Individualidades y colectividad para la (re) construcción social

Iñigo Puertas
Trabajador social y estudiante de doctorado (Deusto)

Fotografía: Sara Alonso

Claude Monet dijo en una ocasión que él no podía trabajar fuera de su taller de pintura debido a la intensidad de la luz. El pintor impresionista necesitaba protegerse de los destellos del sol para inspirarse y cumplir con su labor como artista. Algo análogo parece que le está sucediendo al ser humano en el presente cuando asume la difícil tarea de la reflexión moral. Al menos en nuestro contexto esta reflexión forma parte, cada vez más, del ámbito privado, introspectivo si se quiere, de las personas.

Esto resulta paradójico porque el sujeto moral de hecho lo es por su propia naturaleza. Naturaleza que no deja de ser social. Nuestros valores individuales se fundan cuando hacemos una interpretación de lo que la Sociedad en su conjunto reconoce como valioso en sí mismo o de por sí. Referimos a cuestiones tales como la idea del Bien, la concepción de la Justicia y de la Libertad; entre otras. Tal y como se comprueba, no podemos llegar a una determinación sobre lo que valoramos si no lo confrontamos y lo defendemos con los demás. Al mismo tiempo, nuestra condición social implica que, por un lado, la influencia del contexto nos lleva a dar mayor importancia a unos valores en detrimento de otros y que, por otro lado, somos capaces de resignificar y reinterpretar los valores que imperan cuando por medio de nuestra participación en el contexto vemos pertinente hacer efectivos procesos de transformación social.

A otro respecto, como Larmore (1987) apunta dado que la vida moral se encuentra muy diversificada resultaría incorrecto proponer una sola versión de lo que el ser humano reconoce como valioso. En un mundo cada vez más diverso e híbrido no sería oportuno asumir este desafío. Hacerlo podría llevarnos a negar diferentes significados e interpretaciones y, por ende, valores con base en los cuales se constituye la pluralidad humana. Negación que, seguidamente, nos conduciría a proponer una idea necesariamente hegemónica y homogeneizante en la que posiblemente muchos nos veríamos reflejados, pero por la que también algunas identidades quedarían relegas a una incognoscible abstracción.

La pluralidad, tal y como se concibe, es fuente de riqueza en tanto permite a los seres humanos perseguir diferentes horizontes para alcanzar su autorrealización sin que necesariamente ninguno de ellos deba ser negado. La autorrealización permite al individuo alcanzar la perfección más plena de su existencia1 y por su condición de sujeto inexorablemente social ello solo es posible acometerlo con el apoyo de los demás. Entonces, ante la pluralidad de cosmovisiones del mundo y frente a la individualización de la reflexión moral ¿cómo puede quedar configurado el sensus communis en el tiempo actual?

Para Arendt (1993) debemos renovar el modo en el que enjuiciamos la política y la forma en la que participamos en el espacio público para activar la crítica. La crítica es para esta autora la actitud que nos va a llevar a enfrentarnos a las ideologías que anulan la pluralidad y a sobreponernos a las realidades donde queda excluida la posibilidad de configurar intersubjetivamente nuestro sentido común. Siguiendo con sus contribuciones, esta actitud puede ser llevada a cabo mediante discursos públicos que sean vinculantes, a partir de acciones de poder político que sean representativas de las expectativas de la comunidad e, incluso, empleando el Arte como vía de expresión de nuestra subjetividad. Sacar a la luz nuestra acción subjetiva y ponerla en relación con las distintas subjetividades es lo que nos va a permitir reafirmar nuestra individualidad al mismo tiempo que aceptar y promover la expresión subjetiva de los otros. Ante la expresión de las distintas realidades se trataría, entonces, de identificar aquello que nos ordena y, al mismo tiempo, nos proyecta hacia la autorrealización. Aquello en lo que, reconociendo nuestra diversidad, todos nos vemos reflejados. Aquello que tiene valor porque se oriente a un fin racional y razonable al que aspira llegar cualquier ser humano. Aspiraciones tales como ser tratado justamente o alcanzar la libertad.

Pero para que la construcción de lo común sea posible ¿cómo debemos adoptar esta postura crítica? Solo podremos responder a esta cuestión si sabemos determinar, de un modo fundamento, cuál y cómo deber ser el contexto en el que queremos operar. Esto es, hacia dónde nos proyectamos. A esta determinación se puede llegar desde una actitud deliberativa, de apertura y dirigida a integrar los diferentes discursos que confluyen en nuestra realidad social. Hacerlo de otro modo, de una manera más hermética, implicaría vincularnos a nuestra red de proximidad para afianzar la seguridad de un colectivo representativo pero que no es representante de la pluralidad en la que nos encontramos. Esta opción queda cada vez más diluida cuando constatamos que nuestra acción social y política trasciende y tiene repercusiones más allá de la delimitación fronteriza en la que nos sintamos identificados. Además, tal hermetismo nos llevaría a considerar la pluralidad como un elemento de conflicto cuando, en cambio, puede verse como una oportunidad para cooperar y perseguir fines complementarios, no excluyentes, de nuestro desarrollo humano.

Cierto es que estos fines son horizontes asintóticos. Igual de cierto es que, en muchas ocasiones, pretendiendo alcanzarlos nos encontramos con dificultades exógenas y conflictos de intereses que nos llevan a adoptar una postura de confrontación para con los otros. Pero todo ello se puede (o se debería poder) sobreponer si somos críticos con la realidad, la juzgamos y la confrontamos teniendo en cuenta las diferentes posturas que la conforman. Cuando la capacidad crítica nos lleva a preguntarnos por lo desconocido; poniendo en cuestión aquello que asumimos como natural y, por lo tanto, normal y cuando comprobamos que existen otras maneras de vivir y de configurar nuestra realidad estaremos, entonces, mostrando nuestra apertura. Y a la apertura no le debemos temer. Abrirnos no implica ceder, sino más bien, tratar de que nuestro juicio sea más imparcial, dentro de la necesidad que tampoco debe ser negada de adoptar una postura parcial frente a nuestros intereses particulares.

Quizás, como le podía ocurrir a Monet, los destellos de la luz alterarían nuestra capacidad para ver y trazar el horizonte que queremos perseguir. Pero, al mismo tiempo, esto nos brindaría la oportunidad de constatar que existen otras vías y marcos axiológicos en los que también nos podemos reconocer. El mismo Monet, seguramente, encontraba fuera, en el exterior, la inspiración que más tarde querría hacer constar cuando se aislaba en el interior de su taller para, seguidamente, sacar a la luz sus obras; buscando así el reconocimiento de su acto de creación.

Para comenzar a dar pasos en este sentido la actitud que se puede adoptar la resume Karl Popper en la siguiente frase: “yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón, y con esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad”. En efecto, se trata de salir de la rigidez de nuestro marco valorativo para aceptar que existen otros de los que podemos diferir, pero de los que también podemos aprender. Una actitud que se da cuando reconocemos que lo que valoramos no siempre responde a una verdadera necesidad de lo propiamente humano sino, más bien, a un juicio que impera en un tiempo y lugar determinado. Esto es, en un contexto donde, inexorablemente, se dan situaciones de injusticia y conflicto que nos pueden llevar a enjuiciar de manera reactiva. En ocasiones, esta reacción nos servirá para protegernos, es cierto. En otras ocasiones, lo que estaremos es posicionándonos en contra de algo valioso; a saber, la configuración de un marco co-construido entre diferentes cosmovisiones que necesitan encontrarse a la luz de, precisamente, permitir de un modo inclusivo la construcción social.

Bibliografía, notas y fuentes:

1 Siguiendo la definición de PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ (2005) Compendio de Doctrina Social de la Iglesia. Ciudad del Vaticano: Librería Editrice Vaticana

CONDE, S. (2004) Educar para la Democracia. El apoyo del trabajo docente en un contexto democrático, Programa Educar para la Democracia, Cuadernillos de apoyo a la gestión escolar democrática, Núm. 1, 5-58.

LARMORE, C. (1987) Patterns of Moral Complexity. Londres: Harvard University Press.

ARENDT, H. (1993) La condición humana. Barcelona: Paidós.