Mi país imaginario (2022), de Patricio Guzmán

-Una reseña subjetiva-

Oihana Iglesias
Filósofa

Fecha de publicación: 08/11/22

“Mi país imaginario”, documental de Patricio Guzmán, se estrenó el 23 de septiembre de 2022. Fuí a ver este documental al cine Itsas-Mendi1, situado en Urrugne, Francia, y organizado por Fred, a quién le agradezco las conversaciones colaterales que han dado lugar al cuerpo de este texto.

“Hay llamas que queman y llamas que alimentan”. El fuego marchita y da (a) luz. Este elemento natural, esta reacción química de oxidación acelerada y combustible, no sólo representa el enfado y agresividad de los rayos de Zeus, que desembocan en incendios forestales y extinción de vida, sino que también es el símbolo del progreso civilizatorio y el conocimiento técnico que Prometeo concedió a la humanidad. En tanto principio metafísico dialéctico –productor y destructor–, el fuego es la metáfora heraclítea del cambio. Déjenme decir, para empezar, que al cambio activo, siempre, le precede la imaginación. Y a la imaginación, siempre, la necesidad.

En el documental “Mi país imaginario”, Patricio Guzmán nos deslumbra con las calles ardientes de un Chile cansado de su precariedad. El 18 de octubre de 2019, una agitación social por la subida del billete de metro se multiplica en una revolución abrasadora que pide a gritos una nueva Constitución. Una nueva organización política de los derechos y las obligaciones ciudadanas. Un nuevo (con)texto constitucional creado desde la democracia, emancipado de los ecos fundamentales heredados de la dictadura militar de Pinochet. La visión dron de las calles absolutamente abarrotadas de Santiago es la imagen impactante de una necesidad, colectiva, de fuego, de cambio. No de reforma – La Constitución Política de la República de Chile de 1980 padece de 60 reformas desde 1898 hasta la actualidad– sino de re-formación.

Patricio Guzmán, director de cine chileno, es un exiliado temprano de la dictadura militar de 1973. Y, como todo aquel al que se le arrebata injustamente un bien preciado, profesa una nostalgia clarividente que, evidentemente, desprende en su hacer artístico, y cuya lucidez, paradójicamente, se engendra en la distancia –que se acerca–. Según la gran enciclopedia libre, comúnmente denominada wikipedia, Guzmán se hizo mundialmente reconocido por su trilogía documental “La batalla de Chile” (1975-1979) –que retrata los sucesos que devienen, desde el triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular, hasta el golpe de Estado– y, desde entonces, otros resultados como “Chile, la memoria obstinada” (1997), “Nostalgia de la luz” (2010) o “El botón de nácar” (2015), alargan la serie y engordan su prestigio cinematográfico y activista. En una entrevista al director, de la mano de “The Objective”2, se le reconoce de forma enfática el carácter subjetivo de sus obras. Es decir, su carácter interventivo y emocional, transmitido a través de un relato que envuelve a un pueblo, a un público y a él mismo. En efecto, quién disfrute de su último resultado audiovisual, no será testigo –ni cómplice– de los detalles jurídicos y/o especificidades teóricas –vigentes o imaginadas– que impulsan y desarrollan esta revolución. Más bien, quién disfrute de su último resultado audiovisual, será dolorosa y calurosamente acogido en la realidad contemporánea de la calle, los fenómenos, las personas, de la misma conciencia e imaginación colectivas de Chile. Del mismo fuego del habitar chileno. Con Guzmán, una puede mirar de cerca.

En el cartel de la película, un pasamontañas, coronado con flores, deja entrever unos ojos verdes y femeninos que (te) interpelan. En primer lugar, se matiza que esta revolución tiene una mirada feminista convativa. El conjunto de entrevistas que enlazan el curso audiovisual es concedida a, o desde, un abanico amplísimo de mujeres que han participado activamente y de forma diversa en este fenómeno sociopolítico. Artistas, periodistas, psicólogas, pedagogas, escritoras, politólogas, obreras, madres, estudiantes y otros tantos perfiles más que se incluyen en la reyerta como nunca antes. Las historias y los discursos de estos sujetos políticos claves narran las vivencias, la construcción y el poder afectivo de esta segunda revolución chilena. Voces sin miedo que denuncian la explotación de las mujeres y los trabajadores, la violación sistemática de los derechos humanos, la elitización, conservadurismo y endogamia políticas, así como la desigualdad distributiva que genera condiciones indignas de vida, salud y educación. Voces que quieren combatir las formas de opresión neoliberales y patriarcales. Que desvelan la necesidad: la amargura, la tristeza, el desengaño y la injusticia. La desconexión de la clase política con el pueblo, y viceversa. En segundo lugar, las flores. Se trata de voces que dicen haber florecido con la revuelta. Haber salido del silencio. Discursos coherentes que reivindican la libertad democrática y los espacios de conversación, de conexión. Que imaginan una sociedad distinta. Pese a imágenes también aterradoras, la película se inunda de una emotiva esperanza creativa: se nos muestran manifestaciones de colores, coreografías de baile, cánticos y sintonía, murales artísticos, fotografías, organizaciones voluntarias de emergencia sanitaria, de comunicación, y, en general, experiencias estéticas y afectivas de un Chile imaginado desde el bien común. Se nos muestra la causa –y la alegría– de esta lucha compartida. Y por último, el pasamontañas. El riesgo, la violencia, la gravedad y trascendencia de esta revolución. La implicación colectiva de mujeres y hombres, jóvenes y mayores, estudiantes y trabajadores, familias y asociaciones que se agrupan en masa por una misma fe –se dice, sin jefes ni ideología. Y forman una unión, un nosotros encapuchado, objetor de conciencia, contra el crítico estado actual de las cosas del Estado. Un nosotros encapuchado que no tiene miedo de encender la chispa.

La película comienza enfocando las armas del pueblo: unas piedras de tamaños considerables que se consiguen destrozando el mismo asfalto de acera que pisan. En la primera línea de la revolución, mujeres y hombres lanzan piedras a la policía y al ejército, incendian objetos, atacan comercios, generan desperfectos y constituyen una resistente oposición violenta. Por supuesto, la violencia de los supuestos agentes de defensa es doblemente agresiva y abusiva. Presiones de agua, porrazos, atropellos, disparos aleatorios y secuestros amparados por el estado de urgencia –en realidad caótico y sin marco legal– que el presidente chileno convoca a través de una advertencia que recuerda a la ofensiva de Pinochet: “Estamos en guerra”. El abuso y represión policial e institucional se responde, también desde el resto de líneas, con ruido. Las cacerolas, los gritos, las pancartas, las canciones, los instrumentos de música, las cámaras, las redes sociales… constituyen también las armas del pueblo. En realidad, todas ellas son armas de fuego. Ahora bien, la violencia es una compleja espiral de devastación a la que poco le importa quién comenzó: le importa quién la sigue, le importa que la sigan. Que la violencia debe combatirse con más violencia, que el cambio real, el progreso, se engendra desde el acto violento, es una idea intuitiva un tanto peligrosa. Susceptible de reducción e idealización. El acto violento, por sí mismo, desde, por y para la rabia, no tiene nada de revolucionario y emancipador. Salir a quemar las calles o tirar piedras, como dirían mis amigas, no tiene sentido de transformación social sin un plan estratégico. Sin canalización, dirección, sin reflexión ni reflexividad, no hay subjetivización, no hay autonomía. La destrucción, sin construcción, no arde, sólo explota. La película de Guzmán descubre que la lucha política, como en el ajedrez, tiene límites normativos, voluntad teleológica y su futuro incierto depende fundamentalmente de la organización de los peones. El ruido debe interpelar, para interpretarse. Que nos escuchen, sí, pero no por defecto sino atentamente. Que nos escuchen los motivos, las hipótesis y los objetivos –sociales, políticos y económicos. Que nos escuchen para poder hacer. El uso de las fuerzas, de abajo arriba, si se quiere efectiva, debe aspirar fundamentalmente a la desconfianza, irrupción y reformación institucional. Esto es, a favorecer los movimientos de ataque del Caballo, el Alfil y la Torre. La ciencia, el arte y la tecnología –callejera, de laboratorio y de galería– son armas inflamables de las cuales la ciudadanía debe reapropiarse para co-producir un poder social que amenace el curso de la partida. Hablo de ataques complejos y paulatinos, desde la técnica y la colectividad, que contribuyan a la creación, la alianza y la (de)construcción autodidacta. Es la libertad de responsabilizar(se) lo que constituye una verdadera revolución, la verdadera violencia. El fenómeno de la viralización del poema “El violador eres tú”, una performance tantas veces reproducida por mujeres de diferentes países e idiomas, unos videos tantas veces retuiteados y tantas veces sujetos a crítica propositiva, no sólo es la cumbre de la lucha que quiere capturar Guzmán: es síntoma de una intimidad compartida –como diría Remedios Zafra– que, en realidad, aspira a mucho más que al mismo hecho de molestar.

Aspira a ejercer todo el poder de la Reina. Que, por supuesto y sin discusión, si no jefes ni ideología, profesa autoridad y axiología. En el mismo campo de fútbol en el que Pinochet ubicó un campo de concentración para los izquierdistas, progresistas, críticos políticos y para todos aquellos contrarios a su mandato, los ciudadanos de Chile acuden a votar el fin –la reformación– de la Constitución. He aquí una demostración popular de la lucha por el derecho a la dignidad. Dos hechos históricos contemporáneos han marcado el país los últimos años: la crisis sanitaria del Covid-19 y la resolución favorable, en un 80%, para una asamblea constitucional. La utopía se disipa y Chile arde de alegría. Por fin toca pensar en común. La máxima representación de la revolución, y sus valores, se encarna en la primera mujer mapuche que ejerce de presidenta ante una asamblea de sujetos heterogéneos dispuestos a discutir la nueva Constitución chilena. La máxima representación de la revolución se afana, se enorgullece, en la expresión marichiweu –que en lengua mapuche significa ‘siempre venceremos’ o ‘cien veces venceremos’. Es desgarradoramente emocionante presenciar, sea a través de la pantalla, cómo el ruido se vuelve autonomía, cómo la lucha de la calle se traduce en la lucha –filosófica– de decidir colectivamente los límites del tablero. Cómo el fuego se traduce en palabra, en logos. Es a Heráclito, filósofo presocrático, a quién le debemos la intuición de que el logos –el lenguaje, la inteligencia, la conciencia, la ley científica y política – es, como el fuego, principio regidor del cambio y el movimiento, de los contrarios y del devenir. Es a través del poder institucional que se confiere en el acceso a la asamblea –a la Convención Constitucional de la República de Chile–, en el altavoz, en el público, en el intercambio de ideas…, es a través de la palabra escuchada como la ciudadanía chilena consigue emanciparse.

Lamentablemente, y a pesar del optimismo emotivo y motivador de la película, las noticias informan este septiembre de 2022 que Chile dice ‘no’. El rechazo en un 62% a la nueva propuesta constitucional triunfa sobre el apruebo que recibió poco más que un 38% de votos. La conciencia de esta fatídica noticia le deja a una totalmente vacía ante los esfuerzos colectivos y la imaginación creativa que Guzmán retrata. La enunciación, casi oracular, de que “lo peor que puede pasar ahora es el arrepentimiento” se clava en la conciencia. De forma casi irónica, negativa, con el empoderamiento de Chile una siente la impotencia de una hormiga. Un sabor agridulce: no todo lo imaginado, ni luchado, se vuelve real. Bajo este prisma retrospectivo, Gabriel Boric, presidente elegido en el curso de esta revolución, aquel que da fin a la película con un discurso más bien preparado y populista, genera, otra vez, cierta desconfianza, cierta sospecha. Después de todo, las imágenes de las calles abarrotadas de Santiago siguen advirtiendo al espectador, que distingue fácilmente los carteles publicitarios de las empresas multinacionales a gran altura, la complejidad del sistema de poderes. En efecto, cien veces tendremos que vencer. Cien veces tendremos que recordar que la rabia de Zeus se debe explotar desde el conocimiento técnico de Prometeo para arder. Recordar que el fuego es palabra. Cien veces, hasta saber avivar esas llamas que alimenten –y no quemen– los ojos verdes, las flores y el pasamontañas.

Notas:

1 Publicada el 23 de septiembre de 2022. Véase aquí: https://theobjective.com/cultura/2022-09-23/patricio-guzman-chile/

2 Página web: https://www.cinema-itsasmendi.org/