Capital Psycho

Juan Agustín Franco Martínez
Profesor de la Universidad de Extremadura

Fecha de publicación: 11/05/20

En tiempos de coronavirus se ve con más claridad el carácter psicótico y psicópata del capitalismo, quijotesco incluso. Un sistema de libertad, sí, libertad para explotar. Un sistema que sufre delirios y alucinaciones de libertad, que se ceba con los más débiles, obligándoles a combatir contra los molinos de viento de la ética y el deber de contribuir a las arcas públicas pese a que galopan a lomos de la pobreza, mientras otros se bañan sin vergüenza en la corrupción (chapada en el oro moral de la eufemística “responsabilidad social corporativa”) y ascienden como santos al paraíso… fiscal, claro.

Un sistema cuya eficiencia se basa en la destrucción de todo lo que nos hace humanos. Cimentado sobre la esclavitud del trabajo doméstico y de cuidados. En fin, un sistema incapaz de reconocer un derecho tan básico como el de la renta básica universal, para cubrir las necesidades materiales fundamentales. Y es que sin igualdad de partida, no hay libertad que valga. De facto, confinados a la fuerza.

Así, cuando llegan los problemas, en forma de terremoto o de pandemia, dónde están los gigantescos ahorros y flujos de dinero que se mueven en la bolsa y en los circuitos financieros para hacer frente a la coyuntura. No hay. Se han evaporado. La vida sana y saludable no es rentable. La justicia no es rentable. La democracia no es rentable. La esclavitud sí.

Nos contaron los beneficios de deslocalizar las industrias a China y a otros países con menores costes salariales. ¿Alguien pensó en los costes del capital? Nos contaron las excelencias de privatizar y recortar en los servicios públicos básicos: hospitales, escuelas, carreteras. ¿Alguien pensó en los costes del capital, en los “costes del beneficio” o costes beneficiales? El mantra de la flexibilidad y la competitividad siempre son los costes salariales, pero ¿y los beneficiales?

Ahora que se disparan los precios de productos sanitarios básicos nos llevamos las manos a la cabeza porque no solo no funciona la tan famosa ley de la libre oferta y demanda, es que es psicópata. No es de aplicación universal. No es solo que técnicamente esas supuestas leyes económicas del libre mercado no funcionan, es que nos han engañado vilmente. No somos autómatas ni engranajes de la maquinaria capitalista.

¿Tanta tecnología para qué? Para ser vigilados mejor, pero no para curarnos mejor ni trabajar menos. Tanto big data y drones y pasarelas de pago online y sistemas de verificación de la identidad, ¿para qué? Tanto ahorro de costes y aumentos de productividad ¿para qué? Cuando llega el gran problema, no hay solución, a esperar, a ver cómo se reparten la tarta los mismos de siempre. Así las cosas ya sabemos que la pregunta correcta es ¿qué tecnología?, porque haberla hayla, como las meigas. La obsolescencia programada es solo una parte de esta película de terror.

Como afirma bien Antonio Baños (La economía no existe, 2009, p. 41): “El directivo que utiliza los más estrictos y matemáticos criterios de eficiencia a la hora de reducir los costes es el mismo que se compra un Rolex cuando podría consultar la hora en su teléfono móvil. El tipo que calcula al milímetro los precios del transporte de las materias primas gasta millones en un Ferrari que lo trasladará por la ciudad con menor eficiencia que en un tren de cercanías. El máster en dirección de empresas que consigue calcular el mínimo espacio en el que cabe cada obrero en la cadena de montaje es el mismo tipo que se endeuda para tener cuatro casas de mil metros cuadrados cada una”.

Como en la célebre película de Alfred Hitchcock, Psicosis, vemos aquí también al Capital disfrazado de cura o anciano voluntario de una asociación caritativa alzando el cuchillo de la humillación contra la espalda de la inocente madre trabajadora duchándose bajo la lluvia de facturas y deudas. O exigiéndole religiosamente al sintecho el pago de un euro por la comida que caritativamente se le dispensa.

O haciendo el símil con otra película de terror, American Psycho (basada en la novela homónima de Bret Easton Ellis), podemos decir que el capitalismo es como una historia de terror. Un terror muy real. En la que hombres de negocio encorbatados, de quienes nadie sospecharía, se dedican a la masacre en serie, al terrorismo financiero, como auténticos psicópatas. Los primeros en caer en esta masacre son los pobres, igual que en la película de Mary Harron.

El capitalismo es una estructura social psicópata. Además, hay que poner de relieve que el capitalismo y sus leyes son relativas, no son absolutas, por ello podemos jugar a establecer un paralelismo con el sentido profundo de la teoría de la relatividad de Einstein, en nuestro caso aplicada a lo económico, a la relatividad del capitalismo. Un sistema que devora todo nuestro tiempo: pasado, presente y futuro. Y también devora nuestros espacios de libertad e intimidad.

Un sistema que basa su éxito en una fe, la fe ciega en el dinero y en el éxito social a través de él. Resulta llamativo que apenas se haya puesto el foco en esta religión económica por parte de las corrientes de ateísmo, una vez que se han agotado las vías de putrefacción de las religiones tradicionales.

Así, vemos, que frente a la precarización creciente del trabajo, de la vida y de la naturaleza, que debería indignarnos, se nos propone como modelo de éxito la figura del emprendedor como mesías, de cualidades poco más que sobrehumanas, sagradas, trasladando el mensaje evangélico de salvación (del paro) para quien emprenda, para quien rece la oración del emprendimiento: “A ti libre mercado hago la ofrenda de mis sufrimientos con esta exitosa lista de emprendimientos, aunque a nadie le importe un pimiento”.