Surrealismo trágico

– En recuerdo de José Luis Cuerda-

Humberto Vallejo
Cineasta

Fotografía: Lourdes Álvarez

Sería algo así como el 17 de enero, viernes o sábado, más o menos a las 2 de la mañana. Dabadaba. Me encuentro con un amigo que me propone hacer un artículo sobre el surrealismo en “Amanece que no es poco”. Aunque siempre resulta problemático escribir sobre un clásico, cómo iba a negarme, más aún por la hora y el escenario de nuestro encuentro.

No hace falta mencionar cómo han cambiado nuestras vidas desde aquella errática noche, todavía embebida de los feliz año nuevo y los qué tal las fiestas. En la poca luz que deja esta repentina hecatombe mundial alcanzo a reformular el artículo, sin cambiar el objeto. Porque cómo no va a ser pertinente hablar, justo hoy, de Amanece que no es poco. Repito el título porque ya es, de por sí, un recordatorio que ha renovado credenciales. Más allá de la obviedad, este filme de 1989, con su comicidad surrealista, resuena en este 2020, el año del surrealismo trágico.

Recopilo aquí algunos pensamientos que, en medio de estas últimas semanas de genuino extrañamiento, me han llevado al recuerdo de varias escenas de esta película. Desde la Donosti hasta Molinillos.

¿Quién iba a imaginar, hace seis meses, que nuestras buenas noticias por la mañana serían el descenso a menos de cuatrocientos muertos diarios por un virus letal hasta ahora desconocido?

El pasado 31 de marzo, en comparecencia nacional, el Doctor Anthony Fauci, -ahora una de las figuras más célebres de Estados Unidos-, anunciaba que el estimado de decesos en su país podría ascender hasta los 240 mil. Hoy, Donald Trump presume, con el mismo cinismo que el médico Don Alonso, la excepcional respuesta de su gobierno, que ahora prevé, más o menos, 70 mil muertos.

– Puedes estar orgulloso, de verdad. En los años que llevo de médico, nunca había visto a nadie morirse tan bien como se está muriendo tu padre. Qué irse, qué apagarse. ¡Con qué parsimonia!

– Y él, ¿sufre?

– A la fuerza. Seguro que sí. ¿No ves que se le está yendo la vida?

Las buenas noticias del 2020.

Unas semanas atrás un amigo compartió en Facebook, desde Málaga, un vídeo que bien podría figurar entre los descartes de la cinta de José Luis Cuerda. Un convoy de seis vehículos de policía, en formación equidistante, estacionan delante de un portal. Sale un uniformado de la patrulla de enfrente, megáfono en mano. Desde la acera de enfrente, felicita con enjundia a una niña. Desde otro balcón, resbalan tenebrosas las notas de cumpleaños feliz. Esto es ya una escena cotidiana en muchas comunidades autónomas.

Lo terrible no es tanto la acción en sí misma, sino el hecho de que estos vídeos estén compartiéndose una y otra vez como muestras de una nueva solidaridad, atisbos de una sociedad unida ahora más que nunca. La imagen es un vaticinio, más bien, del posible devenir de las sociedades democráticas europeas en la crisis post-pandemia.

Nos encontramos en un contexto social que podría ser una placa de Petri para los crecientes movimientos neofascistas tanto en Europa como en América. Una tendencia que era, ya de por sí, una constante. El polvo acumulado de las ruinas del 2008.

-¿Y cómo anda por allí la política? Revueltilla, ¿eh?

No es de extrañar que las primeras reacciones sociales ante una fraguante pandemia fuesen de tendencia xenófoba. En un mundo donde el debate entre fronteras físicas y globalización exacerbada estaba a la órden del día, los muros comienzan a convertirse en una ominosa necesidad. No sólo entre naciones, sino también dentro de ellas. El panorama migratorio en los próximos meses parece turbulento, con la combinación de extensivos controles territoriales y una crisis económica cuya consecuencia inevitable ya es el inicio de otra explosión en las tasas de desempleo.

– También ha salido que los de la invasión se tienen que ir. Y si hay algún americano, también.

– Yo es que quería defender un poco a los americanos porque también tienen cosas positivas.

– Vete a la mierda, hombre…

Las pantallas, nuestra ventana millenial al mundo, se han convertido también en nuestra mirilla local. La imagen del mundo es ahora una imagen distorsionada entre la cuidadosamente seleccionada información oficial -casi como esperar entre policías en la cola del bar, para que, entrando por turnos (como en el súper), se nos obligue a nuestra ración de chupitos, más o menos cada quince días-, y la avalancha de bulos y datos de dudosa procedencia.

Parece que todo hijo de vecino se ha convertido en efectivo de las fuerzas de seguridad oficiales, vigilando cada paso sospechoso, cantando cada movimiento aparentemente fuera de lugar, hinchando los teléfonos de las comisarías con denuncias atípicas. Al mismo tiempo, algunos de ellos insinuaron a sus vecinos sanitarios una mudanza en medio de la tormenta.

– La verdad es que yo termino todos los días destrozado.

De a poco, esta ciudad -y cito a Carlos Muñoz Gutiérrez- se convierte en un archipiélago. Como casi todas, supongo. Los archipiélagos se caracterizan por quedar unidos por aquello que los separa. No sé cómo estarán ahora en Liétor.
Va a ser dura la vuelta. Se habla ya de un trauma social. Habrá que ver si no nos partimos de risa la primera vez que veamos la luna llena desde la calle, si no volvemos a casa haciendo zig-zag para retardar el recorrido y así poder pensar mejor a dónde vamos.

Lo que queda claro es que yo ya no aguanto más este sindiós.