Entrevista a Karmelo C. Iribarren

Poeta

Quienes vivimos en San Sebastián a menudo lo vemos pasear, con rostro templado, vistiendo un tres cuartos en los días grises. Su poesía gusta. Los jóvenes —y no tan jóvenes ya— lo siguen de cerca y no se pierden ninguna de sus publicaciones.

Karmelo cuenta con más de una veintena de obras y notables premios: Premio Euskadi (2018), Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla (2018), English PEN Award (2019)…

Acaba de publicar «El Escenario» en Visor, y nos vemos obligados a charlar un rato con él. ¡Actores a escena!

Juan Alberto Vich— La última vez que coincidimos le di a firmar una primera edición de Ola de Frío (2007), que guardo con cariño en mi biblioteca personal. Está editado por Renacimiento, una editorial independiente de Sevilla con la que ha publicado en numerosas ocasiones (alrededor de catorce). Su carrera literaria ha estado —sin duda— acompañada por este sello. ¿Cómo dio con ella? Echando la vista atrás, ¿qué interpretación hace de estos casi treinta años de recorrido profesional?

Karmelo C. Iribarren— La editorial Renacimiento era entonces –y sigue siéndolo- una editorial de referencia en lo que a la edición de poesía se refiere. Yo llevaba comprando libros de ese sello desde los primeros ochenta. Mandé en el año 93 o por ahí “La condición urbana”, mi primer libro, y me lo aceptaron. Salió en el 95, y así hasta hoy. Si miro hacia atrás, veo un largo recorrido, son más de treinta libros publicados. Esto no sé si produce más satisfacción que vértigo. Veo también que no soy el gran poeta que alguna vez pensé que podría llegar a ser. Pero algo he conseguido, o eso quiero creer.

J. A. V.— La temática ha permanecido constante en su poesía. La noche infinita, la reflexión súbita, lo cotidiano. El carácter callejero, el paisaje urbano. La lectura ágil se muestra accesible a cualquier público, que percibe los versos como propios. Todos vivimos lo mismo y distinto. ¿Qué peso le otorga al lector durante la creación? ¿Es pretendida la emoción que genera —de despertar recuerdos de vivencias pasadas en el receptor— o, más bien, consecuencia involuntaria de una confección íntima?

K. I.— Cuando estoy escribiendo un poema solo pienso en el poema, en llegar al final, en que el poema esté bien y sea necesario. Me pongo al servicio del poema. Lo que suceda después con él ya no está en mis manos. A unos les gustará, a otros no. Pero para entonces yo ya estaré pensando en el próximo libro, si no escribiéndolo.

J. A. V.— En alguna ocasión ha comentado cómo en sus inicios escribía sonetos; imagino que, como decía Borges, para conocer en profundidad la métrica y después, poder prescindir de ella sin comprometer el ritmo ni la esencia de los poemas. ¿En qué momento, Karmelo, sintió la necesidad y la confianza de escribir verso libre?

K. I.— Escribía sonetos, décimas, octavas reales… Era una forma de familiarizarme con la lengua y sus posibilidades expresivas y formales. Pero a la vez escribía en verso libre. El verso libre, por cierto, es el menos libre de todos, se fundamenta en el ritmo, la rima interna, la alternancia de metros que convivan bien. Otra cosa es el versículo, ahí casi vale todo.

J. A. V.— Muchas veces pienso cómo, bajo el recreo de fórmulas automáticas y joviales, se camuflan falsas y malas poesías que tienen cabida y triunfo en tantas editoriales y que —como la pólvora— corren y recorren internet. Contagiándose, infectando librerías (¿libres?) y redes (que huelen a pez muerto). ¿Cómo interpreta el panorama poético actual y las polémicas surgidas al dar cuenta de los intereses que guardan los fallos —fallidos— de algunos destacados premios literarios?

K. I.— Por mi parte que escriba cada uno lo que quiera, o como pueda. La poesía lleva dosmil años con nosotros y sigue ahí, vivita y coleando, no es fácil acabar con ella. Y mira que algunos lo intentan, y no me refiero a estos jóvenes de ahora, me refiero a los pedantes solemnes. Son aquellos que se reían de Bécquer llamándole cursi, autor de suspirillos germánicos, etc. Hay que ser mequetrefe para decir esas cosas del poeta que inaugura la modernidad de la poesía española. Bueno, pues estos siempre andan por ahí, pontificando. Por suerte la poesía pasa de ellos y se va de bares.

J. A. V.— Aunque lo haya negado en alguna ocasión, se le ha asociado al estilo de vida maldita (aquélla que embauca a tantos que inician la carrera literaria y quema y arruina). Será por el humo del tabaco, la presencia asidua en los bares —¡se dedicó a ello!— o los paseos solitarios. ¿Etiqueta justa o, como Sabina, lo niega todo? ¿Ha podido llegar a generarle hastío, expresar —en todo momento— la imagen que se espera de usted?

K. I.— Digamos que tuve una juventud nocturna y borrascosa. Y algo de eso aparece en mi obra, claro, sobre todo al principio. Ahora paseo, tomo cafés, leo novelas policiacas y doy lecturas por España. Y miro la lluvia.

J. A. V.— Acaba de publicar El Escenario (2021) en Visor; un nuevo poemario que —además de enfatizar en la geografía urbana— revela una tristeza mayor, una pesadumbre debida al paso del tiempo que deja entrever ciertos miedos naturales. ¿Cómo se ha sentido durante la pandemia y qué papel ha tomado la poesía en el proceso?

K. I.— El escenario está escrito prácticamente todo él durante la pandemia. Pero el tono ya venía de atrás. Tengo la percepción de que mi mundo, en el que vivo y pienso seguir viviendo, empieza a pertenecer a otra época. Eso y que por suerte sigo por aquí, es decir, me hago –muy poco a poco, eso sí- viejo. Como digo en un verso: El francotirador anda cerca.

J. A. V.— Desde Trépanos lo recomendamos con viveza, claro está. Llegamos al final, Karmelo. Ya sabe que los bares grises son los mejores para conversar. Nos encontraremos en alguno, y eso… conversaremos. Gracias, ¡y hasta la próxima!

K. I.Gracias a ti.