-Un hombre modesto que cambió el mundo-
Agustín R. Rodríguez González
Doctor en Historia y miembro de la Real Academia de la Historia

Imagen: Junueth Vilchis Ortiz
Ahora, cuando conmemoramos la gesta de Elcano con la Primera Vuelta al Mundo, es un buen momento para recordar la vida y obra de Andrés de Urdaneta, el hombre que hizo posible el sueño de Colón y de Magallanes: el hallar una vía hacia las riquezas de todo tipo del Extremo Oriente. Y las consecuencias del éxito de Urdaneta han cambiado literalmente el mundo en más de un sentido aunque, sorprendentemente, hayan merecido menos recuerdo y valoración del que merecen.
Un joven que se lanza al mar
Andrés de Urdaneta y Ceráin nació en Ordizia (entonces Villafranca de Oria), hijo de Juan Ochoa de Urdaneta y de Gracia Ceráin, en noviembre de 1508, en el seno de una familia acomodada de comerciantes, “ferrones” y navieros. Su padre fue largos años alcalde de la localidad.
Pero como sucedía por entonces en toda Europa, las opciones de un hijo segundón eran limitadas, y tradicionalmente se limitaban a la triple opción de “o Iglesia, o Mar o Casa Real”, por lo que los padres intentaron dirigir a Andrés hacia la primera, proporcionando una esmerada educación al niño, que pronto destacó en los estudios por su interés y capacidad, especialmente en materias como las Matemáticas, Astronomía y Cartografía.
Pero el joven pronto desarrolló un gran interés por la segunda: el mar, comprensible por los ejemplos que veía a diario, especialmente el de Elcano, con cuya familia tenía vínculos de amistad y seguramente de parentesco, por estar los caseríos originales de ambas familias muy próximos en Aya, y de parentesco con Legazpi por parte de su madre.
Lo cierto es que, seguramente animado por la gesta de Elcano, decidió abandonar el camino religioso y sumarse a la nueva expedición al Asia-Pacífico, en la calidad de ayudante y secretario del propio Elcano.
El interés de la expedición radicaba en establecer la posesión de la corona de Castilla sobre las islas Molucas, ricas en una especia que entonces tenía una amplísima demanda en Europa, el clavo, de paso que entrar en contacto con las civilizaciones y mercados del Extremo Oriente creando una base para el intercambio de muchos otros productos.
El problema radicaba en que la corona de Portugal reivindicaba para sí esos territorios y mercados y, pese a negociaciones entre ambos reinos, la cuestión no estaba clara. Como es bien sabido, desde el inicio de la Era de los Descubrimientos surgieron rivalidades entre unos y otros, resueltos más o menos satisfactoriamente para el Atlántico por el Tratado de Tordesillas. Pero en el Pacífico la línea de demarcación no estaba clara por la dificultad en la época para establecer de manera fiable las distancias en la mar y calcular la longitud, cuestiones que la técnica de la época estaba lejos de resolver satisfactoriamente.
Al fin, y aunque la cuestión no estaba clara, Carlos I decidió enviar una expedición a las Molucas y tomar posesión de ellas, nombrando como jefe a fray García Jofre de Loaisa, caballero de la Orden de San Juan (Malta) y poco experto en temas de navegación, pero del rango adecuado, y Elcano como segundo jefe y responsable de la navegación hasta aquellas lejanas aguas como el mejor experto posible. La expedición, compuesta de siete buques, mucho más grandes (especialmente los dos mayores: la “capitana” y la “almiranta” respectivamente de cada jefatura) mejor artillados y con muchos soldados, todo previendo problemas serios con los portugueses, zarpó el 24 de julio de 1525. Curiosamente, y dando por descontado el éxito, se fundó en La Coruña una nueva Casa de Contratación, independiente de la de Sevilla reservada para América.
Una durísima travesía
La expedición, tras su habitual escala en Canarias, puso rumbo a América, pero vientos contrarios la obligaron a costear África hasta el golfo de Guinea, con nueva recalada en la isla de Annobón.
Por fin atravesaron el Atlántico hasta Brasil, y desde allí pusieron rumbo al Estrecho de Magallanes, pero frente a las costas de Patagonia, el intenso frío, los temporales y las desoladas costas impusieron su tributo y, entre otros percances, la “Sancti Spíritus”, el segundo buque más grande, dio contra la costa y naufragó.
Signo evidente de la consideración que había demostrado merecer Urdaneta es que se le enviara al mando de seis hombres a rescatar a los náufragos, con 18 años recién cumplidos, misión que cumplió satisfactoriamente. Pero las circunstancias fueron durísimas: toda el agua posible estaba congelada, y como no se divisaba leña alguna, aquello significó para los rescatadores el agudo tormento de la sed, resuelta por el drástico procedimiento que asociamos con los desiertos cálidos de beber su propia orina. Para calentar la propia comida hubo que recurrir a la pólvora de las armas, con la desafortunada consecuencia de que Urdaneta sufriera serias quemaduras.
Otra anécdota reflejó bien el carácter de Urdaneta: un día apareció un grupo de indígenas patagones reclamando en tono perentorio comida. Los expedicionarios aprestaron sus armas para resistirse, pero Urdaneta ordenó a sus hombres que compartieran sus provisiones. Cuando estas se acabaron en pocos días, los patagones desaparecieron.
Por fin atravesaron el Estrecho de Magallanes, pero el coste fue tremendo: de las siete embarcaciones solo continuó con su misión la nao insignia “Nª Sª de la Victoria”, y con el casco quebrado y parcialmente desaparejada por un abordaje accidental, las otras o habían naufragado o abandonaron la expedición por diversos motivos.
Afortunadamente, y haciendo de nuevo honor a su nombre, el Pacífico se mostró amable y la travesía se desarrolló plácidamente hasta llegar a las Marianas, siguiendo la ruta previa de Magallanes.
Pero si el tiempo y la mar fueron favorables, surgió una nueva amenaza: el escorbuto.
Una enfermedad mortal
Probablemente en la época el escorbuto mató más navegantes que todas las luchas por el mar y todos los temporales. Con una dieta basada casi exclusivamente en el “bizcocho” o “galleta”, pan cocido dos veces para su mejor conservación a bordo, legumbres y algunas salazones y embutidos, se producía una avitaminosis de la vitamina C, o ácido ascórbico, cuya consecuencia iba mucho más allá de la conocida hinchazón de encías y pérdida de dentadura, pues es la que asegura la regeneración del tejido cardiovascular, produciendo hemorragias internas, con la aparición de grandes hematomas en la piel, fallos orgánicos por falta de riego, incluso en el cerebro, intensos dolores y, finalmente, la muerte.
Hubiera podido evitarse con el consumo de productos vegetales, especialmente cítricos, pero en la época era imposible su conservación a bordo, con efectos demoledores en navegaciones tan largas y sin escalas, como era inevitable en la Era de los Descubrimientos y en las largas travesías oceánicas.
Así, y debido a ello o a otras causas que aún se discuten, en medio de la travesía del Pacífico fallecieron sucesivamente los dos jefes de la expedición, el 30 de julio de 1526 Loaisa, y el 6 de agosto Elcano. Y es de notar que en su testamento que otorgó pocos días antes de su muerte, figuró como testigo el propio Urdaneta.
Aquello planteó serios problemas de liderazgo en la ya tan duramente probada expedición, pero al final de todo, la castigada “Victoria” alcanzó Gilolo, isla de las Molucas, el 29 de octubre, tras casi 15 meses de durísima travesía. Pero solo llegaba un buque de los siete originales, y en él, menos de la cuarta parte de los expedicionarios, y muchos de ellos enfermos, unos 105 hombres.
La guerra del fin del mundo
Pero aún esperaban a los agotados expedicionarios nuevas pruebas: al poco de llegar descubrieron que la presencia portuguesa estaba allí asentada, y con el apoyo de sus bases en el Índico, y pese a intentos de acuerdo, la guerra entre ellos por la posesión de las codiciadas islas donde se criaba el clavo no tardó en encenderse, con el apoyo a cada bando de los divididos indígenas. La lucha empezó realmente un 17 de enero de 1527 y se prolongó con sucesivas treguas intermedias hasta el 20 de diciembre de 1530, increíblemente por espacio de casi tres años.
En ella tomó parte activa y hasta protagonista Urdaneta, pese a su juventud, pues fue puesto al mando de uno de los tres pelotones formados con los 90 hombres disponibles para la lucha.
No podemos extendernos en la narración de esa larga lucha, pero sí señalar que Urdaneta tuvo ocasión de distinguirse nuevamente por su valor y pericia.
En uno de los combates tuvo la desgracia de sufrir nuevamente graves quemaduras, al reventar una pieza ligera de artillería, un “verso”, a su lado, y cayendo al mar, pese a lo cual logró salvarse nadando y volviendo a su buque, habilidad por entonces poco frecuente incluso en los hombres de mar.
En otra ocasión, y como los portugueses hubieran apresado y ejecutado en medio de una tregua a 15 indígenas que llevaban pescado a los españoles, Urdaneta salió con su “parao”, embarcación indígena, a recriminar al enemigo aquella barbaridad. Pero como el timonel indígena no se atreviera a acercarse al enemigo, el bravo guipuzcoano no dudó en tirarse al agua y nadar hasta el enemigo para reprocharle a viva voz su incalificable conducta, hecho lo cual, nadó de espaldas de regreso a su embarcación, con la vista puesta en los portugueses en gesto de desafío.
Pocos días después, al mando de una flotilla, atacó a una agrupación enemiga a la que apresó doce embarcaciones.
Pero la suerte de la guerra estaba clara por el hecho de que los portugueses podían recibir constantemente refuerzos de sus posesiones cercanas, mientras que los españoles solo recibieron el simbólico de la agotada “Florida”, única superviviente de las tres que partieron de puertos mejicanos en su apoyo. Más que una ayuda, hubo que socorrerla, tras de lo cual inició la vuelta a América en la que fracasó y tuvo que regresar en peores condiciones.
Y finalmente llegó la paz, cuando solo quedaban 17 españoles capaces de luchar, entre ellos Urdaneta, que incluso pasó a tácticas de guerrilla contra el enemigo.
De manera tristemente irónica la guerra oficial había concluido por el Tratado de Zaragoza entre las coronas de Castilla y de Portugal nada menos que el 22 de abril de 1529, más de año y medio antes del cese de la guerra local en las Molucas, pero la noticia, con las comunicaciones de la época, no llegó hasta entonces a ese escenario.
Y solo el 20 de junio de 1536 pudo Urdaneta volver a Europa en un buque portugués que lo dejó en Lisboa, tras casi once años de ausencia en una larga y durísima expedición. Pero bien pudo satisfacerle el haber realizado su personal vuelta al mundo.
Matrimonio y otras actividades
Pero aparte de toda esa actividad, Urdaneta tuvo tiempo y voluntad de realizar otras muchas cosas en ese largo y decisivo período de su vida.
En primer lugar, y nueva prueba de su empatía para con gentes muy distintas, se casó con una indígena. Previamente la mujer se había convertido al cristianismo y bautizada. Tuvieron una hija, pero su esposa falleció al poco, seguramente a consecuencias del parto, como era por entonces tristemente habitual en cualquier punto del planeta. Muy significativamente, la mujer y la hija recibieron el nombre de Gracia, el de la madre de Urdaneta. Y cuando volvió a Europa, lo hizo con su hija, con la que regresó a Ordizia, con su familia.
En aquellos largos años la curiosidad intelectual de Urdaneta halló amplio campo: desde el conocimiento de los lenguajes indígenas, a sus costumbres, creencias y comidas, la climatología y la cartografía, así como las narraciones de los navegantes asiáticos de cualquier procedencia, algunos de muy lejos de las Molucas.
Todo ello lo condensó en un gran conjunto de escritos y documentos de todas clases, pero las autoridades portuguesas se incautaron de ellos, aduciendo contenían información tan valiosa como confidencial. Urdaneta pensó en reclamarlo, pero el embajador de Castilla en Lisboa le aconsejó no perdiera el tiempo y evitara posibles dificultades.
La prodigiosa memoria de Urdaneta posibilitó que pudiera reconstruir toda esa información y presentarla a las autoridades y al mismo Carlos I el 26 de febrero de 1537, a quien entregó su “Relación de los sucesos de la Armada de Loaisa”.
Pero lo cierto es que, fracasada la iniciativa, y pese a los enormes servicios prestados durante tantos años, sin contar con las privaciones y heridas sufridas, la Corte se desentendió de recompensas, pues solo recibió 60 ducados como dietas para esos viajes por Castilla, y ni siquiera los 1.600 ducados que le correspondían, ya no por otra razón que sueldos que se le adeudaban en tan largo período de servicio, y aunque Urdaneta los reclamó durante años… Como también le había sucedido a Elcano tras su vuelta al mundo, constando que su madre aún reclamaba su sueldo 35 años después de su muerte en acto de servicio.
Dos nuevos giros en su vida
Buscando de nuevo una ocupación conoció a Alvarado, uno de los capitanes de Cortés, congeniaron y Urdaneta partió hacia Nueva España (Méjico) como capitán subordinado, destacándose en todas las misiones que se le encomendaron, con lo que fue nombrado gobernador de Michoacán. Había dejado a su hija con su familia en Ordizia, pensando que América y su cargo no eran el mejor lugar para su educación, crecimiento y futuro.
Finalmente tuvo noticias de que Gracia se había casado felizmente en Ordizia, y en medio de una crisis personal, hastiado del mundo, y con frecuentes charlas con padres agustinos allí residentes, decidió volver a los planes que para él deseaban sus padres e ingresó el 19 de marzo de 1552 en el convento de los agustinos en Ciudad de México conocido como “Nombre de Jesús”, y cinco años después, tras largos estudios y el correspondiente noviciado, fue ordenado sacerdote.
Un nuevo desafío
Calmada la situación en Europa tras la decisiva victoria de San Quintín en 1557, Felipe II quiso reanudar el intento de su padre por conseguir un establecimiento en Extremo Oriente, contando con la colaboración del virrey de la Nueva España, Luis de Velasco. Se pensaba para ello en la isla de Cebú, ya conocida desde el viaje de Magallanes, situada al Norte de las Molucas y cercana a las costas del imperio chino.
El problema, de forma parecida al que se planteó en el Atlántico hasta Colón, es que era muy factible la navegación cruzando el Pacífico de Este a Oeste, pero la vuelta o “tornaviaje” quedaba sin resolver en el sentido contrario, y sin tener esa seguridad, resultaba inútil cualquier intento de establecer allí una presencia viable.
Por supuesto estaba la opción de Magallanes (o de Hornos) pero la experiencia había mostrado que esa ruta desde Europa era poco aconsejable por la enorme distancia que implicaba contornear el continente americano, el tiempo necesario para hacerlo, la climatología de la zona, etc., como probaban el enorme coste en buques y tripulaciones de las expediciones de Magallanes y de Loaisa, que la convertía en algo de escaso valor práctico con la técnica de la época.
Conocido el proyecto, Velasco investigó quien podría encargarse del reto de ese decisivo “tornaviaje”, y pronto supo que Urdaneta afirmaba, pese a su acreditada modestia personal, que “él haría volver no una nao, sino una carreta.”
El problema fue que el honrado Urdaneta no quería transgredir el Tratado de Zaragoza de 1529, que dejaba igualmente a las islas en la demarcación portuguesa. Así que, simplemente, se le ocultó el objetivo concreto de la expedición hasta que se abrieron los pliegos del rey ya en alta mar y no pudo negarse a sus órdenes.
Como ya sabemos, las armadas por entonces llevaban dos jefes, Urdaneta se reservó el segundo lugar, como experto en la navegación y en la derrota, pero como supremo recomendó a Legazpi, que era un hombre de leyes, no un navegante ni un militar, establecido en la Nueva España desde 1528 y que tuvo nueve hijos. Y se recordará que el futuro administrador de la nueva posesión era pariente del propio Urdaneta por parte materna.
El puerto elegido de la costa para la preparación de la expedición fue el puerto de Navidad, aunque Urdaneta prefería con mucho Acapulco, con clima más sano para los europeos, mejores infraestructuras de todas clases y mejores comunicaciones con la costa mejicana del Caribe, especialmente el puerto de recalada de las Flotas de Indias: Veracruz. Y es que, aunque se llegó a pensar en un canal centroamericano, y hasta se planeó seriamente, los recursos técnicos de la época no permitían la gran obra, por lo que era necesario que la franja terrestre que tenía que cruzar de un océano al otro fuera lo más corta y cómoda posible.
La expedición, formada por dos grandes naos y tres ligeras para exploraciones y mensajes, zarpó el 21 de noviembre de 1564 con más de 350 personas de todas las categorías y misiones, entre ellas varios sacerdotes agustinos. Tras la travesía del Pacífico, incluyendo la obligada escala en Guam, el 20 de febrero del año siguiente dieron tierra en la isla de Leyte y después en la de Cebú.
Allí encontraron de forma insospechada un precioso testimonio del paso de la expedición de Magallanes: una imagen del Niño Jesús regalada por el navegante a los príncipes de la isla, y milagrosamente preservada, que desde entonces es el centro de la religiosidad católica en Filipinas.
Siguieron exploraciones y navegaciones por todo el archipiélago filipino de más de 7.000 islas, pero Urdaneta se había fijado que su misión era propiamente el tornaviaje y no estuvo allí mucho tiempo, porque todo dependía de encontrar la vital ruta.
Así que, dejando el asentamiento en la nueva posesión en las muy capaces manos de Legazpi, Urdaneta embarcó en la mayor nao, la “San Pedro”, y se dispuso a acometer su mayor hazaña. Iban en ella unas doscientas personas y llevaban provisiones para ocho meses nada menos, en previsión de problemas. Curiosamente, el capitán de la nao era Felipe de Salcedo, que contaba entonces con 18 años solamente, lo que no puede dejar duda alguna de quien era quien dirigía la navegación de hecho: el propio Urdaneta.
El tornaviaje
La “San Pedro” navegó hacia el Norte, buscando vientos y corrientes favorables, que hubieran sido contrarios en latitudes más meridionales, pasando cerca de las Iwo Jima (ocupadas por Japón hacia 1880 en detrimento de su descubrimiento por españoles) y navegando paralelamente a las costas japonesas antes de hacer rumbo hacia el SE, encontrando la corriente del Kuro Sivo que ayudó a la navegación. Hubo que hacer alguna rectificación hacia el NE, por derivar demasiado al Sur durante la travesía.
Otro problema fue que los pilotos equivocaron repetidamente la longitud navegada, pero gracias a Urdaneta se llegó finalmente a las costas americanas de California, navegando luego siguiendo la costa hacia el Sur, llegando a Acapulco el 19 de septiembre tras tres meses y medio de travesía del Pacífico y sin incidentes de mención.
Pero el escorbuto se cobró un alto número de víctimas, una treintena, entre los que murieron a bordo y los que fallecieron ya en tierra.
La sorpresa de Urdaneta y de los expedicionarios fue enorme al ver fondeado en el puerto a la pequeña “San Lucas”, que llevaba allí desde el 9 de agosto, arrogándose el mérito del primer tornaviaje. Pero el patache se había separado sin órdenes en el viaje de ida, en un día claro y pese a las repetidas señales de que se reuniera con el resto de la expedición. Tal pretensión es completamente injusta, pues no pudieron aportar prueba alguna de que habían llegado a Filipinas. Por lo demás, su capitán, un tal Arellano, y sus compinches mostraron luego palmariamente su carácter, no ya solo por su deserción de la expedición, sino por hechos subsiguientes que incluyeron el motín, el asesinato y la piratería, lo que les desacredita totalmente. Debieron vagar por diversas islas entonces no conocidas, tras de lo cual volvieron contando patrañas para justificar su conducta.
Triunfo y muerte de Urdaneta
El abnegado navegante, pese a su edad, achaques y agotamiento tras su hazaña de cruzar por dos veces el Pacífico (cuya extensión es un tercio del planeta), embarcó seguidamente en Veracruz para informar a Felipe II, que le recibió el 2 de mayo de 1566.
Y pese a lo logrado, no reclamó reconocimiento ni recompensa alguna, simplemente, con su deber cumplido, volvió a su convento en Méjico, donde falleció el 3 de junio de 1568, en paz con Dios, con los hombres y con su conciencia. No había llegado a cumplir los 60 años. Lamentablemente su tumba en el convento ha desaparecido debido a un incendio e inundación posteriores.
Pero su triunfo había sido enorme: unir regularmente y cada año nada menos que tres continentes: Asia, América y Europa con el “Galeón de Manila” o “Nao de Acapulco”, con inmensas consecuencias de todo tipo: económicas, culturales y hasta religiosas en los tres continentes, al hacer posible esa “Hispano-Asia” que tantas veces olvidamos y que deberíamos recordar y valorar más a menudo, y más según está actualmente cambiando el mundo. Y cuyo influjo, aparte la dominación directa, abarcó desde Japón y Corea hasta Australia y Nueva Zelanda, aunque sucesivos europeos hayan intentado ocultar esa presencia y legado.
Así se hicieron normales aquí productos tales como la seda (y los “Mantones de Manila”, que provenían realmente de China), las medias del mismo material, especialmente para el vestuario masculino, pues los pantalones solo se impusieron a comienzos del siglo XIX, o las vajillas de porcelana, entre otros muchos productos, cuya producción se nacionalizó en no escasa medida con la cría de los gusanos en América y Europa, el desarrollo de los textiles o las reales fábricas de porcelana en varios países.
Curiosamente los chinos no estaban interesados en los productos europeos, pero sí valoraban mucho la plata americana como moneda. Y aún hoy la arqueología descubre allí tesoros enterrados de “reales de a ocho” hispanos resellados para su uso legal en China.
Y todo gracias al “Galéon de Manila” que enlazó tres continentes durante varios siglos: desde el “tornaviaje” de Urdaneta hasta la independencia de Méjico.
Otros países presumen de tener los mejores navegantes, pero la famosa vuelta al mundo de Drake tuvo lugar nada menos que 58 años después de la de Elcano, y 15 desde que el “Galeón de Manila” uniera regularmente tres continentes gracias a la hazaña de Urdaneta.
Bibliografía, notas y fuentes:
ARTECHE, José de: Urdaneta. El dominador de los espacios del Océano Pacífico, Espasa-Calpe, Madrid, 1943.
RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Agustín Ramón: La Primera vuelta al mundo (1519-1522), EDAF, Madrid, 2018.
Id: Urdaneta y el Tornaviaje. El descubrimiento de la vía marítima que cambió el mundo, La Esfera de los Libros, Madrid, 2021
VV.AA.: V Centenario del nacimiento de Andrés de Urdaneta, Cuadernos Monográficos de la Revista de Historia Naval, Instituto de Historia y Cultura Naval, nº 58, Madrid, enero de 2009.
VV.AA. El galeón de Manila. La ruta española que unió tres continentes, Ministerio de Defensa-Museo Naval, Madrid, 2016.
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