Psicosis, alma enferma

Julia Diéguez Mompel
Médica residente de Psiquiatría

Fotografía: Laura García

Definir la locura no es algo que resulte sencillo, en ocasiones es un término que se ensalza como virtud y en otras muchas se entiende como algo oscuro digno de temer. Ambrose Bierce, define satíricamente al loco como “alguien que padece de un alto grado de independencia intelectual, aquel que no se rige por las convenciones del pensamiento, la lengua y el comportamiento que se derivan del estudio que los conformistas hacen de sí mismos, quien está en desacuerdo con la mayoría; para ser breves, poco común.” Indiscutiblemente la locura otorga cierta peculiaridad y en muchos sentidos puede llegar a ser considerada incluso un mecanismo de defensa, pero visto desde un punto de vista biológico es siempre un trastorno. Es un error quedarse en la superficialidad y en la visión de locura como virtud, como si de Alicia en el País de las Maravillas se tratara “Has perdido la cabeza, estás completamente loco. Pero te diré un secreto: las mejores personas lo están.”. La realidad de quien la padece dista mucho de este mundo de fantasía, la locura afecta de forma indiscriminada y aleatoria, conllevando un alto grado de sufrimiento y aislamiento, siendo considerados aquellos que la sufren como denominó Torcuato Luca de Tena “los renglones torcidos de Dios”.

Los términos de locura y psicosis pueden solaparse, y bien entendidos lo que implican es una vivencia en una realidad distinta, a lo que los psiquiatras se refieren como un juicio de realidad alterado. La pérdida del contacto con la realidad se puede producir de dos maneras: bien por una interpretación errónea de ésta, lo que constituiría los delirios; o bien por una alteración en la percepción de la misma, dando lugar a las alucinaciones. Para considerar dicha alteración del juicio de realidad como “psicosis” se debe dar una condición necesaria; debe existir siempre una clara convicción de que la interpretación que el sujeto hace de la realidad es la correcta. Esta última condición es inmutable, por lo que cuestionar la realidad de aquel que está viviendo un episodio psicótico no hará más que aumentar su frustración, incomprensión y angustia.

A día de hoy hay numerosas teorías sobre la etiología de esta alteración en el juicio, alejándose cada vez más de las teorías psicoanalíticas y aumentando la evidencia en aquellas de carácter biológico. Teniendo como única conclusión inequívoca, que la psicosis es un síndrome que abarca diversos trastornos fruto de la interacción entre la vulnerabilidad genética y las agresiones pre y post natales (complicaciones obstétricas, edad paterna avanzada, consumo de cannabis, inmigración, abuso sexual, exposición materna a la gripe, traumatismo craneoencefálico…)

Una forma de poder comprender cómo surge la psicosis es dándole un enfoque antropológico en el que se integren aspectos puramente biológicos con otros individuales, biográficos, familiares y sociales. Para esto hay que remontarse a Darwin y plantearse por qué estos pensamientos han superado la selección natural. Un ejemplo de este enfoque, aplicando la teoría de la evolución, lo constituye la relación entre las demandas de la vida social y el pensamiento paranoico o paranoia. La vida social implica ciertas habilidades socio-cognitivas complejas, como son formar alianzas, establecer jerarquías y reconocer las intenciones de los demás; con el fin de reconocer las amenazas y sobrevivir a éstas. Para ello en el neurodesarrollo del cerebro humano se dedica una gran parte del córtex a funciones como son: identificar caras y voces humanas, y reconocer y diferenciar figuras amenazantes y de apego. El pensamiento paranoico se caracteriza por una creencia persecutoria, sospechándose que un tercero causará un daño, sirviendo de este modo de mecanismo de supervivencia. No obstante, cuando este tipo de pensamiento se aplica a situaciones que son improbables y se torna una idea inflexible, entonces pasa al terreno de lo delirante y por tanto, se engloba en términos de locura. Así pues, la paranoia involucra todas las habilidades anteriormente mencionadas, por lo que la capacidad humana para el pensamiento paranoico ha evolucionado en respuesta a las presiones sociales existentes en el medio, suponiendo, de esta manera, una ventaja evolutiva.

La idea delirante es el eje fundamental de la psicosis, pudiéndose acompañar de las alteraciones en la percepción que configurarían las alucinaciones. Pese a ser estos síntomas comunes en las psicosis, el contenido y la forma de experimentarlos tiene una amplia variabilidad interindividual. Esto puede ser debido a que en los trastornos mentales el sujeto elabora una explicación narrativa sobre aquello que está viviendo, otorgándole un significado y cumpliendo así una función en su vida; sin embargo, dicha narrativa no es el origen del trastorno. Así pues el contenido de las ideas delirantes está en estrecha relación con la identidad de uno mismo y de cómo el sujeto da sentido a su vida, pudiendo ser el delirio una vía de escape a los conflictos internos de cada uno. No obstante, no es oro todo lo que reluce, y la norma es que los brotes psicóticos tienen un efecto neurotóxico sobre el sistema nervioso central, acarreando consecuencias negativas para el que lo padece. Por otro lado, experimentar el delirio y las alucinaciones generalmente conlleva un alto grado de padecimiento para quien lo sufre y aquellos de su entorno. Hay sujetos que conviven con la idea de que todas aquellas personas que conocen han sido suplantadas por dobles con un fin conspirativo como sucede en el delirio de Capgras, otros sienten que están muertos o que han dejado de existir, pudiendo llegar a tener alucinaciones olfativas en las que sienten un constante hedor, como sería el caso del delirio de Cotard. Estos son únicamente dos ejemplos de la vivencia tan aterradora que puede ser experimentar la psicosis, pero el sufrimiento no termina en este punto. El padecimiento en muchas ocasiones se desencadena tras esto, tras la visión que la sociedad tiene de quien padece este tipo de enfermedades, tras el estigma. El enfermo mental es considerado socialmente como una persona violenta, a quien se rechaza y a quien se priva de compasión y ayuda, dándole un trato totalmente contrario al de cualquier otro enfermo. Foucault describe de forma muy acertada dicha situación “[…] la conciencia moderna tiende a otorgar a la distinción entre lo normal y lo patológico el poder de delimitar lo irregular, lo desviado, lo poco razonable, lo ilícito y también lo criminal. Todo lo que se considera extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar.”

Las propias actitudes de los psiquiatras a lo largo de los años, sumado a otros factores como por ejemplo el cine, han contribuido a este estigma que existe hoy día sobre aquellos con “el alma enferma”. A este factor social se le suma el autoestigma, es decir, el grado en el que los sujetos con un trastorno psiquiátrico aceptan e interiorizan las creencias estigmatizantes de la sociedad. Este proceso da comienzo con la toma de conciencia de los estereotipos negativos sobre la enfermedad mental y su aceptación, convirtiéndose en perjudicial cuando se aceptan dichos estereotipos aplicados sobre uno mismo. Ambos estigmas lo que favorecen son las reacciones de retirada emocional, aislamiento social y desesperanza, pudiendo derivar así en síndromes depresivos y en última instancia en suicidio; alcanzando una prevalencia de suicidio en el trastorno psicótico por antonomasia, la esquizofrenia, de un 10-15%. Así pues, las barreras injustificadas que la sociedad impone a aquellos que padecen un trastorno mental, únicamente favorecen el aislamiento social y lo que esto acarrea. Como reflexión última mencionar a Ruby Wax, “¿Cómo es que puedes enfermar de cualquier órgano e inspirar compasión, salvo cuando se trata del cerebro?”.

Bibliografía, notas y fuentes:

Bierce, Ambrose (2011), Diccionario del diablo. Madrid, España: Alianza Editorial.

Carroll, Lewis (1970), Alicia en el País de las Maravillas. Madrid, España: Alianza Editorial.

Vallejo Ruiloba, J (2015), Introducción a la psicopatología y la psiquiatría, 8ª edición. Barcelona, España: Elsevier Masson.

Sanjuán, Julio (2016), ¿Tratar la mente o tratar el cerebro? Hacia una integración entre psicoterapia y psicofármacos. Bilbao, España: Desclée de Brouwer.

Raihani, N. J. (2018), An evolutionary perspective on paranoia. Nature Human Behaviour; 3:114-121.

Foucault, Michel (1996), La vida de los hombres infames. La Plata, Argentina: Editorial Altamira.

Touriño R. (2018), Riesgo suicida, desesperanza y depresión en pacientes con esquizofrenia y autoestigma. Actas Esp Psiquiatr; 46(2):33-41.