La Ruta de las Especias

-Una aproximación histórica desde sus inicios hasta la Era de los Descubrimientos-

Álvaro Ibáñez Fagoaga
Historiador

Imagen: Rosa Mariscal

El 6 de septiembre de 1522, hace exactamente 500 años, se culminó una de las gestas marítimas más importantes de la Historia de la Humanidad. La Primera Vuelta al Mundo, broche de oro de la Era de los Descubrimientos, fue además la desencadenante de una primigenia globalización que, tejida a través de una nueva y compleja red de interconexiones económicas de tipo colonial, sentó los cimientos de la economía capitalista y globalizada que rige nuestros tiempos.

Inspirado quizás por El Toisón de Oro, condecoración casi omnipresente en los retratos del César Carlos, el todopoderoso Rey Emperador trató entonces de emular los prodigios de Jasón y sus argonautas poniendo a disposición de la Corona de Castilla un nuevo y más terrenal Vellocino de Oro: las Islas de las Especias.

Estos modernos argonautas, comandados esta vez Magallanes y Elcano, emprendieron entonces una larguísima y extenuante epopeya bajo el paraguas de la flamantemente creada Armada de la Especería, creada con el único pretexto de ampliar los dominios castellanos hasta las ignotas Islas Molucas, situadas en tierras del Archipiélago Malayo, buscando con ello arrebatar la única gran región productora de la Ruta de las Especias aún fuera del dominio portugués.

Pero, ¿Qué hacía tan importante a esta Ruta? ¿Qué implicaciones económicas tenía el control efectivo de las misma? Y, sobre todo, ¿por qué se dice que la Ruta de las Especias ha sido no sólo una de las estructuras económicas más importantes de la Historia de la Humanidad, sino también uno de sus motores más relevantes?

El inicio del comercio de especias en el mundo mediterráneo

Una vez aclarado esto, la primera incógnita que debe resolverse a la hora de comprender la longevidad e importancia de la Ruta de las Especias reside en aclarar quienes fueron los responsables de la conexión entre las principales regiones productoras (India, Sri Lanka e Indonesia) de las 5 grandes especias consumidas a lo largo de la historia (Pimienta negra, canela, clavo de olor, jengibre y nuez moscada) con el mundo mediterráneo. Y en este aspecto, Roman Hereter y Mark Cartwright, no dudan en responsabilizar de ello a los fenicios.

Situados en las actuales costas de Siria, Líbano e Israel, fueron sin duda la primera gran civilización talasocrática y comercial del Mediterráneo. Desde sus enormes puertos de Tiro, Biblos y Sidón, su dominio de la navegación y el comercio, asentados mediante la creación de emporios comerciales estratégicamente situados a lo largo de las costas mediterráneas, les convirtió durante cinco siglos (XII- VII a.C) en la primera gran super potencia comercial del Mediterráneo.

Sus complejas redes fueron capaces de interconectar lugares tan distantes como las Islas Británicas y Chipre, creando a lo largo de todo el Mediterráneo un complejo entramado económico capitaneado por Tiro y Cartago.

Un comercio que, en opinión de Cartwright, fue el responsable de la extensión por todo el Mediterráneo no sólo de las especias de la India, sino también del cedro libanés, el lino y el papiro egipcios, los metales ibéricos, las sedas chinas y las lanas e inciensos venidos desde Arabia.

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Tiro, separada de la costa por una franja de agua de apenas 500 metros, fue la más grande y poderosa de todas las ciudades fenicias. Con casi 40.000 habitantes, vivirá durante el siglo VIII a.C su particular edad dorada. Y precisamente serán estos los tiempos, en los que se convertirá en el centro de distribución de pimienta y canela del Mediterráneo. Un comercio que, pese a no tener aún un volumen de gran consideración, su elevadísimo precio fomentó su entronamiento como una de las ciudades más prósperas del mundo antiguo (además de instituirse como el primer gran enlace comercial entre India y el Lejano Oriente con el mundo mediterráneo).

Precisamente por esto, Tiro y las demás ciudades fenicias se convirtieron pronto en objeto de deseo de las grandes potencias de Oriente Próximo, sufriendo durante los siglos siguientes los envites de los grandes imperios mesopotámicos. Su destino fue oscilando entonces entre la condición de ciudades libres y ciudades tributarias de los imperios asirio y babilonio, hasta que la abrupta irrupción del Imperio Persa se apoderó de todo Fenicia en el 538 a.C.

Este suceso, en apariencia catastrófico para la región, trajo consigo un enorme impulso para el comercio de especias, pues gracias a la imparable expansión de los aqueménidas un mismo estado extendió sus fronteras desde Fenicia, principal centro de distribución de especias en el Mediterráneo, hasta la India, principal región productora de especias del momento.

Así las cosas, el comercio de especias adquirió durante el dominio persa de Fenicia (539-333 a.C) una nueva dimensión. Las caravanas de dromedarios circulando entre Fenicia y la India se convirtieron en algo cada vez más habitual, y Darío I (522-536 a.C) consciente de lo conveniencia de trasladar este comercio al mar, envío al marino y explorador Escílax de Carianda a descubrir una nueva ruta marítima desde el Indo hasta el Mar Rojo para, después, bordear las costas de la Península Arábiga con la intención de crear una ruta marítima que, al llegar a las costas más septentrionales del Mar Rojo, pusiesen rumbo directo al Nilo a través de la ampliación final del milenario Canal de los Faraones.

Las inscripciones persas situadas en los alrededores del canal afirman que Darío I logró conectarlos, mientras que historiadores clásicos como Estrabón o Plinio el Viejo afirman que, pese a sus intentos, no consiguió conectarlos directamente. Sea como fuere, no hay dudas al respecto de la importancia dada por Darío al comercio de especias, siendo el primer líder de un gran imperio en ser consciente del potencial económico de encontrar una conexión marítima entre el Mar Rojo y el Mediterráneo para el comercio de especias.

El comercio de especias en el Egipto Ptolomeaico.

Así las cosas, y visto lo visto hasta este momento, el control del cada vez más lucrativo comercio de especias pudo perfectamente ser unas de las razones principales del afán conquistador de Alejandro Magno en su imparable avance hacia Oriente, o al menos eso es lo que afirma Roman Hereter. Esta hipótesis, osada sin duda, viene sin embargo respaldada por varios de los eventos más trascendentales de las campañas de Alejandro:

La relación entre el tristemente famoso Sitio de Tiro (332 a.C), episodio tras el cual fue deliberadamente arrasado el primer gran centro de distribución de especias, con la siguiente gran campaña de Alejandro, que tuvo como objetivo la conquista de Egipto en vez de Persia, nos revela, ya de manera definitiva, como la fundación de una ciudad (Alejandría) que sirviese de encrucijada comercial griega entre Europa, Asia y África era una de las máximas prioridades de Alejandro. Además, por si todo esto fuese poco, la incesante insistencia de Alejandro de prolongar sus conquistas hasta el corazón de la India, lugar ya por todos conocido como el corazón de las especias del mundo, rinde también buena cuenta de la importancia que tuvo para Alejandro la conquista de tan preciada región.

Sin embargo, con su prematura muerte y la posterior división de su imperio entre sus generales, un nuevo y atomizado tablero geopolítico se hará con el control de su efímero Imperio. En Egipto, la irrupción de la dinastía ptolomeaica traerá consigo una serie de cambios de enorme relevancia en la economía del país de los faraones, destacando de entre todos ellos la relevancia histórica y comercial que adquirirá la recientemente creada 4Alejandría dentro del contexto del comercio de larga distancia en general, y del comercio de especias en particular

Sin la competencia de la desaparecida Tiro, y con el atractivo doble de la prosperidad del Nilo y la satisfacción de las nuevas necesidades de la población griega de Egipto de adquirir productos de su tierra natal, el puerto Alejandría pronto se convertirá en uno de los más atractivos de todo el Mediterráneo, algo que además se verá enormemente facilitado gracias por las posteriores labores realizadas por los ingenieros de Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a.C) por todo el territorio egipcio.

Esta vez sí, los ingenieros de la flamante nueva dinastía egipcia fueron capaces de resolver el enorme reto de unificar en un canal los cursos del Nilo y el Mar Rojo, que estaban situados a diferentes alturas. Así las cosas, el Canal de los Faraones sería ahora capaz de interconectar Alejandría con Arsínoe, ciudad portuaria recientemente creada por Ptolomeo II en el Golfo de Suez, creando así por primera vez una conexión directa entre el Mar Rojo y el Mar Mediterráneo.

Como era de esperar, el comercio internacional entre el Mar Rojo y la India fue ampliándose progresivamente a través de la compleja navegación de cabotaje descubierta por el persa Darío, y que partiendo de los puertos egipcios del Mar Rojo, bordeaba las actuales franjas costeras de Yemen y Omán hasta llegar al Estrecho de Ormuz, en donde proseguirían su tedioso viaje por las costas persas, ahora bajo el dominio de un estado helenístico similar al egipcio, hasta llegar al Indo, lugar en el que los comerciantes árabes y griegos se harían con las preciadas especias provenientes de la India y el Archipiélago Malayo para emprender un viaje de vuelta que, tras remontar el final del trayecto a través del Canal de los Faraones, se dejaría llevar por el curso del Nilo hasta llegar a la megalópolis alejandrina.

Este importante eje comercial, en creciente expansión, tuvo su punto culminante gracias al geógrafo y navegante Eudoxio de Cícico, quien realizó dos viajes a la India a finales del siglo II a.C haciendo uso de los vientos monzónicos, pudiéndose así abrir una nueva ruta marítima que discurriría en línea recta desde el Golfo de Adén hasta la costa de Malabar, lo cual no sólo acortó significativamente el viaje, sino que atrajo a los comerciantes directamente hasta los centros de producción de especias situados al sur del subcontinente indio.

Sin embargo, la peligrosidad del puerto de Arsínoe, unida al creciente volumen comercial experimentado con el descubrimiento de los vientos monzónicos, terminó por desplazar la mayoría del volumen del comercio de especias con la India fuera de Arsínoe y el Canal de los Faraones, desplazándose así a dos ciudades fundadas a su vez por Ptolomeo II, y que pronto se erigirán como los dos puertos del Mar Rojo más relevantes en el comercio de especias de la antigüedad: Myos Homios y Berenice.

Había nacido la Ruta de las Especias.

Consolidada pues la ruta, las antiguas rutas caravaneras dieron paso a una nueva y prometedora ruta marítima que alzará a Alejandría como la urbe más rica y populosa del Mediterráneo, siendo ésta el punto de partida de las crecientes exportaciones de especias hacia Roma, las polis griegas y los estados helenísticos surgidos en Anatolia, el Levante y Oriente Medio.

Roma y el comercio de especias.

Una de las pruebas incontestables de la importancia del comercio de especias para el siglo I d.C, es la evidencia de la llegada de una embajada india a Hispania dn busca del conquistador del Egipto Ptolomeaico, Octavio Augusto, quien tuvo a bien recibir a embajadores indios, quienes, además de mostrar sus respetos al nuevo Emperador, expresaron su firme voluntad de seguir con el comercio de especias ya asentado entre Egipto y la India. Augusto, convencido del potencial de este lucrativo comercio, ordenó construir entonces nuevos buques especialmente diseñados para el comercio de larga distancia con la India, lo cual vino secundado además por una calculada política monetaria destinada a proveer a estas flotas con monedas de oro y plata de la más alta calidad.

En este sentido, el Periplo del Mar Eritreo, texto escrito por un comerciante egipcio en ruta hacia la India, nos rinde buena cuenta del nivel de desarrollo y sofisticación que había adquirido la Ruta de las Especias para mediados del siglo I d.C. Un texto que, en opinión de Schoff es:

El primer registro de negociación organizada con las naciones de Oriente en buques construidos y comandados por las gentes del mundo Occidental”.


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En el Periplo, 3 puertos egipcios (Arsínoe, Berenice y Myos Hormos) y 4 puertos indios (Barbaricum, Barygaza, Maziru y Arikamendu) serán los encargados de proveer al Imperio Romano de especias a una sociedad cada vez más habituada a su consumo.

La importancia de esta red comercial, que creció de manera exponencial durante el Alto Imperio (siglos I-II d.C), está además secundada por evidencias arqueológicas tan significativas como las dos inscripciones latinas encontradas en una isla del Golfo de Adén, a más de 1000km del último confín del Imperio en Oriente, y que atestiguan la existencia de un puesto de control aduanero fortificado destinado tanto a evitar el contrabando como a dotar a las flotas mercantes romanas de un soporte defensivo antes de llegar a mar abierto.

Fueron estos los tiempos en los que la canela y el clavo de olor, originarios de las mismas Islas Molucas que Magallanes y el Cano pretendían encontrar con su periplo, comenzaron también a comercializarse de manera más o menos generalizada en el Mediterráneo, vertebrándose así una nueva extensión de la Ruta de las Especias que, teniendo a la India como intermediaria, conectaba las islas productoras de especias de Indonesia con los paladares más refinados del Imperio.

En cuanto a la pimienta negra, reina de todas las especias, fue sin duda la gran protagonista del comercio entre la India y la Antigua Roma. Traída en cantidades ingentes hasta todos los confines del Imperio vía Alejandría, su precio fue reduciéndose progresivamente hasta que, por primera vez en la Historia de Occidente, una especia dejó de considerarse un artículo de lujo para ser comúnmente utilizada por todas las capas sociales.

No es de extrañar entonces que los paladares romanos estuviesen educados en los sabores especiados, y prueba de ello es el De re Coquinaria, único libro de recetas romano que nos ha llegado en su totalidad, y en donde Hereter nos resalta la presencia de la pimienta negra en el 75% de las recetas del libro.

Jardines, teatros y villas Romanas se habituaron también los fuertes olores de especias e inciensos, adquiriendo su demanda tal volumen, que en el año 92 d.C, el Emperador Domiciano mandó construir en las cercanías de la Vía Sacra unos monumentales almacenes destinados a servir como centros logísticos del recientemente creado Distrito de las Especias. Estos Horrea Piperataria fueron tan monumentales que, pese a su posterior destrucción, su magnitud puede aún estimarse gracias a la más tarde construida Basílica de Majencio, situada exactamente sobre los cimientos de los Horrea, y que está considerada como la mayor construcción de la era imperial romana.

Durante el apogeo de la Ruta, Estrabón afirmaba alarmado como 120 barcos del mayor tonelaje posible eran cargados de monedas y oro y plata cada año para satisfacer el insaciable apetito de especias adquirido por la sociedad romana. Mientras que Plinio calculará el coste del consumo de especias para las arcas romanas en unos 55 millones de sestercios anuales.

El mundo mediterráneo, que no poseía ningún bien que los indios deseasen con tanta fuerza como los romanos ansiaban sus especias, tuvo que resignarse a efectuar los intercambios con las mejores monedas de oro y plata disponibles, pues esta fue la única forma de pago que aceptaban. Este desmesurado desembolso anual, criticado también por figuras como Plinio o Séneca, desembocó en una endémica balanza comercial negativa para las arcas de Roma, que veía cómo lo mejor de sus minas de oro y plata se transportaba hasta la India en una tendencia que, en opinión del teórico financiero William Bernstein, fue una de las mayores contribuciones al agotamiento económico del Imperio, ya que durante sus siglos de mayor esplendor dilapidó sus mejores reservas en lujos superfluos.

La pimienta negra llegó a tener tal peso político, que Hereter afirma que fue la única razón por la que Trajano (98-117 d.C) conquistó el reino de los nabateos, pues así evitaría cualquier posible competidor en su distribución, llegando a asegurar incluso que Marco Aurelio (161-180 d.C), consciente de su importancia social, la eliminó del listado de especias sujetas a las tasas aduaneras del puerto de Alejandría por miedo a meter mano en el comercio de la que sin duda fue la especia más importante de la gastronomía romana.

Todo este comercio vertebrado durante el apogeo del Imperio ha dejado pocas pruebas arqueológicas en el mundo mediterráneo debido a lo efímero de los sacos donde las especias se transportaban, sin embargo si dejó su impronta en India, en donde cabe destacar el tesoro de Nagoda, con más de 1.500 monedas romanas en un solo yacimiento, así como el yacimiento de Arikamendu, en donde la gran cantidad de ánforas romanas de aceite y garum encontradas podrían ser la prueba del establecimiento de una comunidad de comerciantes romanos en la costa oriental de la India que, posiblemente, sirviese de enclave intermedio entre Roma y las especias venidas del Archipiélago Malayo.

El comercio de especias en la Antigüedad Tardía.

Sin embargo, todas estas huellas del comercio directo entre Roma y la India desaparecerán a partir de la crisis del siglo III, momento a partir del cual el final de expansión romana trajo consigo tanto agotamiento de sus finanzas como el final del comercio directo de Roma con la India.

Al sur, El Impero Aksumita (siglos I – VII d.C), con núcleo en la actual Etiopía, se hará con el control de ambos márgenes del Golfo de Adén, cerrando el paso a Roma y convirtiéndose en intermediario necesario en las relaciones comerciales entre India y el Imperio. Al este, el Imperio Parto (247 a.C – 224 d.C) sin duda uno de los enemigos más duros del Imperio, y qu tal como haría contra Craso, Marco Antonio o Trajano, le disputaría el control de Mesopotamia para, en opinión de Hereter ivertebrar un comercio alternativo de especias mediante la venida de caravanas desde India hasta Mesopotamia evitando la ruta romana del Mar Rojo.

Finalmente, el Imperio, acosado en todas sus fronteras, será dividido por Diocleciano (284-305 d.C), quedando así separados los destinos de Roma y Constantinopla. El Imperio Romano de Occidente, desposeído ahora de Egipto y el Mar Rojo, observó también con resignación como Alejandría y la Ruta de las Especias quedaban fuera de sus dominios, perdiéndose así la provincia más rica y próspera del Imperio.

Roma, acosada sin cuartel por los pueblos germánicos, y desposeída de sus enclaves más prósperos de Oriente, poco a poco fue cediendo terreno ante las constantes acometidas venidas desde el norte, cediendo progresivamente terreno hasta que finalmente, el general Odoacro, deponga al último emperador de Roma en el 476 d.C.

Aún así, podemos afirmar con rotundidad que Constantinopla fue una digna sucesora de Roma. La ciudad, que llegó a alcanzar el medio millón de habitantes, se vio notablemente enriquecida gracias al comercio de trigo y especias que desde Alejandría dejó de partir rumbo a Roma para ser ahora almacenado en la capital del Imperio Bizantino. Así las cosas, pese a la Caída de Roma y el colapso del Imperio Romano de Occidente, la Ruta Antigua de las Especias siguió viva gracias a un poderoso entramado comercial y urbano vertebrado a través de cuatro grandes ciudades que superaban ampliamente los 250.000 habitantes (Constantinopla, Éfeso, Antioquía y Alejandría), que siguieron consumiendo ampliamente las especias venidas desde Oriente.

Aún así, nuevos competidores hicieron entonces aparición desde el este, destacando de entre todos ellos al Imperio Persa Sasánida (226-651 d.C), que artículo una Ruta de las Especias alternativa haciendo uso de los puertos del Golfo Pérsico y Mesopotamia. No es de extrañar pues, que las guerras por el control del Egipto bizantino y la Mesopotamia sasánida fuesen recurrentes durante los siguientes siglos. Algo que, en opinión de Hereter, estará enormemente influenciado por lo anteriormente mostrado, pues el deseo de ambos contendientes de eliminar la competencia mutua alimentó donde queda meridianamente reflejado hasta qué punto bizantinos y sasánidas dieron importancia al control de estas redes comerciales.

Especialmente devastadora será la última de estas guerras bizantino-sasánidas, que entre los años 602 y 628 d.C sumirá a todo Oriente Medio en la más absoluta desolación. Los ejércitos persas, aliados con los ávaros desde Europa, perpetraron una exitosa ofensiva combinada desde Oriente y Occidente en la cual el Imperio Bizantino tuvo que replegarse hasta Anatolia, y que alcanzará su punto culminante en el 626, momento en el que un ejército combinado de ávaros y persas alcanzarán las murallas de Constantinopla en un asedio que parecía preconizar el final del Imperio Romano de Oriente.

Sin embargo, las impenetrables Murallas de Teodosio consiguieron salvar a la ciudad al tiempo que un hermano del emperador vencía a los sasánidas en otro frente, iniciándose a partir de ese momento una sucesión de rampantes victorias bizantinas que llevarán a las huestes del emperador al corazón del Imperio Sasánida

Los bizantinos, profundamente extenuados, conseguirán así conservar el Levante, Mesopotamia y Egipto, aunque a cambio tuvo que sacrificar todos sus territorios europeos, que fueron absorbidos por los ávaros. Mientras tanto, los sasánidas, sumidos en la bancarrota y los constantes interregnos, hicieron lo posible para evitar que el caos más absoluto se apoderase de su otrora floreciente imperio.

La Ruta Alto Medieval de las Especias

Fue precisamente este el momento en el que el Califato Ortodoxo (632-661), heredero directo de las conquistas de Mahoma en Arabia, hicieron aparición de entre los desiertos para encontrarse dos imperios, el bizantino y el sasánida, al borde del colapso. En apenas 20 años, el Sasánida fue conquistado al completo, mientras que los bizantinos sólo pudieron salvarse gracias a las impenetrables murallas de su capital y al providencial fuego griego.

Poco tiempo más tarde, un segundo asedio fallido de Contantinopla (717-718) definirá el nuevo equilibrio geopolítico de Oriente Medio y el Mediterráneo, en donde, pese a que los árabes no logren hacerse con capital bizantina, conseguirán a cambio arrebatarle el control del Levante, Mesopotamia, Egipto y el Mar Rojo. El Imperio Bizantino, salvado in extremis, se replegará entonces sobre sí mismo, entregando el control del Mediterráneo a los sucesivos califatos, entrando así definitivamente el comercio de especias en la Edad Media.

Fueron estos los tiempos de los Radanitas (siglos VIII-XI), comerciantes de origen judío que tejieron una serie de redes comerciales basadas en linajes familiares, influencias económicas y contactos con las altas esferas para, desde Europa hasta la India, mantener un comercio de larga distancia que había sufrido la mayor sacudida de su historia. Desaparecido el Imperio Sasánida, y con los bizantinos fuera de combate en el Mar Rojo y el Mediterráneo, ellos fueron los responsables de proseguir con un comercio de larga distancia en el que, en palabras de Pirenne:

Toda intervención estatal desaparece en la anarquía del feudalismo”.

Así las cosas, una nueva concepción del comercio, vertebrada a través de asociaciones mercantiles basadas en alianzas matrimoniales y pactos entre clanes, se hará cargo de un nuevo comercio de larga distancia marcado por la atomización del territorio, la inseguridad y la interminable lentitud de las travesías.

Ellos fueron los que, en medio de la enemistad total entre el Mediterráneo cristiano y musulmán, articularon durante varios siglos el comercio de especias entre los Califatos del Mediterráneo Oriental y el Imperio Carolingio y los diferentes estados feudalizados de una Europa Occidental notablemente empobrecida y atomizada.

Además, el precio de las especias, inflado deliberadamente por los peajes establecidos por los estados islámicos en su camino hacia Europa Occidental, se incrementaron hasta tal punto que hicieron su consumo inasumible para la inmensa mayoría de la población.

Llegados a este punto, y en radical contraste con la historiografía clásica, hemos de destacar la Teoría de Pirenne, quien afirma que fue este empuje arabo-islámico, y no las de las invasiones germánicas, los que trajo a Europa sus tiempos más oscuros. Con el comercio de larga distancia entre los estados germánicos (romanizados) y su contraparte bizantina destruido en mil pedazos, las estructuras económicas romanas aún en pie, basadas principalmente en el comercio mediterráneo, acabaron con uno de los pocos remanentes que mantenían en pie los mínimamente centralizados estados de Europa Occidental, y que tuvieron en el Imperio Carolingio un leve aunque ilusorio atisbo de recuperación.

La segunda mitad del siglo IX será sin duda el punto más oscuro, momento en el que la piratería sarracena se hará con el dominio total del Mediterráneo Occidental al tiempo que los pueblos escandinavos comenzaron a asolar las costas atlánticas. La anarquía, el descontrol y el pillaje llegarán entonces a su máxima expresión, produciéndose la quiebra definitiva de los estados centralizados, que darán paso a un nuevo y atomizado sistema feudal profundamente ligado a la tierra, y en el que la quiebra total del estado trajo consigo una atomización del territorio que convirtió en residual no sólo el comercio de especias, sino también cualquier atisbo de comercio de media o larga distancia.

La cuestión de las Cruzadas.

Con el paso del tiempo, Europa Occidental resurgirá tímidamente de sus cenizas gracias al empuje comercial de las Repúblicas Italianas y la creciente solidez mostrada por el reino de Francia, surgido de entre las cenizas del Imperio Carolingio.

Los siglos X y XI serán sin duda trascendentales para esta recuperación.

En la Península Ibérica, los diferentes estados cristianos pondrán coto a la hegemonía total de Al-Ándalus, mientras más al norte, los pueblos escandinavos se cristianizan y feudalizan, apoderándose de Inglaterra a mediados del siglo XI, e integrándose dentro del sistema feudal europeo. En Francia, un resurgir urbano e institucional comenzará a florecer también durante estos siglos, erigiéndose así como el estado feudal más poderoso de la Edad Media. Además, genoveses y pisanos arrebatarán el control del Mediterráneo Occidental a los piratas sarracenos progresivamente, propiciándose así un nuevo renacer económico y urbano en las riberas cristianas del Mediterráneo Occidental. Finalmente, al margen de las vicisitudes de la Europa Cristiana, Venecia quedó a salvo de los envites germánicos, sarracenos y vikingos gracias a su condición insular y a sus fuertes conexiones con el Imperio Bizantino, siendo el único hilo conductor entre Constantinopla y Europa Occidental.

Así pues, las emergentes flotas comerciales de las repúblicas italianas, que junto a las elites francas vivían un fuerte renacer económico y social, pusieron sus ojos en un Mediterráneo Oriental vetado para ellos desde el siglo VIII.

En opinión de Hereter, el ansia por recuperar las riquezas inherentes al comercio con el Mediterráneo Oriental, puerta de entrada tanto de la Ruta de las Especias como de la Ruta de la Seda, fue uno de los principales motores que activaron las maquinarias estatales franca e italianas a la hora de apostar decididamente por la recuperación de Tierra Santa, algo que además puede verse claramente reflejado observando las estrategias seguidas por los ejércitos cruzados.

La Primera Cruzada (1095-1099, la más exitosa de todas ellas, fue la responsable de la creación de 4 nuevos estados en el Levante, pero ¿Quiénes fueron los principales responsables de su éxito?

Sin duda alguna, la logística de aquellas primeras fulgurantes conquistas habría sido del todo impensable sin el apoyo total y expreso de Pisa, Génova y Venecia, que a cambio de pertrechar a los cruzados lograron hacerse con barrios enteros en Jerusalén, Acre, Antioquía o Edesa. Lugares desde los que monopolizaron el comercio de sedas y especias que, casi inmediatamente después de las primeras conquistas, consiguieron gracias al éxito de abiertas negociaciones con regentes de Alepo y Damasco, quienes en teoría eran su más acérrimos enemigos

Eso por no hablar de muchos de los protagonistas de la Primera Cruzada, como Bohemundo I, regente de la ciudad costera de Tarento, Guglielmo Embriaco, reputado mercader italiano, Godofredo de Boullión, regente de la Marca de Amberes o los Robertos de Flandes y Normandía. Desde Tarento, situada estratégicamente al sur de la Península Itálica, hasta Flandes, Amberes o Normandía, en el norte de Europa, pasando por supuesto por las repúblicas comerciales de Genova, Pisa y Venecia, todos los grandes actores de la Primera Cruzada eran parte indispensable del resurgir económico de los siglos X y XI, lo cual nos da buena cuenta de hasta qué punto los máximos responsables de la Primera Cruzada poseían más que probadas razones para luchar por el control del comercio del Mediterráneo Oriental.

No sería pues de extrañar que las motivaciones económicas tuviesen un peso primordial en el devenir de las próximas Cruzadas, viéndose con absoluta claridad como los objetivos de los Estados Cruzados, centrados en su más inmediata supervivencia, solían contrastar con los objetivos puramente económicos que solían venir de la mano de cada nueva empresa.

Así las cosas, durante la Segunda Cruzada (1144-1248), las tropas al mando del rey de Francia y el Emperador del Sacro Imperio decidieron cambiar los planes iniciales, que consistían en recuperar el Condado de Edesa, para atacar Damasco, algo que Hereter afirma que no pudo tener otra explicación más allá del irrefrenable deseo de los cruzados por hacerse con el control de uno de los centros de distribución más importantes de seda y especias del momento.

Siguiendo esta estela, Reinaldo de Chatillon, uno de los príncipes cruzados más importantes del siglo XII, construirá una flota de buques de guerra a los que hará cruzar el desierto de Jordania para, tras botarlos en el Mar Rojo, perpetrar una sistemática campaña de piratería y saqueo destinada a menguar los enormes ingresos que el Sultanato Ayubí (1171-1250) recibía a través de la Ruta de las Especias.

Esta osada incursión supuso el final del acuerdo de paz entre los Estados Cruzados y el sultán Saladino, probablemente el más brillante líder político y militar de todo el periodo cruzado, vetó entonces la entrada de mercaderes no musulmanes al Mar Rojo, consciente probablemente de la importancia vital del comercio de especias para sufragar sus campañas contra los cruzados.

Por otra parte, quizas la Cuarta Cruzada (1198-1204) sea el ejemplo más paradigmático de la prevalencia de los intereses comerciales frente a los políticos y militares, en la cual los ejércitos cruzados fueron motivados por Venecia a atacar Constantinopla, la principal valedora del cristianismo en Oriente Medio, en vez de suplir a los Estados Cruzados con los tan ansiados refuerzos que llevaban largo tiempo esperando. Esta campaña, inexplicable en términos políticos y militares, sólo puede explicarse mediante la creciente rivalidad existente entre Venecia y Constantinopla por el control del comercio en el Mediterráneo Oriental, y pese a que la influencia comercial de Venecia creció enormemente tras la temporal caída del Imperio Bizantino, el enorme debilitamiento que supuso este interregno para la mayor potencia cristiana del Mediterráneo Oriental fue sin duda un factor claramente negativo para los intereses de los Estados Cruzados.

Finalmente, la Quinta Cruzada (1218-1221), al igual que la Cuarta, volverá a dejar de lado a los Estados Cruzados para, después de deambular sin un objetivo definido por Tierra Santa, decida poner rumbo al Delta del Nilo, desde donde intentaron infructuosamente conquistar El Cairo, sede, además del Sultanato Ayubí, del centro logístico encargado de distribuir las especias desde el Mar Rojo hasta Alejandría.

Como era de esperar, la falta de lógica en los planes militares terminó por hacer desaparecer a todos los Estados Cruzados, que apenas tuvieron una duración de 200 años.

Sin embargo, las Cruzadas, desastrosas en el plano político y militar, supusieron un vuelco total en el equilibrio de poderes del Mediterráneo, pues gracias a las mismas las redes comerciales del Mediterráneo Oriental pasaron a estar en manos de genoveses y venecianos, auténticos nuevos señores del comercio en el Mediterráneo.

Venecianos y Mamelucos: La Ruta de las Especias en la Baja Edad Media.

Las Cruzadas, tal y como hemos explicado anteriormente, fueron la ocasión perfecta para que las repúblicas comerciales italianas se apoderasen de las rutas comerciales del Mediterráneo Oriental, dentro de las cuales resaltará Venecia por su extremado pragmatismo económico. Los regentes venecianos no vacilarán ni un segundo ante las amenazas de excomunión venidas desde el Papado de Roma, y no tardaron en aprovechar la ocasión para firmar suculentos tratados comerciales con Alepo, Damasco o Alejandría al tiempo que ponían todos sus esfuerzos en llevar una cruzada hasta las puertas de Constantinopla, el único competidor cristiano de envergadura que podía enfrentarse a los Venecianos.

A partir de este momento, Venecia se convirtió en el intermediario necesario con el cual casi todas las naciones cristianas debían negociar para poder nutrirse de especias, cuyo consumo además había vuelto a alcanzar niveles notables gracias al renacer económico y urbano de los siglos XII y XIII. Venecia, que había cultivado relaciones comerciales con los árabes desde los tiempos de las Cruzadas, se encontraba pues en una posición comercial ventajosa, lo cual terminó por convertir a la ciudad de los canales en una de las más ricas y opulentas de Europa.


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Por otra parte, otra de las consecuencias más importantes de las cruzadas fue la reunificación de Egipto y el Levante bajo el Sultanato Mameluco de Egipto (1250-1517), quienes fueron, en opinión de Walter Fischer, los mayores comerciantes de especias entre los siglos XII y XV.

Dentro del comercio de especias articulado durante el Sultanato Mameluco, cabría destacar el papel de los Karimis, comerciantes musulmanes naturales de ambos márgenes del Mar Rojo que, gracias al monopolio total que ejercieron sobre el comercio de especias, alcanzaron tal grado inaudito de riqueza, que llegaron a prestar dinero a Mansa Musa, quien hoy en día es considerado como la persona más rica de todos los tiempos.

Famosos en todo Oriente Medio por su extraordinaria fortuna, pronto se convirtieron en una pieza económica indispensable para el sultanato, edificando hospitales, mezquitas y madrasas tanto en el propio Egipto como en las ciudades santas de la Meca y Medina, en donde su poder e influencia eran incuestionables. Estos opulentos mercaderes hicieron además las veces de banqueros del reino, llegando a prestar dinero directamente al sultán mameluco en múltiples ocasiones.

Fischer llega a afirmar incluso que, la extraordinaria cantidad de liquidez de la que gozaban los karimis gracias al comercio de especias fue vital para la propia supervivencia del Sultanato, pues gracias a ellos los mamelucos pudieron armar los ejércitos necesarios para eliminar la amenaza tanto de los temidos mongoles como de los imparables ejércitos de Tamerlán.

Con todo, la principal fuente de la riqueza mameluca terminaría siendo también una de las responsables de su debacle.

A principios del siglo XVI, la emergencia del Imperio Otomano como gran potencia de Oriente Medio necesariamente vino a confrontar con el Sultanato Mameluco, la única gran potencia restante en la región tras la conquista otomana de Constantinopla.

Sin embargo, nuevos vientos traídos desde Europa trajeron consigo una drástica convulsión hasta el corazón de la Ruta de las Especias.

La conquista portuguesa de la India, con la vertebración de una ruta alternativa a la tradición ruta de del Mar Rojo se vertebrará poco antes del inicio de las hostilidades entre mamelucos y otomanos, arrancando de un plumazo la principal fuente de ingresos de los karimis. El Sultanato Mameluco, que hasta entonces había sido considerado como uno de los estados más prósperos y asentados del Mediterráneo, se encontró desprovisto de su principal fuente de ingresos, sucumbiendo en tan sólo un año (1517) ante el empuje del Imperio Otomano.

Epílogo:

Siguiendo las teorías de Braudel, las estructuras de larga duración son para la Historia un objeto de estudio imprescindible para su correcta comprensión. Sostenes, motores y obstáculos de la Historia a un mismo tiempo, su longevidad y tamaño alcanzan tal relevancia, que su existencia misma se convierte en un factor determinante de su concurrir.

La Ruta de las Especias, por su madurez, alcance temporal y trascendencia política y económica, es sin duda una de esas estructuras económicas.

El comercio de especias, clave en el desarrollo de Tiro y Cartago, pudo ser perfectamente una de las principales motivaciones de Alejandro Magno para alargar sus conquistas hasta los confines de la India, mientras que la Ruta de las Especias vertebrada por el Egipto ptolomeaico logró encumbrar a Alejandría como la mayor urbe del Mediterráneo hasta la llegada de Roma, que con su desmesurado consumo de especias propició un desajuste comercial que en cierta medida fue una de las mayores responsables de su posterior colapso.

Constantinopla, digna sucesora de Roma en sus primeros tiempos, se ahogó en interminables guerras frente al Imperio Sasánida por el control de la tan ansiada Ruta, llegando ambos poderosos estados a un nivel de agotamiento sin el cual la fulgurante expansión de los califatos islámicos habría sido del todo inconcebible.

Destruido pues el comercio de larga distancia entre el Mediterráneo Oriental y Occidental, Europa se cerrará al mar, acelerándose así el proceso de feudalización que meterá de lleno a Europa en la verdadera Edad Media. Sin embargo, el renacer económico y cultural de los siglos X y XI motivará a las principales potencias comerciales de Europa Occidental a poner de nuevo la mirada en el comercio de especias, siendo éste uno de los mayores atractivos económicos que motivaron a Venecia, Pisa y Génova a participar en las Cruzadas, sin cuyas poderosas armadas el traslado constante de víveres y contingentes militares habría sido del todo impensable.

La Baja Edad Media será el momento cumbre de Venecia, que gracias a su alianza con el Sultanato Mameluco logró vertebrar un lucrativo comercio de especias que encumbró a la ciudad hasta las más altas cotas de riqueza.

Llegados a este punto, no es de extrañar que el enorme potencial económico del comercio de especias a lo largo de la historia motivase a las dos grandes armadas atlánticas del momento, Castilla y Portugal, a emprender las expediciones hoy largamente conocidas por Cristóbal Colón, Vasco de Gama y Magallanes y el Cano.

La búsqueda de una ruta alternativa que les diese el control de la que probablemente haya sido una de las rutas comerciales más importantes de la Historia de la Humanidad es sin duda el factor determinante que motivó la llegada de la Era de los Descubrimientos, que con la irrupción de los portugueses a la India y los castellanos al continente americano traerán consigo la vertebración de una serie de nuevas rutas comerciales que supondrán no sólo el inicio de la Edad Moderna, sino también el inicio de la economía globalizada en la que vivimos hoy en día.

Así pues, una de las conclusiones más importantes a la que podríamos llegar después de este largo periplo debería residir en la asimilación de que el estudio de la Ruta de las Especias como sujeto histórico independiente nos ayuda no sólo a comprender las razones que motivaron al Cesar Carlos a fletar la Armada de la Especiería con la que el Cano realizó la primera circunnavegación de la Tierra, sino que además nos otorga una perspectiva histórica inigualable para comprender el devenir de la Historia de la Humanidad en su conjunto.

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