La Guerra de las Harinas

Álvaro Ibáñez Fagoaga
Historiador

Fotografía: Javier Mina

Señor, si no traéis vuestro trigo al mercado y lo vendéis a un precio razonable, serán destruidos vuestros graneros”.

Carta anónima encontrada en la abadía de Sherborne, Inglaterra (1757).

Introducción

En opinión del mundo académico actual, La Guerre des farines (1775) ofrece una análisis único e indispensable de la sociedad francesa de finales del Antiguo Régimen. No es de extrañar entonces que su estudio sea de vital importancia para la comprensión de los profundos cambios acontecidos durante la Francia Prerrevolucionaria del siglo XVIII (Cynthia A. Bouton).

Además, la Guerre des farines, más allá de su importancia como motín de subsistencias, no sólo fue el último gran conflicto de masas vivido en Francia con anterioridad a la Revolución Francesa, sino que es también el primer gran conflicto político del reinado de Luis XVI, el último de los Luises.

Pero, ¿Cuáles fueron los hechos? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? ¿Cuáles fueron las consecuencias de este motín?

Y, sobre todo, ¿Por qué, si la subida de los precios no fue tan abrupta como en anteriores ocasiones, la erupción de los motines fue tan intensa y consensuada?

Todas estas preguntas, y puede que alguna más, intentarán ser respondidas a partir de este momento.

Pasen y lean.

La Francia de los Luises.

En primer lugar, retrocedamos un poco en el tiempo.

Luis XV (1715-1774), padre de Luis XVI (1774-1792), y bisnieto y heredero de Luis XIV (1643-1715), comenzó su reinado sobre el Trono de San Luis en un ambiente lleno de grandes y prometedoras expectativas.

Luis XIV, El Rey Sol, había logrado legar a su bisnieto un incipiente imperio colonial en América e India al tiempo que consolidaba su hegemonía político-militar en Europa.

Además, el equilibrio de poderes gestado entre unos mermados parlamentos a los que El Rey Sol impidió oponerse a sus edictos anulando el Derecho de Reconvención (1673), y una debilitada alta nobleza obligada a vivir en Versalles tras la construcción del nuevo palacio (1682), logró vertebrar lo que Perry Anderson calificará como la apoteosis institucional del absolutismo francés.

Sin embargo, lasexpectativas generadas ante la venida del nuevo rey, Luis XV El Bien Amado, se mostraron pronto infundadas. Su débil carácter, influenciable e indiferente ante las cuestiones de gobierno, tendió a delegar los asuntos del reino en manos de ministros, cortesanos, amantes y demás personalidades que supiesen hacerse con el favor de un rey más preocupado por la caza que por los asuntos de estado.

Como era de esperar, las sucesivas crisis pronto comenzaron a desgajar el formidable armazón institucional vertebrado por Luis XIV. Con un gobierno a la deriva en mano de un rey débil e indolente, las diferentes facciones políticas iniciaron su particular lucha interna por hacerse con el poder dentro de la Maison du Roi.

El Parlamento de París, aprovechando la minoría de edad de Luis XV, recobró el Derecho de Reconvención (1715) a cambio de sancionar la regencia de Felipe II de Orleans.

Erigido de nuevo como principal corte de justicia del reino, el Parlamento de París se erigió como el único brazo político capaz de frenar el poder absoluto del monarca. Los parlamentarios, en su mayoría antiguos burgueses reconvertidos en nobles tras la compra de cargos y prevendas, vertebraron un contrapoder capaz no sólo de revertir las políticas absolutistas del Rey Sol, sino también de paralizar cualquier tipo de reforma orquestada desde la corte de Versalles.

Por otra parte, el agresivo mercantilismo imperante entre las potencias coloniales del siglo XVIII, unido a las nefastas nociones geopolíticas del Bien Amado,terminaron por dinamitar el imperio colonial gestado por su padre, que fue brutalmente despedazado por Gran Bretaña como resultado de la Guerra de los Siete Años (1756-1763).

Luis XV, incapaz de comprender la inviabilidad financiera de tan costosa guerra, sumió a Francia en una conflagración intercontinental que se saldó no sólo con la pérdida casi total de sus colonias, sino también con una enorme deuda derivada de un complejo conflicto internacional en el que los teatros de operaciones se extendieron a lo largo y ancho de África, Asia, Europa y América.

Así las cosas, a la muerte del Bien Amado, Luis XVI (1774-1792) se alzó en el trono de una Francia en abierta banca rota, desposeída de sus colonias, e inmersa en el fuego cruzado de una enquistada y tridimensional pugna política entre la Maison du Roi, la alta nobleza y el Parlamento de París.

La primera medida de calado del joven rey fue sancionar a Anne Robert Jacques Turgot como Ministro de Finanzas, recayendo sobre sus hombros la difícil tarea de reformar la administración de la endeudada corona francesa. Turgot, ministro ilustrado por antonomasia de Luis XVI e importante miembro de la escuela fisiócrata, resolvería acometer una serie reformas fiscales y administrativas inspiradas en las doctrinas liberales del laissez faire.

Su primera medida, lejos de amedrentarse por las experiencias del pasado, será el Edicto sobre el Libre Comercio del Grano, promulgado el 19 de diciembre de 1774 entre una enorme polémica debido a la proximidad de unas malas cosechas que, presumiblemente, harían disparar en la próxima primavera los precios del pan y de la harina.

Gobernadores provinciales, ministros, parlamentarios y cortesanos de toda índole y condición se mostraron entonces alarmados ante la consecución de una política económica que ya en tiempos de Luis XV se intentó infructuosamente implantar, y que se saldó con su abrupta anulación tras la aparición de los primeros motines de subsistencias en el mundo rural.

El Motín.

Como era de esperar, libres los precios ya de cualquier tipo de intervencionismo sancionado por las autoridades, las malas cosechas propiciaron un despegue vertiginoso en los precios de la harina y el trigo hasta límites inasumibles para un pueblo llano que, pese a la notable mejoría en sus condiciones de vida, seguía gastando aproximadamente la mitad de su salario en pan (George Rudé).

El 15 de marzo las primeras muestras de descontento popular alcanzaron Reims, ciudad en la que ese mismo verano debía ser oficialmente coronado Luis XVI.

El 15 de abril, las mujeres de Dijon resolvieron hacer justicia. Tras ver como los precios escalaban de manera vertiginosa en los mercados, decidieron pasar directamente a la acción.

El motín estalla entonces, y Carré, famoso molinero y consejero del Parlamento de Burgundia, es increpado a las puertas de su casa acusado de acaparar trigo y harina para subir artificialmente los precios. Al negarse éste a disponer de sus existencias, sus dependencias y molinos serán asaltados por las masas.

La Guerre des farines había comenzado.

A partir de este momento, mercados, molinos y graneros del cinturón agrícola del reino son asaltados y sometidos a la taxation populaire sin que ninguna autoridad pueda hacer nada al respecto. Pronto, la escalada imparable en los amotinamientos amenazó de manera directa las líneas de abastecimiento de la capital, estallando todas las alarmas en el seno de la Maison du Roi.

El 2 de mayo, la miríada de amotinados llegó en tromba a Versalles. La tradición popular afirmará entonces que el rey, en un intento desesperado por aplacar el ímpetu de las masas, hará aparición en su balcón palaciego comprometiéndose a sancionar una bajada inmediata en los precios del pan. Los informes policiales asegurarán por otra parte que los amotinados no sólo no se aproximaron a las dependencias palaciegas, sino que desde un inicio sus intenciones no fueron otras que marchar directos hacia mercados, graneros y carretas repletas de trigo y harina para someterlas a la tácitamente aceptada fórmula de la taxation populaire.

Sea verdad o no, lo cierto es que el rumor del compromiso regio se extendió como la pólvora, y allá donde los levantamientos estallaban, los amotinados argumentaban la legitimidad de sus exigencias bajo el paraguas de una supuesta sanción real al respecto.

Apenas un día después de los sucesos de Versalles, animados tras los eventos sucedidos, los habitantes de los suburbios y las villas que circundaban París tomaron sorpresivamente y de manera coordinada las puertas de acceso a la capital.

Una vez dentro, el menu peuple parisino se unió en tromba a los amotinados asaltando sistemáticamente graneros, almacenes y obradores.

J.P Lenoir, teniente de policía de París, impidió en el último momento la entrada de los amotinados al mercado de la harina cerrando sus puertas al tiempo que desplegaba in extremis a los Mosqueteros de la Guardia. La ciudad quedó entonces fuertemente militarizada, y cualquier lugar susceptible de ser asaltado por las masas fue rápidamente guarnicionado mientras hombres de confianza de Lenoir detenían a cualquier sospechoso de haber participado en los disturbios.

En cualquier caso, la imparable escalada en los acontecimientos impidió cualquier intento de evitarlos de manera efectiva.

El mismo día en el que los amotinados tomaron París, los mercados de Bréteuil en Picardía y Vernon en Normandía fueron también asaltados. En este último, en el preciso momento en el que al menos 2.000 amotinados se agolpaban a las puertas del mercado, el delegado provincial ordenó abrir fuego a la guardia. Los amotinados, lejos de amedrentarse, se acercaron a la ribera del río amenazando con prender fuego a la Torre de Vernonnet, enclave estratégico de vital importancia para el control del puente sobre el Sena.

El 6 de mayo, En Brie-Comte-Robert, las mujeres del pueblo, lideradas por Madelaine Pochet, acudieron a mercados y almacenes amenazando con segar los sacos de grano con sus cuchillos si estos no se distribuían a un precio justo entre la plebe.

La escalada de los amotinamientos llegaría aquel día a su máximo exponente, siendo asaltados 14 mercados y 42 villas en una sola jornada.

Merece también una mención especial el que, según los propios informes de la policía, en la inmensa mayoría de los casos el grano obtenido por las masas era primero confiscado, después sometido a la taxation populaire, y finalmente, ya en forma de dinero, entregado de nuevo a sus legítimos dueños. Los amotinados rara vez se abandonaban a actos de pillaje indiscriminado.

Mientras tanto, Turgot, apuntalado en su concepción fisiócrata del laissez faire, se mantuvo enrocado ante los imparables disturbios, afirmando que una respuesta militar era la única solución factible al amotinamiento. El 9 de mayo, 25.000 soldados fueron desplegados en villas, mercados y caminos para salvaguardar la venta y transporte de la harina.

Gran cantidad de delegados provinciales, conscientes de que la llegada de las tropas sólo encendería aún más los ánimos del pueblo, se mostraron disconformes con las nuevas medidas mandando misivas a Turgot narrando el enrarecido y belicoso ambiente imperante en el campo:

la multitud descontenta crece. La gente, avezada al pillaje, no reconoce ley y proclama en alto que es lo mismo ser colgado que morir de hambre”

También el Parlamento de París, en referencia esta vez al rey, advertía:

Tome medidas (…) para reducir el precio del pan y la harina a un nivel proporcional a las necesidades del pueblo”.

Haciendo caso omiso a toda recomendación contraria a los postulados del laissez faire, los precios se mantuvieron empecinadamente altos, y pese a la fuerte militarización impuesta sobre la Cuenca de París, las patrullas enviadas por Turgot fueron incapaces de contener los constantes asaltos a los convoyes en ruta hacia la capital.

Así las cosas, pese a una cierta reducción en los disturbios, la erupción esporádica de los motines siguió imparable durante el verano, comenzando también a ser interceptados buques repletos de grano y harina en puentes y puertos de los cursos fluviales.

En Beauvaisins, 60 armas de fuego fueron incautadas entre los amotinados, y en el medio rural, monasterios y propiedades señoriales fueron también asaltados en busca de más y más grano.

El levantamiento, que para agosto de ese mismo año había ya prácticamente desaparecido como consecuencia de la fuerte militarización del campo, tan sólo se vio mitigado en su totalidad en el momento en el que los precios descendieron a niveles asumibles para el pueblo llano.

Finalmente, y como era de esperar, la Guerre des farines hizo entrar en desgracia a un Turgot que, con su empecinamiento, pulverizó cualquier atisbo de popularidad sobre el reinado de un Luis XVI que apenas llevaba un año ostentando el Trono de San Luis.

Sería ingenuo pensar que tan funesto inicio no tuvo su eco en los hechos que se avecinarían 15 años después (1789).

Economía moral, fisiocracia y capitalismo agrícola en la Francia de los Luises.

Pero, ¿Por qué fue diferente la Guerre des farines?

En primer lugar, hay que remarcar que los motines de subsistencias tradicionales se extendían durante apenas uno o dos días, siendo algo excepcional que se alargasen en el tiempo. Además, los motines rara vez se expandían más allá de un puñado de poblaciones.

Sin embargo, La Guerre des farines se alargó durante meses, sucediéndose sólo en los primeros 22 días más de 300 amotinamientos a lo largo y ancho de la Cuenca de París.

Además, este motín no solo expuso la precariedad inherente a las clases populares del siglo XVIII,sino que también es el reflejo de las profundas transformaciones en curso en el seno de un Antiguo Régimen francés que se encontraba ya en pleno proceso de transición entre el feudalismo y el capitalismo.

En el mundo urbano, la explosión demográfica del siglo XVIII, sin precedentes hasta la fecha, terminó de configurar una nueva realidad social en la que los estamentos privilegiados acaparaban cada vez más y más poder al tiempo que les miserables, hacinados en su mayoría en los arrabales de París, veían como sus condiciones materiales basculaban peligrosamente por debajo del límite de subsistencia.

Por otra parte, el siglo XVIII fue testigo de una doble transformación en la configuración de la propiedad de la tierra: Un número cada vez menor de terratenientes comenzó a acaparar la inmensa mayoría de la propiedad al tiempo que el número de jornaleros proletarizados y desposeídos de tierras crecía vertiginosamente hasta alcanzar al 50% de la población activa de la Cuenca de París. Además, esta tierra, tradicionalmente en manos de la alta nobleza, comenzó a ser monopolizada por miembros del patriciado urbano y la nobleza de toga de París, constituyéndose así lo que Georges Lefebvre calificará como la nueva burguesía rural.

El viejo régimen de tenencias, donde los señores arrendaban sus posesiones a cambio de una renta fija, dio paso a un nuevo sistema de propiedad y producción de corte asalariado, donde la antigua seguridad alimentaria característica de las tenencias feudales daba paso a un nuevo estamento de jornaleros estacionales desposeídos de cualquier tipo de propiedad que asegurase su propia subsistencia.

Las bases sociales de la Cuenca de París fueron entonces testigo de la llegada de una nueva sociedad asalariada enmarcada ahora dentro del método de producción capitalista.

La libertad de los nuevos jornaleros, desligada ya de la autoridad de caciques y terratenientes, dio paso a la constitución de una nueva sociedad abandonada a la intemperie de un capitalismo agrícola sometido férreamente a la dictadura de los mercados.

Así pues, el régimen de propiedad imperante en 1775 nos muestra cómo la base social tradicional del motín de subsistencias había sufrido una enorme transformación: Desposeídos de cualquier tipo de tenencia o propiedad, los jornaleros se veían obligados ahora a tener que buscar su sustento en los mercados, siendo la subida abrupta en los precios del todo inasumible para unas masas jornaleras desposeídas ya de cualquier tipo de seguridad alimentaria.

Por otra parte, esta nueva realidad chocaba frontalmente con la extendida noción de que el pueblo tenía derecho a un precio justo en sus provisiones, y que cuando las autoridades fallaban en su cometido, el pueblo estaba legitimado a amotinarse hasta la obtención de un precio justo a través de la taxation populaire.

Una subida abrupta en los precios del pan, lejos de ser la única motivación de los motines, representaba más la ruptura del consenso social que precipitaba definitivamente la acción directa de las masas. La no consecución de las demandas colectivas daba el pistoletazo de salida a la taxation populaire, y sólo a partir de este momento, braceros, jornaleros y peones pasaban a engrosar las filas de los amotinados.

El motín de subsistencias se alzaba así no como una forma de acción directa motivada por la subida en los precios del pan y la harina, sino más bien como la evidencia de la existencia de una serie de consensos y valores compartidos entre las masas al respecto de la legitimidad o no de determinadas prácticas relacionadas con el comercio y la elaboración del pan; La economía moral de la multitud (E.P Thompson).

Sólo así puede explicarse que en menos de un mes 300 motines con similares características estallasen de manera espontánea e inconexa.

Las Conclusiones del Motín

Los amotinados, que en primera instancia se contentaron con pregonar una serie de derechos que entendían como propios, fueron conscientes de que la única alternativa ante el aparato ideológico fisiócrata imperante entre señores, molineros y mercaderes era el amotinamiento y el uso de la taxation populaire. Lo viejo (motín de subsistencias) y lo nuevo (capitalismo y laissez faire) se fundían así en una insalvable contradicción que preconizaba el final un modo de vivir y entender la economía propia de la sociedad de un Antiguo Régimen ya a las puertas de ser fagocitada por la lógica capitalista.

Además, la subida de los precios, que en ningún momento llegó a alcanzar las cifras de amotinamientos anteriores, se enfrentó a una nueva base social desposeída de cualquier tipo de seguridad alimentaria. Sólo así puede explicarse porqué siendo la subida relativamente menor, el alcance absoluto de la crecida fuese abrumadoramente más destructivo.

Y pese a no estar aún las masas asalariadas enteramente definidas en términos de clase social, la experiencia acumulativa resultante de los motines de subsistencias del siglo XVIII formará parte insustituible de su propia transformación. Es incuestionable la evidencia de que será la propia Revolución Francesa la que hará evolucionar políticamente al pueblo hacia la definitiva articulación de los sans-culottes, pero resultaría inconsistente argumentar que esta transformación no vino antes precedida de una serie de lecciones aprendidas durante su participación en los motines de subsistencias.

Apenas 15 años más tarde, la muchedumbre se convertirá de nuevo en un actor indispensable. Las masas serán entonces el elemento determinante de la Revolución, siendo su papel indispensable en la Toma de la Bastilla (1789), la Marcha de Las Mujeres sobre Versalles (1789) o el derrocamiento definitivo de la monarquía (1792) (George Rudé).

Además, como expondrá de manera clarividente Cynthia A. Bouton, los motines de subsistencias demostraban una innegable verdad histórica:

Nadie es todopoderoso eternamente.

Bibliografía, notas y fuentes:

Anderson, P. (2016) El Estado Absolutista. Madrid, España: Siglo XXI.

Bouton, Cynthia A. (1993) The Flour War: Gender, Class, and Community in Late Ancien Régime French Society. Pennsylvania, U.S.A: Pennsylvania State University Press.

Escartín González, E (2004) Apuntes Sobre Historia del Pensamiento Económico. Edición Digital @ Tres. 2004. ISBN 84-95499-75-4.

Floristán, Alfredo (Coord.) (2015) Historia Moderna Universal. Madrid, España: Ariel.

Hobsbawn, E.J & Rudé, George (1978) Revolución Industrial y Revuelta Agraria. El Capitán Swing. Madrid, España: Siglo XXI.

Meuvret, J (2003) Las Crisis de Subsistencia y la Demografía en la Francia del Antiguo Régimen. Contribuciones desde Coatepec, No. 5, pp. 131-140. Toluca, México: Universidad Autónoma del Estado de México.

Pelz, William A. (2016) The Rise of the Third Estate: The French People Revolt. A People´s History of Modern Europe. Londres, Inglaterra: Pluto Press.

Sabean, D (1976) The Communal Basis of Pre-1800 Peasants Uprisings in Western Europe. Comparative Politics, Vol. 8, No. 3, pp. 355-364. Comparative Politics, Ph.D. Programs in Political Science, City University of New York.

Rudé, George (1959) The Crowd in the French Revolution. Londres, Inglaterra: Oxford University Press

Rudé, George (1982) Europa en el Siglo XVIII: La Aristocracia y el Desafío Burgués. Madrid, España: Alianza Editorial

Thompson, E.P (1971) The Moral Economy of the English Crowd in the Eigtheen Century. Past & Present, No. 50, pp. 76-136. Londres, Inglaterra: Oxford University Press.

Vivier, Nadine (2007) Los Intereses en torno a la Propiedad Colectiva en Francia, siglos XVIII-XIX. Signos Históricos, No 17, pp. 114-137. Maine, Francia: Universidad del Maine.