¿Dar la vuelta al Mundo para qué?

-De Elcano al Galeón de Manila (1522-1815)-

Carlos Rilova Jericó
Doctor en Historia Contemporánea

Imagen: Junueth Vilchis Ortiz

1. Introducción

La mala administración de la propia Historia en España, no es ningún secreto. O si lo fuera seria, o debería de ser, un secreto a voces. Sin embargo, dentro de las propias fronteras de ese país, parece que nadie quiera darse cuenta de ello. O quienquiera que se percate y esté en disposición de ánimo para decirlo, se vea ignorado en definitiva.

El resultado de todo esto es que hechos históricos, protagonizados por españoles y de gran peso en la Historia mundial, o bien pasan desapercibidos en ella o son integrados en ese relato de manera completamente devaluada. O, peor aún, convertidos en una especie de angelical actividad, sin tacha, ponderada hasta el ridículo por una especie de cruzados intelectuales como los que -como veremos más adelante- prosperaron en el Franquismo. O los que más recientemente han llegado incluso a acuñar el epíteto despectivo “negrolegendario”. Es decir, el que ellos aplican a alguien que, según ese mismo colectivo, se dedica aún hoy a dar pábulo a la famosa Leyenda Negra urdida, en efecto, por los enemigos declarados de una vasta monarquía que, a partir del siglo XVI, abarca gran parte de las actuales Holanda, Bélgica e Italia en Europa y se extiende a las tierras recién descubiertas por los europeos en Occidente -lo que luego se va a llamar América-, al Norte y centro de África y llega hasta Asia.

Para comprender tan interesante cuestión en torno a la Historia de España y su pésima gestión (que, como vamos a ver, afecta, y mucho, a acontecimientos como el 500 aniversario de la primera circunnavegación mundial), es preciso ponerse al día con diversas obras que van desde el ya clásico estudio de Julián Juderías y Loyot “La leyenda negra y la verdad histórica” (trabajo premiado y aparecido por primera vez a la luz pública en el año 1914), a la “Hispanomanía” de Tom Burns Marañón publicada en el año 2000 en primera edición. Pasando, más recientemente, por “Leyenda Negra: una polémica nacionalista en la España del siglo XX” del doctor Jesús Villanueva y la que sería su antítesis: “Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español”, de María Elvira Roca Barea. Autora que ha sido la principal impulsora -si bien según ella habría pretendido lo contrario- de ese movimiento pendular sobre la Historia de España que ha pasado del pesimismo más sombrío y enfermizo, a una exaltación algo demencial y que debería ser atemperada por la lectura de estudios históricos sobre el tema más sosegados. Como el que en su día firmó el hispanista Joseph Pérez sobre esas cuestiones “negrolegendarias”… (Juderías y Loyot, J., 1914, Burns Marañón, 2014, Villanueva, 2011, Roca Barea, 2017, Roca Barea, 2019, Pérez, 2009).

Algo, todo esto, a tener muy en cuenta pues, como digo, afecta, y mucho, a la conmemoración de la primera circunnavegación del Mundo culminada por el marino guipuzcoano Juan Sebastián Elcano hace 500 años.

Recapitulemos: a imitación del notable esfuerzo que se hizo hasta el año 1992 para conmemorar el quinto centenario del Descubrimiento de América, ahora se está tratando de recordar y visibilizar este hecho -la primera circunnavegación- de una importancia histórica obviamente mundial. Se han hecho notorias publicaciones por parte de la Armada española e incluso una película de dibujos animados sobre la gesta de Elcano, tratando de llegar a las generaciones más jóvenes para que valoren ese importante patrimonio histórico. Se han hecho también exposiciones y parece ser, al menos parece, que va a haber, a lo largo de este año 2022 -que va ya por su tercer mes cuando escribo estas líneas- muchos más eventos conmemorativos, publicaciones, etc., entre las que estaría, por supuesto, esta misma del Ateneo guipuzcoano que recoge -por escrito- las conferencias que algunos fuimos amablemente invitados a dictar por él a finales del año 2021 en el ciclo que dedicó a esta cuestión (VV.AA., 2019).

Sin embargo… sin embargo, tal y como planteaba yo en mi conferencia dentro de ese ciclo, todo esto, ¿servirá realmente para que el 500 aniversario de esta primera vuelta al Mundo se convierta en un hecho histórico memorable y bien integrado en esas corrientes generales de la Historia mundial, de las que todo lo relativo a España parece estar excluido o situado en sus márgenes más irrelevantes?

Por una parte desearía que la respuesta a esta pregunta fuera un “sí” rotundo, por otra, como historiador ya algo avezado tras más de un cuarto de siglo de práctica, temo que no sea así. Aunque espero que este artículo ayude a remediarlo. Al menos en parte. Siendo tan útil como las exposiciones, las publicaciones, los actos conmemorativos -o, incluso, las películas de dibujos animados- para dar a la primera circunnavegación del Globo terrestre la importancia que tiene como hecho histórico y que parece no estar consiguiendo. Por más años que pasen, por más que se escriba o hable sobre ella…

Nada que debiera extrañarnos, pues, como he ido exponiendo hasta aquí, todo eso viene a desarrollarse sobre un marco realmente poco receptivo -por exceso o por defecto- para que sea asumido con la misma naturalidad y solvencia con la que se habla y escribe, a fecha de hoy, sobre, por ejemplo, el vuelo del avión de los hermanos Wright.

Por mi parte, tal y como planteaba en mi conferencia, aparte de describir a fondo esta problemática en relación a este quinto centenario de la primera vuelta al Mundo, trataré de aportar algunas indicaciones para paliar algo que, en definitiva, mutila no sólo nuestra propia Historia, sino la Historia general. Pues la expedición de Magallanes-Elcano (parece difícil de creer tener que resaltar algo tan obvio en el año 2022) fue un hecho de alcance global. De la misma importancia que, por no cambiar de ejemplo, la primera vez que un avión levantó el vuelo en el año 1903 en Kitty Hawk.

2. A vueltas con la Leyenda Negra otra vez. ¿Un problema interno o externo?

El conjunto de la obra de Julián Juderías y Loyot que acabo de mencionar en la Introducción de este trabajo, “La leyenda negra y la verdad histórica”, giraba en torno al modo en el que la España de su época -es decir: la de la Restauración borbónica de 1876- parecía haber aceptado un perfil intelectual muy bajo. Negándose a crear una Historia nacional -al estilo británico o francés- y dejando, por el contrario, que esa Historia de España fuera narrada, de manera muy negativa, por esas dos naciones que, en general y a intervalos históricos, fueron rivales de España en todos los campos.

Incluidas, por supuesto, las expediciones de descubrimiento y exploración mundial. Como fue el caso de la Magallanes-Elcano, que culminaría en el tornaviaje trazado por Andrés de Urdaneta y que -hasta 1815- crearía una de las primeras rutas de comercio verdaderamente global, que enlazaría Asia con América y de allí con Europa a través del famoso Galeón de Manila. Derrotero náutico de primer orden descrito en numerosa bibliografía, bien resumida, sin embargo, en compendios como el dirigido por el profesor Salvador Bernabéu hace pocos años (Bernabéu Albert, 2013).

Ese problemático horizonte, en el que la narrativa de hechos históricos como esos se deja en manos ajenas o parciales -inusitado para una nación con aspiraciones de cohesión interna y de viabilidad a futuro- no parece haber sido algo pasajero, propio de la desorientada España decimonónica.

En efecto, otras obras ya mencionadas en la Introducción de este mismo trabajo como la “Hispanomanía” de Tom Burns Marañón, constataban lo mismo apenas pasado un siglo de la publicación de “La leyenda negra” de Julián Juderías. Se trataría, pues, de una tendencia negativa sostenida, en España, en el tiempo. Como lo demuestran otros ensayos históricos de factura aún más reciente. Caso de, por ejemplo, “Nación”, del historiador Alfonso Mateo-Sagasta, que acaba de aparecer en estos comienzos de 2022 (Mateo-Sagasta, 2022).

Parece pues bien constatado, por firmas cuando menos solventes y diversas, que las fuerzas intelectuales españolas no han sabido gestionar su propia Historia nacional, ni han sabido narrarla. O han permitido un relato sesgado, escrito en muchas ocasiones desde una condescendencia extranjera que -mejor o peor intencionada- ha pasado por alto detalles importantes de esos hechos o los ha valorado a la baja.

La expedición Magallanes-Elcano parece haber sido, como decía, una víctima preferente de esa situación, en la que convergen tanto esa desidia (¿deberíamos decir que culpable?) desde el interior de la propia España, como una notable ayuda exterior.

Veamos, pues, con algo más de detalle, esta cuestión que está conduciendo -en este quinto centenario de la primera circunnavegación- a que ese hecho histórico capital pase, una vez más, como algo inexistente, irrelevante o eclipsado por otros navegantes que, en el mejor de los casos, sólo siguieron la estela de Magallanes y Elcano.

Por un lado debemos constatar, en primer lugar, que, a diferencia de lo que sostienen muchos exaltados hoy día en España, la culpa de ese singular proceso de ninguneo de los hechos históricos que atañen a ese país, no puede achacarse en exclusiva a una supuesta sistemática perfidia anglosajona.

Tomemos así, por ejemplo, las palabras de sir John H. Elliott, uno de esos hispanistas hoy tan denostados -por algunos- que, sin embargo, como la mayor parte de ellos, realizó un esfuerzo notable por recuperar el patrimonio histórico español.

Sir John dejó, en efecto, escritas notables palabras respecto al papel jugado por España en la exploración y descubrimiento del Mundo. Unas que bien merecen ser recordadas cuando nos ocupamos de cómo se ha valorado, a lo largo de la Historia, una expedición como la de Magallanes-Elcano y sus grandes logros a posteriori. Como la ruta intercontinental del Galeón de Manila.

Sería el caso del artículo “Aprendiendo del enemigo: Inglaterra y España en la edad moderna” recogido en la recopilación del año 2017 titulada “España, Europa y el mundo de Ultramar (1500-1800)”. Ahí sir John H. Elliott repasaba las relaciones entre ambas potencias -Inglaterra y España- y destacaba un caso muy a tener en cuenta en el tema del que nos ocupamos: el de un piloto de la compañía inglesa dedicada a comerciar con “Moscovia”. Es decir: la Rusia del siglo XVI. Dicho navegante recibió permiso para visitar la Casa de Contratación española en Sevilla -encargada de estas cuestiones- y salió de ella asombrado por el altísimo nivel de instrucción que recibían los pilotos españoles que debían guiar las naves hasta América y de vuelta a España (Elliott, 2017, p. 66).

Parece pues evidente, por notables ejemplos de calidad como éste, que los historiadores anglosajones no se han dedicado sistemáticamente a alentar leyenda negra alguna ni a tirar por tierra, u ocultar, los logros de los españoles en las expediciones de exploración mundial durante la llamada Era de los Descubrimientos.

Ahora bien, tan equivocado sería achacar sistemáticamente a todo anglosajón -de manera indiscriminada- esa mala intención innata en contra de la Historia española (con la que tantos errores propios se han disculpado o disimulado), como considerar que, en gran parte de los medios anglosajones, no existe ni la menor traza de tal actitud.

En efecto, si entre los historiadores de tal origen hay, o ha habido, quienes, cumpliendo fielmente con su deber profesional, han ponderado correctamente las aportaciones españolas a las expediciones de descubrimiento y exploración mundial, existe en sus países de origen otra corriente de pensamiento menos intelectual -pero más popular- que alimenta ideas muy similares a las que Julián Juderías y Loyot ya exponía a la opinión pública en 1914.

El siempre militante en estas cuestiones César M. Cervera, articulista habitual en el “ABC”, daba cuenta fehaciente de este recurrente asunto según el cual la mayor parte del público británico -y por extensión anglosajón- cree todavía en 2020 que el corsario inglés sir Francis Drake fue el primero en dar la vuelta al Mundo.

A ese respecto Cervera daba, en efecto, toda clase de detalles en su artículo de 11 de septiembre de 2020. Por ejemplo que en el programa de humor de la BBC 2 “Cunk on Britain” habían afirmado, por enésima vez, que el primero en circunnavegar la Tierra fue sir Francis Drake. Más allá de la broma de dudoso gusto, Cervera señalaba que el propio caballero Drake había dado pábulo a tal cuestión, añadiendo la leyenda “Primus circumdedisti me” al escudo nobiliario que se le concede por esa gesta iniciada en 1578 y culminada en 1580… (Cervera, 2020).

El artículo de César M. Cervera, aparte de algún pequeño error -por ejemplo rebautizar a la nave insignia de la expedición de Drake como Golden Hill (Colina de Oro) cuando en realidad era el Golden Hind, (Cierva de Oro)- rinde así un gran servicio a la tarea de explicarnos cómo, de manera recurrente, ha habido, en efecto, una fuerte corriente de opinión británica dedicada a eclipsar, a hacer desaparecer, de hecho, la expedición Magallanes-Elcano… de los libros de Historia y del imaginario histórico colectivo más cotidiano.

Ejemplos como estos -o eso espero al menos- creo que dejan bastante claro que tanto por faltas externas -no siempre achacables a la famosa perfidia de Albión como nos demostraba el profesor Elliott- como por las propias, excusadas por la Leyenda Negra -como dejan bien claro autores como Juderías, Mateo-Sagasta, Burns Marañón…- la expedición de Magallanes y Elcano, por más que cumpla este año medio milenio, tiene pocas perspectivas de verse consolidada como el hecho histórico capital que innegablemente es. Al menos desde el punto de vista de la Historia como Ciencia.

Ello es resultado, como hemos ido viendo en este apartado, tanto de un pésimo manejo de la cuestión en España (excusado muchas veces echando toda la culpa a la “Leyenda Negra”), como del terreno que esa actitud abona en países como Gran Bretaña, con décadas de ventaja sobre el depauperado edificio de las ciencias históricas españolas. Una situación que llevamos arrastrando demasiado tiempo y que, como vamos a ver en el siguiente punto de este trabajo, es uno de los principales responsables de la problemática que ahora afronta, en su quinto centenario, la expedición Magallanes-Elcano.

3. ¿Es posible normalizar, al fin, la Historia de España?

Si nos preguntamos sobre la razón, o razones, por las que en su quinto centenario la expedición Magallanes-Elcano no está obteniendo -ni previsiblemente va a obtener- el reconocimiento que le sería objetivamente debido, debemos partir, de nuevo, desde la constatación de que la Historia española lleva -demasiado tiempo- contándose (a diferencia de la francesa o la anglosajona) en una clave anómala. En la que se pasa del abandono a esas manos extrañas -y la depresión más negra y resignada por parte de los españoles- a una exaltación de la misma basta y chocarrera. A una Leyenda Negra pintada con numerosas capas de la más gruesa pintura rosa, que la hacen igual de inverosímil e impresentable en ambientes científicos de nivel internacional. Pues la conclusión de esa deriva intelectual se basa en premisas tan endebles como que, si algún defecto habría en la Historia de España -por ejemplo en el llamado “imperio” español en América-, dicho defecto sería producto no de hechos históricos bien estudiados y contrastados documento en mano, sino de una vasta conspiración extranjera que, por pura perfidia, trata de denostar a la actual España…

Se trata de un posicionamiento que es un verdadero lastre y al que hay que achacar, como digo, buena parte de esa problemática que ahora afrontamos con la efeméride del medio mileno que cumple la expedición Magallanes-Elcano.

La Historia de España, en definitiva, parece haber sido anormalizada, en buena medida, por los propios españoles, de manera sistemática, y esa ha sido una actitud decidida y conscientemente sostenida en el tiempo. De hecho, ahora mismo, en 2022, hay todavía toda una generación de españoles, que aún camina por este mundo en estas fechas, y fue adoctrinada en esos términos por determinados manuales -supuestamente educativos- de uso corriente en la España posterior a la Guerra Civil de 1936-1939.

La hoy, para muchos, famosa “Enciclopedia Álvarez”, es un buen ejemplo de esto. La Historia de España se cuenta -en ese texto fundamental en la didáctica de la época- en clave de marcha inexorable hacia la destrucción de ese país que culmina durante el “decadente” reinado de Carlos II. O, más aún, en los extranjerizantes -para dicha Enciclopedia- reinados borbónicos. Algo que sólo se ve detenido con el que el libro calificaba de “Alzamiento Nacional” y “Guerra de Liberación” de 18 de julio de 1936. El mismo que lleva a la guerra civil definida, también por dicho texto, como “Cruzada” contra los enemigos del país. Identificados, principalmente, con los comunistas enquistados en la caótica Segunda República española (Álvarez Pérez, 1959, pp. 796-797, 805, 816-817 y 820-823).

De ese relato de la “Enciclopedia Álvarez” sobre la Historia de España, tan peculiar (por más que destacados republicanos como el general Vicente Rojo lo corroborasen) eran parte, y no pequeña, los navegantes y exploradores de una cierta Edad de Oro (la de los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II) que se habría recuperado tan sólo con el golpe de estado de 18 de julio de 1936 (Rojo, 1974, Álvarez Pérez, pp. 820-823).

Entre esos navegantes y exploradores, por supuesto, contaba la “Enciclopedia Álvarez” a Juan Sebastián Elcano y Fernando de Magallanes. Merece, pues, la pena que nos detengamos en lo que se dijo, a muchos millones de españoles, sobre ellos hasta el año 1973, cuando la “Enciclopedia Álvarez” dejó de utilizarse con un nuevo plan de estudios, que, a decir verdad, no cambió muchas cosas a ese respecto. Como revelan las investigaciones de José Antonio Zapata sobre esta cuestión (Zapata Parra, 1998).

El relato sobre ambos navegantes en la “Enciclopedia Álvarez” es, en principio, más o menos aséptico. Así Magallanes, rebautizado aquí como “Hernando de Magallanes”, aparece como un portugués que “con la protección del Emperador Carlos V” sale de Sevilla en 1519 al mando de una expedición de cinco barcos y 265 hombres para descubrir un paso por mar al Océano Pacífico que, de hecho, esa “Enciclopedia” ya deja como descubierto por la expedición de Núñez de Balboa, que lo había alcanzado a través del actual istmo de Panamá (Álvarez Pérez, 1959, p. 771).

A esto añade la “Enciclopedia Álvarez”, de modo algo grandilocuente quizás, que tras descubrir el paso a través del estrecho que recibirá el nombre “de Magallanes”, la expedición se internará en el Pacífico y descubrirá el continente de Oceanía… (Álvarez Pérez, 1959, p. 771).

Ese relato de esta primera circunnavegación mundial en la Escuela franquista, acaba señalando que Magallanes morirá en una de esas islas de Oceanía “en lucha con los indígenas”, pero a este contratiempo responderá “un español, llamado Juan Sebastián Elcano” que se encargará de continuar el viaje. Uno que culminaba tres años después con un solo barco superviviente, asistido por tan sólo 18 tripulantes pero que “No obstante” había realizado “una hazaña extraordinaria”. No otra que la de dar la vuelta al Mundo por primera vez… (Álvarez Pérez, 1959, p. 772).

Ese es el sucinto relato que esa longeva “Enciclopedia” hacía de la expedición que, en este año 2022, cumple medio milenio. Como vemos no es nada demasiado estridente para lo que suele ser habitual en el exaltado ambiente cultural de la España del Franquismo. Al menos si pasamos por alto, claro está, la reivindicación del carácter español de Juan Sebastián Elcano que hoy, naturalmente, puede chirriar a muchas sensibilidades políticas.

Sin embargo el contexto en el que se presenta la expedición Magallanes-Elcano sí es muy revelador de la atrofia, de la anormalización -como hecho histórico- que ha sufrido ese episodio de los años 1519 a 1522. Y a manos supuestamente muy españolas y devotamente dedicadas a combatir a maléficos extranjeros entregados a denostar a España y su Historia por sistema.

En efecto, sobre la parte final del relato, Antonio Álvarez ofrece como ejercicio a sus jóvenes -e impresionables- lectores este poema: “Con instrumento rotundo/ el imán y derrotero/ un vascongado primero/ dio la vuelta a todo/ el mundo”. Después de esto y un poco más allá, en la siguiente página de la edición de 1959 que voy consultando, Álvarez iniciaba la Lección 29 valorando la que llamaba “obra de España en América y la leyenda negra” (Álvarez Pérez, 1959, pp. 772-773).

Los párrafos que seguían son verdaderamente elocuentes y más, como vamos a ver, puestos en relación a ese poema sobre la vuelta al Mundo que Álvarez dejaba como anónimo.

Así es. La “Enciclopedia” señalaba ahí que la obra de España en América disfrutaba de “una hoja de servicios” más limpia que la de ninguna otra nación. A lo que Antonio Álvarez añadía que, a pesar de esto, “nuestros tradicionales e implacables enemigos”, tiraban por tierra todo eso diciendo que España nada había hecho en el Nuevo Mundo. Dichas acusaciones “injustas de todo punto” eran, según Álvarez, “la famosa leyenda negra”, urdida por “ciertos países extranjeros, apoyados por algunos malos españoles” que la habían venido vertiendo sobre España “a través de los siglos” (Álvarez Pérez, 1959, p. 773. La cursiva es de Antonio Álvarez).

La respuesta a tan “inicuas acusaciones” es prácticamente la que se ha vuelto a dar en la actualidad con el revival pendular de la cuestión de la Leyenda Negra a combatir, ferozmente, en medios que hasta hace pocos años mostraban una cierta tendencia a la depresión y a la indiferencia abúlica hacia España y su Historia. Dada ya por amortizada -al parecer- en esos medios hoy, por el contrario, tan aguerridos (Álvarez Pérez, 1959, p. 773).

Es decir: Álvarez exaltaba que España había dado a América las Leyes de Indias para proteger al “indio”, la creación de escuelas y universidades, la imprenta, y, rozando algo el absurdo, la construcción de caminos y “florecientes ciudades” (deduciéndose de esto que, al parecer, las rutas de los incas y ciudades como Tenochtitlan no eran ni una cosa ni otra) o la exportación desde Europa de animales y cultivos desconocidos en América (sin mencionar la recíproca de tomate, tabaco, maíz…). A todo esto, finalizaba Álvarez diciendo que “por si esto fuera poco” España dio la recomendación de matrimonios entre españoles “e indios” para, al mezclar sus sangres, convertirse así en “hijos de un mismo Dios y hermanos de Jesucristo”. El hecho de que las naciones americanas llamasen a España “MADRE”, era, para Antonio Álvarez, autor de ésta, como vemos, audaz y militante “Enciclopedia”, la mejor prueba de esa obra histórica -sin tacha, sin defecto alguno- de España en América (Álvarez Pérez, 1959, pp. 773-774).

Todo esto, en su conjunto, como decía, dota de un interesante contexto a la descripción que el mismo autor hacía de la expedición Magallanes-Elcano.

De lo dicho quedaba claro que la misma era un episodio glorioso de esa obra de España en América, benéfica, sólo manchada por la insidiosa “leyenda negra”. Y si no tenía la importancia y el reconocimiento debidos, era sólo y tan sólo por esas causas…

Desde la calma que da el paso del tiempo y la consideración de los hechos históricos bajo la mirada de la Historia utilizada como ciencia, y no como herramienta de doctrina política, hay que señalar que, independientemente de la existencia de dicha leyenda, constatada por autores tan solventes como el historiador Joseph Pérez, era evidente que textos pretendidamente didácticos (como la “Enciclopedia Álvarez”) han dado a miles de españoles -a generaciones enteras- una idea totalmente anómala, desquiciada, de hechos como el suceso de la expedición Magallanes-Elcano y su verdadera importancia, convirtiéndola, al tirar por elevación, en un hecho en efecto anómalo. Casi fuera de lo que sería la Historia de la Humanidad. Algo que, sencillamente, no ayuda en nada a situar la Historia española en el contexto general, donde los historiadores de otros países ya se han encargado de reducir a su justa medida -como es habitual en toda práctica científica- las luces y sombras inherentes -y lógicas- a toda acción humana en el Tiempo.

El mismo Álvarez lo hace patente en sus palabras: lo que hizo España era extraordinario, anómalo y, en realidad, propio de un país que entra en decadencia apenas ha culminado esas gestas. Proceso de autodestrucción que se da no por cualquier razón, sino por haber dado cabida España en su seno a ideas “extranjeras”…

El callejón sin salida de planteamientos de reducción al absurdo como el de la “Enciclopedia Álvarez”, visto todo, una vez más, desde la calma -y desde una Historia científica y no manipulada políticamente en un sentido u otro- es obvio y patente: España, su Historia, sería siempre una cuestión excepcional, una anomalía que debe ser admirada ciegamente por propios y extraños y que, si es criticada, es sólo a causa de la envidia que ocasiona en los “extranjeros”.

Así la España pseudoimperial del Franquismo, heredera de toda una corriente de pensamiento reaccionario, encerraba a España en el mismo triste y alucinado destino de imperios reales como el chino: ensimismado en la idea de una grandeza que, aislada del resto de la Humanidad por su pretendida naturaleza admirable y única, acababa convirtiéndose en una nada que importaba a nadie. Salvo a un puñado de mandarines guardianes, y últimos beneficiarios, de esa polvorienta y acartonada tradición.

El mismo poema sobre Elcano que Álvarez copiaba -y que citaba yo un poco más arriba- da nuevas claves sobre este enfermizo proceso que tiende a autofagocitarse. Esos versos, como explicaba en la conferencia a que dio lugar este artículo, tienen toda una historia detrás que choca frontalmente con el estrecho guion utilizado por la “Enciclopedia Álvarez” para narrar -entre otros muchos hechos de la Historia de España- la expedición Magallanes-Elcano.

Hay distintas interpretaciones sobre el origen de ese poema. De todas ellas hablaba el catedrático Jon Juaristi en un artículo publicado en el año 2019 y titulado, precisamente, “Elcano”, que versaba sobre los famosos versos a la sazón de una de las exposiciones organizadas con motivo de este 500 aniversario de la vuelta al Mundo. Concretamente en el Museo Naval de Madrid.

En ese artículo señalaba Juaristi que, para Pío Baroja -el primero en atribuirles autor- son versos firmados por alguien de apellido Concha y acompañaban a un libro sobre navegación -el “Arte de navegar”- escrito por un piloto español del año 1673: Lázaro de Flores Navarro. Es decir, algo que, según la propia “Enciclopedia Álvarez”, no podía existir, pues en esas fechas, en pleno reinado del decadente Carlos II, tales cosas serían imposibles en una España camino del abismo histórico del que eventualmente sólo la habría sacado el “Alzamiento” de 1936 y la subsiguiente guerra civil (Juaristi, 2019).

Para otros, como el periodista Pedro Tena (sobre el que también hablaba el artículo de Juaristi) el autor de esos versos habría sido, en cambio, alguien que tampoco encajaría en ese estrecho discurso de la Ortodoxia histórica del Franquismo docente, pues sería un botánico, Casimiro Gómez Ortega, muerto en 1818 y autor de obras notables para la Ilustración española. Como la traducción de los “Elementos naturales y chymicos de Agricultura” del conde Gustavo Adolfo Gillemborg. Así, en este caso, los versos dedicados a Elcano, habrían sido producto no ya de un español inverosímil -para la “Enciclopedia Álvarez”- sino de un “mal” español (según la taxonomía o clasificación de esa misma obra). Uno de los que se había dejado ganar a lo largo de su vida por ideas “extranjeras” -las propias de la Ilustración- y que, por tanto, difícilmente podría haber cantado las loas correspondientes a la gran hazaña culminada por Elcano…

Esta reducción al absurdo del discurso histórico español, empezando por la propia Escuela primaria de la posguerra, creo, explica bastante bien la (a)normalización, devaluación y ninguneo progresivo de la importancia que tuvo -entre muchos otros hechos históricos relacionados con España- la expedición Magallanes-Elcano. Apartada radicalmente, por “buenos” y “malos” españoles (o peor o mejor intencionados), de las corrientes generales de la Historia de la Europa moderna de las que, lógicamente, emanaba y que, ateniéndonos al método de análisis científico, son las únicas que pueden explicar esos hechos y ponerlos en su verdadero valor histórico. Tras años en los que han oscilado entre una exaltación alucinada (como acabamos de ver), tímidos intentos de normalización y un atroz ninguneo para mejor glosar, al parecer, otras Historias como la inglesa. Como nos explicaba, por ejemplo, el artículo de 2020 de César M. Cervera citado en el apartado anterior de este mismo trabajo…

Obviamente, hoy por hoy, la respuesta a la pregunta que daba título a este punto de este artículo, es que la Historia de España dista mucho de haber sido normalizada en los últimos 150 años -y especialmente en los últimos 80- y, partiendo de esa premisa, es muy difícil que la expedición Magallanes-Elcano reciba el mérito histórico que objetivamente merece…

Y es que, aparte de todo lo ya dicho, existe un discurso historiográfico dominante a ese respecto y, por tanto, muy difícil de contrarrestar. Es justo el que describiré en el siguiente y último punto de este trabajo que también debería servir como conclusión del mismo. Y como punto de partida inicial para que empezásemos a plantearnos con más seriedad qué habría que evitar y qué habría que hacer para, finalmente, situar la expedición Magallanes-Elcano en el puesto destacado, y bien ponderado, que realmente merece en la Historia universal.

4. A manera de conclusión. Una única vuelta al Mundo y muchos imitadores. Nueva guía a la verdadera importancia de la expedición de Magallanes-Elcano

Como hemos ido viendo resulta difícil, por no decir casi imposible -dado el terreno sobre el que, por lo general, se ha asentado la Historia de España- aceptar, hoy por hoy, que la expedición de Magallanes-Elcano sea un hecho histórico que haya podido influir en la Historia de otros países europeos y, finalmente, a nivel mundial.

Bastará con recordar aquí, otra vez, cómo en 2020 todavía en Inglaterra se reclama que tal cosa no ha existido. O cómo la formación de varias generaciones de españoles pasaba por considerar lo hecho por su propio país en las expediciones de exploración y colonización, como un hecho extraordinario. Anómalo dentro de la Historia universal y, por eso mismo, envidiado por otros países que, sólo por esa razón, se habrían dedicado a denigrarlo gratuitamente.

Así las cosas, la posición que ocupa en los grandes medios de divulgación la expedición Magallanes-Elcano, tiene que ser necesariamente una muy devaluada.

Si nos fijamos en las novelas, más o menos históricas, que llegan al gran público y se convierten bien en “bestsellers” o, también, en películas que no hacen sino aumentar su proyección, todo lo relativo a esa expedición Magallanes-Elcano, ocupa puestos muy bajos en esa escala o “ranking”.

En efecto, ni siquiera autores de ascendencia anglosajona como Edward Rosset han logrado dotar a sus relatos sobre la expedición Magallanes-Elcano de ese prestigio internacional, de ese “allure”, que disfruta, por ejemplo, cualquier cosa que se diga sobre sir Francis Drake o sir Walter Raleigh. Es así el caso que una novela como “Los navegantes”, firmada por Rosset y dedicada tanto al viaje de Magallanes y Elcano como a la figura de Andrés de Urdaneta (descubridor del tornaviaje que facilita la creación de la ruta del Galeón de Manila), apenas ha conocido eco fuera de España. Y ni siquiera el actual quinto centenario de esa expedición parece haber conseguido dar más visibilidad a la misma (Rosset, 2006).

El “Baudolino” de Umberto Eco, por el contrario, es mucho más conocido. De esto deriva que la mayor parte del público, a nivel mundial, desconozca la expedición Magallanes-Elcano aunque gracias a ese libro conozca bien los laberínticos meandros de mentes medievales -como la de Marco Polo- que animarán, con sus historias semi-inventadas de grandes tesoros -y exóticas tierras llenas de exóticos personajes- el espíritu de descubrimiento y exploración que alentará a los hombres del Renacimiento como Colón, Magallanes, el propio Elcano… (Eco, 2001).

De esas sesgadas interpretaciones y divulgaciones de la Historia se derivaría necesariamente que nombres como los de Jacques Cartier o John Cabot gocen de un mayor prestigio, y eco histórico público, que la expedición de Magallanes-Elcano a la que, sin embargo, se limitaron a seguir los pasos. Todo para, como vamos a ver, tratar de imitarla y superarla -si les hubiera sido posible- trabajando al servicio de las dos potencias europeas directas competidoras -durante nada menos que tres siglos- de la España que financió tanto a Magallanes como recogió el fruto de la culminación de su viaje merced a la pericia marinera, la capacidad de resistencia y -sí, también- el sentido del deber de Juan Sebastián Elcano.

Así planteadas las cosas parece pues imprescindible considerar a esos dos exploradores, Cabot y Cartier, como personajes no ajenos a la eclipsada -y casi denostada- expedición Magallanes-Elcano sino, en realidad, un subproducto de ella pero destinado, como vamos a ver, a reemplazarla para el público francés y anglosajón.

Para ello es necesario preguntarnos quiénes fueron Jacques Cartier y John Cabot.

La primera respuesta con respecto a Jacques Cartier, es que fue un marino bretón, nacido en Saint-Malo un año antes de que Colón descubra América, y en su Francia natal el número de textos biográficos dedicados a él desde -como mínimo- el siglo XIX, nos da una lista sencillamente abrumadora, aplastante se podría decir.

Algo que se comprueba fácilmente con sólo consultar los fondos sobre la vida de este marino conservados en la Biblioteca Nacional francesa a través de este enlace https://data.bnf.fr/fr/12115432/jacques_cartier/.

A partir de ahí descubriremos una pauta en la descripción de este navegante francés del siglo XVI -contemporáneo de Juan Sebastián Elcano- que podemos comenzar con uno de los textos más antiguos disponibles sobre él, producido en los momentos en los que la Historia comienza a perfilarse como ciencia social, hacia finales del siglo XIX.

Es decir: la recopilación de documentos publicada en 1888 por F. Joüon des Longrais. Un antiguo alumno de la École nationale des chartes, centro fundamental de la Francia decimonónica para preparar a sus historiadores, archiveros…

En esa obra se plantea, ya de entrada, y pese a su seria actitud en la crítica de documentos -esperable en un producto de la École nationale des chartes- una analogía entre Cartier y, nada menos, que Cristóbal Colón respecto a la cuestión de los problemas de reclamaciones financieras que el marino genovés sufrió en los tribunales castellanos. Algo que, para empezar, sobredimensiona ya, por principio, la figura de Cartier. Lo cual, intencionadamente o no, sólo podía parar en perjuicio de otros navegantes contemporáneos suyos como Magallanes y Elcano (Joüon des Longrais, 1888, p. 3).

Apenas dos años después ese mismo público francés podía felicitarse de que las hazañas de ese navegante bretón, equiparadas de entrada con las de Cristóbal Colón, pese a su evidente menor calado, era loado incluso por autores anglosajones -como Joseph Pope- en una biografía originalmente en lengua inglesa y traducida al francés por L. Philippe Sylvain (Pope, 1890).

Obra, por otra parte, como nos dice su mismo autor, Joseph Pope, premiada en el concurso planteado por el Círculo Católico de Quebec y alentado por el teniente gobernador de esa provincia canadiense en 1888 (Pope, 1890, p. 5).

¿Cuál es el planteamiento inicial de esa obra sobre Cartier? Pope se queja de que incluso la propia Historiografía anglosajona de la época ha eclipsado la brillante Historia de Canadá, desplazando el foco de interés hacia las conquistas en Oriente, en la India sobre todo, y que, asimismo, las hazañas de los españoles en la conquista de otras partes de América, han oscurecido lo hecho en el Norte del continente. Y eso pese a que los que él llama “conquistadores” -así, en castellano en su texto original- se destacaron, sobre todo, por hechos de armas crueles y sangrientos. Unos que, en opinión de Joseph Pope, marcaron negativamente a España para siempre por esa sed de oro que este autor no ve más que como una miserable pasión, que se degrada aún más en la perfidia y la intriga si se compara con la acción, bien diferente, de los colonizadores de Canadá… (Pope, 1890, pp. 11-14).

Entre ellos Pope destaca a Jacques Cartier, reflejado como un intrépido aventurero que abre las puertas de Canadá a los europeos y que, como los demás soldados y marinos franceses, estaba animado (según este autor) tan sólo por la generosa pasión de civilizar y cristianizar a los “salvajes” nativos que habitaban aquellas tierras… (Pope, 1890, p. 15).

No regatea Joseph Pope a los pescadores vascos la presencia primigenia en Canadá antes de Colón y de Cartier (aunque compartida con sus colegas bretones y normandos), pero, en lo tocante a exploradores europeos, de ahí salta directamente a John Cabot (descrito como mercader veneciano residente en Bristol) y sus hijos, que habrían llegado a esas latitudes en 1497 bajo la protección del rey inglés Enrique VII (Pope, 1890, pp. 18-19).

Respecto a portugueses en la zona, la visión que da de ellos Pope, por comparación con Jacques Cartier, no es mucho mejor. Habla concretamente de un contemporáneo de Magallanes (a quien no menciona), el gentilhombre Gaspar de Corte-Real, que, en 1500, en lo que se llamaría Costa del Labrador, se dedica a capturar nativos para venderlos como esclavos en la metrópoli. Después, cegado por las riquezas de “las Indias”, habría abandonado, él y los demás portugueses, esas tierras a exploradores “más generosos y más humanos” (Pope, 1890, p. 21).

Cuando este libro de Joseph Pope comienza a tratar directamente la figura de Cartier, señala que el objetivo de su expedición -planteada ante la corte de Francisco I de Francia- es encontrar un paso a las Indias Orientales, buscado en vano, dice, en años anteriores a ese de 1533 en el que suceden los hechos que él describe, ninguneando así en su relato lo hecho por Elcano y Magallanes once años antes… (Pope, 1890, pp. 28-29).

Y esta minimización, o eclipse, de los hechos de Magallanes y Elcano en biografías de exploradores como Cartier, crea escuela, por así decir, tal y como Pope quería en 1889.

Así en biografías posteriores de Jacques Cartier, podemos encontrar un esquema similar. Tomemos el caso de una publicada en el año 1960 y firmada por Jacques Chabannes. En ella las cosas quedan muy claras incluso antes de que se inicie el texto propiamente dicho. Por ejemplo, en un listado cronológico de fechas clave relacionadas con los viajes de Jacques Cartier, se alude a Colón, por supuesto, y respecto al año 1520 se dice que es aquel en el que Magallanes pasa el estrecho al que dará nombre. Pero de ahí se salta al año 1522 para indicar que Cartier hace un viaje a Brasil en una expedición francesa y luego, sin solución de continuidad, se pasa al año 1524 donde sólo se destaca que Cartier es teniente de Verrazzano en una primera expedición a las costas del Norte de América (Chabannes, 1960, páginas sin numerar).

En las páginas que sirven de prólogo a ese mismo libro, Cartier aparece en ellas como hombre que quiere encontrar un pasaje a las Indias Orientales, que no desea ver a los franceses excluidos del reparto del Mundo, pero que aborrece las crueldades de los portugueses hacia los nativos a los que él, como veíamos en el libro de Joseph Pope (publicado en 1890), desea tratar humanamente y tan sólo cristianizar, mientras busca ese paso a las Indias Orientales. Un relato del que Elcano parece totalmente excluido, como si en 1522 no hubiera pasado nada. Menos aún la culminación de la primera circunnavegación mundial (Chabannes, 1960, pp. 12-13).

Algo más de dos décadas después, nuevas obras de divulgación acerca de Jacques Cartier parecen mejorar algo está cuestión. Así en la breve biografía firmada por un autor de apellido evocadoramente español, André Lespagnol -miembro, empero, del claustro docente de la Universidad de Alta Bretaña- al menos se alude en su cuadro cronológico a la expedición de Magallanes y cómo es culminada por “El Cano” en 1522 (Lespagnol, A., 1984).

Sin embargo, excepciones aparte como ésta, “El Cano” y lo que hizo apenas se reflejan en publicaciones dedicadas a estos temas para el público francés actual. Basta con indagar de nuevo en los registros de la Biblioteca Nacional francesa. Si encontramos referencias al tema se dan principalmente en periódicos antiguos. Por ejemplo en “La Dépêche” de Toulouse, que lo recuerda en el año 1937, cuando España se debate en una guerra civil que ya va casi por su primer año. Así lo indica ese rotativo en su página 2 de la edición de 23 de mayo de 1937 (un mes después del bombardeo sobre Guernica). En el encuadre dedicado a los “trágicos acontecimientos de España”, se insertaba una columna titulada “Avec les basques” (“Con los vascos”), firmada por Aubin Rieu-Vernet, el corresponsal de ese periódico enviado a ese frente, y que glosaba las virtudes “raciales” -ese es el término que él emplea- de los vascos desde los tiempos de Sertorio hasta el momento actual. Mereciendo estos incluso elogios del ex-premier británico Lloyd George, que aseguraba en esas fechas tener orígenes vascos… Allí este periodista francés de entreguerras loaba la hazaña de Elcano como continuador del viaje emprendido por el portugués Magallanes (así lo describe) y enlazaba esos acontecimientos con la expedición de Loaísa y la conquista de Filipinas por Miguel López de Legazpi (Rieu-Vernet, 1937, p. 2).

Sin necesidad de una guerra civil de por medio, ya en 1922 parte de la Prensa francesa recordaba el nombre de Elcano justo en el cuarto centenario de esa primera vuelta al Mundo. Es el caso de “Le Petit Parisien” de 16 de agosto de ese año 1922, que contaba a sus lectores cómo el 8 de septiembre se iba a celebrar en España el cuarto centenario de la primera vuelta al Mundo. El autor de esa columna, que firma como A. M., resaltaba especialmente la figura de Elcano y describía de manera bastante ajustada los fines y el desarrollo de esa expedición en busca de un paso hacia las Indias Orientales que sortease la recién descubierta América (A. M., 1922).

Sin duda esos extractos de prensa se hacían eco de lo publicado respecto a la expedición de Magallanes en lengua francesa en los últimos años del siglo XIX. Como sería el caso de la obra de, por ejemplo, Hippolyte Vattemare (Vattemare, 1882, pp. 35-36).

Sin embargo, a medida que nos adentramos hacia el siglo XXI, las noticias sobre Elcano en obras escritas en lengua francesa se hacen más escasas, menos destacadas. Las apariciones en grandes obras de Historia firmadas por profesionales de primer nivel como François Crouzet o François Furet, por ejemplo, apenas lo mencionan y lo subsumen todo, en el mejor de los casos, en torno a Magallanes que, como sabemos, no culmina la circunnavegación (Crouzet-Furet, 1998, p. 55).

Así, si las menciones individualizadas a Elcano aparecen, suele ser en publicaciones como revistas profesionales del Mundo del Mar y son prácticamente anecdóticas. Caso de la revista “Marine et Océans” editada por la asociación de oficiales de la reserva de la Marina francesa. Por ejemplo en su número de julio a septiembre de 2012, Jean-Stéphane Betton dedicaba un artículo a los grandes veleros y hacía mención a la presencia del buque-escuela Juan Sebastián Elcano -en el muelle de los corsarios de Saint-Malo- pero tan sólo añadía que el barco era llamado así en honor al que este autor describe como lugarteniente de Magallanes… (Betton, 2012, p. 68).

¿Qué ocurre con respecto a los Cabot? Probablemente no será sorprendente averiguar que algo muy similar a lo que ha ocurrido con Jacques Cartier: pese a su carácter de navegantes secundarios, se les ha magnificado en el mundo anglosajón y así, de rechazo, se ha eclipsado la expedición Magallanes-Elcano. Si seguimos el mismo camino bibliográfico que hemos seguido con Cartier, basta con repasar, por ejemplo, las páginas de una obra publicada en 1896 para descubrir un rastro similar. En ella se describen las peripecias de Giovanni Caboto, transformado en John Cabot al ponerse al servicio de la monarquía inglesa, se alude con frecuencia al viaje de Magallanes y a la expedición a las Molucas, pero Juan Sebastián Elcano (transcrito como “El Cano”) aparece mencionado sólo tres veces en esa obra que tiene como subtítulo “Un capítulo de la Historia marítima de Inglaterra bajo los Tudor (1496-1557)”. Y sólo es para recordarlo como, en primer lugar, quien regresa a Sevilla en 1522 llevando especias que alentarán a una segunda expedición a las Molucas liderada por Sebastian Cabot, vigilada por el emperador Carlos y financiada por mercaderes sevillanos. Asimismo se recuerda ahí a Elcano como el que trae de vuelta en 1522 a dos de los compañeros que se embarcarán con Cabot hijo. A saber: Martín Méndez, descrito como sevillano de buena familia, recompensado con una pensión de 200 ducados y con poder llevar el mismo lema que Elcano en su escudo -“Primus circumdedisti me”-, al igual que otro de esos supervivientes que también se embarcan con Cabot, Miguel de Rodas, hombre de confianza del césar Carlos en ese nuevo viaje. Eso es todo lo que hay en un libro para el público decimonónico anglosajón que, además, describe en su prefacio a Sebastian Cabot como uno de los más grandes cosmógrafos y navegantes que nunca hayan existido y el fundador de la prosperidad y poder marítimo británico… (Harrisse, 1896, pp. viii, 185 y 197-198).

No parece, como en el caso de Cartier, que las cosas hayan cambiado mucho a ese respecto en textos más actuales y ya pasados -al menos en teoría- por el filtro de una mejor y mayor crítica historiográfica, más científica si así se quiere ver.

Es el caso, por ejemplo, verdaderamente llamativo, de la obra de Zachary Anderson, autor que ha investigado -entre otros temas- las misiones españolas en Norteamérica. En su libro dedicado a John Cabot -y publicado hace tan sólo siete años- Elcano no aparece mencionado ni una sola vez y Magallanes sólo en dos ocasiones. Una de ellas para señalar que fue quien circunnavegó el Mundo sacando así de la escena histórica a Juan Sebastián Elcano… (Anderson, 2015).

Puede que no haya conclusión más contundente a un artículo como éste que esas escuetas palabras de Anderson. Si nos preguntamos para qué culminó la vuelta al Globo Elcano hace ahora 500 años, parece ser que fue para ser olvidado casi de manera sistemática. ¿Podrá el mal avenido quinto centenario de esa primera circunnavegación hacer variar esto? Evidentemente sólo el tiempo nos lo dirá, si bien el historiador que esto escribe tiene serias dudas viendo en perspectiva el enquistamiento casi secular de la Hispanomanía tanto dentro como fuera del país -España- que debería reivindicar la figura de Juan Sebastián Elcano. Primer circunnavegador del Mundo y, por tanto, quien abre una de las primeras rutas intercontinentales. La del tornaviaje desde Asia a México que unirá tres continentes hasta 1815 por medio del Galeón de Manila…

Cabe preguntar también si habrá, en el País Vasco, en España… -los lugares más afectados por esa curiosa deformación de la Historia- voluntad de afrontar decididamente -pero sin estridencias absurdas- algo que, en definitiva, degrada no sólo nuestra Historia más o menos nacional, sino la universal al falsear aquellos hechos que tuvieron lugar hace ahora cinco siglos. Cuando la nao Victoria culminaba la genuina y única primera circunnavegación del Mundo bajo mando del getariarra Juan Sebastián Elcano el 8 de septiembre de 1522. Hace ahora 500 años…

De una respuesta u otra a estas preguntas dependerá todo. Sin duda.

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