David Lorenzo Cardiel
Filósofo, escritor y periodista cultural
Fecha de publicación: 02/08/22

Los libros, los artículos, las publicaciones científicas. Si menciono las volátiles publicaciones en redes sociales de gran popularidad, como el es caso de los tuits, lo más sensato sería enmudecer. Nuestra sociedad devora nuestro tiempo de vida y, a diferencia de siglos anteriores, ni siquiera el puñado de líderes que gobierna esta desdichada especie es capaz de extraer un verdadero jugo a tanta carne y tantos huesos dedicados a un insatisfactorio ciclo de trabajo e irracional materialismo. El trabajo ya no nos puede hacer libres, como sostenía la ideología nacionalsocialista y el marxismo purista. Tampoco la entrega al Estado o a una prosperidad que se ha visto suspendida por la imposibilidad de abrirse camino en el estatus social. Las cartas se van descubriendo una a una, encima de la mesa, con la apuesta ya depositada e imposible de retirar. Vivimos en un feudalismo encubierto de buen rollo y adiciones que despisten, o incluso enajenen, la percepción de la genuina realidad. Todos, en conjunto, los de arriba y los de abajo, los iluminados y los sombríos, vamos a la deriva. Y por eso mismo, todo fluye a una velocidad tan vertiginosa que las ideas parecen desvanecerse en el caudal de lo etéreo.
En los años ochenta, el reputado físico hispano-francés Yoël Lana-Renault, quien aportó el Modelo Bóveda al saber científico (una mejora trascendental al modelo estándar de constitución interna de la Tierra) y el muy valorado trabajo Aspin Bubbles, sobre la constitución de la materia y la unificación de fuerzas, escribió un libro que editó un sello de provincias, vinculado a uno de los actuales grandes grupos mediáticos de España: editorial Heraldo de Aragón. Bajo la escueta edición, su tapa verde chillona y su ancha tipografía en color blanco, se esconde una joya. Me estoy refiriendo a Socialismo año 2000. Un verdadero programa para una nueva sociedad.
Que el título y el subtítulo no despierten el prejuicio, o la cobardía, del apreciado lector de estas líneas. El libro es uno de los más inteligentemente ensayos escritos que he tenido el placer de leer, releer y estudiar con meditada calma científica. Piensen que por mis manos pasan cada año decenas de ensayos, sólo contando libros de este género literarios, excluyendo otros tantos que he desechado tras leer los boletines editoriales. Socialismo año 2000 es un milagro. Nació, de hecho, como surgen las grandes obras científicas y literarias, sin proponérselo de antemano. Según el testimonio de Lana-Renault, este peculiar ensayo se le ocurrió durante su época de directivo en el mundo de la empresa. Como físico, y desde un profundo humanismo, se preguntaba si era posible ordenar racionalmente un sistema económico favorable al bien común.
Socialismo año 2000 trata de responder a esta cuestión con unos planteamientos muy modernos si tenemos en cuenta la época y el contexto en el que se escribió. Los años ochenta fue una década de promesa y crisis, no sólo en España, sino en toda Europa. En la nación ibérica, la inauguración de la frágil democracia sembró temor y posibilidad a partes iguales en los sectores económicos. El socialismo, que de la mano de Felipe González se alzó con el poder, se presentaba, en consecuencia, como una amenaza. Pero ¿realmente lo podía ser?
En este libro, Yoël Lana-Renault renueva el socialismo, le quita su pátina ideológica especulativa y cambia la dialéctica sinuosa del marxismo por la seriedad de los cálculos matemáticos. En este sentido, el ensayo es una demostración de cómo la metodología lógica científica puede aplicarse a cualquier ámbito con buen éxito, al menos, teórico.
Socialismo año 2000 parte de un principio: la economía debe estar unificada. El Estado debe jugar un papel de arbitraje y moderación que favorezca la iniciativa privada, pero regule su alcance. De la misma manera, esta vigilancia debe ser activa, y no pasiva. Es decir, no debe obligar a ciudadanos y empresas únicamente mediante la ley y los poderes públicos, sino que el Estado está obligado a intervenir. Esa intervención es transversal y no vertebral. Afecta a cada ciudadano, en su economía y en su actividad. El plato fuerte es la garantía absoluta de los servicios públicos de bienestar que se propone de un modo equitativo: los costes deben ser compartidos entre el Estado y el ciudadano en función del grado de acceso económico de este último. Así, los impuestos se unifican en unos pocos en vez de en muchos, el sistema fiscal se simplifica con el fin de controlar los flujos del dinero, y el volumen de riqueza lo denotan la inflación que exista en cada momento y, a merced de ella, una especie de renta básica por el hecho de existir. En este último aspecto, donde Lana-Renault no es el único intelectual ni mucho menos en proponerlo, es que está planteado como un gesto civilizatorio, de justicia, que fomenta el desarrollo sin lastrar al Estado ni tejer populismo a través del deterioro de la clase media en función en una forzada conversión en una clase dependiente del partido único capaz de sostener su maltrecha capacidad de acceso al mercado. ¿Y cómo se plantea, entonces, una economía que se basa en un «salario» de supervivencia? Lana-Renault plantea su modelo con gran lógica: mediante la célula económica, la gente que aporta su salario a un conjunto de convivencia, que puede ser una persona o una familia numerosa, por ejemplo, y una renta básica que permite la subsistencia estricta y que se descuenta del salario en función de unas ecuaciones que permiten alcanzar puntos de crecimiento y de equilibrio plausibles.
La economía sumergida y la mendicidad quedan absolutamente prohibidas y perseguidas por razones obvias. La empresa privada y las administraciones públicas reforzarían mediante la aplicación de este trabajo sus comités, otorgando incentivo a la contratación y al despido, que es libre, cuando es pertinente, pero no a la arbitrariedad de jefaturas caprichosas u opacas. El sistema es milimétrico, ya que incluso se ocupa, siempre desde la óptica fiscal, de cómo han de establecerse los formularios para mantener un riguroso control de la gestión del Estado.
La única pega que el lector avezado encontrará en Socialismo año 2000 es la manera en que hoy en día entendemos la libertad. Es decir, la definición del liberalismo filosófico y económico. A diferencia de nuestro modo de hacer política en nuestros días, la nación propuesta en este ensayo es apolítica. Su línea es un socialismo si se entiende desde el servicio del Estado a su ciudadanía, su reducción de aparato complejo en igualdad a otros tipos de estructuras, como bancos centrales o entidades internacionales, a mecanismo regulatorio económico y social. En este planteamiento, la política es una y no es partidista. ¿Cómo innovar en un sistema ya establecido por la lógica?
Este hecho, que probablemente a muchos inquiete, a mí me satisface, aunque discrepe de ciertos rasgos del enfoque del aparato estatal. A fin de cuentas, la ética es una emanación de la realidad. Aquello que corresponde realizar en cada momento no puede ser definido arbitrariamente. Por tanto, ¿qué sentido posee un mercado político, donde unos pueden proponer salvar a un bañista que se ahoga lanzándole un flotador y otros una roca a la cabeza? Tan sólo me asalta una preocupación al leer Socialismo año 2000, y es que el Estado recaiga en manos tecnocráticas. Como se ha demostrado racional y empíricamente, mientras el gobierno de los adecuados, de los más válidos en cada momento, siempre es favorable, el de los más preparados suele derivar en inutilidad de partida y endogamia en su corrupción definitiva. De una debacle de un gobierno tecnócrata se sale o si un poder superior lo erradica o en cambio con el hundimiento del país, la conflictividad social y la violencia.
A pesar de las sugerencias y mi parecer al respecto, Socialismo años 2000 representa un soplo de aire fresco en nuestros días. A medio camino entre el ensayo tradicional y el trabajo matemático, las propuestas de este libro se han demostrado atemporales. Ojalá nuestras sociedades se edificasen con la frescura racionalista que despliega el libro. Yoël Lana-Renault escribió un libro sublime, digno de estudio y meditación. Búsquenlo, léanlo. Ahora ya se encuentra descatalogado, por lo que hacerse con un ejemplar en papel es una rareza, pero en su versión digital está a una búsqueda en internet gracias a la generosidad altruista de su autor. Si mantienen todavía alguna inquietud cívica, este libro les aguarda con impaciencia lectora.
Debe estar conectado para enviar un comentario.