La alegría de Beethoven

Gotzon Arrizabalaga
Profesor en la UPV/EHU

Pintura: Juan Gabriel Vich

No conozco la mayor parte de la obra de Beethoven. No conozco su biografía en detalle. Cuando digo que no conozco la obra de Beethoven quiero decir que no he analizado sus obras musicalmente. En cuanto a su biografía, sé de sus amplios umbrales emocionales, desde la ternura y la nostalgia más hondas hasta sus arrebatos y explosiones de rabia, violencia y de alegría.

Pero sí conozco parte de su obra. La conozco bien. No solo la he analizado sino que la he interpretado en numerosas ocasiones. Me refiero al movimiento coral de su novena sinfonía.

Las cuerdas inician el tema. Todo está lleno de expectativas. Pero nadie puede imaginar hasta donde va a desarrollar Beethoven las promesas que esconde en su interior. El tema es extraordinario, digno de un genio, y solo un genio puede llevarlo y desarrollarlo hasta donde Beethoven lo lleva. En este inicio se advierte una sensibilidad que envuelve toda la experiencia humana. El contrapunto de las cuerdas concentra toda la emoción que puede experimentar un ser humano. Sospecho que la emoción artística, y más concretamente la musical responde principalmente a una negación. La emoción brota de todas las expectativas fallidas en la vida del ser humano. La vida no llega hasta donde quiere llegar el hombre. Ahí se esconde la nostalgia infinita… de la alegría. La emoción entonces te agarra del pescuezo y te ahoga en el llanto del ideal. Todo eso lo presenta Beethoven desde el inicio de su movimiento.

Entra entonces el canto poderoso del barítono con las palabras de Schiller:

O Freunde, nicht diese Töne! Sondern laßt uns angenehmere anstimmen, und freudenvollere. Freude! Freude!

¡Oh amigos, no esos tonos! Entonemos otros más agradables y llenos de alegría.

¡Alegría, alegría!

Acompaña el coro con un tono popular. Ya es la humanidad la que canta, pero canta con la inocencia de una pertenencia a un pueblo:

Freude, schöner Götterfunken, Tochter aus Elysium, Wir betreten feuertrunken, Himmlische, dein Heiligtum. Deine Zauber binden wieder, Was die Mode streng geteilt; Alle Menschen werden Brüder, Wo dein sanfter Flügel weilt.

¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Penetramos ardientes de embriaguez, ¡Oh celeste, en tu santuario! Tus encantos atan los lazos que la rígida moda rompiera; y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.

Continúa el canto en el mismo tono hasta que llega el canto serio de los hombres:

Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt!

¡Sean abrazaos Millones! ¡Este beso al mundo entero!

Y a partir de aquí, se desencadena la apoteosis de la alegría. Voz tras voz la alegría estalla.

Uno no puede quedar más que realmente admirado y estupefacto ante la exhibición de Beethoven. No me refiero la exhibición técnica sino emocional. ¿Cómo es posible que Beethoven, en su plena madurez, a las puertas de la vejez, pueda contener en su alma el espíritu totalmente juvenil de la humana alegría?

La expresión técnica-vocal de esta alegría comporta riesgos. Las tesituras a las que Beethoven somete al coro (a la humanidad) son tensas, muy tensas. Durante media hora, sin apenas respiro, las distintas voces cantan casi siempre en registros que pueden derivar facilmente en el grito y la estridencia. Y nada más lejos de las intenciones de Beethoven. Cantar pleno no significa gritar o chillar. Es seguro que la subida del diapasón en prácticamente medio tono desde los tiempos de Beethoven dificulta la tarea de expresar en sus justos límites la tesitura escrita por Beethoven. No es el único caso. La conocida Misa Solemne es también temida por sus exigentes tesituras. ¿Tuvo que ver la sordera de Beethoven en este fenómeno? Cuando uno apenas oye, alza la voz, pero no creo que fuera el caso de Beethoven. Él sabía muy bien lo que debía escucharse.

Final de su aparición en escena, la novena sinfonía, en general, y su movimiento coral, en particular, consuman el sacrificio de Beethoven. Y ahí está su máxima ofrenda. Como el dios de Nietzsche, solo sabe vivir en la alegría.

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