Escultor

Siempre he escuchado desde el cariño sobre Ricardo —y su mujer, Julia— en casa, donde la escultura y la pintura han sido pan de cada día. Decidí pegarle un toque, con motivo justificado, para que nos contara más sobre él y sobre su trabajo. Junto a Oteiza, Chillida, Basterretxea y Mendiburu —¡casi nada!— compone la escalera real de escultores que representó al Arte Vasco Actual en la Galería Skira de Madrid en 1973. El listado de sus exposiciones y trabajos —entre las que destacan Nueva York, Japón, Alemania,…— excede, incluso, la ilimitada página en blanco de la plataforma digital. Y siendo apremiante la suerte del encuentro, se inicia éste sin más rodeo.

Juan Alberto Vich— Ricardo, este enero Estela cumple 50 años. Y con ella, lo que para ti debe significar, el arranque de una andadura y una trayectoria diez con la I Bienal Internacional de Escultura de San Sebastián. ¿Qué sentimiento te genera a día de hoy aquel trabajo y qué añoranzas te produce pensar en tus inicios?
Ricardo Ugarte— Efectivamente este 20 de enero se han cumplido 50 años de la inauguración de Estela. El hecho de ganar la primera Bienal Internacional supuso un importante reconocimiento a nivel nacional de mi obra. Premio muy importante para mí también por la alta calidad del jurado internacional.
J. A. V.— La alusión al mar es un constante en tu trabajo (de manera más explícita en las series de anclas y proas). El mismo hierro —de fundición y taller— acerca el pensamiento a zonas portuarias. Tu infancia, Pasajes de San Pedro, las olas, la costa, el oficio… Aquella referencia, ¿permanece estática en tu recuerdo, de modo obsesivo; o las imágenes mentales cambian y resultan ser, en mayor grado, reflexiones derivadas de lo marítimo?
R. U.— El mar como rico universo alegórico ha estado siempre presente en mi obra tanto escultórica como gráfica norays, anclas, gaztelus de popa, proas. También el diálogo constante con la Naturaleza como conciencia de existencia en el mundo. En gran parte de mi trayectoria escultórica y gráfica encontramos el imaginario marítimo como trasunto trascendido del ser y el tiempo; la naves y el mar, la materia, el hierro como huella transformada en síntesis plena de significado, conformando los eslabones de una navegación estética impregnada de una profunda espiritualidad, de un sentimiento del tiempo como poética.
Actualmente dentro de ese universo simbólico estoy en la serie de «velas».Una de las cuales está ya prácticamente realizada al gran marino pasaitarra Blas de Leto, natural como yo de Pasajes de San Pedro. Esta escultura la he donado al pueblo de Pasajes y se colocará junto al mar.
Ricardo Ugarte junto a su Ancla-Rotonda de Gomistegui,Pasajes,2008
J. A. V.— La imponente altura de muchas de las piezas, junto a su disposición vertical que apunta al cielo, exige de espacios abiertos. ¿Cómo ha ido evolucionando en tu obra el carácter religioso, apreciable en las mismas estelas —funerarias—, en los monolitos, en las figuras menhíricas, y en las numerosas cruces? ¿Madura la reflexión acerca de lo trascendental a medida que se purga el intelecto, ocurre al revés o, más bien, se entiende como una sinergia bidireccional?
R. U.— Mis Estelas no son funerarias sino monolíticas, hitos que definen un espacio. La mayoría de mis obras tienden a la verticalidad y se yerguen sobre el espacio. Las cruces a las que te refieres son tres: una que está en la Iglesia de San Vicente junto al altar mayor; la otra está en el Museo Diocesano en la Basílica de Sta María, magnífico espacio diseñado por Moneo; y la tercera, es una cruz procesional situada en la Iglesia del Rosario en el Barrio de Amara. El sentido de lo trascendente ha estado siempre presente en mi obra, sentido que trasciende lo puramente religioso y acoge en su ser entre otros, el hecho de lo sagrado así como lo estético y también lo humano.
J. A. V.— La obra que se produce para ser expuesta en exteriores se funde con lo cotidiano, la pieza estética se vuelve pieza de su sangre, pieza de hierro, invisible a ojos de «quien no mira» y camina deprisa de aquí para allá, atareado en su rutina. El niño corretea y trepa por ella sin cuestionar; el adolescente ensucia con graffittis el trabajo intelectual de otro; el perro —de un dueño menos domesticado que el perro mismo— levanta su pata y mea la base, el lugar de donde brota majestuosa y evidencia su carácter terreno; se usa de vertedero en botellones;… El arte y la cultura siempre fue interés de minorías. Se tiende a pensar: “no se hizo la miel para la boca del asno”; pero aquí sí, la miel queda a libre disposición de un asno gordo que duerme la siesta mientras hace la digestión al sol, saciado, inapetente, desganado… ¿Qué intención guarda el artista que no se reduce al salón de exposiciones y sale al mundo de los mortales, bajo tal panorama? ¿Es esperanza? ¿Ilusión al pensar en la conversión de alguno, como la del testigo de Jehová que va tocando timbres —aunque más bien sea éste quien mora la casa y espera visitas—?
R. U.— El ámbito natural de la Escultura es el exterior. en espacios comunitarios calles, plazas, jardines.., en contacto directo con el pueblo, estableciendo por un lado unas coordenadas espaciales dinamizadoras del lugar donde se coloca, añadiendo un valor cultural a la trama urbana en la cual se sitúa, siendo referente plástico de una época o un momento histórico determinado, La escultura en estos ámbitos va a ser testimonio corpóreo de un momento cultural que da lectura y ubicación al pensamiento estético de una época.
Por otro lado, la presencia de la escultura, en la calle, de cara a muchos ciudadanos ajenos a los espacios expositivos, va a realizar también una función didáctica —por lo menos en una primera fase—, habituando la retina a formas contemporáneas reflejo de un tiempo en el cual se vive. La asimilación cultural no suele ser inmediata y hace que la obra colocada, poco a poco, se vaya sedimentando en el ámbito público hasta integrarse plenamente en el espacio situado y en la percepción ciudadana que, al final, lo adopta como propio dentro del paisaje espiritual de la ciudad.
J. A. V.— Entiendo que existe un hilo conductor que atraviesa tu obra, al dar una coherencia discursiva a las series que has ido madurando con los años: los módulos de Noray escindidos para alcanzar la unidad en Vibración y, a su vez, en Loreas donde florecen ramificándose (según y qué ramificación, según y qué momento vital de la obra. Se evidencia el tiempo como factor de medida) y abriéndose en su esplendor al vuelo de Aleteos. ¿De tal modo, podemos interpretar que hasta Vibraciones no nace la obra de arte; que no se hace de los gametos, cigoto?
En la fragua el hierro se pone rojo, como los críos al nacer, y se escucha el lloro de ese chillido tan agudo que calla en el temple. Las oxidaciones provocadas para lograr un futuro homogéneo —una nueva forma de detener el tiempo—: la obra suda y sangra… Tiene vida.
R. U.— La obra de arte es una constante en todas mis series que y a través de los diferentes momentos estéticos por los que atraviesa mi obra, esa constante va generando nuevas y diferentes series, pero están todas interrelacionadas entre sí.
Mi escultura no pasa por la fragua ni por la fundición es el resultado directo de unir planchas a través de la soldadura eléctrica.
J. A. V.— En la introducción aludía a la expo del 73 en Madrid. Aquella experiencia, compartir escena con los pesos pesados del arte vasco, ¡a los 31 años! ¿La recuerdas como la exposición de tu vida? Debió ser un momento muy emocionante.
R. U.— Indudablemente fue una exposición importante, pero no la única ya que la verdaderamente importante fue la que realicé en 1967 en la histórica Galería Barandiarán, y fue mi primera exposición individual. Otra importante fue en 1974 la realicé en el Museo San Telmo con carácter de antológica.
J. A. V.— Hace un año lancé el primer número de Trépanos desde el Ateneo Guipuzcoano. Entré a mis 26 —creo recordar— e intentó ayudar en lo posible para que los jóvenes con inquietudes de esta ciudad descubran en éste un lugar de encuentro cómplice, donde se defienda el librepensamiento y no se sucumba al mangoneo de siempre. En el 80 tomaste su presidencia e hicisteis buena labor por él. ¿Cómo fue aquella experiencia y qué diferencias aprecias con respecto a la juventud actual?
R. U.— En todo tiempo hay un sector de la juventud con inquietudes, hoy como ayer. En nuestra ciudad hay jóvenes con sensibilidad y espíritu de generosidad de servicio a la cultura de la sociedad a la que pertenecen.
J. A. V.— Ricardo, para terminar, te has dedicado también a la poesía visual, has hecho prosa, pintura,… ¿Qué limitaciones encuentras en la escultura que te incita a desarrollos de campos complementarios?
R. U.— Empecé en la pintura como otros compañeros, como Néstor Basterretxea, y en el año 1967 es donde surgen mis primeras esculturas íntimamente ligadas a lo que estaba haciendo pictóricamente «El rectangularismo» paralelamente a la pintura y a la escultura siempre he realizado una obra literaria poesía, ensayo, en este último género gané en 1970 el premio Ciudad de Irún con «Collage Nº1», no he dejado de escribir nunca, en este momento estoy avanzando con mi libro «Singladuras» que va a recoger todos mis textos tanto los publicados en prensa como en introducciones a exposiciones de compañeros y espero que pueda publicarse este año. Es decir, mi creación es similar a un árbol que tiene diferentes ramificaciones, herramientas de creación pero que todas ellas surgen de una misma raíz. No hay ninguna limitación en la escultura como creación, es una rama más del árbol.
J. A. V.— Espero volver a encontrarte pronto, tenemos un café pendiente. Gracias y un abrazo.
R. U.— Un abrazo, Juan.
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