La primera circunnavegación: un marco para el encuentro de lenguas

Mª Teresa Echenique Elizondo
Profesora en la Universidad de Valencia

Imagen: Junueth Vilchis Ortiz

1. Preámbulo

Juan Sebastián Elcano llega a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 tras mostrar el valor y la sagacidad necesarios para vencer dificultades sin cuento, con los diecisiete supervivientes que lograron coronar la empresa proyectada por Fernando de Magallanes. Aproximarse a la biografía de ambos personajes depara una sobrecogedora experiencia vital. Pocos hitos de la historia muestran una convivencia de lenguas como la contabilizada en la primera circunnavegación.

Magallanes, caracterizado por José de Arteche como “hombre herido por el ansia de descubrir que su patria sentía como ningún otro pueblo del mundo”, se había embarcado en la expedición de Almeida camino de las Molucas, a las que no arribó, pero a las que siempre ambicionó llegar por camino distinto a la difícil y peligrosa ruta del Cabo de Buena Esperanza, consiguiendo finalmente probar la comunicabilidad de los mares al traspasar el estrecho austral. Claro que no fue él quien culminó la gesta, sino nuestro Elcano, quien, al proseguir por el océano Índico, inauguraba la globalización ibérica. Juan Se­bastián había surcado ya el Mediterráneo al servicio de Carlos I «en lebante y africa» (según reza la conocida real cédula del perdón), espacios frecuentados desde hacía siglos por navíos de Guetaria que comerciaban con puertos andaluces y mediterráneos en general.

2.Encuentro de lenguas en tierra firme.

Portugal y España contaban entonces con financieros de aventuras marítimas, que, desde Amberes, mantenían ramificaciones bancarias y comerciales con los Fugger, los Welser o con banqueros italianos, para empresas marítimas del eje Lisboa-Sevilla. Era también época de los primeros encuentros de Erasmo con España (1516-1520), cuando Cisneros proyectaba la Biblia políglota en Alcalá y Antonio de Nebrija publicaba la Gramática castellana. Portugal se había adelantado en aventuras marítimas, pero de Andalucía partía Cristóbal Colón rumbo a las Indias y se fraguaba la empresa de rodear la tierra por mar concebida por Fernando de Magallanes.

Antes de la primera circunnavegación, Portugal había llegado a monopolizar la costa de África, el Océano Indico desde Buena Esperanza hasta Malaca, que traficaba con las islas Molucas, con China y hasta con Japón, territorios por los que la lengua portuguesa se expandió al tiempo que incorporaba préstamos que después traspasó el español (biombo, del japonés; charol, del chino; carambola, bambú, juegos malabares, de lenguas indias y malayas, o macaco, de África). Se explica por ello que Portugal desestimara la ruta del oeste propuesta en su país por Magallanes, pero eficazmente gestionada luego en Sevilla, centro entonces del imperio colonial español, donde concertó entrevistas celebradas con Carlos I en territorio castellano. No podemos reproducir, pero sí recrear imaginativamente, sobre la base de noticias históricas, el peculiar castellano hablado por ambos. Fernando de Magallanes, originario del noroeste portugués, había llegado a Sevilla el 20 de octubre de 1517; se defendía en un español con rasgos portugueses. Carlos I, que contaba dieciocho años cuando patrocinó la expedición magallánica, había aprendido español de Luis Cabeza de Vaca en Flandes, pero tardó en dominarlo y, tras su llegada a España en 1517 (año en que Magallanes llegaba a Sevilla), las Cortes de Castilla reunidas en Valladolid (donde había procuradores como Alonso Ochoa y Antonio de Bermeo, por Sevilla y por Jaén, respectivamente, vascos asentados en Andalucía) le juraron como rey en 1518 con la petición de que aprendiera a hablar castellano correctamente; lo habría mejorado para cuando Elcano y Bustamante fueron a contarle el viaje algunos años después, y, más tarde, tras su matrimonio (1526) con su prima Isabel de Portugal, que, como portuguesa culta, no ignoraba el español, pues el propio Camõens escribió poemas en castellano y un autor portugués como Gil Vicente ilustra los libros de la literatura española.

Convertida, como Lisboa, en centro comercial multicultural de un mundo nuevo que iba ensanchando las tierras y sus orillas, Sevilla experimentaba el trasiego de gentes y mercancías llegando a convertirse en núcleo medular de nivelación lingüística de variedades hispánicas. Por aquel entonces contendían por erigirse en modelo de habla del español dos normas castellanas norteñas (de Castilla la Vieja y de Castilla la Nueva) y una meridional (andaluza-extremeña). Antonio Martínez de Cala y Xarana, andaluz de Lebrija que ha pasado a la historia como Antonio de Nebrija, se decantó por la norma castellana, y su gramática, la primera de una lengua románica en ser impresa, sirvió de ejemplo para otras como el catalán o el francés. No fue ello obstáculo, en todo caso, para que Andalucía difundiera mayoritariamente en América la norma meridional.

Además de los vascos asentados en Andalucía, convivían en Sevilla variedades lingüísticas de la colonia portuguesa, fácilmente integradas en el habla, dado que el portugués de entonces no se había distanciado del español tanto como lo ha hecho después. Si recreamos el proceso mediante el cual, una vez terminada una embarcación en Zarauz o en Portugalete en el siglo XVI (donde sabemos que trabajaban marinos gallegos, como en la expedición a la Especiería de García Jofré de Loaísa en la que murió Elcano, que se montó en Portugalete y salió de La Coruña), se trasladaba a Galicia, cosa que tenía lugar en un momento caracterizado por un dinamismo económico de la costa vasca sin parangón en la historia vasca hasta la industrialización, ya en Galicia se unía a la flota algún portugués o italiano antes de dirigirse a Sanlúcar de Barrameda. Tras una estancia en Sevilla y tras haber recibido nuevas incorporaciones de gente diversa, las expediciones partían rumbo a América por la ruta que Diego Catalán dibujó como “puente flotante de madera” del español meridional con escala en Canarias.

Por lo tanto, desde antes del comienzo del viaje de circunnavegación se había producido en tierra firme un encuentro de variedades lingüísticas, al que se incorporaron quienes traían lenguas de otros países. En la armada magallánica la mayoría era española, siendo andaluces los más numerosos, seguidos por vascos, castellanos, gallegos, y, en menor medida, extremeños, navarros, un aragonés, un asturiano, así como otros de región no definida, además de portugueses, italianos, franceses, griegos, alemanes, flamencos, irlandeses y un inglés, entre otros. Junto a españoles y portugueses, portadores de diferentes modalidades peninsulares, había, pues, hablantes de otras lenguas integrados en el puzle combinatorio de acentos.

En la flota, además, dos africanos, un natural de Goa, dos malayos y un morisco terminaban de componer “aquel abigarrado conjunto de desesperados”, como los definió José de Arteche: uno de esos “desesperados” era Elcano, que, de no haber perdido su barco de manera irregular, difícilmente se habría alistado en aquella armada. A ellos hay que añadir cuatro últimas incorporaciones en Canarias y también Joãozinho Lopes de Carvalho, hijo de João Lopes de Carvalho, quien lo había tenido en Brasil y quien, después de haber regresado a Portugal, fue aceptado en la armada magallánica; conocido como “Niñito”, viajó con su padre a bordo de la Concepción hasta que finalmente lo perdió en Borneo de forma triste. Fue el único brasileño de la primera expedición en cruzar el estrecho de Magallanes, como ha recordado con orgullo Paulo Roberto Pereira.

Podemos, pues, reconstruir algunas notas lingüísticas de la colorida flota. Los dialectos romances del norte peninsular constituyen los únicos segmentos supervivientes hasta hoy del latín originariamente asentado allí. El portugués norteño de Magallanes formaría un continuum con el gallego, puente, a su vez, entre el portugués y el castellano, sin olvidar que el asturiano constituiría el eslabón entre el gallego y el castellano del norte (en la expedición de Magallanes embarcó al menos un asturiano); por su parte, el portugués meridional confluiría con mayor naturalidad con el extremeño y andaluz en su conexión con la norma meridional del español (uno de los supervivientes era de Alcántara y había al comienzo de la expedición numerosos andaluces, además de otros extremeños más). La transición entre lenguas queda incluso documentada por las propias denominaciones teñidas de resonancias lingüísticas: Francisco Rodríguez era apodado “portugués de Sevilla”, y Vasco Gómez Gallego “el Portugués”, uno de los que llegó a desembarcar en Sanlúcar de Barrameda, era de Bayona (Pontevedra). Entre los doce hombres de la Victoria retenidos a la vuelta como prisioneros en Cabo Verde regresaron algunas semanas más tarde a Sevilla, vía Lisboa, Pedro de Chindurza o Chindarza (marinero) y Vasquito (grumete). Entre los cinco supervivientes de la Trinidad que habían emprendido una ruta de regreso distinta desde las Molucas y llegaron más tarde a Lisboa, había un italiano y un alemán, además de tres españoles. Nicolás el griego era de Nauplia o Napflia (Napoli di Romania), lugar de encuentro entre griegos, francos, venecianos, por aquel entonces: resulta evidente que él era griego. La armada magallánica de cinco naos iba compuesta en su totalidad por más de doscientos cuarenta hombres.

3.El universo lingüístico de la travesía marítima

A la singularidad de la situación en la flota hay que añadir el exotismo del periplo. Una vez comenzada la travesía marítima, fueron entrando en contacto con diferentes culturas y lenguas, no de forma semejante a la multidireccionalidad espacial que caracteriza a las redes sociales en tierra firme, sino con carácter discontinuo, que conduce a reflexionar sobre lo visto y aprendido: es lo que hizo Antonio Pigafetta en el viaje dejándonos anotaciones de alto valor antropológico. Pese a la poca simpatía que despierta por haber ignorado a Juan Sebastián una vez tomó el mando de la Victoria y por su comportamiento posterior, el italiano tenía interés enciclopédico: bajaba a tierra a comunicar con los pueblos que encontraba y escribía después los glosarios (brasileño, patagón y de las islas del mar del Sur como las Filipinas, las Molucas o de Malaca también) con lo que “enseñaba deleitando” al modo renacentista, en palabras de Clotilde Jacquelard.

Hoy tan solo es posible, claro está, esbozar una mención esquemática de las lenguas con las que el viaje entró en contacto. En Brasil, los expedicionarios tocaron tierra en la bahía de Santa Lucía: el diario de Pigafetta contiene la pri­mera descripción antropológica de los tupinambás de Río de Janeiro, donde recogieron a Niñito, que probablemente hablaba una lengua de la familia guaraní, quizá el Guaraní Mbyá, idioma amerindio del grupo tupí-guaraní (el carioqués que hoy se habla allí es una variedad del portugués de Brasil, es decir, formada con posterioridad); había entonces entre quinientas y mil lenguas indígenas en Brasil, de las que hoy “solo” se conservan unas ciento ochenta. Después, Argentina: estuario del Río de la Plata. De allí a lo que Magallanes llamó “la Patagonia” (puerto de San Julián, Patagonia, con duros acontecimientos). Cruzaron el estrecho de Magallanes en octubre-noviembre de 1520; son bien conocidas las noticias sobre los patagones, que quizá hablaran tehuelche, lengua que parece haber sido de tipo ergativo, como el euskera.

Tres meses sin tocar tierra hasta llegar finalmente a las futuras islas Marianas (a la isla de Guam en concreto, la más meridional), vinculadas a España desde 1521 hasta 1898-99. Sus habitantes y su lengua son conocidos por el nombre de chamorro, probable denominación recibida a partir de la colonización española, si bien la lengua, perteneciente a la rama malayo-polinesia de la familia austronesia, se hablaba ya entonces. En Filipinas Magallanes desembarcó en la isla de Homonhon, en la zona por la que un siglo antes se habían movido las flotas de Zheng He. La admiración que este viaje causa, en particular su exploración de la Micronesia y de las Filipinas, continuada por Elcano en las islas Molucas, puede entenderse mejor si se pone esta navegación en el contexto histórico de la zona y en su comparación con los informes chinos de viajes, escritos ochenta años antes de las noticias debidas a Pigafetta y otros. Posiblemente ambicionaban los españoles en estos archipiélagos indonesios lo que los portugueses acababan de empezar a experimentar en las rutas de la India, a saber, la sustitución de China en el comercio intra-asiático. Lo cierto es que los viajes de unos y otros contribuyeron a los cambios que los mapas registraron a partir de 1523 en las cartografías europeas renacentistas y en todo ello quedaron involucradas lenguas y culturas muy diversas.

Hasta las islas Canarias, las de Cabo Verde y la costa sur de Brasil, la expedición viajó por territorios explorados y cartografiados. Desde allí, Magallanes sabía cómo llegar a las islas Molucas, pues había participado en la toma portuguesa de Malaca en 1511, pero la muerte de Magallanes y la huida de su siervo malayo, Enrique, dejaron a la expedición desorientada. Intérprete nativo asiático, conocía la lengua local cebuana tan distinta al malayo (que Magallanes había aprendido en su viaje anterior), lo que está seguramente en la base de una cierta envidia que este hecho provocaba en el marino portugués, tal como fue recreado por Stefan Zweig en la conocida biografía de Magallanes en que el gran escritor austríaco omite mención alguna a Juan Sebastián Elcano

Lo que podía haber sido un viaje breve desde Cebú a las Molucas, se convirtió en una travesía sin rumbo cierto de varios meses, que se fue enderezando con la ayuda de los “moros” [sic] capturados a tal fin, como relata Pigafetta en su diario. No hay noticias concretas sobre lenguas. En Filipinas se hablan hoy unas ciento setenta lenguas, casi todas del grupo filipino, dentro de la familia austronesia; hay también otras lenguas minoritarias por influencia de comunidades de inmigrantes y por motivaciones históricas: español, chino, árabe, japonés, malayo, coreano y algunas lenguas indostánicas, marco que recrea la panorámica de nuestro viaje, al igual que el contacto con las Molucas. En estas islas, cuyos pobladores son hoy una mezcla de austronesios, indonesios, malayos y papúas (y hay también población de origen portugués), los árabes introdujeron el Islam desde la isla de Java en el siglo XV y el catolicismo apareció en el XVI con los portugueses. De allí salió la Victoria en solitario para España en noviembre de 1521 al mando de la expedición de regreso. La Trinidad se quedó en el puerto de Tidore para ser reparada
y volver por el Pacífico: tras ser apresada por los portugueses, algunos de sus tripulantes regresaron finalmente a Lisboa tiempo después .

Elcano decidió regresar a España bordeando África por rutas conocidas navegando hacia el oeste y evitando en lo posible los puertos africanos, controlados por portugueses. La falta de víveres le obligó finalmente a repostar en las islas de Cabo Verde, cuya lengua iba siendo ya entonces el portugués que hoy ha dado lugar a sus propios criollos, donde varios tripulantes fueron apresados por el gobernador y el resto tuvo que huir apresuradamente. Curiosamente, las noticias históricas no dicen que fueran descubiertos por rasgo lingüístico alguno, sino por pagar los víveres con especias. Allí descubrió Elcano que en su cuenta del tiempo llevaban un día de menos, consecuencia de haber dado una vuelta completa al mundo. Por fin, la expedición llegó a Sanlúcar de Barrameda en 1522, con sólo 18 hombres de los más de doscientos que habían partido de allí mismo tres años antes, para volver a tomar contacto con la España del humanismo.

4. Final

El desembarco de Elcano en Sanlúcar coincide con la muerte en Alcalá de Henares de Antonio de Nebrija. Ambos personajes históricos constituyen dos modelos lingüísticos bien diferenciados: Nebrija conocía bien las modalidades peninsulares (andaluz de origen, había vivido en Salamanca, Sevilla, Alcalá, Villanueva de La Serena) y centró su vida en la codificación de la lengua castellana a partir de un conocimiento excelente del latín. Elcano, hablante de castellano y euskera, tuvo contacto, antes y durante el viaje, con distintas variedades lingüísticas. Frente al gramático Nebrija, Elcano representa la praxis comunicativa, el hablante y viajero comunicador, pero ambos confluyen en la pasión por el saber, pues, mientras nos admira que Elcano llevara libros de astronomía escritos en latín que consultaba y comentaba en el viaje, no es menos sorprendente que Nebrija fuera el introductor de la cosmografía ptolemaica en la Universidad de Salamanca. Ahora bien, si Nebrija representa el ideal del humanista erudito por formación y por vocación que consagró su vida a la construcción de un tronco común para una Filología erasmianamente entendida como unidad de sabiduría, como ha escrito Felipe González-Vega, Juan Sebastián Elcano emerge a la historia por puro azar, por haberse conjugado en su inquieta biografía una serie de circunstancias que fueron concatenando los hechos hasta convertirle en autor de la insuperable proeza.

Elcano nació en Guetaria y fue a morir a las costas del continente americano; todo un símbolo, como Legazpi, como Urdaneta (testigo de la muerte de Elcano en su segundo viaje), como también Zumárraga, todos ellos vascos que terminaron sus vidas en América. El detallado testamento de Elcano, escrito en trance de muerte a bordo de la nao capitana en su segundo viaje, hoy espléndidamente editado y acompañado de todo lujo de detalles, se ha convertido en su mejor biografía. Excelente muestra del español preclásico, comienza con una prez, seguida del deseo de que se hagan sus “aniversarios y obsequias en la dicha villa de Guetaria, en la Iglesia de San Salvador, según a persona de mi estado, en la huesa donde están enterrados mi señor padre y mis antepasados”. La lápida de la iglesia guetariarra, en la que se lee hoyprimum circumdedisti me, reclama el origen del hijo nacido allí, pero, como escribió José de Arteche con palabras que aún sobrecogen, “Elcano no está enterrado allí; su sepultura es la única digna de su hazaña”: la inmensidad del océano.

Bibliografía, notas y fuentes:

Algunos de los trabajos que han servido de base a estas páginas han sido escritos por J. A. Achón Insausti (“La primera experiencia global”), C. Jacquelard, (“6 de marzo de 1521: “Magallanes en las islas de los Ladrones”), M. L. Odriozola Oyarbide (“Construcción naval el Gipuzkoa en el siglo XVI”), F. Txueka Isasti: (“Juan Sebastián Elcano desde la atalaya de Getaria”) o D. Zulaika (“Los vascos en la expedición de Magallães-Elcano”), en el volumen dedicado a Elkano por el BRSBAP, 74 (2018).

Manuel Romero Tallafigo es autor del detallado volumen en que hace acopio de la totalidad de datos conocidos en torno a la vida y época de Juan Sebastián sobre la base de su testamento, El testamento de Juan Sebastián Elcano (1526). Palabras para un autorretrato. De todos modos, la alta calidad de su trabajo no invalida la biografía novelada escrita por José de Arteche, que sigue constituyendo una obra maestra de la literatura escrita en espacio vasco: Elcano, Madrid: Austral, 1972 (en su segunda edición tras haber añadido numerosas notas, texto reproducido en José de Arteche, un hombre de paz, José M.ª Urkia Etxabe coord., Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, San Sebastián, 2006 II, 21-170).

El libro de Marcel Bataillon, Érasme et l’Espagne: recherches sur l’histoire spirituelle du XVIe siècle, Paris, E. Droz, 1937; trad. española de Antonio Alatorre, Erasmo y España: estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, México, Fondo de Cultura Económica, 1966 (2.ª ed. en español, corregida y aumentada, edición original en francés, Paris 1937), resulta imprescindible para valorar el humanismo en la España del siglo XVI. De complemento inexcusable resulta ahora La pasión de saber. Vida de Antonio de Nebrija, escrito por Martín Baños, Pedro (2019, Huelva: Universidad de Huelva), y mucho más que una reseña es el trabajo a él dedicado por González-Vega, Felipe, (2020): “Los cambiantes rostros del sabio. A propósito de Pedro Martín Baños, La pasión de saber: Vida de Antonio de Nebrija”. Etiópicas. Revista de letras renacentistas: 155-155 (http://uhu.es/revista.etiopicas/) [fecha de consulta: 12/01/22], que amplía el panorama sobre el siglo XVI español. Antonio Sánchez Martínez (2011): “Cosmografia y humanismo en la España del siglo XVI: la Geographia de Ptolomeo y la imagen de América”. Scripta Nova: Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. 15: 348-386, aporta, a su vez, datos que iluminan aspectos de la época de Juan Sebastián.

J. E. Borao Mateo (“Las crónicas de los viajes de Zheng He y de Magallanes-Elcano”), P. E. Pérez-Mallaína(Los navegantes del océano”) o P. Roberto Pereira (“Brasil en la ruta de la primera vuelta al mundo: la estancia de la flota de Magallães en Río de Janeiro”) han escrito trabajos importantes para la reconstrucción del viaje en: V Centenario de la primera vuelta al mundo. Congreso Internacional de Historia «PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME», Valladolid 2018.

Cuanto hoy sabemos sobre el euskera de Juan Sebastián Elcano y su tiempo está integrado en la Historia de la lengua vasca, J. Gorrochategui, I. Igartua y J. A. Lakarra (eds.)(2018): Vitoria-Gasteiz, Eusko Jaurlaritza / Gobierno Vasco (Kultura eta Hizkuntza Politika Saila / Departamento de Cultura y Política Lingüística, Eusko Jaurlaritzaren Argitalpen Zerbitzu Nagusia / Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco), que incluye también el trabajo de J. J. Larrea con el título “Introducción histórica: el período 1400-1600”.