Retos éticos y comerciales en las artes marciales

Ander Ugalde
Filósofo

Imagen: Amaia García Hernández

Introducción

Es el año 2018. En Nevada, EE. UU., un extático público espera a dos de los mejores luchadores del mundo. Pero los espectadores han pagado no sólo para ver lo que sería una pelea impresionante entre atletas excepcionales, sino también, para ser testigos del combate que pondría fin a una sucia rivalidad. Este evento, el Ultimate Fighting Championship, UFC 229 (Campeonato de Lucha Suprema), daría lugar a la culminación de la violencia más allá de las artes marciales y la sangre que derraman. Y una vez más, las ganancias serían inmensas.

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Mi curiosidad por la ética de las artes marciales nació en el intento de unir su inherente violencia ales con el disfrute de practicar y observarlas. Pocas objeciones éticas se pueden hacer a una sesión amistosa de entrenamiento, pero, ¿y las competiciones entre profesionales? Que dos personas intenten hacerse daño físico invoca en muchas personas un sentimiento visceral de repugnancia moral. Después llegan las preguntas sobre la venta de tales espectáculos al público, y el posiblemente sádico gozo de los espectadores ante una “buena” paliza. Además, es común que los luchadores profesionales padezcan impedimentos mentales a largo plazo, causa de daños cerebrales tras recibir repetidos golpes a la cabeza a lo largo de su carrera. Quería saber si podía ver luchas profesionales sin que me pesara la consciencia.

Me centraré sobre todo en las Artes Marciales Mixtas (Mixed Martial Arts, MMA), y en su evolución, ya que son de las más populares y violentas. Las MMA combinan un amplio abanico de técnicas de golpeo y agarre, incluyendo codazos y rodillazos, aunque está prohibida la manipulación de las articulaciones pequeñas (torsión de dedos, por ejemplo). Los combatientes no llevan más que un protector bucal, un suspensorio y unos guantes finos. El combate continúa, incluso después del derribo de un contendiente. Los combates pueden ganarse por nocaut (KO), por sumisión (como estrangulamientos), por nocaut técnico (TKO; cuando se considera que el combate no es seguro desde el punto de vista médico) o por puntuación de los jueces1.

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En su artículo sobre la bioética del boxeo, el filósofo del deporte Nicholas Dixon2 defiende la prohibición total de los golpes en la cabeza. Su objetivo es proteger a los boxeadores de las lesiones cerebrales y la pérdida de autonomía que pueden conllevar. No examinaré directamente los argumentos bioéticos de Dixon, sino la extrañeza —por no decir absurdidad—, que de su solución nos lleva a un análisis más profundo de la naturaleza de las artes marciales. Dixon parece consciente de que la prohibición de los golpes a la cabeza estropearía el boxeo como deporte, pero las razones para ello no son evidentes. Empezaré por dilucidarlas.

Los Valores del Deporte

El objetivo del deporte y la competición

¿Qué es la competición? Filósofo del deporte Robert Simon3 define la competición en el deporte como una ‘búsqueda de la excelencia mutuamente aceptable a través del reto’. Ganar no es lo único que importa, sino rendir ante el reto que presenta un oponente digno. El éxito competitivo se considera insignificante, si no inmoral, cuando se consigue de forma injusta. Una competición es una búsqueda cooperativa de autodescubrimiento y excelencia. Tanto la victoria como la derrota pueden contribuir a la autoevaluación y a la mejora: después de una sesión de sparring (lucha amistosa), puedo aprender que, al ejecutar alguna patada, mi guardia baja, dejando mi cabeza descubierta, lo cual me llevó a la derrota; por otro lado, mi oponente puede notar que mi error fue un error común, y que debe estar alerta para aprovechar oportunidades similares en el futuro. No todas las derrotas son fracasos, ni todas las victorias, éxitos: conseguir una victoria aplastante contra un competidor muy inferior no puede considerarse un éxito, ni puede decirse que la parte perdedora haya fracasado. Si le doy una paliza a un niño de 7 años, no tengo nada que celebrar ni de lo que enorgullecerme. Sin embargo, ¿significa todo esto que ganar no es importante?

Ganar no lo es todo, pero sí es el indicador más fiable de que se haya superado el reto. La competición es el sistema por el que se miden y determinan los logros4. Pero la competición deportiva apenas se puede definir sin el espectador, y es preciso insinuar que apreciamos un espectáculo estético: ver competir a atletas hábiles es mucho más agradable. También valoramos al deportista hábil, en parte porque admiramos la disciplina y la dedicación necesarias para alcanzar el nivel profesional.

Por tanto, en cuanto a la competición deportiva, me conformo con la definición de Simon (aunque haya otras): una ‘búsqueda de la excelencia mutuamente aceptable a través del reto’. Esta definición nos permite aceptar que, aunque ganar no lo es todo, es el indicador más fiable de haber progresado. Así, podemos afirmar que una comunidad deportiva que organiza una competición busca la excelencia en su actividad. Al igual que la Liga de Campeones de la UEFAha tratado de encontrar cada año el mejor equipo o equipos europeos de fútbol, la UFC ha tratado de encontrar el mejor luchador o luchadores.

Pero dentro de la competición deportiva, hay reglas y valores. Además de las reglas formales, existe una moral en el deporte que constituye una especie de ‘etiqueta’ deportiva que llamamos deportividad. Lo defino (haciendo unas modificaciones a la definición de Simon) como un código moral tácito que establece lo que se debe y lo que no se debe hacer, y que es una extensión lógica de la competición. Además, la deportividad no es ni mucho menos algo trivial, ya que es lo que mantiene el espíritu propio de la competición tanto en nuestro entretenimiento como en el nivel profesional. Todos sabemos lo desagradable que puede ser jugar contra un mal perdedor.

¿Cómo difieren las artes marciales?

Al igual que todos los demás deportes, las competiciones de artes marciales establecen una ‘búsqueda de la excelencia’; en este caso, el reto consiste en derrotar a un oponente desarmado en un combate reglamentado. Pero, muchos consideran que las competiciones de artes marciales son distintivamente peligrosas y violentas por diversas razones5 y es importante señalar en qué consisten las peculiaridades.

Para empezar, la naturaleza de la competición difiere en las artes marciales. Una de las características de la mayoría de los deportes es que son juegos; son un conjunto de reglas que establecen cómo se puede o no se puede obtener la victoria, y suelen incluir obstáculos innecesarios para darle vida al juego (el palo de golf puede que sea el implemento más impráctico jamás inventado para meter una pelota en un agujero). No obstante, las artes marciales tienen una relación mucho más significativa con la realidad que la mayoría de los deportes. En las competiciones de MMA, aunque existan reglas que prohíben técnicas que dificultan la victoria (como golpes a la ingle, columna vertebral, etc.), generalmente se acepta que estas reglas se establecen para garantizar una protección esencial al atleta, no para darle vida a un ‘juego’. No se puede decir que las reglas de las competiciones de artes marciales contienen muchos elementos innecesarios a la hora de llevar a cabo el objetivo.

El ‘deporte’ de las artes marciales se origina de una realidad —la lucha— y es tan aplicable fuera del ring como dentro de él. Alejarse demasiado de estas raíces daría lugar a un nuevo ‘juego’, (que podría ser divertido jugar y entretenido de ver) pero difícilmente podría llamarse ‘marcial’. Por lo tanto, si vamos a permitir las competiciones de artes marciales, debemos conservar cierto nivel de ‘realismo’. Es por esto por lo que las prohibiciones propuestas por Dixon6 sobre los golpes a la cabeza en el boxeo, por ejemplo, alteran los medios para obtener una victoria hasta tal punto que darían lugar a una transformación inaceptable del deporte. Un estilo de lucha que no tome la cabeza como blanco válido, no sólo es ineficaz, sino que resulta peligroso para quien lo practica, ya que deja al practicante en una situación de grave desventaja en un enfrentamiento real.

De este modo, todos los sistemas de lucha tienen un parecido platónico con aquello que simulan: la lucha no regulada. Por supuesto, la competición ‘ideal’, que se reduciría a un combate de gladiadores —aunque sea técnicamente alcanzable—inaceptable por razones éticas obvias. Por ello, la gente desarrolló diferentes estilos de artes marciales y conjuntos de reglas como aproximaciones y formas de entrenar para esta violencia real ‘ideal’. De esta relación surgen los debates sobre la eficacia de un arte marcial. Una conversación sobre la ‘eficacia’ del rugby sería absurda, ya que este deporte no tiene nada que replicar o aplicar fuera de su propio ámbito.

Muy pocos deportes comparten este rasgo de tener un ‘ideal’ que replicar, y ningún otro que tenga una relación tan íntima con la violencia. Por ello, la deportividad también adquiere un peso especial en las competiciones de artes marciales, eventos en los que los competidores intentan infligirse daño físico unos a otros.

Tomo por hecho que es deseable preservar las competiciones de artes marciales como prácticas legales y aceptables en la sociedad actual. Sin embargo, para ello, dadas las limitaciones normativas que he establecido, es necesario aceptar la violencia (y su espectáculo) inherente a las peleas profesionales. Así pues, mi investigación procede con esto en mente: no sólo debemos respetar los objetivos, normas y valores del deporte en general, sino también las peculiaridades de las artes marciales.

Para adentrarnos en el porqué de la desaprobación de muchos de la violencia y, por tanto, las competiciones de combate, hará falta entender cómo hemos llegado hasta aquí.

La civilización en los deportes de combate

En años recientes, los deportes de combate han sido considerados como barbáricos por muchos: cuando el senador John McCain se esforzó por prohibir las peleas de MMA, acusó al UFC de organizar ‘peleas de gallos humanas’7. Pero ¿podría ser que los deportes de combate sean un signo de civilización y no de salvajismo? El sociólogo Norbert Elias afirma que la creación de y participación en el deporte es una adaptación humana a la vida en una comunidad civilizada.

En El proceso de la civilización (2000), Elias traza la evolución del comportamiento interpersonal y político en el Occidente.

En la Edad Media, la violencia y el conflicto eran acontecimientos necesarios, presentes y visibles en la vida cotidiana de la mayor parte de la población. Los afortunados, fuertes y capaces incluso se complacían en la crueldad, y sus actividades y placeres eran legales y socialmente aceptables. Aun así, estas pulsiones se liberaban principalmente en batalla, sobretodo en el caso de la clase alta guerrera: la clase más poderosa estaba formada por líderes de grupos armados cuya función principal era la guerra. Vivían y morían por la violencia. Incluso los pocos caballeros que vivían en paz necesitaban la ilusión de guerra y organizaban torneos y otros juegos para satisfacerla, que a menudo no se alejaban demasiado de la realidad. En tiempos de paz, estos impulsos se volvieron hacia los animales no sólo en la caza, sino también en otros eventos, como en las ferias8.

Sin embargo, la centralización del poder trajo consigo una mayor necesidad de cada caballero de complacer a su rey y de ejercer el autocontrol. En el plano del comportamiento, se produjo un mayor control y represión de las emociones e instintos para llegar a un ‘comportamiento civilizado’; esto va unido a una menor tolerancia y crecimiento de los sentimientos de asco y desprecio hacia ciertos aspectos de la vida: entre otros, las funciones corporales, los asuntos sexuales y, por supuesto, la violencia. En un entorno civilizado, los arrebatos violentos y la expresión de los impulsos agresivos se consideran inapropiados e incluso infantiles. Estos impulsos se vieron frenados por la creciente interdependencia de los seres humanos, la centralización del poder en el Estado y su consecuente ‘monopolio sobre la violencia’.

A largo plazo, este desarrollo redujo la violencia, pero supuso una fuerte represión de los impulsos que lo causaban, y fueron enterrándose cada vez más, fuera de la conciencia de sus huéspedes. De vez en cuando, estos impulsos encontraban pequeñas salidas en las viejas actividades de guerra y caza. Pero incluso estas actividades fueron perdiendo su carácter personal9.

En la medida que avanzaba el proceso de la civilización, menos pasatiempos llegaron a ser consideradas aceptables. Hasta cierto punto, el éxito de una sociedad industrial depende del autocontrol de sus miembros, pero a lo largo de la vida, esta represión está destinada a generar tensiones. Algunos individuos tienen la suerte de poder canalizar estos impulsos y tensiones en actividades productivas y beneficiosas, pero no es el caso para todos. Por ello, las sociedades civilizadas han desarrollado mecanismos para lidiar con las tensiones que ellas mismas generan en sus miembros: las actividades recreativas están diseñadas para evocar emociones en nosotros a través de medios ficticios, proporcionándonos un ‘escenario ficticio’ para replicar la experiencia de una actividad violenta real10.

Una de las actividades de ocio más exitosas en lograr esta es el deporte. Según Elias, una competición deportiva es una recreación directa de una batalla. Un partido de fútbol es una competición por la supremacía entre dos equipos; hay una tensión tanto para los espectadores como para los jugadores que se asemeja a las emociones de miedo que surgen en el campo de batalla, y culmina con una liberación y alivio de esas emociones en la derrota o la victoria. Otros deportes, incluso el senderismo, también tienen un parecido con la batalla, aunque mucho más sutil y conceptual. El caminante se enfrenta a una gran fuerza de la naturaleza: es posible sucumbir y marcharse, o alcanzar su cima, así ‘conquistando’ la montaña11.

Uno puede llegar a disfrutar de la ‘batalla’ gracias a su conocimiento de que uno mismo no está en peligro de muerte. Esto es lo que Elias llama la naturaleza ‘mimética’ del deporte. El aficionado al fútbol puede disfrutar de la ‘batalla’ y del miedo a la derrota sabiendo que tanto él como los jugadores no serán fusilados si pierden. La tensión entre emociones contradictorias es parte constitutiva del entretenimiento12.

A medida que el proceso civilizador continuaba, incluso sólo el espectáculo se convirtió en una liberación suficiente para muchos. Para Elias13, el deporte es una representación simbólica del conflicto que excluye la violencia y está diseñado para crear una ‘liberación controlada de los afectos’ que han sido prohibidos social y legalmente en el proceso civilizador. El fútbol, senderismo y el boxeo remplazaron a los gladiadores, el maltrato animal y la guerra misma como salidas para la tensión generada por el sobreesfuerzo de la represión de las emociones en nuestra vida cotidiana14.

Las artes marciales también se regularizaron para crear sus versiones deportivas y proporcionar esta liberación de afectos de forma más ‘civilizada’. Cabe destacar las peculiaridades de esta domesticación de la violencia. Según Elias, el deporte sustituyó la actividad violenta y condenó la violencia15. Pero si el deporte condena y excluye la violencia, ¿cómo debemos conceptualizar la violencia inherente a las competiciones de artes marciales?

La deportivización de los deportes de combate

Elias y Dunning llaman deportivización al proceso de regular actividades de ocio para que respeten las normas de ‘civilización’ que exige la sociedad. Desde la antigüedad, el boxeo ha sido una actividad popular. No obstante, aunque el boxeo nunca careció totalmente de reglas, estas eran flexibles y tácitas. Sólo fue cuando se prohibió el uso de patadas en Inglaterra, que se aseguró su posición como deporte: había comenzado la deportivización del boxeo. La creciente sensibilidad por la violencia dio lugar después a la introducción de guantes y, poco después, a la implementación de categorías por peso. Así, con reglas más estrictas que aparentaba proteger más a los púgiles, el boxeo se convirtió en un deporte reconocido16. En ese momento, el boxeo carecía de la brutalidad de una pelea incontrolada, pero seguía siendo capaz de proporcionar a sus practicantes y público el efecto catártico que buscaban. De este modo, el deporte mantuvo su valor como experiencia alternativa a la violencia real. Aun así, esta regulación alejó muchos sistemas de lucha cada vez más de su ideal: la lucha sin reglas.

A lo largo del siglo XX, la evolución de muchos estilos diferentes dio lugar a debates no sólo sobre quién era el mejor en su respectivo arte marcial, sino sobre quién era el mejor luchador de todos, y qué sistema de combate era la más eficaz; es decir, qué arte marcial se acercaba más a la lucha ‘ideal’. Asimismo, se criticó la estricta reglamentación de los clubes por obligar a los deportes de artes marciales a alejarse demasiado de sus orígenes y hacerlos más ineficaces y lúdicos. De estas comparaciones surgieron los primeros combates ‘sin reglas’.

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El primer evento No Holds Barred (NHB, Ningún Agarre Prohibido) en 1993 marcó un momento extraño para el deporte y el proceso de civilización: la violencia desenfrenada que ofrecía el UFC 1 a sus espectadores se consideraba su característica más lucrativa. Los co-creadores Rorion Gracie y Art Davie procuraron hacer todo lo posible para transmitir la brutalidad por televisión17.

Aunque las peleas del octógono fueran marginales, a mucha gente les resultaron repelentes. Aun así, está claro que la violencia de estas luchas cuajó bien en los instintos primarios de algunos. Además de la violencia superficial, los sociólogos van Bottenburg y Heilbron consideran que la ‘tensión antinómica’ podría haber desempeñado también un papel importante en el éxito inicial de los concursos de NHB. Al promover los primeros eventos de NHB, los organizadores buscaban no sólo la espectacularización de la violencia, sino también una ruptura chocante con las normas sociales establecidas18. Pero jugar con la repelencia que provocaban estos eventos funcionó quizás demasiado bien: muchos estados pronto prohibieron el NHB. Sin embargo, el marketing inicial había dado sus frutos y el deporte se mantuvo vivo entre los aficionados19.

La aparición de los eventos de NHB y su flagrante violencia pusieron en tela de juicio la teoría del proceso civilizador y su aplicación al deporte. Pero como habría predicho Elias, NHB no fue ampliamente aceptada y el UFC fue presionado a la moderación. Un deporte debe estar siempre en sintonía con el nivel de civilización de su sociedad20; en los Estados Unidos de los años 90 no había la tolerancia necesaria para la violencia que exhibía el UFC 1. Pronto el No Holds Barred se transformó en Mixed Martial Arts, que sonaba algo más suave, y se introdujeron reglas más estrictas.

Aunque a finales del siglo XX se produjo una racha de descivilización, debemos recordar que el proceso civilizador no es una reducción lineal y continua de la actividad violenta. A nivel histórico-mundial, parece que Elias acertó, ya que los periodos de desintegración y descivilización suelen volver a una reintegración y recivilización21.

Pero para entender realmente la descivilización y supuesta recivilización de las MMA, se necesita una definición más precisa tanto de 1) la violencia peculiar que diferencia las actividades civilizadas de las descivilizadas; como de 2) las diferencias entre los deportes de combate y los demás. También examino más adelante el estado actual de las competiciones de MMA y demuestro que el negocio de las MMA es todavía mucho más violento y descivilizado de lo que aparenta.

Una categorización de la violencia en los deportes de combate

Como se ha argumentado anteriormente, las artes marciales se diferencian de otros deportes en algunos aspectos importantes: la lucha no se trata tanto de un ‘juego’ como otros deportes, y lo que Elias llama la naturaleza ‘mimética’ del deporte es mucho menos pronunciada. Si el deporte sustituye y condena la violencia, ¿cómo debemos clasificar la violencia física en las artes marciales?

Usaré la tipología de la violencia ofrecida por Eric Dunning22, concretamente, las tres clasificaciones más útiles para una caracterización de los deportes de combate. En primer lugar, la violencia puede ser real o simbólica: una agresión física directa constituye una violencia real, mientras que una agresión verbal o gestual es simbólica. En segundo lugar, la violencia puede ser lúdica o seria: no obstante, el hecho de que sea lúdica no significa que deba excluir violencia real. En tercer lugar, la violencia puede ser racional o afectiva: la violencia racional (también denominada instrumental), es siempre un medio para conseguir un fin, mientras que la violencia afectiva (o expresiva) es una reacción temperamental, y se siente como un fin en sí mismo emocionalmente satisfactorio.

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Considero aquí que las competiciones modernas de deportes de combate deben ser instancias de violencia real, pero sobre todo lúdica y racional.

La violencia en una competición de artes marciales es, y debería ser, completamente real, con la única excepción de la violencia simbólica que adopta la forma de tácticas intimidatorias u otras tácticas psicológicas con el uso del lenguaje corporal.

El carácter lúdico o serio de la violencia en las competiciones, en cambio, es difícil de precisar. Las competiciones de lucha se encuentran en la línea entre la violencia lúdica y la seria. No se ‘juega’ un combate de boxeo, de Muay Thai o de judo, lo que hace que la aplicación de la ‘violencia lúdica’ sea discutible.

Al igual que en las competiciones de lucha, la violencia en muchos otros deportes puede pasar de ser lúdica a seria23. Las presiones económicas, sociales y personales pueden influir en la mentalidad que los deportistas tienen hacia la competición. Sugiero que cuanto más está en juego, más seria puede llegar a ser la lucha; diferentes combates pueden más o menos lúdicos dependiendo del peligro percibido por los participantes y de la cantidad de esfuerzo que ejerzan para derrotar a su oponente o protegerse a sí mismos.

Esta seriedad, sin embargo, no tiene por qué ser fruto de la rabia o el resentimiento personal. Esto nos lleva a la distinción entre violencia racional y afectiva. No es necesario que ciertos deportistas ejerzan la violencia por rencor, sino como recurso estratégico para obtener la victoria. En este caso, los jugadores no se deleitan o desfogan en la violencia que ejercen, sino que la aplican como un medio para conseguir un fin, lo que es característico de la violencia racional. Los incrementos de este tipo de violencia racional (o instrumental) están estrechamente relacionados con el aumento de la competitividad y otras presiones externas e internas24. Sin embargo, estas mismas presiones también pueden llevar a una pérdida de autocontrol. Estos casos son instancias de violencia afectiva. Por ejemplo, en el boxeo, el hecho de que un combatiente continúe agrediendo a su adversario incluso después de que la pelea se haya detenido constituiría un fracaso en la represión de sus impulsos agresivos. La violencia afectiva es la expresión de las intensas emociones e impulsos del agente, y no obedece a ninguna regla. Por ello, Dunning25 considera que el paso de los usos afectivos a los racionales de la violencia es un sello distintivo del proceso de deportivización.

Así, como en cualquier otro deporte, los atletas de una competición de artes marciales deben utilizar la violencia racional en lugar de la afectiva. Si una competición deportiva se lleva a cabo en un entorno controlado, se debe esperar que los participantes repriman sus impulsos afectivos. No obstante, lo que distingue a los deportes de combate es que su naturaleza violenta hace difícil discernir cuándo la violencia lúdica se convierte en seria y cuándo la violencia racional en afectiva, ya que herir deliberadamente al adversario es una parte esencial del deporte. A veces es sólo el participante quien reconoce la naturaleza de la violencia en la que se ve involucrado.

Aun así, esto no significa que sea imposible, y mucho menos inútil, examinar estas categorizaciones de la violencia en los deportes de combate. Si queremos promover la buena deportividad, debemos intentar al menos reducir los factores que provocan la pérdida de autocontrol en los deportistas. El aumento drástico de la tensión puede erosionar la rivalidad amistosa y afectar negativamente a la deportividad, haciendo que se pierda nuestra ‘búsqueda de la excelencia mutuamente aceptable a través del reto’.

Aunque las políticas pueden variar en función de los distintos deportes, me centraré en el negocio de las MMA.

Negocios violentos: Ocultando lo real y vendiendo el espectáculo

De violencia real a simbólica

El luchador irlandés de MMA Connor McGregor, famoso por hablar mal de sus oponentes, insultó públicamente Khabib Nurmagomedov, antes de su combate en 2018. El abuso verbal incluyó comentarios islamófobos, insultos profundamente personales y amenazas durante conferencias y entrevistas. Mientras tanto, el ruso se mantuvo el silencio.

La pelea le trajo a McGregor una derrota devastadora, por una violencia que fue, sin duda, no lúdica. Durante la pelea, los combatientes conversaron, y mientras un enfurecido Nurmagomedov agredía a un asustado y herido McGregor, se oye a Nurmagomedov decir “¡hablemos ahora!”; McGregor responde con “sólo es el negocio” al final de la ronda. Probablemente nunca sabremos si la respuesta era honesta, pero McGregor ciertamente estaba haciendo buen negocio: UFC 229 generó 17,2 millones de dólares sólo en entradas26. Esta pelea también batió récords de compras de ‘pago por visión’ de MMA, aproximándose a los 2,4 millones27.

Sin embargo, el combate terminó con una trifulca posterior a la pelea, lo que en última instancia demostró lo afectiva que fue la violencia en este combate. Por supuesto, Nurmagomedov ganó, y circularon muchos comentarios en los que se afirmaba que McGregor ‘recibió lo que se merecía’. Sin embargo, las MMA, como cualquier otro deporte, no son una actividad que produce justicia, y los atletas no deberían ser aplaudidos por derrotar a un oponente impopular, sino por sus aptitudes y su buena deportividad. No obstante, la industria genera más ingresos con historias como esta.

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El negocio de las MMA ha mantenido y promovido el drama y las disputas personales entre los luchadores como una excelente estrategia de venta. Sin embargo, esta práctica es precisamente la que aumenta los factores que convierten la violencia lúdica en seria y la violencia racional en afectiva. La animosidad personal en las actividades competitivas es algo que Dunning28 considera característico de las actividades ‘incivilizadas’ antes de su deportivización. Visto de esta manera, combates como los de McGregor y Nurmagomedov son verdaderas instancias de descivilización.

Pero sostengo que los atletas son libres de culpa, al igual que el propio deporte. Como hemos visto, en los años 90, la violencia que vendía el UFC era demasiado cruda, seria, incivilizada. Sin embargo, como se ha descrito, no tardó en adaptarse: las competiciones incluyeron más reglas y se ‘civilizaron’ hasta cierto punto. Pero parece que su adaptación incluyó cada vez más una violencia seria y afectiva, pero esta vez encarnada en exhibiciones teatrales de calumnias y chismes. Esta es violencia seria y afectiva, pero simbólica. El hecho de que la enemistad y el dramatismo sean promovidos con tanta frecuencia por las empresas de MMA, y que los combates muchas veces incluyan una importante violencia afectiva contradice que las MMA hayan sido deportivizadas.

García y Malcolm29 señalan la importancia de los cambios ‘cosméticos’ en el deporte. Los cambios cosméticos pueden dar una falsa sensación de civilización a los espectadores desinformados, al eliminar los elementos violentos más visibles30. Esto es especialmente cierto en el caso de las laceraciones faciales, y se ha argumentado que la introducción de guantes, a pesar de dar una mejor impresión con respecto a la violencia, en realidad aumenta la probabilidad de que se produzcan los daños cerebrales que tanto preocupan a los expertos en bioética31. Argumento que este cambio de violencia real a la simbólica sea uno de esos cambios cosméticos.

Las empresas de MMA se deleitan con las rivalidades teatrales cargadas de dramatismo y buscan a luchadores con personalidades extravagantes y arrogantes. La creación del reality show de la UFC fue la máxima expresión de esta estrategia de venta.

Presumir y faltar al respeto a los demás se reconoce como una forma legítima y eficaz de autopromoción en las MMA32. Incitar rencores personales entre luchadores se ha preservado como el sustituto ideal de la violencia cruda que se vendía antes de la supuesta civilización de la industria. No obstante, estas actitudes irrespetuosas y escandalosas aumentan las tensiones emocionales entre atletas, haciendo que un combate llegue fácilmente a ser real, serio y afectivo; lo cual, en última instancia, es encubiertamente incivilizado (o ‘cosméticamente civilizado’). La seriedad y la afectividad de la violencia en cuestión pueden quedar ocultas gracias al papel central de la violencia en las artes marciales. También así, las empresas pueden distanciarse de la violencia que se produce en el octógono. Tanto la violencia simbólica como la real venden, pero la responsabilidad de la descivilización que conlleva es fácilmente atribuible a los luchadores que la ejercen. Visto así, los deportistas son tratados como peones, animados “caldear el ambiente” con insultos y gestos irrespetuosos hasta su encuentro en la jaula; cuando pierden el control de sus afectos, es a ellos a quienes se culpa de su mala conducta deportiva.

Por esto, insisto en absolver a los luchadores de culpa. Los deportistas son conscientes de que este comportamiento es una estrategia de marketing del UFC. A menudo se les oye hablar en entrevistas de “limpiar las MMA”. Por desgracia, no hay indicios de que esto se haga realidad. Los luchadores de MMA desean que su deporte sea reconocido y que los participantes no sean etiquetados como bárbaros o incivilizados33, pero se encuentran constantemente atrapados en una industria que mantiene una ambigüedad deliberada.

A pesar de su conciencia, sigo cuestionando la validez del consentimiento de los competidores. Su exposición a estas formas de violencia simbólica y aflicción emocional sigue siendo cuestionable. Por supuesto, se podría hacer una comparación con los reality shows y sus participantes: después de todo, los luchadores del UFC “saben en lo que se meten” (una respuesta que he recibido en varias conversaciones). No obstante, no me parece controvertido sostener que los luchadores profesionales deben ser recompensados y apreciados por sus virtudes y penurias en la lona. Los deportistas no son personajes de una telenovela y no deben ser tratados como tales.

Cuando Khabib Nurmagomedov llegó a la rueda de prensa posterior a su mencionada victoria sobre McGregor, pidió disculpas públicamente a Las Vegas (donde se celebró el UFC 229) y a la Comisión Atlética del Estado de Nevada por haber incitado la pelea posterior al combate. Sin embargo, en su imperfecto inglés, se defendió brevemente condenando el comportamiento antideportivo en las MMA: “No es la gente, creo que son los medios de comunicación. Los medios de comunicación un poco cambian las MMA. Esto es ‘deporte de respeto’, ¿sabes? Esto no es ‘deporte de hablar mal”. (UFC – Ultimate Fighting Championship, 2018, 1:24:00). Se marchó ignorando las preguntas posteriores; apenas estuvo tres minutos.

Conclusión

Sostengo que la competición es una ‘búsqueda de la excelencia mutuamente aceptable a través del reto’. Por lo tanto, esta búsqueda es un elemento necesario en una competición deportiva. El respeto a esta búsqueda es también fundamental para la buena deportividad.

También he procurado establecer que las artes marciales no son un juego como otros deportes, citando su relación particular con la lucha real y la violencia. Si un arte marcial ha de llamarse ‘marcial’, debe preservar su aplicabilidad, al menos en una medida razonable. Por tanto, la sobrerregulación de los deportes de combate como solución a sus problemas bioéticos, axiológicos y sociales no puede llevarse a cabo sin perjudicar la esencia y espíritu fundamentales de artes marciales.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, es necesario aceptar de algún modo la violencia inherente a las artes marciales, ya que, si queremos preservarlas, la regulación estricta no es una opción viable. Sin embargo, sostengo que la gestión actual de esa violencia no es saludable ni ética.

La teoría del proceso civilizador de Norbert Elias puede aplicarse a los deportes de combate en forma de deportivización. Sin embargo, la aparición de los eventos de NHB a principios de los años 90 sugiere una descivilización de los deportes de combate. Sin embargo, a pesar de su relativo éxito, las competiciones de la NHB se vieron obligadas a recivilizarse debido a una desaprobación general pública. En su intento por complacer a un público más amplio, se introdujeron muchos cambios ‘cosméticos’ en los combates que no otorgaban realmente más seguridad a los luchadores. Las empresas de MMA también dominaron el drama y el cotilleo como punto de venta, y recompensaron a los luchadores más arrogantes e irrespetuosos. Esta violencia simbólica fuera del octógono incrementa la posibilidad de que se dé una pelea afectiva y seria. La afectividad de estos combates no suele tenerse en cuenta, dado que incapacitar al oponente es una parte fundamental de la competición, lo que hace que su violencia sea ambigua (a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los otros ‘juegos’). La rivalidad personal y la violencia afectiva son características de las actividades que no han transcurrido un proceso de deportivización. Además, esta rivalidad afectiva va en contra del principio de la ‘búsqueda de la excelencia mutuamente aceptable a través del reto’ que hemos definido como esencial para el deporte. En la medida en que sigamos permitiendo que el dolor y las emociones negativas de los atletas sean productos que se expongan y vendan en el mercado, la industria de las MMA no está promoviendo un deporte legítimo o ético, ni tal como se define en la filosofía del deporte, ni tal como se define en la teoría del proceso civilizador.

No he analizado aquí si las MMA y otras competiciones de artes marciales similares son en sí mismas inmorales; ni siquiera he discutido ninguno de sus principales problemas éticos. Tampoco he discutido el problema del espectador sádico de las competiciones de artes marciales, aunque sea un tema sin duda relacionado e importante. En cambio, he intentado denunciar las malas prácticas en la promoción de sus eventos. Sostengo que estas prácticas no son esenciales para las competiciones; al contrario, considero que estos defectos son cuestiones que se pueden resolver, a pesar de no haber sugerido ninguna solución.

Nos guste o no, la lucha y las artes marciales no desaparecerán, ya que, a diferencia de otros ‘juegos’, están presentes en la vida cotidiana de millones de personas, y en la mente de muchas más. Lo más probable es que la prohibición total de los eventos de lucha provoque su retirada a clubes de lucha clandestinos, lejos de un público masivo, pero también lejos de las instituciones estatales destinadas a proteger a los deportistas. El hecho es que ni el combate ni sus artes pueden ilegalizarse de forma efectiva. Para ayudar verdaderamente a los luchadores, es mejor no actuar en contra de sus deportes, sino contra la dinámica institucional que los explota.

Bibliografía, notas y fuentes:

1 Ramsay, M. (2017). Violent Sports. En H. LaFollette (Ed.), International Encyclopedia of Ethics. John Wiley & Sons Ltd. Pág. 1.

2 Dixon, N. (2001). Boxing, Paternalism, and Legal Moralism. Social Theory and Practice, 27(2), 323-344.

3 Simon, R. L. (2010). Fair Play: The Ethics of Sport (3rd ed.). Westview Press. Pág. 27.

4 Íbid. Pág. 31.

5 Ramsay, M. (2017). Violent Sports. En H. LaFollette (Ed.), International Encyclopedia of Ethics. John Wiley & Sons Ltd.

6 Dixon, N. (2001). Boxing, Paternalism, and Legal Moralism. Social Theory and Practice, 27(2), 323-344.

7 Merlino, D. (2015). Beast: Blood, Struggle, and Dreams at the Heart of Mixed Martial Arts. New York: Bloomsbury. Pág. 114.

8 Elias, N. (2000). The Civilizing Process: Sociogenetic and Psychogenetic Investigations. Oxford: Blackwell Publishers. Pág. 161-169.

9 Íbid. 170.

10 Elias, N. (1992a). Introducción. En N. Elias, & E. Dunning (Edits.), Deporte y ocio en el proceso de la civilización (págs. 31-82). México: Fondo de Cultura Económica. Pág. 52-57.

11 Íbid.67-69.

12 Íbid.57-58.

13 Íbid.36.

14 Íbid.72-80.

15 Íbid.37.

16 Íbid. 33-34.

17 Merlino, D. (2015). Beast: Blood, Struggle, and Dreams at the Heart of Mixed Martial Arts. New York: Bloomsbury. Pág. 109.

18 van Bottenburg, M., & Heilbron, J. (2006). De-sportization of Fighting Contests: The Origins and Dynamics of No Holds Barred Events and the Theory of Sportization. International Review for the Sociology of Sport, 41(3-4), 269.

19 Merlino, D. (2015). Beast: Blood, Struggle, and Dreams at the Heart of Mixed Martial Arts. New York: Bloomsbury. Pág. 113-114.

20 Elias, N. (1992a). Introducción. En N. Elias, & E. Dunning (Edits.), Deporte y ocio en el proceso de la civilización (págs. 31-82). México: Fondo de Cultura Económica. Pág. 56.

21 Spierenburg, P. (2001). Violence and the civilizing process: does it work? Crime, Histoire & Sociétés / Crime, History & Societies, 5(2). Pág. 89 y 100.

22 Dunning, E. (1992). Lazos sociales y violencia en el deporte. En N. Elias, & E. Dunning (Edits.), Deporte y ocio en el proceso de la civilización. México: Fondo de Cultura Económica. Pág. 273.

23 Íbid. 274.

24 Íbid. 278-280.

25 Íbid. 275.

26 Marrocco, S. (2018). UFC 229 draws 20,034 fans, falls just shy of live gate record. Recuperado el 7 de September de 2021, de https://mmajunkie.usatoday.com/2018/10/ufc-229-draws-20034-fans-17-million-gate

27 Meltzer, D. (2018). UFC 229: Khabib vs. McGregor destroys previous MMA record for pay-per-views. Recuperado el 7 de September de 2021, de https://www.mmafighting.com/2018/10/11/17962158/ufc-229-khabib-vs-mcgregor-destroys-previous-mma-record-for-pay-per-views

28 Dunning, E. (1992). Lazos sociales y violencia en el deporte. En N. Elias, & E. Dunning (Edits.), Deporte y ocio en el proceso de la civilización. México: Fondo de Cultura Económica. Pág. 275-279.

29 García, R. S., & Malcolm, D. (2010). Decivilizing, civilizing or informalizing? The international development of Mixed Martial Arts. International Review for the Sociology of Sport, 45(1), 39–58.

30 Íbid. Pág. 53-54.

31 Barr, J. (29 de Febuary de 2020). Blood sport: Bare-knuckle fighting emerges from shadows. Recuperado el 14 de Febuary de 2021, de ESPN: https://www.espn.com/boxing/story/_/id/28791748/blood-sport-bare-knuckle-fighting-emerges-shadows

32 Merlino, D. (2015). Beast: Blood, Struggle, and Dreams at the Heart of Mixed Martial Arts. New York: Bloomsbury. Pág- 74.

33 Andreasson, J., & Johansson, T. (2019). Negotiating Violence: Mixed martial arts as a spectacle and sport. Sport in Society, 22(7), 1183-1197.