El infierno no está en nos(otros): Poe y la dualidad intuición-razón

Kay Amundsen
Estudiante de filosofía

Fotografía: Laura García

“(…) son las tinieblas como lienzos también,

donde viven, brotando de mis ojos a miles,

los que ya se han perdido para nuestras miradas”1

Los cuentos de Edgar Allan Poe se caracterizan por un profundo interés por lo fantástico, por el mundo aparentemente inalcanzable de la imaginación. Poe explora los lugares ocultos de la psique humana, haciendo de puente entre el lector presuntamente racional y todo el entramado ilusorio y paranormal construido. Si bien esta es una característica a remarcar de su escritura, no es de menor interés analizar su capacidad para hacer compatibles cuentos de este tipo, donde prima la subjetividad intuitiva, con aquellos que el propio autor catalogó como “cuentos de raciocinio”.

A primera vista cuentos detectivescos como “Los crímenes de la calle Morgue” contienen una estructura mecánica y extremadamente racional, pues cuando el cuento llega a su final este alcanza la transparencia deseada y no queda lugar para elementos ocultos o desconocidos. El detective explica cómo ha llegado a sus conclusiones, expone el caso y este se resuelve satisfactoriamente. En el proceso mediante el que el cuento se va desarrollando, sin embargo, vemos que muchas de las decisiones que toma el detective Dupin serán en primera instancia puramente intuitivas, adivinaciones.

“En realidad el balancear las hipótesis, eliminar las inútiles y escoger las más acertada no supone una simple, consciente y objetiva selección. Supone un proceso creativo, que tiene mucho de intuitivo y consciente. (…) Existe por parte de Dupin, como en Poe, una fuerte necesidad de encauzar esas percepciones, de ejercer un balance racional sobre sus intuiciones”2

Siguiendo este análisis, la compatibilidad de los cuentos detectivescos de Poe con aquellos en los que los elementos fantásticos guían la historia se hace cada vez mayor. La intuición subjetiva no es exclusiva de sus cuentos fantásticos, sino que plaga toda su obra. Esto nos lleva a reflexionar sobre la tensión preexistente entre una manera intuitiva de percibir la vida y una manera racional o acorde a razón, extrapolando esta problemática también a todos los seres humanos.

“Es necesario comprender a Poe como un escritor sensible a las tensiones creadas por un pensamiento dualista: razón-intuición, materia-espíritu, arte-ciencia.”3

La barrera que separa lo que concebimos como intuitivo de lo puramente racional no es tan clara, e incluso podríamos llegar a dudar de su mera existencia. Lo que se pretende racional a menudo es solo un disfraz de elementos profundamente intuitivos. Como el detective Dupin, nosotros también hacemos pasar a menudo por racionales elecciones fundadas en corazonadas.

Tampoco está tan claro que aquello fundado en lo intuitivo sea excluyente de la racionalidad y viceversa. La complejidad del ser humano reside en gran parte en la integración de elementos puramente fantásticos en discursos racionales. Fuera del mundo literario estos mecanismos humanos pueden llevar a confusión y a una subordinación de la verdad ante la respuesta menos complicada, pero no por ello deja de ser importante identificarlos y conversar con ellos.

Lo intuitivo también ha tenido históricamente una asociación de raíz con lo oscuro y lo desconocido por ser aquello que, aunque pueda ser parcialmente dirigido de forma racional, nunca será concebido en su totalidad. La necesidad de control que tenemos se intensifica ante aquello que supera nuestro conocimiento material, ante la incertidumbre de lo propio. En el Romanticismo se refuerza la figura del poeta como aquella persona que hace de puente entre el mundo racional y lo oscuro de la intuición, la portadora del don o la maldición cuasidivina que le permite tener acceso al ruido de lo difuso que se encuentra dentro del mundo de la intuición.

“Para él (Poe) la imaginación, «el instinto poético», es indispensable como camino al verdadero conocimiento. En este sentido Poe es fiel representante de ese romanticismo que surge como reacción al racionalismo imperante. ¿No ponen de manifiesto sus relatos fantásticos que no todo puede ser explicado mediante las leyes de la razón y la lógica?, ¿no plantean ellos acaso la disolución del mundo racional?”4

Poe sería en este sentido tan cercano a Baudelaire como a Arthur Conan Doyle, pues a pesar de situarse temáticamente en lo que podríamos pensar como polos opuestos no dejan de ser parte del mismo núcleo, de la misma dualidad intuitivo-racional.

De la oscuridad de la intuición se han derivado grandes discusiones que hoy en día se siguen dando acerca del arte, del genio y de la imaginación. ¿Qué relación existe entre la locura y la creación del arquetipo del genio? ¿Por qué tememos a la intuición y confiamos -quizá de forma acrítica- en la racionalidad?

Ante la existencia y su posible terror inherente, terror del que tantos han sido conscientes antes de nosotros, las ideas del progreso y la ciencia nos ofrecen la racionalidad como quimera salvavidas, como Verdad absoluta y motor de una superación de la incertidumbre. Poe afirma, quizá proféticamente, la muerte de la racionalidad como último bastión de la certeza. No nos salvará aquello que ni siquiera existe en la forma que nos imaginamos, no nos salvará una racionalidad pura porque, y aquí es donde se planta la semilla de la duda, puede que ni siquiera esta exista. Puede que nos tengamos que conformar con verdades a medias, con una intuición revestida de raciocinio. Aceptar esto no surge de la resignación ni de asumir una pérdida de la verdad en última instancia, sino de la genuina humildad de afirmarnos como seres desgarrados.

Bibliografía, notas y fuentes:

1 Charles Baudelaire, “Las flores del mal”, Poema LXXIX

2 María Luisa Rosenblat, “Lo fantástico y detectivesco: Aproximaciones comparativas a la obra de Edgar Allan Poe”, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1990, pág. 202-203

3 Íbid. Pág. 169.

4 Íbid. Pág. 169.