Gaizka Fernández Soldevilla
Doctor en Historia

Imagen: Amaia García Hernández
El 8 de abril de 2020, mientras los ciudadanos españoles estaban en pleno confinamiento por culpa de la pandemia, la plataforma Movistar estrenó La línea invisible, que llevaba por subtítulo Cuando ETA eligió matar. Dirigida por Mariano Barroso y creada por Abel García Roure, la serie televisiva fue todo un éxito de público y crítica: el portal Filmaffinity le da una nota de 6,7. Se escribieron decenas de artículos sobre La línea invisible, que también acaparó la atención en las redes sociales. Pero no todo fueron parabienes. También se generaron pequeñas polémicas e incluso hubo un llamamiento al boicot por parte tanto de quien denunciaba que blanqueaba los crímenes de ETA como de quien le acusaba de humanizar a un torturador como Melitón Manzanas.
La calidad del trabajo no tardó en apagar los fuegos. La línea invisible se tomaba ciertas licencias para que el guion funcionase, pero no se trataba de un documental, sino de un producto audiovisual de ficción. De todos modos, la serie estaba respaldada por un minucioso y prolongado trabajo de documentación que Abel García había liderado a lo largo de cinco años. Lo sé porque durante ese tiempo trabajé a su lado como asesor histórico. Fue una labor estimulante y muy gratificante, que nos permitió desmontar algunos longevos mitos sobre aquella época mientras hacíamos descubrimientos muy reveladores. El resultado de la investigación se plasmó en una obra colectiva publicada en 2018 y que, en cierto modo, puede leerse como el complemento historiográfico de la serie: Pardines. Cuando ETA empezó a matar (Tecnos).
En este artículo pretendo poner el foco en lo sucedido en Guipúzcoa el 7 de junio de 1968, que corresponde a lo que narra el quinto capítulo de La línea invisible. Gracias a la documentación, podemos reconstruir los hechos de manera rigurosa. Ese ejercicio nos permite no solo acercarnos lo máximo posible a la verdad histórica, sino examinar de dónde surgieron los relatos distorsionados sobre aquel día y por que todavía gozan de una sorprendente buena salud en el nacionalismo radical. Antes de analizar los acontecimientos de junio de 1968, conviene remontarse al año anterior.
En la segunda parte de su V Asamblea (marzo de 1967) ETA ratificó la estrategia de acción-reacción-acción: provocar mediante atentados una represión brutal e indiscriminada por parte de la dictadura que despertase a la demasiado acomodaticia población vasca y acabase derivando en una “guerra revolucionaria”. Al mes siguiente la organización efectuó su primer atraco con éxito, al que seguirían otros, lo que le posibilitó adquirir armamento e infraestructura, así como mantener económicamente a sus líderes.
ETA colocó bombas contra medios de comunicación, propiedades de personas acusadas de colaborar con las Fuerzas de Orden Público (FOP), repetidores, ayuntamientos, locales sindicales, cuarteles, símbolos franquistas… En marzo de 1968 un artefacto explotó en la sede del diario bilbaíno El Correo Español, hiriendo a un operario de composición y caja. También se registraron tiroteos entre integrantes del grupo y agentes de la ley. El manifiesto de ETA para el Aberri Eguna, redactado por uno de sus dirigentes más carismáticos, Txabi Echebarrieta, profetizaba que “para nadie es un secreto que difícilmente saldremos de 1968 sin algún muerto”.
En ese clima hay que situar la reunión de la cúpula de ETA que se celebró en Ondárroa (Vizcaya) el 2 de junio de 1968. En ella se decidió empezar a matar con el fin de poner en marcha la espiral de acción-reacción-acción. Sus primeros atentados mortales debían tener una fuerte carga simbólica, por lo que se escogió como objetivos a los jefes de la Brigada de Investigación Social (BIS) de Bilbao y San Sebastián, José María Junquera y Melitón Manzanas. Este último tenía pésima fama como torturador y había sido señalado en las publicaciones de ETA varias veces desde 1962. Txabi Echebarrieta quedó encargado de planificar y capitanear la operación Sagarra (Manzana), pero él mismo precipito las cosas.
El 7 de junio de 1968 Echebarrieta y su compañero Iñaki Sarasketa se dirigían en un Seat 850 robado a Beasain por la Nacional I Madrid-Irún. Debido a unas obras en un puente, los etarras cogieron un desvío por la carretera local de Aduna. Allí se encontraban regulando el tráfico los guardias civiles Félix de Diego y José Antonio Pardines. Sobre las 17:30 horas el coche de Echebarrieta y Sarasketa pasó por delante de Pardines. Los siguió en su motocicleta y les hizo señas. Se detuvieron a la altura del kilómetro 446,5. El agente les pidió el permiso de circulación. Con él en la mano derecha, pudo comprobar que los datos no coincidían con el número del bastidor. Expresó su extrañeza en voz alta y automáticamente recibió cinco tiros en el torso. Una hora después el juez instructor constató que la funda de su pistola reglamentaria seguía abrochada y que lo único que había junto a la mano del agente era la documentación del vehículo.
Aquel asesinato no formaba parte de los planes de ETA, pero fue un acto consciente de sus dos integrantes, que podrían haberse entregado, haber huido o haber desarmado a Pardines con facilidad. Pese a que Sarasketa siempre mantuvo que solo había disparado Echebarrieta, las pruebas indican lo contrario. El cadáver de Pardines presentaba cinco heridas de bala en el torso y en la escena del crimen se hallaron cinco vainas: tres casquillos (y dos proyectiles) eran del calibre 9 milímetros parabellum y los otros dos casquillos (y dos proyectiles), de 7,65 milímetros. El primer calibre correspondía a la pistola Astra 600-43 de Echebarrieta. El segundo, a la Astra Falcón de Sarasketa.
El camionero navarro Fermín Garcés, testigo de la última parte de la secuencia, intentó retener a uno de los dos miembros de ETA, pero el otro le amenazó con su arma. Sarasketa y Echebarrieta huyeron en su automóvil, que abandonaron poco después. Buscaron refugio en la casa de E. O., un colaborador de la cercana localidad de Tolosa. Dos horas más tarde los etarras pidieron a su anfitrión que se los llevara de allí en su coche. No fueron muy lejos.
Otra pareja de la Guardia Civil de Tráfico, que ya había pasado por Aduna, se había situado en Venta-Aundi (hoy Benta-Haundi), en el cruce de la carretera Nacional I con la comarcal Tolosa-Azpeitia. Los agentes detuvieron el Seat 600 de Osa. Hicieron bajar a los tres ocupantes del vehículo y procedieron a su identificación. Echebarrieta llevaba un DNI falsificado, pero Sarasketa carecía de documentación. Les cachearon. Ambos tenían sus Astra encima, pero, de acuerdo con lo que Sarasketa declaró “el guardia estaba muy nervioso y a mí no me encontró mi arma que llevaba en la cintura. Txabi llevaba una cazadora con cremallera. El guardia se la abrió como quien asesta un tajo o una cuchillada, y cuando vio la pistola dio una especie de rugido y agarró por la cintura a Etxebarrieta. Recuerdo que él intentaba sacarla pero el guardia era mucho más corpulento”. Unas horas después ese mismo funcionario, el jefe de la patrulla, manifestó que había observado que el sospechoso “bajaba la mano izquierda hacia la cadera donde se le apreciaba un bulto, motivo por el que el declarante quiso cerciorarse en qué consistía, comprobando que era una pistola, pero que no pudo arrebatársela porque ya la había empuñado aquel individuo. Ante este hecho asió al sujeto en cuestión para inmovilizarlo avisando al mismo tiempo al auxiliar guardia segundo que se trataba de los individuos que buscaban”.
Según Sarasketa, “saqué mi pistola y apunté al otro que me había comenzado a disparar. Este se escondió detrás del coche. Antes de empezar a correr vi fugazmente a Txabi en el suelo y al guardia civil encima”. No obstante, los dos agentes testificaron que el primero en hacer fuego había sido el propio Sarasketa y que el guardia segundo “repelió la agresión con su arma, no consiguiendo herirlo, ya que se dio inmediatamente a la fuga”. Es imposible saber quién empezó a disparar, pero sí tenemos la certeza de que Sarasketa utilizó su pistola: en aquel sitio quedaron cuatro vainas del calibre 7,65 milímetros.
Mientras E.O. y Sarasketa escapaban, Echebarrieta y el jefe de la patrulla siguieron luchando “llegando ambos a rodar por el suelo sin soltarle la mano izquierda con la que empuñaba el arma, pues quería disparar contra su compañero que en ese momento se hallaba al descubierto. Durante este forcejeo este paisano llegó a disparar varias veces su arma, una contra su compañero de Pareja y otra volviendo la mano contra él sin llegar a herirlo a ninguno de los dos. En esta actitud fue auxiliado por su compañero de pareja quien le dio un golpe en la cabeza [a Echebarrieta] con su arma al objeto de que depusiera aquella, pero a pesar de ello y de las advertencias que le hacían para que se entregara, volvió a disparar contra ambos Guardias, por cuyo motivo tuvieron que hacer uso de sus armas para evitar ser alcanzados por la del paisano, cayendo este al suelo herido”.
El segundo agente confirmó que Echebarrieta había hecho fuego contra él, pero que no podía “repeler esta agresión con su arma por temor a herir a su compañero, por lo que se vio precisado a abalanzarse sobre él y golpearle con su arma varias veces en distintas partes del cuerpo, intentando este coger la pistola que se le había caído al suelo, como así lo consiguió, de donde hizo unos disparos, por lo que ya se vieron en la previsión de tirarle para contrarrestar la agresión, quedando este inconsciente en el suelo”.
Aún si descartamos el testimonio de los funcionarios, las pruebas nos llevan a la conclusión de que en Venta-Aundi se desató un tiroteo en el que participaron los dos etarras y los dos guardias civiles. En aquel escenario se encontraron cinco casquillos de bala de la pistola de Echebarrieta, cuatro de la de Sarasketa y otros cuatro de las armas reglamentarias de los motoristas de la Agrupación de Tráfico. En total había trece vainas.
Txabi Echebarrieta había quedado gravemente herido, pero no murió en Venta-Aundi. El guardia segundo declaró que mientras su superior buscaba un vehículo para llevar al etarra a un centro médico, le preguntó a qué organización pertenecía. La contestación fue: “Déjeme, me estoy muriendo, yo no he hecho nada, búsqueme a un cura”. Pidió confesión “varias veces” y luego se calló. El jefe de la patrulla paró un coche y en él trasladaron al herido a la clínica de San Cosme y San Damián de Tolosa. Fue atendido por un médico, pero no pudo hacer nada por su vida. Según certificó el facultativo, Echebarrieta había fallecido “a los 10 minutos de ingresar”.
El 9 de junio de 1968, a las 8:25 horas de la mañana, José Antonio y Ángel María Echebarrieta identificaron el cadáver que se guardaba en el depósito municipal del cementerio de Tolosa: era el de su hermano Francisco Javier. Solicitaron que se les entregase el cuerpo para enterrarlo en Bilbao. Antes de hacerlo, de 9:00 a 10:00 horas, dos médicos de la localidad, uno de ellos forense, realizaron la autopsia de Echebarrieta en presencia del juez instructor y su secretario. El informe forense indica que tenía varias lesiones, entre ellas una en la cabeza, y presentaba dos heridas de bala.
El día anterior, el 8 de junio, Sarasketa había sido arrestado en la iglesia de Régil. Un consejo de guerra lo declararía culpable del asesinato de Pardines, fallando una pena de 58 años de cárcel. Sin embargo, el juicio tuvo que ser repetido por un defecto formal. La sentencia definitiva condenó a muerte al etarra, aunque finalmente el dictador le indultó. A principios de junio de 1977, antes de las primeras elecciones democráticas, el Gobierno de Adolfo Suárez excarceló a Sarasketa. Falleció en agosto de 2017.
Basándose en una nota de la Comandancia de la Guardia Civil de San Sebastián y/o en las declaraciones de Fermín Garcés, casi toda la prensa del 8 y 9 de junio de 1968 coincidió en su relato de los acontecimientos del día 7. Acertaba en la secuencia cronológica y en los personajes del drama. Ahora bien, en las noticias se detectaban lagunas (todavía se desconocía el nombre de los agresores y su militancia), errores graves (el pistolero habría disparado a la víctima a quemarropa y por la espalda, el primer tiro le habría dado en la cabeza…) y dudas respecto al número de heridas de bala que presentaba el cuerpo de Pardines. Tampoco quedaba claro si contra él habían hecho fuego los dos etarras o solo uno de ellos. En un par de diarios apareció una versión fantasiosa: “los ocupantes del automóvil, lejos de detener la marcha, aceleraron a la vez que disparaban, resultando muerto de dos disparos un guardia civil, mientras que su compañero de pareja quedaba ileso”.
A la hora de describir el enfrentamiento de Venta-Aundi, casi todos los medios de comunicación reprodujeron o parafrasearon la nota de la Comandancia de la Guardia Civil. “Como consecuencia de los servicios montados, una pareja de la indicada unidad, consigue localizar a los dos asesinos, sobre las siete de la tarde, y al tratar de identificarlos, nuevamente hacen fuego sobre la fuerza, abalanzándose uno de los guardias sobre ellos y después de sostener una tenaz lucha cuerpo a cuerpo se vieron obligados a hacer uso de las armas para contener la agresión, consiguiendo herir a uno de ellos quien, trasladado urgentemente al Hospital de Tolosa, falleció momentos después” .
De acuerdo con la historia oficiosa de ETA, la misma noche del 7 de junio “un pequeño grupo de compañeros de Txabi se juntaron en torno a una multicopista y editaron los primeros textos de homenaje, bajo el título: ‘Txabi Extebarrieta, primer revolucionario muerto’”. Sin embargo, según la declaración de uno de los procesados en Burgos, la identidad del fallecido no se corroboró hasta el 9 de junio, es decir, el día en que la familia reconoció el cadáver en Tolosa. Fue entonces cuando la dirección de ETA encargó a “Juana Dorronsoro de confeccionar octavillas de propaganda sobre este tema. Que durante días sucesivos el declarante en unión de Goenaga mantiene citas con los militantes de la margen izquierda diciéndoles que van a recibir mucha propaganda sobre la muerte de Echevarrieta y que vayan a cogerla al buzón utilizando entonces”. Teo Uriarte recuerda que tardaron dos o tres días en empezar a imprimir panfletos, si bien hubo “grupos de gente más o menos cercanos que también publicaron cuartillas con manifiestos por su cuenta”. Las fuentes gubernativas revelan que desde “primeras horas” del día 11 de junio se empezaron a repartir numerosos ejemplares de distintos pasquines en Vizcaya.
¿Con qué información contó ETA para elaborar su propaganda? Solo una persona podría haberles contado lo sucedido en Aduna y parte de lo sucedido en Venta-Aundi, Sarasketa, pero estaba detenido e incomunicado. De cualquier modo, ni él ni E.O. habían presenciado la muerte de Echebarrieta. La única fuente disponible era la prensa, pero los etarras tenían razones para desconfiar de su objetividad, ya que ejercía de altavoz de la dictadura. Además, los medios daban una versión de los hechos que era contraproducente para los intereses de la organización. Así pues, las noticias fueron reelaboradas. En cierto modo, los integrantes de ETA las corrigieron para que encajasen en su narrativa épica, fueran patrióticamente correctas y salvaguardasen la memoria de Echebarrieta. Se trataba de una práctica habitual de aquel grupo: en su boletín Zutik de Caracas se podían leer artículos como “Diccionario para traducir prensa enemiga” o “Guía para interpretar las noticias sobre Euzkadi”.
ETA había previsto que el detonante de su “guerra revolucionaria” fuera la “ejecución” de dos altos mandos de la policía política que encarnaban la represión franquista, no la de un joven, desconocido y desprevenido guardia civil de Tráfico. Como era inadmisible que los heroicos “gudaris” cometiesen un asesinato de esa naturaleza, sus compañeros lo reescribieron. En algunos pasquines se borró a Pardines de la historia. En otros se le culpaba de su propia muerte: el agente la habría provocado al atacar a los etarras sin previo aviso, por lo que Echebarrieta se vio obligado a actuar en defensa propia. Tampoco faltó quien diera muestras de una inusitada ambigüedad (“los dos compañeros tratan de huir y en el intento el guardia civil cae mortalmente herido”), negara la misma existencia de Fermín Garcés (“un hombre de papel que nadie ha visto en carne y hueso”) o arrojara dudas acerca de la autoría del crimen: “un guardia civil aparece muerto en la carretera”, sin especificar nada más. A José Antonio Pardines no solo se le hurtó la condición de víctima, sino incluso la de ser humano. Nunca se mencionaba su nombre y apellidos, sino que fue despersonalizado y animalizado: era un “agente imperialista” o un “txakurra”.
Décadas más tarde, como ha estudiado Raúl López Romo, “los mismos trucos narrativos están presentes en el resto de la literatura militante. Estos libros repiten la versión de ETA y, como mucho, añaden algún detalle fruto de la imaginación del autor correspondiente”. Así, José María Lorenzo mantiene que en Aduna el agente “mandó al conductor que se detuviera y después de comprobar los datos falsos de la documentación intentó sacar su arma. Los ocupantes del coupé se adelantaron y el guardia de tráfico José Pardines Arcay quedaba tendido en el suelo”. Para Julen Madariaga, “fue un asunto de vida o muerte: o Txabi o el enemigo”. Se había desarrollado “una secuencia típica de cualquier película del oeste; ganaba quien sacase antes la pipa. Txabi fue más rápido. Pardines disparó, y murió”. Iñaki Egaña Sevilla sentencia que Echebarrieta “fue interceptado por una pareja de guardias civiles. Se enfrentó a tiros con ellos y un agente murió”.
De la misma manera que ocultó o denigró a Pardines, la propaganda etarra ensalzó a Txabi Echebarrieta como la genuina víctima del 7 de junio de 1968. Se le representó como un héroe que se había inmolado por Euskadi. Haciendo un paralelismo con el Ché Guevara, se le nombró el “Primer Mártir de la Revolución”. Teo Uriarte recuerda que detrás de esta exaltación estuvo José María Escubi. “La idea del primer mártir fue suya desde el primer momento. La relacionaba con el último mártir de la guerra, Txomin Uriarte, y mostraba un enorme ardor en crear un mito de Txabi (no tenía ni un defecto, decía)”. Dos años después un Zutik de Caracas unía simbólicamente su muerte con la del general carlista Tomás de Zumalacárregui y el fundador del PNV, Sabino Arana.
Desde la perspectiva de la Iglesia, los mártires fueron aquellos antiguos cristianos que dieron testimonio de su fe al ser asesinados de forma cruel por sus perseguidores. Su “primer mártir” debía tener una muerte digna de tal título, así que ETA negó que sus dos integrantes hubiesen disparado en Venta-Aundi: Echebarrieta había sido ejecutado extrajudicialmente. No obstante, había divergencias sustanciales en todo lo demás. En unas versiones la pareja de la Benemérita era consciente de que había capturado a Txabi Echebarrieta, al que las FOP habrían jurado matar tiempo atrás: “no había que juzgarlo. Su sentencia estaba cumplida”. En otras habían acabado con su vida “sin conocer nada sobre ellos” o, como escribió José Antonio Echebarrieta en el Iraultza nº 1, sin saber “ni si estaba armado, ni si era un ‘liberado’, y mucho menos cuál era su importancia no solo para ETA, sino para todo el futuro de Euskadi”. Dependiendo del texto, a Txabi Echebarrieta se le pidió la documentación o no; estaba siendo cacheado, lo habían esposado y puesto contra una tapia, yacía sobre el asfalto, “le conducían después de ser detenido y maniatado” o “intentaba huir después de haber tenido que disparar contra uno de ellos cuando pretendía detenerles”; un guardia civil apretó el gatillo o lo hicieron los dos; abrió o abrieron fuego con metralletas o con pistolas; “desde medio metro”, a “quemarropa” o ninguna de las anteriores; el etarra recibió un tiro (en el corazón o en el estómago), dos o había sido “acribillado a balazos”; Echebarrieta expiró “en el acto”, sufrió una “muerte casi instantánea” o falleció “siete minutos después” en el hospital, tiempo en el que, según su hermano, mantuvo “una sonrisa en los labios” .
Ni la coherencia ni la verdad eran prioritarias para quienes redactaron la propaganda de ETA. Su misión era otra: desdibujar el asesinato de Pardines y crear un “mártir”. Por esta razón, Echebarrieta fue transformado en una figura ejemplar cuyo sacrificio por Euskadi había que imitar. Su memoria fue utilizada en todo tipo de publicaciones para movilizar a las masas en la dirección adecuada. Parafraseando a Tertuliano (Apologeticum, 50, 13), la sangre de los mártires fue simiente de nuevos nacionalistas radicales. Jesús Casquete ha explicado el proceso de glorificación de Txabi Echebarrieta, quien inauguró “el panteón martirial del nacionalismo vasco radical, que tan caros servicios ha prestado a la producción y reproducción de la violencia terrorista en el País Vasco y España durante el último casi medio siglo de nuestra historia”.
En su Zuzen de 2004 la banda terrorista revalidó la tesis de que Echebarrieta había sido “fusilado”. La literatura militante tampoco se ha salido ni un ápice del guion trazado en 1968. De acuerdo con la historia oficiosa de ETA, Echebarrieta “fue agarrado y tumbado en el suelo, mientras Sarasketa se escapaba hacia el monte. En un instante Txabi recibió varios golpes en la cabeza y dos tiros en el pecho, muriendo a los pocos minutos”. La Policía “ya había confirmado a los interrogados que “cuando detengamos a éste, le llenaremos el cuerpo de plomo”. Iñaki Egaña Sevilla afirma que “Txabi era localizado y ejecutado en las cercanías de Tolosa”. Recientemente la familia de Echebarrieta ha solicitado que se le reconozca “como víctima de vulneración de los derechos humanos” porque “una vez reducido y desarmado, Txabi fue ejecutado”. Incluso existe una asociación en homenaje al “primer mártir” de ETA: Etxebarrieta Memoria Elkartea.
El mito perdura. Y es que todavía cumple una función importante para el nacionalismo radical. No obstante, conocemos perfectamente el peligro que suponen este tipo de tergiversaciones y el discurso del odio que llevan aparejado: son el caldo de cultivo del que surge la violencia. Por eso es crucial evitar que se transmitan a los más jóvenes. Desde mi perspectiva, la única vacuna es darles a conocer la historia real, por muy incómoda, dura y compleja que sea. La verdad será su mejor defensa cuando tarde o temprano vuelvan a escucharse los cantos de sirena.
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