Eider Gaztañaga
Profesora titular de trompa del Conservatorio Juan Crisóstomo de Arriaga (Bilbao)

Fotografía: Lourdes Álvarez
Siempre me ha fascinado la sensación al despertar tras un sueño agradable. Ese instante cuando aún tienes los ojos semicerrados y luchas por discernir si estás despierto o sigues dormido. Esa pena que sientes porque desearías estar sumido de nuevo en los hechos que acabas de dejar atrás y parecían tan reales. La curiosidad por saber qué era tan especial en ese sueño. El olvido repentino de los soñados y la incapacidad de recordarlo, ni aunque lo intentes con todas tus fuerzas. El día sigue, nos zambullimos de nuevo en la rutina y a otra cosa, mariposa.
Sin embargo, en ocasiones podemos llegar a evocar parte de aquello que nuestro inconsciente nos muestra mientras estamos en los brazos de Morfeo. Es entonces cuando comenzamos a hacernos preguntas y a analizar lo acontecido. Cuál es la razón de que se hayan proyectado imágenes concretas ante nosotros (como si de una película muda se tratara), que observamos desde la lejanía y la tranquilidad que nos inspira el trance profundo. Imágenes que en ocasiones podemos relacionar el con lo cotidiano de nuestras vidas, o que escapan a nuestra razón, que nos provocan felicidad, miedos, frustraciones o desamparo. ¿Qué pasaría si esos sueños viniesen acompañados de música? El compositor Héctor Berlioz, en ocasiones se despertaba tras haber soñado con una melodía que después trataba de plasmar manuscrita, para descartarla a continuación ya que consideraba que no era merecedora de elogios, y le llevaría a la ruina. Pero de nuevo soñaba con ella, y de nuevo se convencía a sí mismo de que debía borrarla de su mente. Hasta que consiguió sobreponerse y no volver a escuchar aquella música que le atormentaba cada despertar. ¿Y si esa melodía hubiese estado acompañada imágenes que provocaran en el autor sentimientos que le incitaron a componer? ¿Y si desde lo más profundo de sus entrañas, partiendo de la sucesión de notas imaginadas, hubiese compuesto una gran obra? ¿Y si su inconsciente le estaba enviando un mensaje que debía comprender y compartir en el mundo? Es curioso como anteponemos lo tangible a la inseguridad que nos aporta lo onírico. Razón contra irreflexión. Desde que alcanza mi memoria he vivido rodeada de música. Contaba yo con 6 años cuando encontré por casa un recopilatorio de los mejores hitos de la música clásica, y recuerdo pasarme horas y horas escuchando las bellas melodías del segundo movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak, los vaivenes del Sueño de amor nº 3 de Liszt, el ritmo frenético y creciente del Bolero de Ravel, la caballería de la Obertura de Guillermo Tell de Rossini, y un sinfín de ensoñadoras piezas que no hicieron más que asentar mi naciente amor por la música y mi convicción de hacer de ella mi motor y mi vida. Al fin y al cabo, escuchar esas obras que para mí eran desconocidas por aquel entonces me transportaba otro mundo, me hacía bailar, imaginarme escenas, soñar despierta.
Comprendí con los años que las artes, como la música, surgen motivadas por impulsos tanto internos como externos que hacen que el genio creador despierte y pueda dar vida a su boceto. Impulsos que a menudo parten de ilusiones o fantasías que queremos modelar y componer de modo que sean accesibles. Cierto es que el mundo de los sueños ha servido de inspiración para un sinfín de artistas creadores, pasando por pintores, literatos, escultores, músicos, etcétera. Centrándonos en estos últimos era habitual que muchos colaboraran con poetas coetáneos, y utilizaron sus textos para componer preciosos lieder o sinfonías con un enfoque programático. Se dotaba a las piezas de un título que pudiera ayudar al oyente a comprender el impulso creativo o la idea generadora. En contadas ocasiones estos títulos tenían incorporada la palabra sueño, queriendo acercar al espectador de una forma u otra a ese mundo paralelo que cobra vida en la imaginación, que nos transporta a lugares inimaginables, que nos catapulta el pasado, nos conecta con nuestro yo más real, nos evoca un olor particular, que nos recuerda a un ser querido o un instante vivido, o nos proyecta al futuro que esperamos… Y es que ¿no es acaso la música un vehículo capaz de introducirnos en ese viaje que cuenta la historia de lo que soñamos pero nunca ocurrió, de aquello que solo goza de existencia en el alma, de lo que nos hace vibrar y emocionarnos, recordar, disfrutar…?
El estado de relajación que sentimos al descansar en nuestro lecho se relaciona a menudo con la música, ésta ayuda a conciliar el sueño a aquellos que padecen de insomnio, se recomienda que sea nuestra acompañante entre las sábanas para facilitar nuestro descanso. Numerosos estudios advierten de los beneficios que la música produce en nuestro organismo, segregando unas sustancias químicas en el cerebro que nos ayudan a relajarnos, a sentirnos mejor, más felices. Del mismo modo que el sueño si se desarrolla como es debido puede ser beneficioso para el rendimiento de aquellos que se dedican a la música. Curioso resulta que las piezas como Traumerei (Escenas de niños, nº 7) de Robert Schumann que a su vez significa algo así como «Ensoñación», fuese concebida desde un profundo sentimiento de frustración y depresión sentimental del autor (quien por aquel entonces ya denotaba ramalazos de la locura que se apoderaría de él años más tarde), y que en cambio transmitía una inocencia y una calma propia de un niño y un reflejo de su amor por su futura esposa Clara. Es una de las piezas más escuchadas por aquellos que buscan momentos de paz, de tranquilidad, de concentración. Lo cual resulta contradictorio. Es por ello que me preguntó si realmente la influencia de los sueños en los compositores va más allá de lo que alcanzamos a comprender. Puede que estos compositores concedieran dichas piezas como una vía de escape a sus propias angustias y temores, y de ellos surgiese en verdaderas obras de arte. De nuevo la naturaleza etérea del pensamiento humano entra en conflicto con la creación de elementos que esconden entre sus pentagramas y sus notas algo tangible y verdadero que persevera a lo largo de la historia. Puede que el desafortunado Robert no pegará ojo durante sus noches inquietas y que ese estado de vigilia y desasosiego diese como fruto sus espléndidas creaciones. Puede que su música fuese un puente necesario entre sus injustos pensamientos y la felicidad que anhelaba alcanzar. Sueños sin cumplir.
Bien podría haberle pedido a algún amigo cantante que interpretará «Come Heavy Sleep» de John Dowland y pedirle consuelo al sueño reparador, al igual que el texto de la pieza sugiere. Y es que en el Barroco se tenía la creencia de que la vida era algo ingobernable incomprensible, por la que todos pasábamos interpretando un papel, y nuestros pasos al ser transitorio, no era más que un sueño. ¿Pero, por qué nos ha interesado tanto desde la antigüedad lo inexplorado de nuestra mente, lo que se esconde en lo más recóndito de nuestra percepción y solo aflora cuando perdemos la noción del tiempo y el espacio? Si enumerásemos la cantidad de obras de arte concebidas a través de esta motivación, necesitaríamos un disco duro de varios terabytes. Por el momento podemos contentarnos con tratar de comprender que el mundo de los sueños en todas sus variables, nos acompaña de la mano, ya sea como representación mental de aquello que deseamos con todas nuestras fuerzas, como la pesadilla de ayer por la noche que nos hizo despertar de la fase REM, o como necesidad para poder soportar nuestra propia existencia. Deberíamos aprender a escuchar los mensajes que muchas veces el inconsciente trata de otorgarnos desde lo más profundo de nuestro ser. La utopía puede dar pie a realizaciones artísticas de calidad, como bien sabemos por el legado que en los grandes compositores han dejado para nuestro disfrute. Y de la misma manera puede albergar mensajes que nos muestran nuestros pensamientos más escondidos, aquellos que por alguna razón queremos desechar. Quizás escuchando el «leitmotiv» de nuestros sueños podamos convivir con ellos de manera más natural y utilizar esa información como estímulo para desarrollar nuestra creatividad. Quién sabe dónde podríamos llegar…
Para los más modernos puede ser divertido tratar de forzar a nuestro inconsciente escuchando «Sleep» de Max Richter, una nana de ocho horas concebida para escuchar mientras dormimos. Con ella el autor pretendía experimentar sobre la percepción de la música en los diferentes estados de consciencia del ser humano. Yo misma a menudo me acuesto tarareando las notas de melodías que han acompañado parte de mi trayectoria musical, casi siempre Conciertos para Trompa de Mozart, frases melódicas que formaban parte de las piezas interpretadas en Música de Cámara, pasajes de Sinfonías que he tenido la suerte de interpretar encima del escenario, incluso a veces me veo a mí misma tratando de recordar qué obra es la tonada que se repite una y otra vez en mi mente… También me suelen acompañar melodías de autores menos clásicos pero sobre el sueño en la música pop rock, mejor hablamos otro día.
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