estar constantemente aclarando si el interlocutor era alto o bajo –generalmente son bajitos– gruesos o delgados –generalmente gruesos–; solamente presenta como “alto, atlético, de caminar algo felino, una mirada azul profunda y una sonrisa entre arcangélica y canalla” a su amigo y amante Eivind Adler Christensen.

Pero también hace comentarios sobre aquellos que son de amena conversación –que recordaría de por vida–, o un pesado impenitente que aburre sin pudor. Por mucha atención que ponga un lector medio ve, a veces con desesperación que, salvo dos o tres, los personajes que intervienen aparecen y desaparecen –su madre es la gran excepción, pues su recuerdo es constante a lo largo de la novela–, con lo que el proceso narrativo, aun teniendo una línea argumental temporal y directa, con tantos incisos que mediante el recuerdo aparecen y se olvidan, los sueños realizados o los que cataforiza como avances que nunca llegan a su narración completa dejando una elipsis nunca aclarada, y vemos emerger y esfumarse, en el relato, individuos que no dejan secuela alguna ni en su trayectoria personal ni en el tema que sustenta la argumentación.

LOS CAPÍTULOS IMPARES

Cuando más se produce la recurrencia del sueño y el recuerdo es en la construcción de los capítulos impares –aunque no están exentos los demás apartados–, en eso Vargas Llosa es fiel a sí mismo; es su gran artificio vanguardista, su planteamiento estructural para esta novela como lo ha sido para otras muchas. El hilo argumental se interrumpe constantemente. Quince capítulos y un epílogo a modo de conclusión dan mucho de sí; y tanto en el Congo como en la Amazonía se repiten las mismas motivaciones, pero no añade nada a la concepción histórica del protagonista que, en la vida, tuvo muchos problemas para poder expresar las realidades de esclavitud que en el Congo y en la Amazonía tuvo que presenciar para hacer un informe que, siendo creíble gracias a la aportación de otros pioneros, han dejado una profunda huella en el espíritu del personaje, de quien Vargas Llosa transcribe un párrafo de una carta muy significativo: “Así es, Gee querida, te parecerá otro síntoma de locura pero este viaje a las profundidades del Congo me ha servido para descubrir a mi propio país, para entender su situación, su destino, su realidad. En las selvas no sólo he encontrado la verdadera cara de Leopoldo II. También he encontrado mi verdadero yo: el incorregible irlandés. Cuando volvamos a vernos te llevarás una sorpresa, Gee. Te costará trabajo reconocer a tu primo Roger. Tengo la impresión de haber mudado de piel, como ciertos ofidios, de mentalidad y acaso de alma”. [Vargas Llosa, 2010].

Es extraño, pero la inclusión del párrafo de una carta no abunda en el texto. Nuestro autor piensa, da vueltas alrededor de su personaje, pero no suele transcribir párrafos de correspondencia fehacientes que justifiquen lo verosímil de su criatura. Ha llenado 455 páginas de fragmentos de monólogos interiores, como si Roger se expresara desde el fluir de la conciencia en un constante recuerdo carcelario continuado. Se justifica porque Roger está en la cárcel y condenado a muerte, y el argumento de la condena –lo hace desde las primeras páginas– no es por haber intentado la independencia de Irlanda, sino porque sus diarios más íntimos, manipulados, perdidos, en los que abordaba un tema execrable para esa época de modo patente: su actividad homosexual que ha dejado por escrito, y esos diarios no se habían destruido a tiempo.

LA HISTORIA

No olvidemos que Roger es contemporáneo de Oscar Wilde que, a su vez, fue condenado por indecencia grave a trabajos forzados; si añadimos la traición al Reino Unido con el planteamiento independista del Irlanda, veremos que se imponía ese castigo ejemplar, tan ventilado por los medios de difusión y propaganda. El recuerdo nos trae los diferentes matices del personaje en cuestión, aportando visiones parciales de una personalidad tan compleja, pero siempre en aras de mostrar la gran cantidad de perspectivas a través de las que Vargas Llosa lo ve y nos lo quiere mostrar.

Así recuerda convicciones íntimas: Cuando el sheriff abrió la puerta de la celda y lo enanizó con la mirada, Roger estaba recordando, avergonzado, que siempre había sido partidario de la pena de muerte. Y también para expresar algo que le preocupa grandemente, su relación con el sexo. Recordó la frase del carcelero: «Estoy seguro que Alex murió virgen» –Es Vargas Llosa–. “Pobre muchacho. Llegar a los diecinueve o veinte años sin haber conocido el placer, aquel desmayo afiebrado, aquella suspensión de lo circundante, esa sensación de eternidad instantánea que duraba apenas el tiempo de eyacular y, sin embargo tan intensa, tan profunda que arrebataba todas las fibras de su cuerpo y hacia participar y animarse hasta el último resquicio del alma. Él hubiera podido morir virgen también, si, en vez de partir al África al cumplir veinte años, se hubiera quedado en Liverpool trabajando para la Elder Dempter Line”. Pero hay mucho más, porque Vargas Llosa se recrea en obscenidades que no sabemos si son necesarias en la novela: “En la oscuridad de su celda, suspiró, con deseo y angustia. Cerrando los ojos trató de resucitar aquella escena de hacía tantos años: la sorpresa, la excitación indescriptible, que, sin embargo, no atenuaba su recelo y temor, y su cuerpo, abrazando el del muchacho cuya verga tiesa sintió también frotándose contra sus piernas y su vientre”.

También pone en duda que las andanzas de Roger sean veraces, y por eso introduce algún inciso en el recuerdo: “Recordaba –¿o los inventaba?– algunos nombres de esos encuentros que por lo general terminaban en un hotelito de mala muerte de las inmediaciones o, a veces, en algún rincón oscuro en el césped del parque”. Y es la intimidad la que entra en juego con vulgaridades –que nuestro autor no rehúye nunca–: “Esa noche, en el largo desvelo de su cama del Hotel do Comercio, Roger cayó en una de esas depresiones que lo habían acompañado casi toda su vida, sobre todo luego de un día o una racha de encuentros sexuales callejeros”.

EDIPO

Pero Vargas Llosa mantiene su anclaje en esa madre que desapareció en su niñez: “Como siempre en estas crisis, se desveló muchas horas y, cuando por fin pescaba el sueño, presintió delineándose en las sombras de su cuarto la lánguida figura de su madre”. ¿Es Vargas Llosa quien habla?

Los párrafos eróticos se manifiestan con profusión: “Él, tan educado y pulido con su vocabulario ante la gente, sentía siempre, en la intimidad de su diario, una invencible necesidad de decir obscenidades. Por razones que no comprendía la coprolalia le hacía bien”. Pero el subconsciente lo traiciona y saca a relucir su gran preocupación, Perú: “Y, sorprendido, descubrió que recordaba aquello con nostalgia, a pesar de los horrores que escondía”. “Trató de imaginar cómo habría quedado toda aquella inmensa región del Putumayo con la desaparición de las estaciones, la huida de los indígenas y de los empleados, guardianes y asesinos de la Compañía de Julio César Arana”. Y es a la personalidad profunda de Roger que se manifiesta en el sueño, a la que tiene que recurrir Vargas Llosa: “Cerrando los ojos fantaseó”: “Se despertó, entre asustado y sorprendido. Porque, en la confusión que eran sus noches, en ésta lo había tenido sobresaltado y tenso durante el sueño y el recuerdo de su amigo”. Pero también sus momentos ridículos: “Dieciocho años después, Roger, entre las imágenes desordenadas que la fiebre hacía revolotear en su cabeza, recordaba la mirada inquisidora, sorprendida, por momentos burlona, con que Henry Morton Stanley lo inspeccionó”. Y en su intimidad Roger se enfrenta con sus propias discordancias: “Cuando Roger recordaba a Stanley lo embargaban sentimientos contradictorios”.

La hipotética historia personal es traída por medio del recuerdo: “De los dos años en que trabajó para la Sanfor Exploring Expedition, entre los veintidós y veinticuatro años, Roger Casement recordaría siempre dos episodios”. Los personajes se le multiplican para bien y para mal, y uno de ellos es recurrente: “La memoria le devolvió a Roger el recuerdo de aquel día de junio de 1890 cuando, transpirando por el húmedo calor del verano que empezaba y fastidiado por las picaduras de los mosquitos que se encarnizaban contra su piel de extranjero, llegó a Matadi ese joven capitán de la marina mercante británica –Joseph Conrad–“. Y no duda en evocar tiempos mejores: “Roger guardaba un cálido recuerdo de ese par de días junto al escritor”.

EL SUEÑO

Una nueva vuelta al sueño tiene por objeto traer a primer plano un importante poema: “En el sueño recordó con insistencia que, en septiembre de 1906, antes de partir hacia Santos, escribió un largo poema épico: «El sueño del celta» sobre el pasado mítico de Irlanda”. Pero también el necesario retrato para comparar el paso del tiempo: “Recordó a la muchacha traviesa y animosa de Liverpool, a la mujer atractiva y amante de la vida de Londres, a la que por su pierna enferma sus amigos llamaban cariñosamente Hoppy (Cojita)”. Todo viene a la memoria de Roger, como un fotograma más: “Recordó la discusión con Herbert Ward, en París, la última vez que lo vio”. Pensó en el capitán Robert Monteith, su asistente y amigo los últimos seis meses que pasó en Alemania”. Un hecho “real” en la cárcel le trae extraños recuerdos perfectamente conectados a ese mismo hombre: “Le pareció que, en las sombras de la celda, el sheriff gemía”. Pero tal vez era una falsa impresión. “Roger recordó a los cincuenta y tres voluntarios de la Brigada Irlandesa que quedaron allá, en Alemania, en el pequeño campo militar de Zossen, donde el capitán Robert Monteith los había entrenado en el uso de fusiles, ametralladoras, tácticas y maniobras militares”. No sólo recuerda cosas de relativa importancia, sino también climáticas, y, por supuesto eróticas, su preocupación más recurrente: “Recordó aquella tarde de calor sofocante y sol cenital, en Boma, cuando ésta ni siquiera era un aldea sino un asentamiento minúsculo. Asfixiado y sintiendo que su cuerpo echaba llamas había ido a bañarse a aquel arroyo de las afueras que, poco antes de precipitarse en las orillas del río Congo, formaba pequeñas lagunas entre las rocas, con cascadas murmurantes, en un paraje de altísimos mangos, cocoteros, baobabs y helechos gigantes. Había dos bakongos jóvenes bañándose desnudos como él”.

LA INTIMIDAD

Y es en el paso del tiempo, como si de películas se tratase, cuando se manifiesta el Roger más íntimo: “Cerrando los ojos trató de resucitar aquella escena de hacía tantos años”. Pero una constante, su madre, aparece también con un sueño, donde Vargas Llosa no pierde el tiempo de hacer un apunte del complejo de Edipo de Roger: “Tuvo un sueño placentero. Su madre aparecía y desaparecía, sonriendo, bella y grácil con su largo sombrero de paja del que colgaba una cinta flotando al viento. Una coqueta sombrilla floreada protegía del sol la blancura de sus mejillas. Los ojos de Anne Jephson estaban clavados en él y los de Roger en ella y nada ni nadie parecía capaz de interrumpir su silenciosa y tierna comunicación. Pero, de repente, asomó entre la floresta el capitán de lanceros Roger Casement, con su resplandeciente uniforme de los dragones ligeros. Miraba a Anne Jephson con unos ojos en los que había una codicia obscena. Tanta vulgaridad ofendió y asustó a Roger”.

Y utiliza también el sueño para manifestar la confusión de la mente de Roger: “Soñó con su madre, en un lago de Gales. Brillaba un sol tenue y esquivo entre las hojas de los altos robles, y, agitado, con palpitaciones, vio asomar al joven musculoso al que había fotografiado esta mañana en el malecón de Iquitos. ¿Qué hacía en aquel lago galés? ¿O era un lago irlandés en el Ulster? La espigada silueta de Anne Jephson desapareció”.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Soy consciente de que hago un trabajo limitado para intentar poner en luz aspectos que se nos revelan en este texto a la luz del surrealismo. No es el mejor libro de Vargas Llosa, pero sí es una novela de envergadura, una trama bien urdida que aporta múltiples facetas históricas: sociales, humanas, religiosas y culturales. Irlanda, la explotación en las colonias, el nacionalismo, la homosexualidad, la religión –no entra de lleno en lo espiritual–, las relaciones, la trascendencia de la Iglesia, las costumbres carcelarias, las enfermedades, etcétera. Un libro que se hace necesario para entender toda una época reciente de la espeluznante historia de una Europa envejecida; una obra que se acerca mucho a esa ambición de la novela total, la gran aspiración de Mario Vargas Llosa.

Bibliografía, notas y fuentes:

1 En este texto, siempre que se refiera a El pez en el agua, citamos por la edición de Santillana Ediciones Generales S. L. 2010. Madrid.

2 En este texto, siempre que se refiera a El sueño del celta, citamos por la edición del Círculo de Lectores. 2010. Barcelona.

3 Historia secreta de una novela. Mario Vargas Llosa. Obras Completas. Tomo I. Círculo de Lectores. Página 982. 2004. Barcelona.

4 Roger Casement. Diario de la Amazonía. Edición de Angus Mitchel. Ediciones del viento, S. L. 2011. La Coruña.

5 José Miguel Oviedo. Mario Vargas Llosa: La invención de una realidad. Barral Editores. 1977, 2ª edición. Barcelona.

6 Luis Sainz de Medrano. Vargas Llosa y su galería de antihéroes Conversación de otoño, página 150. 1997. CAM. Murcia.

7 Mario Vargas Llosa. La verdad de las mentiras, página 11. Lección inaugural de los Cursos de verano 1989 de la Universidad Complutense de Madrid. San Lorenzo del Escorial, 3 de julio de 1989.

8 En este texto, siempre que se refiera a La ciudad y los perros, citamos la edición del Círculo de Lectores, Obras Completas. Tomo I. 2004, Barcelona.

9 TURIA, página 182. Revista Cultural nº 99. Junio-Octubre 2011. Teruel.

10 El sueño del celta comienza con el nacimiento del protagonista y acaba con su ejecución.

11 Con Antonio Consejero, de La guerra del fin del mundo, inicia los relatos de sus personajes extraídos de la realidad, aunque todos ellos tienen su origen en una realidad tangible.

12 Ya La casa verde, una de sus primeras novelas, tiene lugar en la Amazonía. La terminó en 1965.

13 En la expedición de la que forma parte con el antropólogo Dr. Juan Comas en 1957, toma contacto con la realidad amazónica de explotación de los nativos, algo que va a coincidir con la trayectoria de Roger Casement y lo utiliza para este libro.

14 Tal vez lo aprende de Faulkner, que usa hasta el extremo “pensó”, “recordó”, “soñó”. Ver: Absalón, Absalón, de 1936. Estos recursos ya vienen siendo utilizados por Vargas Llosa desde Los jefes.

15 TURIA Revista Cultural nº 97-98. Marzo-Mayo. “El sueño en la narrativa de Mario Vargas Llosa”. Ana Gallego Cuiñas. 2010. Teruel.

16 Historia secreta de una novela. Obra citada, página 990.

17 Ver Historia secreta de una novela, donde apunta todo el proceso evolutivo del joven Vargas Llosa en la Amazonía.

18 Setti, Ricardo A. Diálogo con Mario Vargas Llosa. 1989. InterMundo. Madrid.

19 En El pez en el agua, Vargas Llosa desarrolla su implicación política en aras de su compromiso social.