Una riñonera no hace verano

Juan Alberto Vich Álvarez
Escritor, químico y filósofo

Fecha de publicación: 16/08/20

Nota previa: el artículo que sigue se escribió hace un año, entonces no vio la luz.

Las jornadas (f)estivales iniciaron ya, allá en la noche más corta o próxima a ésta. Con ellas, todo un conjunto de rituales y formas de hacer. El comportamiento suyo, lejos de dar una impresión autónoma rezuma un gregarismo atroz propio de la sociedad de masas.

Venimos viendo, en todas sus citas, el festejo veraniego de verbena y sarao. En éstos, los nobles y los villanos, los prohombres y los gusanos, bailan y se dan la mano sin importarles la facha… O eso dicen. Pero resulta evidente que la «facha» o «pinta» es de primer orden en la era de la imagen (y semejanza, por cierto). Quizá sea lo más paradójico de todo. El sistema de consumo ha permitido vincular dos antagónicos: a la moda y a la originalidad. De tal forma, siendo todos iguales creen destacar de entre el resto.

La tendencia consta de las ya conocidas playeras y bermudas de bajo recogido, gorra de visera plana, gafas de sol del hip-hop noventero y camisas hawaianas al estilo de H. S. Thompson en Miedo y asco en Las Vegas. Además de un colocón continuo, provocado por las pastillas sintéticas que rulan como los caramelos de publicidad en las sucursales bancarias y les hace ir con pupilas de tasier y ojeras de mapache. Como los anteriores, los jóvenes zoones politikones son nocturnos — o, al menos, aprendieron a valorar las licencias de su alevosía—. Sabemos de lo atractivo en esto de las prohibiciones… Y así transcurre la vigilia, entre cubatas mal servidos y un garrafón que taladra las sienes resacosas, volviéndose noche el día — y viceversa— cada fin de semana. De tal manera, en una pérdida de sentidos que duran hasta abrir los ojos ya de tarde, descuidan el sol temprano y las sonrisas de los críos al probar el pan desde las sillas de paseo, el canto de los pájaros y el secar del rocío.

Pero díganme, ¿quién ignora las pretensiones del mercado? ¿Cómo justificar un rechazo a los sistemas capitalistas y de consumo con un estar-en-la-moda? El ecologista bebe dos copas y haciendo el garrulo arranca ramas de los árboles, el pacifista pelea a la salida del bar,… Todos critican los grandes almacenes y todos consumen en ellos, demasiada audiencia de la telebasura para que nadie la vea,… ¡Qué pescadilla ésta, que muerde su cola! Tan perjudicado se ve el mercado como el criterio de sus consumidores; al fin y al cabo, son quienes definen el anterior. Y seamos realistas… Las mentes pensantes que deciden con qué hacer negocio no son tontas… Si venden heces con papel de regalo es porque hay público abundante y entusiasta que se atiborra a comer mierda (con perdón). Si las librerías cierran y las que quedan dedican los estantes a libros de autoayuda y a pseudociencias es porque no hay sitio para lo que no se demanda, como la literatura de calidad, el ensayo y otros. Si las galerías de arte aceptan trabajos de poco fundamento, si los chavales sueñan con pirarse de casa cuanto antes y vivir en un erasmus perpetuo, si las listas de las canciones más escuchadas son las que son, si desciende la venta de anticonceptivos a medida que aumenta la promiscuidad, si pese a la concienciación vial se sigue conduciendo puestos hasta el culo, si se vive pegado al teléfono y al escaparate social y el cine sólo recoge escenas de tiros y polvos… Es porque la sociedad se atiborra a sus productos de mercado. «Sociedad» poco responsable a la que, por cierto, pertenecemos.

¡Qué tremendo que divierta lo que divierte! Es la falta de educación, el no-criterio y la ausencia de filtros, la que condena a la sociedad al determinismo. Vestirás como se quiere, comerás como se quiere, te manifestarás por lo que se quiere, fumarás lo que se quiere,… Los años no regresarán. Este sistema es el que se asimila, se digiere, llega a la sangre y se traslada a las relaciones interpersonales: donde se busca conocer rápido, barato, «sin permanencia»… Y así, se desvaloriza al prójimo, se le deshumaniza. Jugando los unos con los otros, usándose como medios y no como fines, maltratando…

Lo peor es no sentirse extraño, consumir sin cuestionar, verse integrado en lo negativo. Ser pelele y aceptar y acudir y participar. No ser consciente es no arrepentirse, no asumir culpas, no plantearse el cambio. Una filosofía del NO (desvinculada y, en este sentido, opuesta a la planteada por Bachelard), que impide escuchar a quienes nos quieren, encerrarnos en una burbuja de jabón tan frágil que en algún momento reventará escociéndonos los ojos. Ojalá sea pronto y se frene en el delirio de una carretera que lleva al abismo más desconocido.

Quedan noches en este verano, respetémonos.