David García Echeverría
Farmacéutico residente

Fotografía: Lourdes Álvarez
Vivimos en una sociedad demandante, disconforme, y con alto nivel de autoexigencia, y cuando nos damos cuenta de ello, ya es demasiado tarde, o dicho de otra manera, ya estamos delegando nuestro sueño en la acción de un hipnótico.
Algún gurú de la sabiduría decía que “somos lo que comemos”, pero yo a eso añadiría que somos “como dormimos”. Y no somos conscientes de ello hasta que nuestros descansos se ven fragmentados y nos obligan a ocupar nuestros pensamientos en el análisis de lo que ha sido nuestro día, y enrollar nuestras preocupaciones con varias vueltas de hilo. Y es que, en ese momento, bien entrada la noche, pocas soluciones podemos dar a nuestras preocupaciones, pero poner una perspectiva esperanzadora en ellas es lo que nos permitirá conciliar el sueño.
Con esta introducción quería hacer ver a nuestros lectores, que la perdida de calidad del sueño es algo inminente que va de la mano de las responsabilidades que uno se echa sobre su espalda en la vida, y las preocupaciones que ello le originan. Y por ello, antes de poner un remedio fácil pero no por ello inocuo, como pueden ser los hipnóticos, deberíamos pararnos a realizar el ejercicio de identificar aquellas cosas que nos privan de lo más esencial para alimentar nuestra mente, el sueño. Una vez identificadas, es importante que procures solucionarlo antes de acostarte, ya que al subconsciente será difícil engañarlo.
Sin embargo, la vorágine a la que accedemos a estar inmersos, no nos otorga tiempo para realizar esta reflexión, y tal y como malamente nos educan en esta vida, optamos por la vía mas directa para llegar al fin, acudir al médico para que nos prescriban un hipnótico. Es aquí donde presento a mi señalado en el día de hoy. Por su nombre y su extenso uso, nadie sospecharía nada malo de ellos. Y es que, a corto plazo, resultan una terapia de interés para tratar el insomnio. Sin embargo, es su uso prolongado lo que saca su peor cara. Efectos adversos habituales en ancianos como son las caídas con fractura de cadera, demencia, somnolencia diurna, y apatía se pueden esconder detrás de su uso indiscriminado. Además, son fármacos que provocan tolerancia, es decir, que con el tiempo el cuerpo requiere de dosis mayores para conseguir el mismo efecto. Esto, unido a la dependencia que originan, nos hace pensar que no estamos ante unos fármacos sencillos de manejar, y es por ello importante el uso racional de los mismos.
Dentro de los hipnóticos, el grupo más habitualmente utilizado es el de las benzodiacepinas. Sin embargo, hay otros que también merecen mención aparte, como el de los hipnóticos Z. Estos últimos son de interés para inducir el sueño, por ello deben tomarse una vez acostado. Sin embargo, si no se realiza de esta manera, pueden aparecer alucinaciones, y es por este efecto por lo que se utiliza de forma ilegal con fines lúdicos.
Si en este momento, mientras lees esta columna, te incluyes en el grupo de gente bajo tratamiento con hipnóticos, te propongo que hagas el siguiente ejercicio. En primer lugar, ¿recuerdas cuando empezaste a utilizalos? Si la respuesta es “no”, es muy probable que ni los necesites. Si te acuerdas y además sabes la indicación, ahora tendríamos dos formas de proceder:
– Si los utilizas para el insomnio, asegúrate que has intentado poner en prácticas todas las medidas no farmacológicas (musicoterapia, tono de luz adecuado, evitar lectura ni pantallas previo a acostarse, evitar la siesta, y cenar dos horas antes de acostarte). Sin embargo, ten en cuenta que si llevas tiempo utilizando el hipnótico, el cese de este tiene que ser progresivo y con las indicaciones médicas adecuadas (reducción de aproximadamente un 25% de la dosis cada 2 semanas, hasta estar con la dosis mínima 2 semanas).
– Si te fue prescrito por síntomas depresivos, también sería interesante plantearse si actualmente los síntomas persisten, ya que si llevas más de 3 meses estable cabe la posibilidad de prescindir de éste.
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