Chat GPT y el amor como función del otro

Mario Donoso
Doctorado de la Universidad París 8

Imagen IA: Ioritz Hontecillas

“Many of AI chatbot Replika’s users say they have romantic feelings for their bot companions”, afirma un artículo de la revista Business Insider[1]; esta misma revista dedica otro texto a un usuario que afirma estar saliendo con un programa del chatbox Replika es lo mejor que le ha pasado[2]. Her, la película de Spike Jonze protagonizada por un Joaquim Phoenix que encarna a un personaje enamorado de un programa de inteligencia artificial con la voz de Scarlett Johansson, se adelantaba en el tiempo: ningún programa de inteligencia artificial tenía las capacidades de chat GPT, capaz de articular una gran cantidad de información y de ofrecer respuestas precisas y bien estructuradas, como si se tratara de una persona. Ahora parece que Samantha, el programa de la película, puede irrumpir en la vida real gracias a chat GPT.

Ahora bien, por espectaculares que estas relaciones parezcan, se trata de un vínculo afectivo poco común que afecta a un número muy reducido de usuarios y que no es ninguna novedad: las relaciones amorosas entre humanos y diversas formas de artefactos, desde muñecas dolls hasta programas y robots de todo tipo que existen desde hace tiempo. La particularidad con Replika reside, por un lado, en su complejidad para responder a preguntas e interactuar; por otro lado, en el hecho de que se acentúa el papel ausente del cuerpo: el cuerpo de la doll tiene unas funciones extremadamente limitadas, pero sigue siendo un cuerpo; en el caso de Replika, el cuerpo ha desaparecido completamente al tratarse únicamente de un programa que responde, como en Her.

El vínculo amoroso o afectivo con este tipo de dispositivos se basa en un juego de oscilación entre el hecho de proyectar y el hecho de proyectarse. La proyección se entiende como el mecanismo psicológico que exterioriza una parte de sí mismo – sentimientos, gustos, razonamientos- situándola en una alteridad: supongo que el otro siente como yo, piensa como yo, quiere como yo; supongo, en definitiva, que el otro es como yo, que el otro es semejante a mí. La proyección de esta semejanza, que entre humanos parte de una constatación – el hecho de que el otro, ante todo, es humano y por eso piensa, siente y quiere como yo-, difiere cuando se trata de una máquina: en el caso del programa, proyectar sentimientos, deseos o pensamientos conlleva una nueva dimensión. Se trata al programa como a un igual, como a un humano: si piensa como yo, si quiere como yo, si desea como yo, tiene que ser como yo, humano. ¿Cómo sino enamorarme de él, puesto que el enamoramiento requiere una cierta semejanza? Pero esta proyección se complementa con algo más, con el hecho de proyectarse, en el sentido ordinario del término en castellano. Proyectarse con alguien significa verse compartiendo una vida con esa persona, verse en una relación duradera. Esta segunda forma de proyección, que en el caso de Replika no se ve tan claramente – quizás más en la película Her, por cómo se elabora una relación que al final se frustra al carecer de proyección; véase también al respecto Lars and the real girl (2007) de Craig Gillespie–, es importante para analizar los postulados psicoafectivos de un tipo de vínculo cuyo funcionamiento, como una vez más en Her se pone de manifiesto, es similar al que se tiene hacia el programa.

Este tipo de fenómenos de enamoramiento o tendencia amorosa hacia un programa no son sino la punta del iceberg de otras formas de vínculo amoroso digital más extendidas y menos analizadas que comparten el mismo principio: el otro, desencarnado, se reduce a una serie de respuestas y preguntas que aparecen en una pantalla.

Las aplicaciones como Tinder han cambiado por completo el ámbito de las relaciones afectivas y amorosas. Un estudio anterior a la pandemia afirma que en España un 5% de las mujeres y el 9% de los hombres tienen instalada la aplicación[3], lo que hace pensar que en la actualidad el número de usuarios sea mucho mayor. Este tipo de aplicaciones ponen en contacto a personas que buscan relaciones afectivas o sexuales partiendo de la base de que lo que buscan, ante todo, es tener un encuentro real. Sin embargo, la mayor parte de las interacciones no terminan en un encuentro real; para muchos usuarios, la función de Tinder consiste más bien en una especie de espera de un amor siempre por venir.

Entre Tinder y Replika hay dos diferencias notables: la primera es que detrás de Tinder hay una persona a la que – esta es la segunda diferencia- se supone que queremos conocer en persona si las cosas fluyen. Ha de subrayarse, empero, que los usuarios de Tinder, ante el hartazgo de repetir las mismas preguntas y entablar las mismas conversaciones para conocer gente, están comenzando a recurrir a la inteligencia artificial y filtrar entre los usuarios[4], lo que llevará a que los contactos se den no ya entre dos personas, sino entre dos usuarios utilizando al mismo tiempo la inteligencia artificial. Difícilmente se sabrá si se está hablando con una persona o con un dispositivo de inteligencia artificial, lo que puede llevar a muchas personas a enamorarse, o al menos a establecer relaciones afectivas con un programa de inteligencia artificial; la diferencia, aun así, es que la persona en cuestión seguirá creyendo que las respuestas vienen de otra persona y no de chat GPT, por lo que su afecto vivido estará orientado hacia una persona. Se trata pues de una proyección, pero con indicadores diferentes que la proyección de subjetividad que se lleva a cabo cuando sí se sabe y se reconoce que el otro es un programa.

La otra gran diferencia es el encuentro en persona que se supone los usuarios de las aplicaciones, con fines diversos, buscan. Sin embargo, es de señalar que estas aplicaciones tienen otros usos: uno de ellos, que llamaremos mesiánico, consiste en proyectar con personas desconocidas una relación en el futuro. Se trata de un enamoramiento precoz, la estimulación intensa que produce el encuentro, aunque sea por medio de una pantalla, de una persona con la que se proyecta una relación simbiótica basada en una duración muy breve. Estas relaciones, que algunos usuarios de estas aplicaciones afirman mantener, consiste en una relación breve pero intensa, una ligera limerencia – de limerence, anglicismo que designa el estado mental involuntario nacido de una atracción romántica hacia alguien que conlleva la necesidad obsesiva de ser correspondido- con una fuerte dosis de dopamina y de estímulos amorosos. En la mayor parte de los casos, estas relaciones duran a penas unos días y son sustituidas por otras relaciones similares, que no buscan tanto el encuentro real como únicamente el activar las sensaciones placenteras de la conexión amorosa con una persona a la que se está conociendo. La frustración de la ruptura, que suele terminar cuando generalmente una de las dos personas desaparece, ghostea – del inglés to ghost– a la otra, se compensa con una nueva relación. En términos pascalianos, se trata de una forma de entretenimiento emocional que estimula al sujeto, pero que termina en frustración; su naturaleza es mesiánica en el sentido en que se pospone siempre el goce y con él, el encuentro: lo que gusta, más que la persona real, con sus luces y sus sombras, es el hecho del proyectarse con esa persona, de saberse deseado, de jugar al juego entretenido de la seducción, de la proyección o de tener a alguien ahí, sin rostro. Por decirlo con una fórmula pascaliana: “nos gusta más la caza que la presa” <on aime mieux la chasse que la prise>: la otra persona en sí es insoportable, con sus defectos y sus manías; lo que gusta es la sensación del encuentro, del proyectare, del descubrirse.

Esta tendencia esconde dos postulados:

– La alteridad se hace cada vez más pesada; los defectos del otro se hacen cada vez más insoportables en el marco de una economía afectiva donde lo que prima es el interés personal basado en una ganancia emocional y en una estabilidad narcisista. La apertura al otro conlleva una exposición cada vez más insoportable, al menos en el marco neoliberal de una afectividad basada en un deseo insaciable de ser sí mismo. Pero también la alteridad se convierte en un obstáculo, con sus dificultades y sus exigencias, un obstáculo para el goce narcisista que deniega todo tipo de dependencias y de concesiones al otro. En este sentido, la atracción romántica hacia Replika se inscribe en una lógica creciente de denegación de la alteridad del otro: el caso de Replika sería la cúspide de la pirámide donde el otro, completamente desaparecido, ha sido sustituido por un dispositivo artificial, por una función.

– La atracción romántica hacia Replika representa la expresión más radical de la ausencia del cuerpo del otro. El cuerpo del otro, en Tinder, aparece constantemente puesto en imagen: la exhibición del cuerpo y del rostro propio es lo que provocan el deseo y con ello los matchs y los likes. En el uso mesiánico de la aplicación, la función del cuerpo se reduce: el encuentro irrealizable, deja al cuerpo fuera del campo posible de la experiencia para reducirlo a la mera imagen del usuario. Lo mismo ocurre con Samatha en Her: ¿cómo tener una relación física con un programa? Se puede recurrir, como en la película, a un sustituto, esto es, a una persona que encarne – o mejor, que preste su cuerpo- al programa. La función corporal no desaparece completamente, sino que se adapta. El pionero juguete sexual Autoblow IA es un buen ejemplo de ello: se trata de un dispositivo que funciona con inteligencia artificial destinado a ofrecer felaciones a sus usuarios. Este dispositivo cuenta con un algoritmo de aprendizaje automático capaz de adaptarse a las exigencias y gustos del consumidor. Como señala la empresa en su página web: “Usamos inteligencia artificial para comprender y replicar técnicas de sexo oral de la vida real para brindarte la mejor experiencia”[5].

El cuerpo se ausenta pero aparece en su lugar el artefacto, una especie de “objeto parcial”  con una funcionalidad determinada. El cuerpo del otro, en su unidad, desaparece para separarse en funciones: función expresiva, función sexual… con esto se deniega completamente la figura del otro, que se reduce a un “ser para”, esto es a una pura funcionalidad. Si en la dialéctica hegeliana entre el amo y el esclavo, tras la lucha, el cuerpo del esclavo se reducía a una funcionalidad – la del trabajo, que paradójicamente acaba haciendo al esclavo libre frente al amo-, la funcionalidad del cuerpo en la era del neoliberalismo digital parte de otro principio: trocear al cuerpo que, en su parcialidad, no puede imponerse como otro, como alteridad, sino limitarse a prescribir un cometido determinado.

Lo que  se pone de relieve en este tipo de atractividad romántica digital es la substitución del otro por un dispositivo capaz de cumplir la función del otro sin reivindicar una subjetividad propia que pueda entrar en conflicto con la subjetividad narcisista del usuario. En este sentido, el amor como exposición y como apertura pierde todo su sentido. Se privilegia así la función-amor, que puede ser dada por el otro, pero que no tiene por qué. Lo que cuenta de esta función-amor es que se constituye en torno a una alteridad definida únicamente “para mí”. Se busca que el otro se agote en su función, que se reduzca a lo que queremos que sea (de ahí el “para mí”, referencia a “para sí” hegeliano). La noción de función corresponde mejor que la de proyección para comprender este proceso: es cierto que la proyección como mecanismo psicológico no desaparece; ahora bien, el otro en cuestión no es un doble, como ocurre en la proyección, que tiene una dimensión inquietante[6]: el doble siempre es peligroso en el sentido en que puede aspirar, como muestra la literatura del siglo XIX, especialmente Dostoievski[7], a ocupar nuestro lugar privilegiado de sujeto desatando una especie de lucha hegeliana que es lo que precisamente se quiere evitar.

El término “función” para describir tanto al amor como a la alteridad es interesante porque, en castellano, designa tanto la capacidad de hacer algo como una representación – la función teatral. El otro cumple una función, y esa función, en este caso la del amor, es una pura representación en el sentido en que no tiene ninguna consistencia “en sí” sino que es toda una puesta en escena para nosotros: la puesta en escena del dispositivo ortopédico de masturbación, que funciona como objeto parcial del otro, el dispositivo fonético de la voz que responde, el dispositivo sentimental de la comprensión por parte de la máquina, como en Her, etc.  No hay que olvidar que “función” viene de latín functus, que quiere decir satisfacer, cumplir. Lo que importa no es ya que el otro sea o no un dispositivo digital, un programa, una aplicación, una muñeca o una máquina; lo que importa es que el otro mismo, reducido a su función, se ha convertido en una máquina, en un dispositivo de satisfacción. La alteridad, y con ella el amor que sólo el otro puede dar, se ha transformado en la función de ese otro convertido en lo que yo quiero que sea: aquello que viene a reforzar afectiva y emocionalmente, de manera positiva, la imagen de mí que yo proyecto en el mundo; aquello que, como un objeto, me satisface sexualmente, a mi gusto, sin imponerse demasiado – los testimonios de los usuarios de las dolls son interesantes para comprender este punto.

Reducir el otro a una función es la perversión máxima del sujeto hegeliano ante la otra conciencia, la conciencia del otro que le desafía. En Hegel, la dialéctica del amo y del esclavo parte del encuentro de dos conciencias que quieren afirmarse como sujeto frente al otro: las dos necesitan al otro para aspirar a ser reconocidos como sujeto, por eso mutuante se impiden, se obstaculizan. Esto conlleva un conflicto a muerte en el que una de las dos saldrá vencedora cuando la otra, prefiriendo permanecer en vida, se rinda. Ahora bien, desde su posición de esclavo, gracias al trabajo, podrá darle la vuelta a esta relación de poder. Así la conciencia, en Hegel, para afirmarse como sujeto tiene que vencer al otro, a la otra conciencia, tiene que preferir la muerte a la vida, tiene que imponerse. Algo similar es descrito por Sartre cuando analiza, desde esta óptica, la dialéctica entre el sadismo y el masoquismo. En el masoquismo sartreano el otro (masoquista) anula su libertad para convertirse en objeto del otro – aunque lo haga precisamente para así apropiarse del otro, dando la vuelta a la relación de poder.

La perversión es hacer del otro una máquina, un programa, evitando así toda dialéctica conflictiva: funcionar como un otro, esto es, ser capaz de otorgarme no sólo reconocimiento sino validación positiva, que es lo que hoy se busca ante todo, pero sin aspirar a su autonomía, sin exigir nada de mí, sin imponerse ante mí, sin desafiarme. El otro carece de la subjetividad que al esclavo hegeliano le permite traducir sus funcionalidades en agencia <agency>, en capacidad para actuar en el mundo[8]. También su capacidad para otorgar amor.

La negatividad estructural de la alteridad ha desaparecido: el otro ha quedado reducido a una función, a la afirmación narcisista de mí mismo. El amor es una función del otro, la pura positividad de afirmarnos constantemente, sin fisuras. Replika intensifica esta dinámica de reducir al otro a una función productora de autosatisfacción.

Bibliografía, notas y fuentes:


[1]https://www.businessinsider.com/replikas-romantic-ai-chatbot-guide-to-how-the-app-works-2023-2?r=US&IR=T

[2]https://www.businessinsider.com/dating-ai-chatbot-replika-artificial-intelligence-best-thing-to-happen-2023-2?r=US&IR=T

[3]https://elpais.com/politica/2020/02/19/actualidad/1582113155_383517.html

[4]https://www.lesnumeriques.com/intelligence-artificielle/comment-chatgpt-s-impose-sur-tinder-comme-une-nouvelle-arme-de-seduction-n208284.html

[5]https://larepublica.pe/sexualidad/2023/04/28/ai-y-sexo-futurista-lanzan-primer-juguete-sexual-con-inteligencia-artificial-atmp-2551668

[6]Freud, Sigmund. Lo siniestro. Buenos Aires: Amorrortu, 1978.

[7]Dostoievski, Fiodor. El doble. Madrid: Alianza Editorial, 2011.

[8]Butler, Judith. Défaire le genre. Paris: Éditions Amsterdam, 2006. p. 15.