Entrevista a Marina Núñez

Artista

En su decimosexta edición, el premio de la Colección BEEP en ARCOmadrid (julio 2021) fue concedido a la artista palentina Marina Núñez, por las obras: «Naturaleza Muerta Oleaje» y «Naturaleza Muerta Tornados» (ambos de 2021).

La entrevistamos con motivo de su éxito más reciente, pretendiendo extraer las ideas más fundamentales de su obra y sumándonos al aplauso que producen sus muestras a nivel internacional. Su obra se ha expuesto en prácticamente toda España, Inglaterra, Argentina, Alemania, Estados Unidos, Italia, China, México,…

Juan Alberto Vich— Este mismo año pudimos disfrutar de su exposición «Sin piel» en la Sala Kubo-Kutxa de San Sebastián. La muestra incluyó desde sus primeras obras hasta sus recientes proyecciones Quietas (2021), donde se muestran —suspendidos en el espacio— unos cuerpos de los que surgen infinidad de filamentos, como se vieron en sus fotografías tratadas La mujer barbuda (2017), en sus Especies (2019) de cristal y en las tablas Marejadas (2020). Un elemento recurrente en sus trabajos que dota de una mayor extensión a los cuerpos (de fluidez baumaniana) y que permite una renovación de la naturaleza previa.

En la actualidad, la innovación tecnológica ha difuminado los márgenes de entre naturaleza y artificio. Uno y otro han descubierto modos de interacción tan estrechos, que su distinción se vuelve inútil («no hay piel que nos separe»): son parte de lo mismo. Las teorías feministas de Haraway y las poshumanistas encuentran en la tecnología la disolución, también, de los géneros; una oportunidad para derrocar las categorías y los cánones tradicionales que tantos daños ocasionaron. «La locura de algunos es la realidad de otros», dijo Tim Burton. ¿Supone el futuro, desde las presentes reflexiones, la desaparición de los monstruos? ¿La normalidad generalizada basada —precisamente— en la ausencia de normas?

Marina Núñez— Si nos ponemos muy optimistas, efectivamente, la disolución de los cánones supone que ya no hay seres bellos (puros, verdaderos) y monstruos, sino que la diferencia se acepta en todas sus facetas. Y de esa apuesta hablan los filósofos que nombras, y está efectivamente en la base de muchas de mis obras.

Pero el ser humano se forja en base a estereotipos, a modelos de subjetividad que vamos observando (en la realidad, en los medios) según crecemos, y eso es inevitable. Los estereotipos son mensajes repetidos hasta la saciedad y simplificados hasta la caricatura, y los absorbemos y repetimos, porque no podemos estar todo el día analizando, reflexionando, percibiendo la realidad en toda su complejidad, con todo su ruido, discerniendo y sospechando de la relación entre las imágenes y textos y la verdad y el poder. Muy al contrario, nos encantan los mensajes que nos dan una sensación de ya sabido, de reconocimiento instantáneo, y de un mundo ordenado, comprensible y accesible.

Los estereotipos de subjetividad nos convierten en seres en serie, que además se creen enormemente singulares. A mí no se me ocurre cómo esto podría cambiar, pero al menos se pueden intentar dos cosas: reflexionar sobre el tema, que todos seamos conscientes de ciertos automatismos de nuestro cerebro (aunque no podamos eliminarlos), y procurar que el número de estereotipos positivos aumente, que no haya tan pocos del lado de lo “aceptable”, porque en sí mismo eso es mezquino, deja a mucha gente sin un lugar en el que reconocerse, invisibilizada o proscrita, monstruosa.

Es decir, que no veo cómo evitar que la complicada y vasta realidad se estereotipe, pero sí creo que se pueden estereotipar cada vez más fragmentos de esa realidad (para que podamos construirnos en base a un collage más complejo), y de formas menos malévolas, para que haya más sitio, más aire, menos opresión. Aunque me encantaría que un filósofo, psicólogo, antropólogo, neurólogo… me saque de mi error y me explique que se puede construir un mundo menos estereotipado.

J. A. V.— Se puede apreciar en su obra reciente una disminución de la carga antropocéntrica. Tanto en El hechicero (2021) como en Inmersión (2019), por ejemplo, se muestra el escenario apocalíptico derivado de la mala praxis de la acción humana a partir de la Modernidad y de la interpretación instrumental que el ser humano mantuvo ante la naturaleza. Curiosamente, la posibilidad tecnológica —que se ha presentado antes como panacea de muchos males— fue el primer aliado del Antropoceno. De tal modo, enfermedad y cura nacen del mismo objeto. ¿Qué responsabilidad considera que tiene el artista para con la reivindicación socio-política y medioambiental, considerando la realidad a la que nos enfrentamos?

M. N.— Bueno, para mí El hechicero e Inmersión son opuestos, en El hechicero hay una voluntad de control total del entorno, desmedida y fallida, y en Inmersión las habitantes de ese mundo pétreo de ornamentos fractales son iguales a su entorno, sin separación. Puede que porque lo hayan dominado hasta el punto de convertirlo en su reflejo, por supuesto (la apoteosis del control), pero mi idea inicial, más utópica, es que eran capaces de identificarse con el medio, de empatizar con él. Aunque entiendo que son paisajes extraños, y unos seres extraños, y que en cierto sentido pueden parecer áridos…

Y sí, estoy de acuerdo en que la tecnología puede verse como enfermedad y como cura, como progreso y como destrucción, en un círculo sin fin. Creo que siempre ha sido así, desde el principio nos parece mágica y augura prodigios, y a la vez se puede desmandar, concede demasiado poder para nuestra capacidad de gestionarlo, y puede significar el fin de la humanidad. Sin duda ambas cosas son ciertas.

No creo que los artistas tengan esa responsabilidad, desde luego no más que ninguna otra persona de cualquier profesión. Esa decisión personal no afecta a la calidad de la obra ni a la calidad humana, hacer arte explícitamente político, activista, implicado en cuestiones sociales concretas, es una opción respetable entre muchas otras.

Pero luego, por otro lado, un artista que consiga cierta visibilidad, y que sea bueno, está mostrando, lo pretenda o no, su visión del mundo. Que probablemente contenga cierta cantidad de premoniciones, de análisis críticos, de compresión lúcida de su entorno. Y de ese modo está haciendo política, porque yo creo que el arte sí afecta a la sociedad, sí la conmueve y la transforma.

Pero para eso no hace falta que pensemos en un arte, insisto, explícitamente político. Un artista que, pongamos por caso, se pase la vida dibujando rayas, rayas que no pretendan ser ninguna metáfora del mundo (porque pueden pretenderlo) no solo está en su derecho, sino que quizá su obra sea igual o más reveladora e inspiradora que la de quien representa, pongamos por caso, un hecho político actual. Las vanguardias históricas pueden verse como caminos fallidos, pero querían cambiar el mundo, el espíritu humano, y no les hacía falta ser miméticos con su sociedad, precisamente querían reventar esa parte más representativa o documental.

Aunque entiendo que tu pregunta no presupone ningún tipo de arte en concreto, creo que hay cierta confusión al respecto. Claro que no me interesa un arte acomodaticio que simplemente repita esquemas aprendidos, pero hay muchos modos de romper esos esquemas.

J. A. V.— Marina, antes hemos comentado el derrocamiento de las categorías. En este punto, donde las disciplinas y ámbitos de trabajo se reconocen interrelacionados en la infinita red de actores de Latour, ¿cómo se plantea —desde el arte— el trabajo interdisciplinar? El atelier se convierte en un lugar de encuentro para artistas, científicos, informáticos…

M. N.— Es un camino que empieza a recorrerse, pero aún de modo titubeante. Yo misma estoy en un grupo de investigación del CSIC que integra a filósofos, filólogos, historiadores, médicos, artistas… y es evidente que la confluencia enriquece y te hace más flexible y abierto.

Umberto Eco explicaba en su “Obra abierta” que el arte era una metáfora epistemológica, no sustituye al conocimiento científico, pero llega a conclusiones similares. Los procedimientos, sin embargo, son muy diferentes, y los objetivos bastante diferentes, y en esa diferencia está la posibilidad de sinergias. Seguro que las perturbaciones son provechosas para todos.

J. A. V.— Uno de los aspectos que más llamó mi atención en la exposición de San Sebastián, fue el despliegue tecnológico. Pantallas, altavoces, proyecciones, técnicas… Cada vez está más presente en su obra. ¿Qué ventajas ofrece el alejamiento de lo plástico? ¿Qué inconvenientes?

M. N.— Yo no diría que es un alejamiento de lo plástico, formalmente, en mi caso, los vídeos e imágenes impresas son muy similares a los cuadros, y lo formal es igual de determinante en ambos casos. Tampoco es otra iconografía, es el mismo mundo. Pero por supuesto lo específico de cada técnica transmite cosas diferentes, no es lo mismo el óleo que una proyección de vídeo, y se cuenta mucho con cada decisión formal.

La gran ventaja en mi caso, lo que pretendo cuando la sala lo permite, es crear ambientes inmersivos, y en eso los vídeos en penumbra y con sonido son muy eficaces. Un poco a la manera de las fantasmagorías de finales del XVIII, un ambiente teatralizado, un espectáculo estimulante para los sentidos, quizá algo inquietante, aunque el género no tiene por qué ser el terror. También hay otra, que los vídeos permiten profundizar en el relato más que una sola imagen. Que también puede contar mucho, o todo, pero en mi caso, siendo muy narrativa, tener un minuto o dos de imágenes me da más juego.

Y los inconvenientes solo son técnicos y económicos, que tienes que contar con una empresa de montaje que realmente controle (las chapuzas en estas instalaciones destrozan las obras), y que hay que tener cierto presupuesto para equipos y montaje. También es verdad que no gastas en transporte o seguros, y que los equipos son cada vez más asequibles.

J. A. V.— Hace unos meses escribí una recensión (aún inédita) sobre dicha exposición y llegamos a comentar un aspecto que le sorprendió. Tal y como expresé en ésta, aunque la tendencia del discurso sea disolver fronteras y eliminar los atisbos normativos característicos de la Modernidad, al eliminar la «piel» y descubrir un fondo homogéneo donde todo se pierde y se vuelve imperceptible —como lo hace el camaleón (véase p. ej. Inmersión, 2019)—, su aspecto se muestra aún más racional (de formas fractales, de geometría y de patrón, de fórmulas algorítmicas o bits de información). ¿Cómo resolver la paradoja?

M. N.— Un discurso contra las normas reflejado en un mundo de normas… Puedo decir que sin duda no lo había pensado al imaginar y realizar Inmersión. Que eso sucede en el universo fractal de las imágenes y vídeos de Inmersión pero no en las demás obras de la exposición ni en muchas de mis obras. Que para mí ese universo intrincado no implicaba rigidez o falta de libertad (aunque sí era premeditada la iconografía vegetal-geométrica, y efectivamente hay una asociación entre la geometría y lo sistemático y la firmeza que se contrapone a la idea de lo fluyente).

Por otro lado, las obras de arte (todas) no son lineales ni unívocas, de ahí viene en parte su seductora densidad simbólica, su capacidad para ser interpretadas en tantas esferas diferentes, y los misterios, las dudas, las paradojas… son bienvenidos.

J. A. V.— A lo largo de la conversación hemos hecho alusión a la dimensión feminista y ecologista de su obra. En relación a esta misma línea de trabajo, ¿cuál es el panorama a nivel nacional y qué futuro le augura?

M. N.— No sé bien cuál es el panorama a nivel nacional, la verdad, aunque sí creo que hay muchas artistas interesadas en hablar de feminismo, en alguna de sus muchas facetas. Y la importancia del medio ambiente está en nuestras narraciones y nuestro imaginario de forma cada vez más clara, y no solo desde la pandemia, con lo que supongo que sí será un centro de atención importante en un futuro inmediato.

J. A. V.—Muchas gracias por su disposición y simpatía, Marina. Ojalá tenga la oportunidad de ver pronto nueva obra suya.

M. N.— ¡Ojalá! Y yo de oír tus reflexiones. ¡Muchas gracias a ti!