Elisa Beltrán de Heredia
Artista

Fotografía: María Herreros Ferrer
Relación directa entre los acontecimientos que vivimos y el proceso de creación de una obra de arte.
“Y en lo más profundo del océano lo encuentro, me encuentro.”
La vida es un curioso viaje, de eso no me cabe ni la menor duda y que éste se genera en consecuencia de las diferentes experiencias que nos acontecen a medida que vamos creciendo, como las pinceladas que componen un cuadro, tampoco.
Es difícil explicar el proceso de creación de una obra de arte cuando ésta es fruto de aquello que sentimos, pues los sentimientos, que no son más que un reflejo interior de nuestro estado de ánimo, son ingobernables.
Habría entonces que determinar de dónde surgen dichos sentimientos que son, en multitud de ocasiones, el motor artístico para muchos creadores. No cabe duda de que las experiencias vividas nos afectan a la hora de crear y que, de alguna manera, van trazando al igual que nuestra vida, la obra de un artista como si recorriésemos un camino. Cada pincelada queda marcada en el lienzo, no sólo a ojos del espectador, si no más bien, en la memoria que se genera en el aprendizaje del propio pintor como cada recuerdo que queda grabado en nuestra mente cuando realizamos un viaje.
Existen dos tipos de sentimientos que influyen en el proceso creativo de una obra de arte: aquellos que provienen de la propia naturaleza y los que, por otro lado, son fruto de las relaciones humanas y que están más relacionados con las experiencias vividas.
Por un lado, el agua de la lluvia, un rayo de sol, el sonido de una ola rompiendo o las pisadas en la arena caliente, todo ello son estímulos naturales recibidos que sentimos y que, de manera inconsciente, procesamos para después plasmarlo en un lienzo a través de pinceladas. Es por ello que ninguna obra de arte puede ser igual a la anterior y cada una es especial y única, de la misma manera que la naturaleza se encuentra en constante cambio siendo cada paisaje distinto pues si observamos el mar, no encontraremos una ola igual a la anterior ni si quiera rocas exactas, ni arenas entre playas semejantes pues cada ola es consecuencia de la fuerza de una borrasca distinta, cada roca habrá sido victima de un desgaste particular y cada arena de la playa proviene de un mineral diferente.
Por otro lado, las relaciones humanas también son diferentes unas de otras y generan sentimientos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Una sonrisa, un enfado, una lágrima o una carcajada, son emociones que sentimos y que surgen del afecto que tenemos con otras personas. Tales sensaciones, afectan enormemente en el proceso creativo y hacen que la obra de arte tenga vida y, por consiguiente, alma dotándole a ésta de un significado excepcional.
La diferencia entre dichos sentimientos; los que provienen de la naturaleza, y aquellas impresiones que recibimos a causa de una persona, un animal o un recuerdo, es notoria pues, mientras que los primeros son consecuencia de una causa natural, los segundos no lo son y, sin embargo, ambos pueden convivir perfectamente y trazar el camino de una persona como si de un mapa se tratara. Pero, a mi juicio, la principal diferencia entre ambos es que, mientras que los sentimientos que provienen de una causa natural son inamovibles, los que surgen por relaciones humanas, no sólo se pueden modificar sino que, además, se pueden dirigir.
Es como si a lo largo de un viaje, en el que estuviéramos guiándonos por un GPS, encontrásemos rutas diferentes que llevan por distintos caminos al mismo lugar, ya que tenemos la opción de elegir qué camino seguir. Si observamos que la ruta A, tiene demasiado trafico, automáticamente seleccionaríamos la ruta B. Igual que podemos elegir ir por un camino con peajes y otro sin ellos, uno más largo y el otro más corto, con los sentimientos ocurre lo mismo, pues podemos elegir qué camino seguir.
Pero al margen de todo esto, estas vivencias quedarán plasmadas en nuestra obra de arte como el que fotografía un paisaje durante un viaje, pues no dejarán de ser recuerdos, emociones y sentimientos que se han generado en nuestro interior y que, inevitablemente han trazado un mapa en nuestra personalidad, siendo la manera de interpretarlos la obra de arte. Así pues, el dolor, la alegría, la tristeza, y en general este tipo de sentimientos, a pesar de ser conceptos intangibles, pueden llegar a convertirse en algo tangible a través de la traducción del artista en su obra.
Todo esto puede llegar a explicar el proceso de maduración en la vida de un pintor y hacernos entender las diferentes fases por las que pasa la obra de un artista pues, si los sentimientos, que se generan por las vivencias, afectan de manera directa en el proceso creativo, es normal que la obra de un pintor evolucione con el paso del tiempo, de no ser así, significaría que su vida interior se encuentra vacía. De la misma manera que la naturaleza se encuentra en continuo cambio, evolucionando y en movimiento.
Por eso, pararse a descansar en el camino para reflexionar nos ayudará a entender la naturaleza y, con ella, el cambio de las cosas, y así podremos entender que los acontecimientos que nos suceden en la vida surgen sin parar, como las olas del mar, y que intentar frenarlas sería como intentar colocar una lona en el cielo para evitar que llueva lo cual no tendría sentido alguno, pues aunque ésta podría retener el agua durante un tiempo, terminaría desbordándose. Pero sí podemos dejar que la lluvia nos moje cuando tenga que llover, que las olas rompan cuando y donde tengan que hacerlo o que el sol nos de calor cuando tengamos frío y observando todo esto entiendes que todo tiene sentido y que para un pintor es imposible dejar de sentir y de transmitir lo que siente que no es más que todos aquellos estímulos que ha recibido a lo largo de su vida.
Por lo tanto, a mi juicio, un pintor o un artista, no es más que un gran observador que se limita a traducir de manera bella y con sinceridad sus sentimientos que son un paralelismo de los fenómenos de la naturaleza. El pintor es el campo inundado tras una tormenta, es el río desbordado o la tierra quemada, es el sufridor o el receptor que siente de una manera frenética pero a su vez, es el primero en ver la belleza de la floración tras la lluvia, en escuchar el sonido del curso de un río o el primero en apreciar el sonido de un palo seco al pisarlo, es pues quien en los momentos de sufrimiento es capaz de captar la belleza de una manera absoluta y después contárselo a los demás a través de sus pinceladas que provienen, en primer termino, de la naturaleza.
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