– Reseña de Neorromanticismo de Juan Andrés García-Román –
Fátima Frutos
Escritora
Fecha de publicación: 06/05/23
Cuando Luis Antonio de Villena en Romántico, simbolista, decadente recuerda a un Luis Cernuda “indagador de la profundidad”, el mismo al que Octavio Paz se refiere como un activista de la libertad que se lanzó a las milicias en la Sierra de Guadarrama con un fusil y las obras completas de Hörderlin en el macuto, nos están sitiando, unos y otros, para que no olvidemos que lo abismal es la primera fe del poeta.
Estoy de acuerdo con Rosa Berbel en su epílogo a Neorromanticismo cuando expresa que García-Román “abraza cualquier forma de experiencia sobrenatural”. La consignación de distintos planos “Murió niño No se enteró de / lo que había heredado”, “¿Es hoy cuando despiertan al virrey? / Se ha reflejado/ la escena en los espejos que miran al sur”; el tiempo en múltiples previsiones “Ventana enfrente / dime ¿hay más allá?”, el yo que solo aparece a hurtadillas “Me despierto / en la noche/ y no tengo libido / sueño”, las nuevas definiciones de la pureza en pleno siglo XXI, donde las luces de neón, las redes y las nuevas guerras de ansias viejas lo corrompen casi todo, menos la poesía…
García-Román se nos muestra como un viajero astral, a la manera en que Gaspar Noé nos lo descubrió a través de su película Enter the Void (2009), con la diferencia de que en esta ocasión el tránsito se materializa en el cuerpo utópico de los versos. Versos que se nos manifiestan como un gabinete de cálices maravillosos y ambiguas fosforescencias en “Lección magistral”, con Roberto Calasso y su sentido de lo innombrable en “Es uno”, tras la salida de Das Scholss de Kafka mientras “La revenante” cae en la cascada de los sentidos…
La pureza expresiva, la esencial melancolía, los cánticos religiosos de hábitos paganos, lo popular y lo absoluto, en un inventario de apegos que quiere acercarse al lector por la vía del conocimiento sentido, de la fabulación según lo extraordinario, de la tácita percepción ante lo mítico y lo utópico.
Quizá Jorge Eduardo Eielson con sus versos “¿Conoces tu cuerpo/ Fuerza de los años/ Calor de los planetas?” pintaría distintos trazos tras leer Neorromanticismo. Uno marcado, nítido y fuerte, el del inquebrantable asombro contenido en el poema “Las piedras del espejo”, otro difuminado y entregado como los de la representación de los amores paulatinos en “Air des mores”, otro más con contornos complejos como “…Y de las tinieblas” y el último casi insinuado, eternamente incompleto, como un signo del infinito en “Himno platónico”.
La sensibilidad estética de García-Román es el vaho sobre el cristal. Un hálito de vida que se inmiscuye en el paisaje con el vapor de nuestro propio aliento, de nuestro interior, un viento que nace de su mente y de su corazón para colocarnos ante el salto de Léucade, avistando nereidas, náyades y sílfides. Píndaro, Hördelin, Celan, Cernuda, Blanca Varela (“que es despertar / en la gran palma de dios”), todos están convocados como planetas alrededor de este cometa llamado Neorromanticismo. Sobre él ejercen un influjo gravitacional. No obstante, este cometa transforma su órbita con cada movimiento, con cada poema, tan rápidamente y de una forma tan notable, que cada revolución en torno al sol le hace único entre los cuerpos celestes. Este halo hecho poemario orbita sobre nuestras cabezas con intención de regresar a la nube de Oort.