La estructura narrativa del amor romántico

Agradecemos a la autora la difusión del capitulo recogido en: Mercedes Rivero (ed.), Identidad y emoción. Madrid: Delirio. 2019.

Pilar López Cantero
Profesora en la Universidad de Tilburg

Imagen IA: Ioritz Hontecillas

Antes de mí tú no eras tú / antes de ti yo no era yo/ 
Antes de ser nosotros dos / no había ninguno de los dos.

Esta letra del compositor uruguayo Jorge Drexler captura una idea recurrente en el debate filosófico sobre el amor romántico: amar a alguien cambia quienes somos. En otras palabras, cambia nuestra identidad. La mayoría de discusiones sobre este planteamiento se han situado bien en el marco de la agencia o en el marco de la justificación racional. Este artículo ofrece una explicación del cambio de identidad en el amor romántico a través de la teoría narrativa. De acuerdo con mi argumento, amar románticamente conlleva incorporar al amado a la propia narrativa personal.

Este capítulo tiene la siguiente estructura. Primero, ofrezco una definición de ‘identificación romántica’ y resumo tres teorías sobre el fenómeno. Estas perspectivas presentan una serie de problemas, por lo que propongo la teoría narrativa como alternativa. En segundo lugar, hago una panorámica de las teorías de identidad narrativa. Debido a las justificadas objeciones presentadas al llamado Narrativismo Rígido, opto por enmarcar mi tesis en el Narrativismo Mínimo. Por último, desarrollo la hipótesis de que en el amor romántico confluyen tres niveles narrativos de identificación: la narrativa personal (auto-concepto), la narrativa intersubjetiva (relación) y la narrativa social (intersubjetividad con el entorno y normas socio-culturales).

1. Amor, identidad y crítica

En El Banquete de Platón, el dramaturgo Aristófanes cuenta la historia de que las personas al principio eran todos dos en uno. Al creerse invencibles, desafiaron a los dioses, y Júpiter los partió a todos por la mitad:

“Una vez hecha esta división, cada mitad trató de encontrar aquella de la que había sido separada y cuando se encontraban se abrazaban y unían con tal ardor en su deseo de volver a la primitiva unidad, que perecían de hambre y de inanición en aquel abrazo, no queriendo hacer nada la una sin la otra (…). Cada uno de nosotros no es por tanto más que la mitad de un hombre que ha sido separado como un lenguado. Estas dos mitades se buscan siempre”. (1984, p. 144-146).

He aquí uno de los primeros registros del mito de la ‘media naranja’, de la búsqueda de la mitad que ‘nos completa’; hilo conductor de obras que van desde la épica a la lágrima fácil hollywodiense (de Tristán e Isolda a El Diario de Noah). La intervención de Aristófanes pretende dar contexto a la que para Platón era la naturaleza conceptual del amor: la unión entre dos personas, con dos identidades separadas, que se convierten en uno. Esta llamada ‘teoría de la unión’ o ‘teoría de la identificación’ captura una idea intuitiva sobre el amor que ha llegado hasta la filosofía analítica contemporánea.

Veinticinco siglos después de Platón, Amélie Rorty describe este cambio de identidad en los siguientes términos (el ejemplo se refiere a una pareja, Ella y Abe):

“Al amar a Ella, los intereses y prioridades de Abe cambian (para mejor o peor) pase lo que pase. Su felicidad se ve afectada por la de ella. Sin él ser siempre consciente de lo mucho que ha cambiado, las preocupaciones de ella influyen en sus elecciones importantes y sus prioridades –dónde vive, la profesión que elige, sus amigos e ideas políticas, su ocio y sus gustos” (2016, p. 346).[1]

Aquí defiendo tomo como principio asumido (al igual que la mayoría de autores contemporáneos, directa o indirectamente) que el amor romántico[2] conlleva necesariamente este cambio. A este cambio de valores y actitudes en virtud de los valores y actitudes del amado la denomino ‘identificación romántica’. Mi objetivo aquí es describir en qué consiste.

Robert Nozick (1989) explica que el proceso de identificación equivale a la formación de un ‘nosotros’: una puesta en común de bienestar, autonomía y agencia que se concreta en acciones e intereses comunes. El estatus metafísico de este ‘nosotros’ es una suerte de ‘tercera entidad’, una “nueva identidad” distinta a las identidades individuales de los miembros de la relación (1989, p. 71). Es por ello que el ‘nosotros’ es una identidad compartida; un agente plural con intereses concretos motivados por razones específicas y expresado en acciones (todo ello conjunto). Así, Nozick explica la identificación romántica desde la óptica de las acciones conjuntas y las razones compartidas por los miembros de la relación.[3] 

Bennet Helm (2012) critica la perspectiva agencial propuesta por Nozick, dado que este punto de vista no captura el carácter íntimo de este proceso de identificación. Dicha intimidad no tiene connotación física o sexual,[4] sino que se refiere al hecho de que los valores y actitudes que se acaban compartiendo no son aleatorios: son los valores y actitudes más importantes para los miembros individuales de la relación. El hecho de que son los más importantes explica que el amor sea uno de los vínculos más cercanos que existen. Veamos un ejemplo. Regina es una fanática del K-Pop (pop coreano): organiza su vida en torno a congresos sobre el género, utiliza la vestimenta característica coreana, e incluso utiliza estas canciones como marco interpretativo de su propia vida. Para Regina, el K-Pop es un valor importante, constituyente de su identidad. Imaginemos que su pareja, Cecilia, desconocía el K-Pop y tras comenzar una relación con Regina este género también se convierte en parte de su identidad.

Una opción es que Regina juegue un papel causal en la identificación de Cecilia con el K-Pop: simplemente es el vínculo que le he conectado con ese tipo de vida. La identificación romántica es algo más profundo. Harry Frankfurt explica la identificación en los siguientes términos: “A los amantes no solo le conciernen los intereses de sus amados (…) se identifican con dichos intereses como propios” (1999, p. 168), énfasis en el original). No es solo que a Cecilia le interese el K-Pop por que le interesa a Regina, o que Regina sea un mero vínculo causal: Cecilia incorpora el K-Pop a su identidad por el hecho mismo de que es parte de la identidad de Regina. Este es el carácter ‘íntimo’ de la identificación romántica que Helm alerta que está ausente en Nozick; una crítica que suscribo.

Esta afirmación nos lleva a profundizar en la crítica de Helm a Nozick, que tiene bastante peso metafísico y está enraizada en su rechazo a lo que denomina “concepción individualista de las personas” (2010, p. 12). Para Helm, Nozick, Frankfurt y la mayoría de los autores contemporáneos sobre el amor adoptan esta concepción, que asume 1) que la identificación íntima solo ocurre cuando uno incorpora al otro a la identidad propia; y 2) que los estados mentales, experiencia y deliberación se realizan exclusivamente a nivel individual. Su objetivo último es demostrar que la persona no puede entenderse como un concepto atomístico, sino social. En otras palabras, la identidad de un individuo no se forma aisladamente, sino en continua interacción con otros individuos. Estoy de acuerdo con que la concepción individualista de la identidad es errónea y con que las teorías Nozick, Frankfurt y muchos de los participantes en este debate son deficitarias en este sentido. Quienes somos es inseparable de con quién nos relacionamos.

Sin embargo, creo que Helm se equivoca en desechar la importancia de la incorporación del amado a la propia identidad. Lo que pretendo aquí es ofrecer una alternativa sobre la identificación romántica que tiene en cuenta tanto el carácter social de la identidad (que Helm incorpora) como la relevancia de la identidad individual en el proceso (que Helm descarta).

Antes de entrar en más detalles sobre mi teoría, concluyo con una última precisión terminológica y conceptual. Helm llama ‘social’ a la creación de identidad que sucede en la interacción entre individuos, pero tampoco creo que sea el término apropiado. Utilizo en su lugar el término ‘intersubjetivo’, y reservo ‘social’ para un nivel de interacción más indirecto que también contribuye a crear nuestra identidad: el marco socio-cultural en el que se desarrolla. A continuación ofrezco mis razones para hacer esta distinción.

Tanto Nozick como Helm (así como Frankfurt y la gran mayoría de participantes en el debate) se aventuran en una definición metafísica del amor sin tener en cuenta que el amor romántico, más que la mayoría de conceptos que atañen a nuestra identidad, no puede entenderse en un vacío sociológico. Este es el principal cimiento de la crítica feminista del amor romántico, que bebe de las ideas de Simone de Beauvoir en El segundo sexo y tiene a una de sus máximas exponentes en Marilyn Friedman.

Friedman desarrolla una teoría de identificación romántica alineada con el concepto de identidad compartida de Nozick. A su entender, más que una puesta en común de autonomía y agencia, el amor conlleva la creación de una identidad plural que equivale a una “federación de identidades” (1998, p. 165), en la que dos individuos negocian la unión de sus identidades individuales, al estilo de una federación de estados. Esta negociación tiene un gran riesgo si una de las partes forma parte de un grupo socialmente oprimido –en concreto, Friedman se refiere a la mujer. La mujer entra a la relación romántica desde una posición de desventaja, dado que la concepción tradicional del amor exige a la mujer una entrega de su autonomía. Friedman ofrece una larga lista de las diferentes formas en las que esto puede suceder (2003, p. 125), que se pueden resumir en la sustitución de los propios intereses por los del amado. De esta manera, el individuo que se incorpora a una relación desde una posición de desventaja ve su autonomía disminuida. Friedman no cree que esta es una realidad metafísica sobre las relaciones románticas: “Las uniones románticas que nos nutren y nos afirman pueden promover nuestra autonomía como individuos promoviendo nuestro auto-conocimiento, autoestima y capacidades para actuar de manera efectiva en concierto con otros” (2003, p. 123-124).[5] La clave de su propuesta, que es la que quiero destacar aquí, es que la realidad socio-cultural en la que se desarrollan las relaciones románticas tiene una influencia directa en el proceso de identificación romántica. Rorty va más allá de la crítica feminista, y afirma que incluso el hecho de vivir en una dictadura o en una sociedad ultraindividualista y ultraconsumista puede afectar “[al] trabajo del amor y la reflexión sobre su óptima expresión” (2016, p. 350), expandiendo la influencia social más allá del género a la situación política y régimen socioeconómico.

Para concluir con esta idea, veamos el siguiente ejemplo de Carrie Jenkins:

“[C]onsideremos una mujer que se enamora en la Inglaterra victoriana. La idea es que literalmente pasará por un proceso diferente comparada con una mujer que se enamora en el Canadá de hoy. Para la dama victoriana, enamorarse consiste en desarrollar una admiración profunda y respetuosa (pero probablemente muy distante) hacia un hombre. El deseo sexual es en el mejor de los casos irrelevante en este proceso, y en el peor una vergonzosa distracción. Para la canadiense contemporánea, sin embargo, enamorarse consiste en desarrollar un vínculo íntimo que incluye de manera normativa el deseo sexual. La ausencia del deseo sexual es en el mejor de los casos notablemente inusual, en el peor, se interpreta como una muestra de que los sentimientos que forman parte del proceso no son románticos sino platónicos” (2015, p. 43; énfasis en el original).

No es necesario endorsar una noción puramente constructivista del amor (ni la necesidad del deseo sexual para el amor romántico) para estar de acuerdo con la idea de que el contexto socio-cultural realmente influye en los procesos de creación de identidad -entre ellos del amor romántico. Este es el nivel ‘social’ de creación de identidad, que difiere del intersubjetivo entendido como relaciones con personas específicas (nuestras parejas, nuestros hermanos, nuestros repartidores de comida a domicilio). Como he apuntado anteriormente, las teorías más prominentes del amor romántico ignoran esta distinción y la importancia del nivel social de creación de identidad. Ahora bien, la teoría disponible que sí la tiene en cuenta –la de Friedman- enfoca el amor desde una perspectiva agencial, lo cual significa que está expuesta a la crítica de Helm –no refleja el carácter íntimo del proceso de identificación.

Es por ello que propongo encontrar una ruta alternativa a la perspectiva agencial, sin dejar de darle importancia a la identidad propia; una suerte de camino intermedio entre Friedman y Helm. Mi tesis es que la teoría narrativa es el mejor marco explicativo para definir el proceso de identificación romántica. A continuación, ofrezco un resumen de las principales ideas en teoría narrativa y selecciono las nociones relevantes para mi propuesta sobre la identificación romántica.

2. Identidad narrativa: producto y proceso

Una narrativa es una exposición de eventos conectados entre sí mediante una técnica que trasciende el mero listado de los mismos. Tal y como explica Peter Goldie, mientras una crónica es una lista de eventos sin más, la estructura narrativa dota a dichos eventos de “coherencia, sentido, y trascendencia evaluativa y emocional” (2012, p. 2). Narrativa se refiere, por tanto, tanto al producto (la historia) como al proceso de producción (la estructura narrativa).

Numerosos autores han tomado la narrativa como producto como el marco para definir el concepto de identidad. Somos nuestra historia, defienden estos autores: nuestra identidad es nuestra narrativa. Ahora bien, esta idea puede interpretarse con diferente peso metafísico. Dentro de la teoría narrativa se puede distinguir entre el Narrativismo Rígido y el Narrativismo Mínimo.[6]

El Narrativismo Rígido defiende que no se trata simplemente de que nuestra identidad tenga una estructura narrativa. La coherencia narrativa es un requisito para la constitución como personas (Schechtman, 2007), y para muchos, por tanto, una obligación moral (McIntyre, 1981; 2005). Dentro del Narrativismo Rígido hay diferentes perspectivas, pero la idea principal es que es necesario tener una historia acerca de quiénes somos para tener una identidad.

Esta idea ha recibido numerosas críticas desde varios frentes. Marya Schechtman, sin ir más lejos, rechaza la obligatoriedad moral establecida por otros autores enmarcados en el Narrativismo Rígido (2007, p. 161). Galen Strawson (2004) presenta una crítica desde la perspectiva anti-narrativista. Según Strawson, ciertos individuos no entienden su pasado en términos narrativos, sino como episodios sin conexión entre ellos. La teoría narrativa no puede acomodar este hecho si la narrativización es una condición necesaria, ya que entonces, Strawson defiende, los ‘episódicos’ no son personas (2004, p. 447).

El desafío de Strawson plantea interesantes cuestiones a la teoría narrativa. No detengo en ellas aquí para no desviar la discusión. En su lugar, me dirijo hacia las teorías que han reinterpretado el concepto de narrativa de manera que se  sitúan en igualdad de posiciones con Strawson al renunciar a las demandas del Narrativismo Rígido, y tomar la narrativa como un instrumento de creación de identidad en lugar de un requisito para la misma. Peter Goldie (2012) y Daniel Hutto (2016) son los más destacados proponentes del Narrativismo Mínimo.

De acuerdo con Goldie, nuestros pensamientos sobre nuestro pasado y nuestro futuro se formulan con estructura narrativa. Ciertos eventos están conectados con otros eventos no solo por una conexión causal, sino por el significado y la trascendencia emocional de los unos respecto de los otros. Esta es la muestra de que pensamos narrativamente. Esta habilidad, no obstante, no es una condición para la identidad. Es simplemente una herramienta de comprensión de uno mismo y de lo que nos rodea. Hutto concreta esta idea en la ‘Hipótesis de la Práctica Narrativa’: “el método normal de adquisición de la competencia necesaria para darnos sentido a nosotros mismos y a otros a través de razones es la participación en [ciertas] prácticas socio-culturales –prácticas de contar historias que hacen uso de tipos específicos de narrativas” (2016, p. 39).

Así, el Narrativismo Mínimo considera que desarrollamos, elaboramos y comprendemos nuestro auto-concepto a través de prácticas narrativas. Este auto-concepto es parte de la identidad: es mi interpretación de quién soy. El Narrativismo Mínimo mantiene agnóstico con respecto a cuál es el estatus metafísico de ese auto-concepto, es decir, acerca de la pregunta de qué soy. De esa manera, aunque esta postura en sí no rebate todas las críticas de los anti-narrativistas liderados por Strawson, sí que acomoda su principal desafío: los episódicos, si los hubiera, sí son personas, solo carecen de una herramienta auto-interpretativa bastante generalizada (pero no necesaria).

Tanto Goldie como Hutto distinguen la narrativa como producto y como proceso. Como hemos visto arriba, una narrativa es una serie de eventos (producto) conectada con unas técnicas concretas  y que producen unos resultados concretos (proceso). Las narrativas-producto que constituyen nuestro auto-concepto son las historias sobre nuestro pasado y sobre nuestro futuro que reproducimos y creamos a través del pensamiento narrativo. Ambos autores hablan del proceso de creación de dichas narrativas. Para Goldie, es posible a través de la ‘ironía dramática’ que nos permite vernos a nosotros mismos como personajes de una historia que es la nuestra propia. Para Hutto, es un proceso de comprensión y creación de historias propias y ajenas influenciado directamente por las historias que escuchamos (propias y ajenas). Goldie y Hutto no son incompatibles, pero están hablando de dos aspectos diferentes de la narrativa como proceso. Goldie se centra en el mecanismo que permite que una narrativa sea atribuible a uno mismo; Hutto en las técnicas que se utilizan en el proceso. Es esta última perspectiva la que ofrece el punto de partida para mi tesis sobre el amor romántico.

3. Niveles narrativos de identificación romántica

En su artículo sobre auto-comprensión y verdad narrativa, Mary Jean Walker (2012) describe con detalle el proceso narrativo de creación de auto-concepto. En un recorrido por varias teorías destacadas sobre explicación narrativa extrae dos principales características de las narrativas como proceso: son a la vez selectivas e interpretativas. Es decir, narrar supone elegir ciertos eventos que tendrán un lugar específico en la narración (selección). Pero también supone darles un cierto sentido a estos eventos en función de cómo se presentan: en qué lugar, conectados con qué eventos y en qué forma (interpretación). Pongamos un ejemplo. Diana llega al trabajo y una compañera le pregunta: “Jefa, ¿qué tal el almuerzo?”. Diana contesta: “Ni me preguntes… he traído guisantes y, no te lo vas a creer, cuando ya me los había comido me he encontrado una cucaracha en la lata”. Además de la selección de dos eventos (almorzar guisantes y encontrar la cucaracha), estos ya están en un marco interpretativo concreto por la manera en la que son narrados (“ni me preguntes”; “no te lo vas a creer”). Como Walker apunta, “las narrativas transmiten información de una manera dependiente de su forma” (2012, p. 64).

Este proceso de selección e interpretación raramente se hace aislado. Cuando creamos narrativas, incorporamos nuestras relaciones con otros. En una narrativa que implica a otro, irremediablemente incorporamos el proceso de selección e interpretación que el otro lleva a cabo. En otras palabras, nuestras narrativas son, al menos en parte, intersubjetivas. Diana habría contado la historia de manera diferente de haber sabido que su interlocutora es inmune a los escrúpulos respecto a las cucarachas. Además, el hecho de que seleccionemos ciertos eventos y los interpretemos de una manera específica responde a los marcos interpretativos de los que disponemos a través de nuestro contexto socio-cultural: la narrativa de Diana puede no tener ningún sentido en un contexto en el que las cucarachas son deliciosos condimentos o en el que se desconoce qué es una cucaracha. Es decir, la narrativa-producto es el resultado de dos niveles de procesos narrativos: el intersubjetivo y el social.

Disponemos así de tres niveles narrativos que incluyen en la formación de identidad: la identidad entendida como auto-concepto o narrativa personal (dentro del marco del Narrativismo Mínimo), la interacción con otros o narrativa intersubjetiva y la influencia del contexto socio-cultural o narrativa social. Ahora bien, cabe presentar la crítica a la relación que acabo de presentar de cuál es la justificación de denominar ‘narrativos’ a los niveles intersubjetivo y social. Precisamente el amor romántico es un claro ejemplo en los que estos dos niveles de creación de identidad toman la forma de un proceso narrativo.

Empecemos por la narrativa-producto: el auto-concepto. En las teorías agenciales sobre el amor romántico (Friedman, Nozick) solo se prestaba atención a la parte de creación de identidad que estaba relacionada con la autonomía como agente cuyo objetivo es la acción racional. Las teorías narrativas de la tendencia del Narrativismo Mínimo, sin embargo, tratan con la parte de creación de identidad relacionada con la creación de auto-concepto como individuo cuyo objetivo es la inteligibilidad de sí mismo y de lo que le rodea. En este caso, el proceso de identificación romántica equivale a la incorporación del amado al auto-concepto.

Cuando nos enamoramos, tal y como explica Rorty, nuestros intereses y prioridades cambian. Es decir, nuestro auto-concepto cambia. Como adelanté en su momento, hay diferentes grados de cambio. Hay quien deja una vida de viajes y aventura por un puesto de funcionario porque su auto-concepto cambia de esa manera radical. Pero el cambio de auto-concepto puede limitarse al hecho de que una de las narrativas que nos hacen más inteligibles a nosotros mismos es el hecho de que somos la pareja de cierta persona en particular. Este cambio puede ser sutil si convive con otras narrativas acerca de uno mismo (soy pareja de cierta persona, soy profesora, tengo fobia a las aves urbanas) o, una vez más, radical si la narrativa de “pareja de” anula todas las demás narrativas y acapara todo el auto-concepto. Más adelante ofrezco más comentarios sobre el riesgo de este último tipo de cambio, que corre en paralelo al detectado por Friedman. De momento basta con la idea de que la narrativa personal, que es un producto –una historia-, cambia al incorporar un nuevo rol (pareja romántica de una persona en particular). La historia no solo no tiene el mismo contenido, sino que diferentes eventos toman un significado diferente por el simple hecho de habitar ese rol. Este es el primer nivel de identificación romántica. Helm rechaza este nivel de identificación porque, en su opinión, deriva en una concepción individualista de las personas. Sin embargo, cuando se abandona la perspectiva agencial y se adopta una perspectiva de teoría narrativa, esto no es así.

He puntualizado antes que la narrativa como proceso tiene un nivel intersubjetivo. En mi ejemplo, me refería a una intersubjetividad mínima (el hecho de que un interlocutor reacciona de una manera o de otra a una narración). Pero en el amor romántico encontramos una intersubjetividad mucho más vinculante para el auto-concepto. Shaun Gallagher y Deborah Tollefsen han desarrollado una teoría de agencia compartida a través de la perspectiva narrativa. La agencia compartida es el resultado, según su argumento, de la creación de una ‘narrativa de nosotros’ (we-narrative):

“Cuando un grupo de personas reflexionan en común sobre sus acciones, objetivos e intenciones compartidas, participan de ciertas prácticas comunicativas apoyadas por la [técnica] narrativa. Estas narrativas sobre lo que nosotros estamos haciendo, hemos hecho, y haremos, o que nosotros debemos hacer y queremos hacer, es lo que llamamos ‘narraciones de nosotros’” (2017,  n.p.).

Esta cita pretende ser una descripción general, pero podría utilizarse perfectamente como una descripción de las prácticas comunicativas de una relación romántica. Una relación romántica es una ‘narración de nosotros’ que funciona, siguiendo a Gallagher y Tollefsen, como una fuente de razones que parten de una identidad compartida. Yendo más allá de su teoría, aquí habría que añadir que cuando hablamos de lo que ‘estamos haciendo, hemos hecho, y haremos’ o de ‘lo que queremos hacer’ los eventos relevantes para el proceso de identificación no son cualquier tipo de acción como ir a comprar helado. Los eventos relevantes, los que se seleccionan e interpretan en común en el proceso de producción de la ‘narración de nosotros’, son los eventos importantes para los miembros de dicha unidad, por separado para cada uno de sus narrativas personales (auto-concepto) y como unidad en su narrativa compartida. Es por ello que se puede denominar a la ‘narrativa de nosotros’ como una narrativa de creación de identidad: de ella participan los elementos que son importantes para las narrativas personales individuales. Estas, a su vez, se ven modificadas en función de la narrativa personal del otro a través de la creación de la ‘narrativa de nosotros’. Es por la manera que negociamos nuestra relación romántica (‘narración de nosotros’), cada uno desde una narrativa personal específica, que dichas narrativas personales (las cosas que son importantes para nuestra identidad conectadas entre sí mediante procesos narrativos) cambian en un sentido o en otro. Así, la creación de una ‘narrativa de nosotros’ es un vínculo íntimo en los términos de Helm, y no es tanto social como intersubjetiva. Este es el segundo nivel de identificación romántica. De esta manera, la teoría narrativa también ofrece una explicación plausible a la agencia compartida sin caer en la concepción individualista de las personas criticada por Helm.

Por último, expuse al principio cómo las prácticas y conceptos socio-culturales influyen directamente en el amor romántico (recordemos el caso de la dama victoriana y la canadiense contemporánea). El marco narrativo nos permite explicarlo desde la perspectiva de las prácticas señaladas por Hutto en su Hipótesis: escuchamos y contamos ciertas historias de amor romántico que influyen directamente en nuestra concepción del mismo. Cuando el amor se identifica con entrega total de la propia autonomía, se debe en gran parte a que las narrativas sociales están así dirigidas. Estas narrativas están en obras de ficción, están en la forma en la que otros describen sus relaciones y están en la forma en la que narramos nuestras relaciones: el hecho de que la subyugación de autonomía es el elemento estructural de una relación nos hará seleccionar los eventos relacionados con la misma y usarlos como marco interpretativo. Pensemos, por ejemplo, en un ama de casa de la España franquista a la que su marido abandona: una de las explicaciones más frecuentes disponibles desde fuera y desde la interpretación propia será, por ejemplo, que no limpiaba las camisas lo suficientemente bien (una expresión de subyugación de autonomía). En un marco menos cargado ideológicamente (por ahora), podemos apreciar cómo el tipo de historias que vemos en las redes sociales influyen en la interpretación de nuestras relaciones y de si funcionan o no como relaciones románticas en comparación con las narrativas que usamos como marco interpretativo.

El nivel social del proceso de identificación romántica no consiste simplemente en las narrativas-producto a las que estamos expuestos, sino también en los procesos narrativos alimentados por dichas narrativas-producto al convertirse en marcos interpretativos, como se ha visto arriba. Aquí es donde ser revela un peligro de la influencia del nivel social:

“Las narrativas, (…) al formarse en extensas estructuras tanto institucionales como tecnológicas, pueden ser positivas en tanto en cuanto nos permiten ver ciertas posibilidades, pero al mismo tiempo nos pueden cegar otras posibilidades, y dirigir nuestros procesos cognitivos en direcciones específicas” (Gallagher, 2013).

He aquí la crítica de Friedman formulada en términos narrativos. La narrativa social no solo reduce o potencia nuestra autonomía como agentes. Al proveer con ciertos marcos interpretativos y privar de otros, delimitan nuestro campo de visión a la hora de hacer al mundo y a nosotros mismos inteligibles. En los casos de cambio radical en los que la narrativa de “pareja de” acapara todo el auto-concepto, estamos limitando de hecho nuestra perspectiva personal sobre el mundo de una manera potencialmente dañina –como el ama de casa del ejemplo. Aquí es donde la teoría narrativa ofrece un abanico más amplio de respuestas a la crítica constructivista que la que vimos en la perspectiva agencial de Friedman.

Una posible interpretación de la crítica feminista es que, a la luz del nivel social y su influencia en la creación de narrativas personales, el ama de casa de la España franquista no amaba a su marido, sino que simplemente estaba reproduciendo estructuras dirigidas a disminuir su autonomía. Hay dos problemas con esa postura. El primero es que deniega aún más autonomía a las personas en posición de desventaja social, negándoles la capacidad de amar. El segundo, es que una vez que incorporamos la teoría de Rorty y vamos más allá de la opresión de género hacia el contexto socio-económico en general, el argumento se puede llevar hasta el absurdo: en realidad, nadie se ama entre ellos, porque nadie crea sus narrativas personales sin la influencia de ciertas estructuras de poder. No dudo que esta una hipótesis interesante y provocativa. Pero me parece mucho más plausible rechazar esta interpretación de la crítica feminista y aceptar que el ama de casa puede que amar a su marido, al igual que la dama victoriana, pero ambas tienen diferentes narrativas sociales disponibles como marcos interpretativos en comparación con la canadiense contemporánea.

De esta manera vemos cómo la teoría narrativa cumple tres objetivos: incorpora el carácter íntimo de la identificación, incorpora las identidades individuales al proceso e incorpora la crítica del constructivismo social sin resistirse a ofrecer una explicación metafísica. Sí, el amor romántico es diferente en diferentes contextos sociales debido a las narrativas en el nivel social, e incluso en cada pareja debido a las narrativas en los niveles intersubjetivo y personal. Pero la idea de que estos tres niveles existen y están relacionados a través de la creación de marcos interpretativos para la comprensión del auto-concepto no es una explicación sociológica, sino metafísica. Sin duda, esta teoría es solo un punto de partida que necesita un análisis más detallado del que puedo ofrecer aquí sobre los tres niveles narrativos y las ventajas de este marco teórico frente a la perspectiva puramente agencial. En todo caso, no es un análisis pormenorizado de todo el fenómeno del amor romántico en su conjunto. Más bien, mi objetivo era ofrecer un punto de partida para explicar el mito de Aristófanes: qué significa que al amar a alguien lo incorporamos a la propia identidad, que ‘antes de ti yo no era yo, y antes de ser nosotros dos, no había ninguno de los dos’.

Bibliografía, notas y fuentes:

[1] Todas las citas de las referencias en inglés son de traducción propia.

[2] El término ‘amor romántico’ se refiere a lo que comúnmente se denomina ‘amor de pareja’, en principio diferente de otros tipos de amor como el amor filial o el amor a la humanidad. Aquí, ‘amor romántico’ o ‘pareja’ no se refere necesariamente a binomios: el amor romántico también se da en otras configuraciones no monógamas. Para una descripción de las particularidades del poliamor, ver Luke Brunning (2016).

[3] Otro ejemplo de la identificación romántica entendida como identidad compartida es Robert Solomon (1981).

[4] Aunque la actividad sexual es tradicionalmente vista como un requisito necesario para que una relación amorosa sea romántica, el debate sobre el amor romántico necesita una discusión seria sobre la posibilidad del amor asexual. Además de las personas cuya identidad sexual se define en estos términos, también hay casos de individuos que no se identifican como asexuales, pero tienen relaciones románticas en parte o completamente desprovistas de actividad sexual (por ejemplo, alguien que esté en una relación con una persona incapacitada para tal efecto). Mi teoría es compatible con diferentes perspectivas en ese hipotético debate.

[5] Para una reciente crítica feminista del amor romántico desde la sociología, ver Eva Illouz (2012).

[6] Los términos ‘rígido’/’mínimo’ están inspirados por los usados con frecuencia en la literatura (Strong/Weak Narrativism), que traduzco libremente para evitar los extraños ‘Narrativismo Fuerte’ y ‘Narrativismo Débil’ o equivalentes.

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