Ángel García Ronda
Escritor

Imagen: Juan Gabriel Vich
Una de las evidentes virtudes de Raúl Guerra Garrido era la fuerza de voluntad, que le vi cultivar desde los primeros tiempos de nuestro conocimiento, allá por el 1963, cumplidos sus veintiocho años. Empezó ganándose un sueldo en empresa ajena. Pero la vocación literaria empujaba con las ideas concretas sobre más de un libro, así que decidió y puso manos a la obra, arriesgándose a emprender la travesía de una oficina propia de farmacia, ya que poseía la licenciatura de la especialidad, traída desde su Madrid natal y que, también su mujer tenía tal título, con lo que recibía una importante colaboración para ganar el pan con algo dentro. Tal colaboración también fue esencial para tener sus cuatro hijos en diez años, lo que supone un ejercicio a dos muy notable.
La fuerza de voluntad que decía se le supone a quien en un plazo de cincuenta años, en números bien redondos, publicó veintitantas novelas bien nutridas y otros quince libros de varia lección, sin que ello le estorbase el cumplimiento de encomiendas varias, como la presidencia del Colegio de Farmacéuticos de Guipúzcoa durante una docena de años —no precisamente una bagatela—, la presidencia de la Asociación Colegial de Escritores de España durante un tiempo similar, y la pertenencia a la Junta Directiva del Ateneo Guipuzcoano en los recientes diecisiete años; y además, otras cuestiones variopintas, desde numerosos artículos en revistas o compromisos cívicos y culturales, de los que nunca huyó, y que redondean una trayectoria para la que hubo que emplear esa voluntad férrea y sin desmayo, que ejerció hasta sus últimos años, con la atención siempre lúcida y crítica. Un ejemplo para el recuerdo y mi recuerdo para su ejemplo.
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