El Templo

Un lugar de arte y espiritualidad para el encuentro con Dios

Eliber Salcedo D’Andrey
Teólogo y Arquitecto

Imagen: Mikel Kasaliz

Introducción

 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 1Cor 3,16.

Existen en la actualidad diversos espacios de culto que, como tales, muchos son solo espacios sin ningún tipo de expresión que evoque, convoque o provoque una vivencia profunda con el misterio.

Uno de esos espacios destinados a esa expresión de lo trascendente del ser humano, es aquello que denominamos como templo; que en su definición más básica son concebidos como edificios o lugares destinados al culto1; por tanto, al ser edificio o espacio están necesariamente ligados a elementos estéticos que expresen belleza, armonía, inspiración y anhelo por lo mistérico; es así, que la arquitectura como el arte de proyectar dichas categorías estéticas en términos de lo espacial, asume el templo como elemento funcional y artístico; desarrollado a través de la historia en diversas formas y estilos, cumpliendo su sentido fundamental como es el encuentro con Dios.

De esto podríamos inferir, citando el texto bíblico inicial, que antes que nada el templo principal, más bello artísticamente, es el hombre mismo, donde acontece Dios siendo con él, en él y para él.

Seguido de esto aparecen los lugares o espacios físicos que congregan para manifestar y vivir las expresiones de culto; muchos de estos espacios además tenían otro uso antes y fueron adecuados o readaptados a un nuevo uso de tipo religioso sin criterios de diseño que tuvieran un verdadero sentido que pudiera expresar y motivar un ambiente de encuentro espiritual.

No obstante, hay lugares finamente detallados y diseñados con el fin de promover lo estético de la vivencia espiritual -pero, aun así, algunas veces solo se quedan en linduras y no entran al sentido teológico de la belleza-, que es lo que, en últimas, debe llevar a una conciencia de fe apostólica madura.

Toda experiencia de fe requiere un contexto (tiempo y espacio); no se puede dar por sentado que cualquier lugar es bueno para orar o para fomentar el crecimiento espiritual o para celebrar la fe; es importarte pues, darle un sentido trascendente al espacio, al lugar.

De igual manera, el ser humano necesita momentos para lo trascendente, de encuentro interior y con el Misterio. Por eso, la liturgia requiere de un lugar para celebrar, éste debe poseer belleza en sentido estético y trascendente (mas no la belleza por la belleza) que anime y motive al encuentro con el misterio.

La teología, a través de la Espiritualidad, ofrece una gran gama de signos y símbolos de los cuales se puede hacer una hermenéutica que permita a los diseñadores crear espacios para la experiencia mística. Por tal razón, la arquitectura como arte, junto con la teología, deben configurarse para que todos los fieles que participan en la celebración de la fe, se vinculen activamente en interacción con el espacio y el entorno.

El templo como lugar de encuentro con el misterio

Dios marcó su encuentro con el hombre en todas las cosas. En ellas el hombre puede encontrar a Dios. Por eso todas las cosas de este mundo son o pueden ser sacramentales. Cristo es el lugar de encuentro por excelencia: en Él Dios está de forma humana y el hombre de forma divina.”2

Partiendo de esta afirmación, podemos configurar una teología del espacio basada en la antropología teológica y la cristología.

Cristo es ese lugar de encuentro y, según Teresa de Jesús (moradas primeras), Él habita en el interior del hombre, es su centro: sólo porque Dios es superior, es interior. Por consiguiente, el hombre es, por excelencia, lugar de encuentro con el misterio y, de hecho, según Boff, en el mundo en donde también podemos encontrar a Dios, se ubica la persona temporal y espacialmente.

La arquitectura religiosa es el arte con sentido que conjuga elementos teológicos y al mismo tiempo, estéticos y funcionales; es como pasar de lo físico, material e inmanente a lo estético, afectivo y trascendente. Y existe un camino: el símbolo religioso.

“Los edificios religiosos suelen ser percibidos como espacios cerrados anclados en el pasado, pero cuando se distancian de las estructuras dogmáticas tradicionales, ofreciendo espacios libres para la interpretación de los asuntos espirituales, pueden convertirse en lugares modernos y abiertos que promuevan el diálogo y el entendimiento entre los creyentes… los edificios religiosos deben satisfacer una serie de especificaciones particulares de carácter funcional, tales como materiales, acústica, espacios para la celebración de diferentes liturgias, además, también deben cumplir una serie de requisitos simbólicos…”3

La arquitectura responde a las facultades y posibilidades del cuerpo humano y posee cualidades que dialogan con las emociones del ser y en ocasiones le representan aquellas fuerzas que trascienden su cotidianidad. Por ende, como ya lo hemos venido señalando, desde la experiencia cristiana y la arquitectura como arte en interacción con la comunidad humana, constituyen una relación reciproca en la cual la fe crece, el creyente y su Iglesia se nutren con mucho y de esta manera nos abrimos a la gran plenitud de Cristo en nosotros. Así, la arquitectura deja de ser un montón de ladrillos ordenados para convertirse en un gran acicate del misterio cristiano, cuyo centro es Cristo y Él en el rostro de cada mujer y hombre.

El espacio arquitectónico en la espiritualidad teresiana

Para Teresa de Ávila era fundamental tener un espacio o lugar en el que se pudiera vivir la espiritualidad, tanto así que rompió los esquemas de su época y fundó varios monasterios de monjas e incluso de frailes, con el fin de lograr la salvación de las personas por medio de esta vida en el Espíritu.

Para el padre místico Juan de la Cruz, el espacio físico para el encuentro con Dios debe llevar a la interioridad y no distraer tanto los sentidos, y en caso tal sea mucha la belleza del lugar, debe volver al encuentro interior, de donde, aunque los templos y lugares apacibles son dedicados y acomodados a la oración, todavía para negocio de trato tan interior como este que se hace con Dios, aquel lugar se debe escoger que menos ocupe y lleve tras sí el sentido (1 S 39,2).

El santo poeta, figura al hombre como la morada de Dios, nuevamente una terminología espacial para designar un estado trascendente de la persona. Juan de la Cruz dirá: Bien está, pues, el alma aquí escondida y amparada aquí en esta agua tenebrosa, que está cerca de Dios. Porque, así como al mismo Dios sirve de tabernáculo y morada, le servirá ni más ni menos, al alma de otro tanto y de amparo perfecto y seguridad… (2N 16,13).Dios hace intimidad con el hombre desde el mismo, haciendo morada en él, re-creándose en él.

La profundidad del amor del Señor que quiere expresar El santo Carmelita, connota la significación metafórica más hermosa allende de las letras, hacia la experiencia viva de la persona. Es la intimidad simbólica que configura un espacio trascendente, el viviente del símbolo se implica en su realidad significante. Tal es lo que poéticamente el místico expresa como secreto del alma: Y, porque todo esto pasa en la íntima sustancia del alma, dice luego ella: Donde secretamente solo moras (L 4,13).

De acuerdo con lo que nos expresan nuestros santos místicos, podemos dar una respuesta a un tipo de propuesta de diseño arquitectónico teresiano en el contexto de la espiritualidad. Teresa enuncia de un modo natural las categorías fundamentales de la arquitectura, que ya habían sido definidas por Vitrubio en la antigüedad. Estos fundamentos son la directriz para consolidar un tipo de arquitectura carmelitana según la santa. Firmitas (firmeza), dado en la solidez de sus casas de religión, la utilización de piedra labrada en la Iglesia haciendo referencia la dignidad espiritual, reflejando los principios de austeridad.4 Utilitas (utilidad), en donde establece relación entre forma y función correspondiente a lo necesario, para que no se atente contra la vida espiritual y la venusta (belleza), que es la armonía primordial de los elementos arquitectónicos entre sí y su contexto. Estos criterios para diseñar según la Santa, generan espacios cargados de espiritualidad, evocando siempre el encuentro con el misterio.5

En la arquitectura y en la espiritualidad el centro es el hombre insuflado por el Espíritu del Todopoderoso. Ambas convergen en un mismo lenguaje como es el del símbolo, traduciéndose de este modo como Dios-misterio, que en la espiritualidad es belleza y trascendencia, mientras que estas categorías en la arquitectura se codifican como diseño, en la espiritualidad, esto mismo se hace mística.

La delicadeza y la sobriedad son sellos que deben llevar las obras, ya que en esta sintonía Santa Teresa Proscribe expresamente la suntuosidad y el ornato, sugiriendo una arquitectura elemental y atmosfera serena y armoniosa, un espacio íntimo y recogido, una definición de belleza basada en lo inmutable y permanente6.

A partir de esto la espiritualidad teresiana genera enriquecedores e inspiradores aportes para diseñar espacios para el espíritu. Tanto Santa Teresa de Jesús como San Juan de la Cruz manifiestan esta tendencia a usar metáforas arquitectónicas: Castillo, morada, habitación, edificio y mobiliario; lo que les ayuda a expresar el recorrido que sigue el alma en su itinerario a la unión divina7. Es así, como estos símbolos del agua y de las fuentes, la naturaleza, la casa, el castillo, el movimiento kenótico que acontece en la intimidad del místico, la austeridad del desierto y hasta el mismo silencio pasaran a ser directrices para diseñar en arquitectura.

Sentido de la simbología teresiana en un diseño arquitectónico

En la arquitectura y en la espiritualidad el centro es el hombre insuflado por el Espíritu del Todopoderoso (Dios mismo). Ambas convergen en un mismo lenguaje del símbolo, traduciéndose de este modo como Dios-misterio en la espiritualidad que equivale a belleza-trascendencia; esto en la arquitectura se codifica como diseño y en la espiritualidad se hace mística. La delicadeza y la sobriedad son sellos que deben llevar las obras, ya que en esta sintonía, Santa Teresa Proscribe expresamente la suntuosidad y el ornato, sugiriendo una arquitectura elemental y atmosfera serena y armoniosa, un espacio íntimo y recogido, una definición de belleza basada en lo inmutable y permanente8.

La sobriedad es belleza, y es una característica fundamental de la mística. La belleza, o mejor el proceso que la crea en nosotros, es una perfección que estimula nuestra vida bajo sus tres formas a la vez: sensibilidad, inteligencia y voluntad. Si la belleza es vivencia de todo el hombre mediante la acción acordada, por las formas mencionadas, para producir en nosotros el sentimiento placentero de lo bello, aquel aceptara mejor la belleza que este mejor dispuesto para producir en su espíritu ese sentimiento placentero de lo bello.9Por tal motivo, hablar de belleza, amor y arte es referirnos a algo único, Dios.

Es esta presencia misteriosa que invade, que habita, que eternamente mora en las “profundas cavernas del sentido” y que genera en la persona la extraordinaria virtud de la contemplación. Aquello que lo lleva más allá de sí, haciendo de ese éxtasis del arte una verdadera experiencia mística. Es allí donde el místico, a través del lenguaje simbólico, no es más que un artista del Espíritu; él va más allá de la simple mirada estética, trascendiendo de la proporción, el color y demás esquemas que teorizan el arte. El místico franquea con su visión iluminada esos campos de la forma estructurada y concreta y penetra hasta la profundidad óntica de lo bello, ordenando en una síntesis divina toda la hermosura10.

Esbozo de una muestra de la tipología del templo teresiano

De acuerdo con nuestra tradición carmelitana, tomamos como referencia la tipología de algunos de nuestros templos carmelitas en Colombia, heredados del estilo neo-gótico español, que no es más que la evocación del gótico tardío de la España del siglo XIII, con sus respectivas características y significaciones. Veamos entonces el sentido de este estilo arquitectónico que fue escogido para erigir nuestros lugares de culto11.

La iglesia de Santa Teresita de la parroquia de nuestra Señora del Carmen de Bogotá (al igual que las de Sonsón, Pereira, Manrique y Palmira en Colombia) que expresan claramente el simbolismo teresiano. La fachada refleja la búsqueda de la trascendencia, señalada por los pináculos que apuntan hacia el cielo, indicando que en dicho lugar atisbamos la eternidad. El acceso o entrada, generalmente de vano ojival y de gran amplitud, señala y demarca el acceso al lugar de encuentro con el misterio, suscitando un llamado o convocatoria a dicho encuentro.

Las naves, lugar donde se ubican los fieles, se disponen en sentido perpendicular al altar; y se distribuyen espacialmente de forma proporcionada y geométricamente regular, expresando armonía y equilibrio, permitiendo el sosiego del alma y la disposición al encuentro.

El ambón, como altar o mesa de la palabra, realza la belleza de la voz del Amado que habla al corazón del fiel contemplativo. Éste se dispone en un lugar visible y alto para expresar la soberanía del Verbo que se encarna en la existencia del hombre, ejerciendo desde la escucha de éste, su acción salvífica.

El presbiterio, lugar donde se ubica la sede y la mesa del Resucitado, busca manifestar la cena íntima de los amantes que se hacen uno en comunión mística y que actualiza el memorial de la expresión máxima del amor; llevando consigo la experiencia unitiva de lo eterno y lo finito, degustando así el ya pero todavía no, de la plenitud en Cristo.

Como ornato, vale la pena resaltar los rosetones y vitrales que permiten la iluminación del templo, llenándolo de colorido y hermosura, señalando la policromía de la creación, en la que la luz de color materializa la presencia de Dios (lux mundi). La luminosidad coloreada pretende representar las sensaciones de una Jerusalén celestial.

El muro traslucido, hace que esta arquitectura transparente y diáfana, evidencie la eternidad en la que no hay materia inerte pasiva.

A partir del pensamiento de la santa Madre Teresa de Jesús, quien pide hacer torres con fundamento no a partir de la grandeza de las obras sino por el amor con que se hacen, se puede afirmar que la espiritualidad en el lineamiento de la mística, constituye una base y fuente fundamental para la experiencia del encuentro con Dios. El lenguaje simbólico de la vivencia de fe fructifica y embellece la polivalencia de significados para aproximarse a la unión con el misterio.

Es la espiritualidad iluminada en la mística la que como eje trascendente configura una realidad más allá del mismo, esto le permite agudizar sus sentidos desde lo estético. El recorrido místico es uno de los grandes temas que el ser humano puede emprender en la búsqueda de infinito, avocado siempre a su interioridad. De este modo, al reconocer el templo como espacio de encuentro con Dios por excelencia, connotamos que es el mismo hombre quien al sentirse inhabitado por lo inefable, se convierte en el lugar privilegiado de salvación.

De esta forma, en la espiritualidad la oración se convierte en el espacio trascendente de encuentro con el misterio. El templo evoca la presencia del Señor, por tanto, genera la posibilidad de habitar en permanente oración. Su espacio habla del Infinito, esto es oración. Así, es la expresión interior del hombre, que desde el amor sensible se hace fuerza y realidad en su propio existir. Es vínculo amoroso que sólo se comprende desde la propia experiencia de unión con Dios. Orar es el espacio generador de diálogo, de adoración, de silencio, de contemplación mística.

Caminar por el arte y la espiritualidad en las rutas de la arquitectura permite destilar de la poética del espacio, los néctares de la estética del Creador, para el deleite de la contemplación en el misterio humano siempre capaz de lo infinito. Así, Dios y el hombre trascienden en la espacialidad; el interior (la persona) y el exterior (el cosmos) son amalgama de una relación mística…este es el verdadero lugar de encuentro con el misterio. De tal manera que el verdadero y único símbolo teresiano, en la tipología de sus templos, es esencialmente el hombre inhabitado por Dios.

Bibliografía, notas y fuentes:

1 Comprendemos como culto, a la expresión externa del acontecer del misterio trascendente al interior del hombre y que se ve manifestado por medio de ritos, gestos, lugares, celebraciones, entre otros.

2 Boff, Los sacramentos de la vida, 60.

3 Faith spiritual architecture, Loft publications, pág. 7

4 Álvarez, Alonso Marina, La arquitectura del Carmen Descalzo, en Bellas artes y espiritualidad, Revista de Espiritualidad N° 279, Abril-Junio 2011, Madrid. 192.

5 Ibíd.

6 Ibíd.

7 Ibíd. 190.

8 Álvarez, Alonso Marina, La arquitectura del Carmen Descalzo, en Bellas artes y espiritualidad, Revista de Espiritualidad N° 279, Abril-Junio 2011, Madrid. 192.

9 De la Inmaculada, Fr. Daniel, Mística y estética, 94.

10 De la Inmaculada, Fr. Daniel, Mística y estética, 165.

11 El ejemplo citado solo esbozará la descripción del templo a partir de algunas partes relevantes, ya que el análisis, tanto a nivel arquitectónico como teológico, son mucho más amplios y detallados.

Álvarez, Alonso Marina. “La arquitectura del Carmen Descalzo.” Revista de espiritualidad 279 (2011): 189-208.

Boff, Leonardo. Los sacramentos de la vida. Santander: Sal Terrae, 1991.

De la Inmaculada, Daniel. Mística y estética. Burgos: Monte Carmelo, 1956.

Faith spiritual architecture, Barcelona: Loft publications, 2009.