Poeta

Podrían decirse de corrillo las muchas publicaciones de Jorge G. Aranguren (1938), poeta amigo y querido de la revista Trépanos. Se destacarán las más relevantes, desde el punto de vista de la crítica, pese a considerar imprescindible el conjunto de su trabajo. En 1972 obtuvo el premio Ciudad de Irún por Largo regreso a Ítaca y otros poemas; en 1974 el Premio de relatos Ciudad de San Sebastián por Últimas imaginarias; en 1976 el Adonais por De fuegos, tigres, ríos y el Premio de novela Villa de Bilbao por El cielo para Bwuana;… Además, fue finalista del Nadal en 1980 con la novela En otros parques donde estar ardiendo.
El cielo está despejado, han bajado las temperaturas y la luz del día combate en una guerra perdida por el equinoccio de septiembre. Nos vemos a la hora y en el bar de siempre.
Juan Alberto Vich— Varios de los títulos de su obra encajan con los motivos del monográfico, la idea del mapa, del lugar, del viaje, del recuerdo… La espina que subyace y constituye su trabajo es el recuerdo, el mismo que sirve de regreso y de recuperación. Acercarse a su poesía es escarbar en la tierra y olerla. Es un tormento recurrente entre escritores: la pérdida del tiempo… ¡y, sobre todo, su búsqueda! ¿Cabe gozo último con el transcurrir de los años y el madurar de las obras o, más bien, el infierno se conoce como inevitable?
Jorge G. Aranguren— Sí, recurrir a la memoria, al pasado y sus vaivenes, es fácilmente detectable en mi obra. Eso lleva a una melancolía que recorre los versos y les da una especial temperatura. Los hechos desfavorables del ayer nos producen tristeza, y los propicios están envueltos en la añoranza pues son irrecuperables. Hay otra suerte de saudade, muy sutil y en ocasiones dañina. Me refiero a la nostalgia por el porvenir, por lo que nos podría acontacer y no ocurrirá nunca. Es la pesadumbre del viejo, de quien pierde la ilusión por vivir. Con todo, no es un recuento de desamparos, siempre traté de no dejarme llevar por la aflicción. La vida es un valle de lágrimas, pero en este valle hay un paisaje ameno, con árboles y flores, animales simpáticos y brisas favorables. Además, trataremos con personas; ellas pueden darnos calor y ánimo en los momentos de pesadumbre.
J. A. V.— Encuentro sus versos de una sencillez tan compleja… Una finura de voz amable y un realismo para muchos íntimo. Se recuperan de la memoria historias de medios-detalles— que no de medias verdades—. Esta fórmula permite una complicidad con el lector. Todos añoramos, todos tuvimos Teresas a los catorce,… ¿Es un resultado pretendido?
J. G. A.— Pretendo —ignoro si lo logré— traspasar al lector aquello que ha tenido para mí un especial significado, llegar a su intimidad, sacudir su ser más íntimo. Si no llego a emocionarlo, habré fracasado. La poesía es comunicación y también entrega, bienquerencia.
J. A. V.— Debo realizar la pregunta quizá más convencional de entre las convencionales, pero entiendo que para sus lectores sea una información del todo provechosa. Jorge, pasados los años, ¿qué autores considera imprescindibles? ¿Cuáles óptimos para aproximarse a la poesía?
J. G. A.— La pregunta no es convencional; se la han hecho todos los escritores, todos los poetas. Conocer las fuentes de tu inspiración, dónde has bebido y a quién debes agradecérselo revela sensatez y buen criterio. En mi caso, me resulta complejo señalar nombres. Desde Quevedo a la Szymborska -pongo por ejemplo- el camino está pobladísimo de autores y referencias. Con todo, yo tengo especial predilección -o empatía- por los poetas mediterráneos y del eje latino (Portugal, España, Italia, Grecia…). También me sedujeron en su día los poetas escandinavos, leídos en traducciones de fiar; y me sigue sorprendiendo, por su viveza e intensidad, la poesía norteamericana de Whitman en adelante. En cuestión de afinidades, cada poeta tiene su friso, su pantalla.
J. A. V.— Pese a encontrar entre nuestros colaboradores a un número determinado de escritores y poetas jóvenes (en la mejor de sus acepciones, si es que la tuviera), el panorama de entre pantallas y chats pinta tirando a negro. Sabiendo de la subjetividad de las opiniones, ¿es ésta una percepción injusta o tendería a considerarla cierta?
J. G. A.— La informática es arma de doble filo. Cualquier energúmeno puede colocar su poemilla en la red. Me causa inquietud y una pizca de desagrado la prisa de algunos colegas en publicar su obra a topa tolondro, apenas acabada su redacción. La pieza literaria debe reposar un tiempo, como la fruta, antes de digerirse, y el poeta, en este caso, debe volver a lo ya escrito con su mayor atención y su escalpelo. Contra quienes proclaman la inmediatez para dar vigor al texto, pienso que cuanto más se examine éste, más garantías hay de lograr un resultado favorable. Llegará un momento en el cual dicho texto se hará inmodificable en la mente de quien lo ha pergeñado: “No la toques más, así es la rosa…”
J. A. V.— Como cierre no puede ser otra la pregunta, ¿quedan trabajos en el tintero? ¿Veremos, pronto, nueva obra de Jorge G. Aranguren?
J. G. A.— En breves semanas estará en las librerías la segunda edición de Euskalherria al trasluz, volumen que recoge mis artículos en el periódico Diario de Mallorca aparecidos entre los años 84 y 85. El libro ofrece una visión del País Vasco actual y de sus múltiples problemas. Así mismo, tengo en un editorial asturiana una colección de relatos breves -23-. Con suerte, los veremos en las librerías avanzado el año próximo. Por último, señalo una colección de reflexiones breves, apuntes cercanos al aforismo pero sin su contundencia. Lo titulo: Pan con chinchetas.
No sé si tendré tiempo de publicar algo más; he cumplido los ochenta y uno. De momento releo lo ya escrito para intentar corregir sus deficiencias.
J. A. V.— Muchas gracias Jorge, te llamo en unos días y tomamos otro vino.
J. G. A.— Aquí estaré, en mi oficina. Como siempre.
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