Aspectos biográficos de Kafka

-Agradecemos al autor que nos permita la difusión de un capítulo del libro Kafka: el maestro absoluto (Universidad de Granada, 2019)-

Leopoldo La Rubia
Profesor en la Universidad de Granada

Imagen: Javier Rupérez

La familia

En cierta ocasión, siendo Kafka aún un jovencito y mostrando ya afición por la escritura, fue sorprendido por un tío suyo (estando presentes algunos miembros de la familia) escribiendo unos folios, los cuales fueron arrebatados por el tío. Éste comenzó a leerlos y sin escrúpulo alguno avergonzó al joven Franz delante de la familia afirmando con desprecio acerca de lo que había leído: “El fárrago de siempre” (das gewohnliche Zeug). Recordemos aquel episodio narrado por el propio Franz Kafka muchos años después en su diario el 19 de enero de 1911:

“Una vez proyecté una novela en la que dos hermanos luchaban entre sí; uno de ellos se marchaba a América, mientras que el otro se quedaba en una cárcel europea. Sólo de tarde en tarde me ponía a escribir una líneas, porque me cansaba en seguida. Una vez, era la tarde de un domingo en que habíamos ido a visitar a los abuelos y habíamos comido un pan que siempre solían tener allí, especialmente tierno, escribí también algo sobre mi cárcel. En gran medida, es posible que lo hiciera por vanidad y que, al mover el papel sobre el paño de la mesa, al dar golpecitos con el lápiz, al mirar en todas direcciones bajo la lámpara, quisiera atraer la atención de alguno de los presentes para que me quitase lo escrito, le echase una ojeada y me admirase. En las pocas líneas se describía básicamente el corredor de la cárcel, sobre todo su silencio y su frialdad; también se decían unas palabras compasivas sobre el hermano que se había quedado, porque era el hermano bueno. Tal vez tuviese yo una momentánea sensación de lo poco que valía mi descripción; sin embargo, antes de aquella tarde, poca atención había prestado a tales sentimientos, cuando me hallaba sentado entre los parientes, a quienes estaba habituado (mi desasosiego era tan grande, que me hacía sentir casi feliz cuando me encontraba en medio de lo habitual), alrededor de la mesa redonda, en la bien conocida habitación, y no podía olvidar que era joven y que, desde la calma presente, estaba llamado a hacer grandes cosas. Un tío propenso a las burlas me quitó al fin el papel, que yo sólo sostenía a medias, lo miró brevemente, me lo devolvió, sin reír siquiera, y se limitó a decir a los demás, que le seguían con la vista: `las zarandajas de siempre´. A mí no me dijo nada. Yo me quedé sentado y me incliné como antes sobre mi papel considerado evidentemente inservible, pero de hecho me habían expulsado de la sociedad con un empujón; la condena de mi tío se repetía en mí con una significación ya casi real e, incluso en el seno del sentimiento familiar, tuve una noción de los helados espacios de nuestro mundo, que yo había de calentar con un fuego que tenía que buscar primero” (Diarios 27-28).

Sin duda alguna y sabiendo las consecuencias traumáticas que este tipo de actos producen en un chaval, aquello debió afectar a Kafka hasta el punto de desterritorializarlo, dejándolo sin territorio. Su tío lo acababa de expulsar de un territorio en ciernes. Aquella situación, sin embargo, lejos de abatir definitivamente a Kafka, habría sido el comienzo de la construcción de un territorio propio que él “había de calentar con un fuego que tenía que buscar primero”. Por supuesto que para Kafka aquello fue traumático, pero entre los libros, toda vez que había sido expulsado del territorio de los hombres, encontró almas gemelas que, atormentadas o angustiadas por vivencias traumáticas, hubieran de, como trata de hacer el mono de “Informe para una academia”, encontrar una salida. Aquella salida la encontró en los libros, en la biografía de otro hombre castigado por el destino como fue Dostoievski, del cual escribe en numerosas ocasiones en su diario encontrando analogías entre la obra de ambos autores: “Leo en Dostoievski el pasaje que tanto me recuerda mi `Desdicha´” (215); en su lectura de cartas: “Carta de Dostoievski a su hermano sobre la vida en el penal” (241); fragmentos de la biografía de Dostoievski: “He leído el texto de la defensa de Dostoievski en los jardines de Chotek” (276); en otra ocasión lo defiende ante Max Brod que no entiende que en las obras de Dostoievski aparezcan tantos enfermos mentales, sobre lo que Franz Kafka escribe en su Diario: “Objeción de Max a Dostoievski, porque hace aparecer en sus obras demasiados enfermos mentales. Completamente equivocada. No son enfermos mentales. Los signos morbosos no son otra cosa que un recurso de caracterización, que resulta además muy delicado y productivo” (282)1. También encontraría apoyo en las Cartas de Gustave Flaubert y en Kierkegaard de quien el 21 de agosto de 1913 escribiría en su Diario: “Hoy he conseguido el Libro del juez de Kierkegaard2. Como ya suponía, su caso, a pesar de algunas diferencias esenciales, es muy semejante al mío, por lo menos se encuentra en el mismo lado del mundo” (198). Aquel tío, sin querer, puede que forjara un trauma, pero también a un gran autor, sobre el cual obra y vida tienen ciertos paralelismos que no sin cierta sorpresa he logrado encontrar. Aquel suceso con su tío sería, a mi juicio, novelado en “La construcción de la muralla china” del siguiente modo:

“Recuerdo aquí un suceso de mi juventud. En una provincia vecina, a pesar de ello muy distante, se había producido un levantamiento. No me acuerdo de las causas y tampoco viene al caso. Motivos para los levantamientos los hay allí cada mañana, es un pueblo muy inquieto. El hecho es que un mendigo, que había atravesado aquella provincia, trajo a casa de mis padres un volante de los rebeldes. Era precisamente un día de fiesta; los huéspedes llenaban nuestras habitaciones, en medio estaba el sacerdote y estudiaba el papel. De pronto, todo el mundo comenzó a reír, la hoja fue rota en el tumulto, el mendigo, que ya había sido objeto de múltiples regalos, fue sacado de la habitación a empellones y todo el mundo se dispersó y salió al aire libre para gozar del bello día. ¿Por qué? El dialecto de la provincia vecina se diferencia del nuestro en forma esencial, lo que se manifiesta también en determinados giros de la expresión escrita, anticuados para nosotros. Con leer el sacerdote sólo dos páginas, nuestra decisión estuvo tomada. Cosas viejas, oídas hace mucho, que ya no dolían. Y aunque -así me parece en el recuerdo- la vida hablaba horrorosa e irrebatible a través del mendigo, todos movían la cabeza riendo y no querían oír más. Tan dispuesto se está entre nosotros a sofocar el presente” (18).

No he querido extenderme demasiado en establecer todas y cada una de las analogías que existen entre lo relatado por Franz Kafka en su diario el 19 de enero de 1911 y lo relatado en “La construcción de la muralla china”. Ambos relatos se desarrollan en la juventud. Es evidente que Franz Kafka es el mendigo y su tío es el sacerdote. La acción se desarrolla en una reunión familiar en ambos casos un día de fiesta. Precisamente, he indagado si el 19 de enero de 1911 fue fiesta y, efectivamente, fue domingo. En el relato “La construcción de la muralla china”, el sacerdote estudia el papel que traía el mendigo; en lo relatado por Kafka en su Diario, su tío -es decir, el sacerdote- leyó aquel proyecto de novela que el joven Kafka estaba escribiendo y en ambos relatos –Diario y el relato “La construcción de la muralla china”-, tanto Kafka como el mendigo fueron expulsados del lugar en que se encontraban: el mendigo en sentido literal y el joven Kafka en sentido figurado. Finalmente, el sacerdote, con leer sólo dos páginas pensó que se trataba de cosas viejas, oídas ya hace mucho, mientras que en el Diario a esas cosas su tío las denominó `las zarandajas de siempre´. “Tan dispuesto se está entre nosotros a sofocar el presente…”

La obra de Kafka, por tanto, tiene inmensas connotaciones familiares. Desde la Carta al padre -que nunca le enviara- hasta La condena, donde Kafka, absolutamente feliz de haber creado un relato de su total agrado y en una sola noche, pondría de manifiesto, una vez más, la relación entre padre e hijo. En medio de su familia, escribiría, «vivo más extraño que un extraño». Su opinión sobre la educación la expondría en “De dos cartas de Kafka sobre la educación de los niños” recogidas en la biografía titulada Kafka que escribiera su eterno albacea Max Brod. En ellas recordaría un fragmento de Los viajes de Gulliver de Swift en las que éste escribía: «Es a los padres a quienes menos debe confiárseles la educación de los hijos»(Kafka, “De dos cartas sobre la educación de los niños” 209).En esta misma línea Kafka señalaría:

«Todo hombre tiene su puesto en la humanidad o tiene, al menos, la posibilidad de sucumbir a su modo; pero en la familia encasillada por los padres sólo tienen su puesto hombres totalmente determinados que responden a exigencias totalmente determinadas y, más aún, a los términos dictados por los padres. Si no responden a estos imperativos, no son expulsados -ello sería hermoso, pero es imposible, pues sabemos que se trata de un organismo-, sino que se los maldice o se los destruye o ambas cosas a la vez» (211).

Este fragmento de las cartas sobre la educación que escribiera Kafka nos da la idea del origen de obras como La metamorfosis, La condena, La carta al padre o Las preocupaciones de un padre de familia, obras éstas donde existe una temática absolutamente explícita de los problemas entre padres e hijos. Esa temática ha existido siempre, pero se agudiza en la generación expresionista a la que Franz Kafka pertenece, aunque su filiación con este movimiento artístico no sea el aspecto más característico del autor checo.

Detengámonos en la Carta al padre escrita en noviembre de 1919 en Schelesen, pequeña localidad al norte de Praga, durante una de las frecuentes huidas que Kafka se imponía para estar más solo. Franz Kafka contaba con treinta y seis años, quizás demasiados para escribir una carta de este tipo. Esta carta es bien conocida por los reproches que Franz Kafka hacia a su padre Hermann, aunque a mi juicio lo más valioso de dicha misiva sean los datos tanto biográficos como familiares y conductuales del padre que en ella se encuentran. Creo de menor valor el sentido que el mismo Franz Kafka pudiera haberle otorgado y que excede en gran medida al posible significado real de la relación con su padre. La Carta comienza expresando el miedo que Franz Kafka le tenía a su padre: “No hace mucho me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestarte; en parte, precisamente por el miedo que te tengo” (5). No cabe duda de que un comienzo así es preciso tomárselo en serio, sin embargo, para el psicoanálisis esta carta ha servido para la confirmación de muchas de sus hipótesis como la de caso prototípico de complejo de Edipo y muchos otros aspectos psicopatológicos propios de la retórica del psicoanálisis. La Carta, en cierto modo, los confirma, pero es preciso aclarar en la medida de lo posible este tema que Gilles Deleuze y Felix Guattari, utilizando la propia Carta al padre y el propio Kafka en el Diario y en sus Conversaciones con Gustav Janouch,contribuyen a desmitificar. Deleuze y Guattari escriben:

“El padre tiene la culpa de todo: si tengo problemas de sexualidad, si no logro casarme, si escribo, si no puedo escribir, si inclino la cabeza en este mundo, si debí haber construido otro mundo infinitamente desértico. Esta carta es, sin embargo, muy tardía. Kafka sabe perfectamente que nada de eso es cierto: su ineptitud para el matrimonio, su escritura, la atracción de su mundo desértico intenso, todo tiene motivaciones perfectamente positivas desde el punto de vista de la libido, y no son reacciones que deriven de una relación con el padre” (19).

Franz Kafka en su Diario el 19 de julio de 1910 reconoce una y otra vez que su educación le ha perjudicado mucho y se refiere a sus padres y educadores como“mis padres y sus secuaces”. En “De dos cartas de Kafka sobre la educación de los niños” pone de manifiesto el tipo de educación, a su juicio, errónea a la que se ven sometidos los infantes en los primeros años de la vida, y en su Diario de 1910, es decir, cuando contaba con veintisiete años, insiste en el erróneo sistema educativo por parte de los padres. Creo que estas opiniones de Franz Kafka sobre la educación de los niños son absolutamente sinceras, sin embargo, su relación con Hermann Kafka y con sus padres en general no está plasmada correctamente en la Carta al padre en una lectura superficial. En otro lugar del Diario escribe: “Casi siento odio hacia mi padre” (83), que no es sino una reacción lógica de muchos hijos con padres autoritarios que hace afirmaciones tales como la que describe Franz Kafka el 26 de diciembre de 1911 a propósito de una charla con su padre:

“Es desagradable oír contar a mi padre, entre incesantes indirectas a la suerte de los jóvenes de hoy y sobre todo a la de sus hijos, las penalidades que tuvo que soportar en su infancia. Nadie niega que, durante años, por la insuficiencia de sus ropas de invierno, tuvo llagas abiertas en las piernas, que pasó hambre con frecuencia, que ya a los diez años, incluso en invierno y muy de mañana, tenía que tirar de un carrito por las aldeas; pero estos hechos reales, comparados con el hecho no menos real de que yo no he pasado todas estas calamidades, no le permiten -cosa que se niega a comprender- sacar en ningún caso la conclusión de que yo he sido más feliz que él, de que puede envanecerse de sus llagas en las piernas […] oír todo esto contado en un tono de jactancia y de provocación resulta un tormento. Constantemente da palmadas diciendo: `¿Quién sabe hoy estas cosas? ¿Qué saben los hijos? ¡Nadie lo ha sufrido! ¿Lo entiende un muchacho de hoy?´” (134-135).

Este tipo de comentarios lo hemos escuchado absolutamente todos de nuestros padres, lo que nos ha llevado a enrabietarnos en alguna ocasión. Franz Kafka no era diferente en este sentido. Para Deleuze y Guattari, opinión que comparto, Kafka pasa de un Edipo clásico a un Edipo mucho más perverso, le da la palabra al padre y le hace decir: “Tú quieres demostrar `primero, que eres inocente; segundo, que yo soy culpable; y tercero, que, por pura generosidad, estás dispuesto no sólo a perdonarme, sino aún más, lo que es peor y mejor al mismo tiempo, a probar y a creerlo tú mismo, contra toda verdad, que también yo soy inocente´” (20). La finalidad de este deslizamiento perverso “es obtener una amplificación de la `foto´, un agrandamiento hasta el absurdo. La foto del padre, desmesurada, será proyectada sobre el mapa geográfico, histórico y político del mundo para cubrir vastas regiones de éste: `tengo la impresión de que sólo me convienen para yo vivir los ámbitos que tú no abarcas o aquellos que no están a tu alcance´. Edipización del universo” (20). Sobre la amplificación de la foto del padre, parece que Franz Kafka despeja un paisaje amurallado y donde antes no veía más que esa muralla, ahora ve resquicios por donde encontrar si no la libertad, sí una salida. Nos encontramos ante el propio laberinto construido por el propio Kafka que da al padre en esta carta un papel protagonista. Para Deleuze y Guattari amplificar el Edipo y exagerarlo “es una manera de salir de la sumisión” (21). El propio Franz Kafka en sus conversaciones con Gustav Janouch comentaría: “La rebelión del hijo contra el padre es un tema viejísimo de la literatura y un problema aún más viejo que el mundo. Sobre él suelen escribirse dramas y tragedias, cuando en realidad se trata de un tema de comedia” (Conversaciones con Kafka 132). Unas líneas más adelante, Franz Kafka explica su visión a Janouch acerca de la supuesta lucha entre padres e hijos también conocida como ruptura generacional: “Dicha lucha sólo es aparente. La vejez es el futuro que la juventud tendrá que alcanzar tarde o temprano. Así que, ¿para qué luchar? ¿Para llegar antes a ser viejo? ¿Para lograr una muerte más rápida?” (133). Mucho tiempo antes, el 7 de enero de 1912 anotaría en su Diario a propósito de sus padres y hermanas: “En realidad todos ellos sienten respeto por mí, y también me quieren”. El 18 de octubre de 1916 escribiría en su Diario: “Otras veces vuelvo a saber que mis padres son componentes imprescindibles de mi propia personalidad, que siempre me proporcionan nuevas fuerzas, no sólo como obstáculo, sino también como algo esencial”. Esta frase creo que realmente define lo que suponían sus padres para él, es decir, lo que los padres suelen suponer para la mayoría de los hijos: un obstáculo, pero también lo que se llega a ser y, por supuesto, una posibilidad de apoyo. Lo que le ocurre a Kafka, pasa a todos.

La historia3

La monarquía de los Habsburgo, cuyo emperador era Francisco José, constituía una versión en miniatura de Europa. Se extendía por toda Europa central, desde la frontera suiza hasta la remota Bucovina, en la frontera ruso- rumana; desde lugares prósperos, sosegados, como Salzburgo, en el oeste de Austria, pasando por la industriosa Bohemia, hasta las pobres aldeas judías de la Galitzia polaca y hasta la región de los Cárpatos en Hungría. En el seno del Imperio Austro- Húngaro se encontraban tantas nacionalidades que los carteles anunciadores de la movilización se redactaban en quince idiomas. Así, se encontraban checos, alemanes, húngaros, croatas, bosnios, serbios, rutenos, polacos, rumanos, italianos, etc. La conciencia nacional fue particularmente intensa entre checos y húngaros a principios de siglo, pero se desarrolló en todas las nacionalidades que reivindicaban sus derechos históricos y protestaban contra la opresión alemana. Primeramente, debido a este imperio y después debido a la dominación rusa, estas nacionalidades no eclosionaron y a esto se deben los actuales conflictos bélicos en la zona de los Balcanes. Esta problemática constituye la asignatura pendiente en la situación actual dado que los países involucrados en estos conflictos fueron reunidos de un modo artificial como en el caso de la antigua Yugoslavia. El emperador, nacido en 1830, tenía mandato del cielo, pues había heredado el manto del Sacro Imperio Romano que se remontaba a su antecesor Carlomagno mil años antes. Los Habsburgo reconquistaron para el catolicismo la Europa Central. Los servidores de la dinastía se comportaban como si tuvieran su porción de poder venido del cielo: las actas de los consejos de ministros estaban redactadas en un lenguaje extraordinariamente solemne, con abundancia de subjuntivos y largos parlamentos en alemán, y los bramantes que sujetaban los documentos eran de diferentes colores de acuerdo con el país histórico a que correspondían. Francisco José hablaba 19 idiomas. El emperador tuvo que adaptarse al liberalismo (no creyendo en él) y renunció al esfuerzo de gobernar la monarquía como un solo estado, la Gran Austria, y en 1867 la dividió en dos partes. El reino histórico de Hungría, dos veces mayor que la Hungría actual, y el resto de la monarquía, un enorme estado en semicírculo que abarcaba tierras italianas, alemanas, checas, Galitzia y la Bucovina, así como el litoral esloveno del Adriático. Los históricos reinos y tierras de este Estado gobernado desde Viena contaban con sus parlamentos propios (Dietas). La parte no húngara de la monarquía tenía un nombre oficial extremadamente largo y no se llamó Austria hasta 1915. Los dos estados estaban separados formalmente, pero tenían en común algunas cosas: arancel aduanero, política exterior y ejército. El ejército común era conocido con el nombre de kaiserlich- königlich (imperial- real), y su organización central como Reichskrieg- ministerium. Königlich significaba que el emperador era también rey -de Hungría, Bohemia y Croacia- y por consiguiente situaba a los otros reinos al mismo nivel que la semiseparada Hungría. A los húngaros esto les molestaba intensamente, y también les molestaba la expresión Reichs– porque implicaba que lo que existía era un vasto Reich de los Habsburgo y no dos Estados. Después de muchas discusiones se introdujo la conjunción “und” entre las dos `k` -quedando k.u.k. (imperial y real)- y en 1911 el sufijo Reichs fue abandonado, siendo reemplazado por k.u.k., con lo que todas las tierras austríacas quedaban englobadas en una `k` imperial y los territorios húngaros en la otra, real pero igual. A partir de entonces, k.k. significó `austriaco`. En la gran obra de Robert Musil El hombre sin atributos, donde el autor trata la decadencia del Imperio de los Habsburgo, denomina a éste como kakania. La política austriaca seguía el modelo europeo, es decir, un confuso entrelazamiento de liberales y clericales en la década de 1880, un intento de silenciar a las clases bajas a principios de la década de 1890, giro a la derecha a finales de esa década, corrimiento hacia la izquierda en 1905- 1907, años de tecnocracia izquierdista y a partir de 1909, la misma desintegración política que se dio en otros países. Austria fue a la guerra en 1914 con el parlamento de Viena ya clausurado. Para superar el problema de las nacionalidades se hizo un esfuerzo de una increíble complejidad: innumerables comités e informes redactados en una inextricable jerga legal, con la esperanza de solucionar el problema bohemio. La diversidad de lenguas y las tensiones nacionalistas en el Imperio era enorme. Se puso en práctica el principio de la Landesüblichkeit (`costumbre de la provincia´) con objeto de amparar el uso de una u otra lengua, y tanto los burócratas checos como los alemanes idearon infinitos planes para acallar a los nacionalistas. Existía en Austria una tradición que se remontaba a la Contrarreforma, pero que se debía sobre todo al emperador José II: la de que la acción burocrática4 lo resolvería todo. A finales del siglo XIX existía incluso la sensación de que la mera intervención de la burocracia equivalía a una solución: después de todo, si todo el mundo estuviera al servicio del Estado, los problemas de las nacionalidades desaparecerían, porque nadie querría que el Estado fuera derribado. Los austriacos soportaban una extensa burocracia y unos impuestos infinitos. Para explicar los impuestos eran necesarios tres volúmenes, cada uno de ellos con 600 apretadas páginas. En 1914 había más de 3 millones de funcionarios encargados de cosas tan diversas como las escuelas, los hospitales, la asistencia social, los impuestos, los ferrocarriles, el correo, etc. El simple pago de un impuesto requería la atención de 23 burócratas diferentes. Los hombres de negocios encuadrados en los jóvenes checos se quejaban de ello, lo mismo que los nacionalistas alemanes, porque tanto unos como otros pagaban fuertes impuestos para costear esa barroca insensatez. Pero era tan elevado el porcentaje de la población bohemia directamente interesada en la burocracia que atacar a ésta era inútil. El problema de la multiplicación de los burócratas era que tenía que producirse también una duplicación para los diferentes idiomas. Más de una cuarta parte de los estudiantes alemanes, poco menos de una cuarta parte de los checos, y más de un tercio de los polacos cursaban la carrera de derecho (como Kafka), como preparación para la carrera administrativa. Las complicaciones administrativas absorbían tanto dinero que no quedaba mucho ni siquiera para el ejército: en 1913, éste recibió menos dinero que el ejército británico, infinitamente más pequeño. Este era el fantasmagórico estado austro- húngaro en el que Kafka vivió y del cual extrajo gran parte de la temática e ideas que se encuentran en sus obras. No es extraño ante tal tesitura el florecimiento de escritores que en la temática de alguna de sus obras tuvieran como motivo, a veces, central la burocracia o a funcionarios como protagonistas. Estos autores procedían casi todos del área de influencia de la literatura alemana, austro-húngara y eslava donde la burocracia representaba una instancia monolítica y una experiencia cuyo funcionamiento y relación con el individuo lo difuminaría y absorbería por la propia dinámica de la institución. En uno de los relatos con una lectura particularmente vigente como es “El rechazo II”, Kafka suscribe un mensaje claro a favor de la soberanía de los pueblos, a la alternancia política y contra el centralismo administrativo:

Y es notable, y esto siempre renueva en mí el asombro, cómo nos sometemos a cuanto se ordena desde la capital. Hace siglos no se ha producido entre nosotros modificación política alguna emanada de los ciudadanos mismos. En la capital los jerarcas se han relevado unos a otros; dinastías enteras se han extinguido o fueron de puestas y nuevas dinastías se iniciaron; en el siglo último la Capital misma fue destruida, y fundada una nueva, lejos de la primera; luego la nueva fue destruida a su vez y la antigua vuelta a edificar; en nuestra ciudad nada de ello repercutió en forma alguna. La burocracia estuvo siempre en su sitio; los funcionarios principales venían de la capital, los de mediano rango llegaban por lo menos de afuera, los inferiores salían de nuestro me dio; así fue siempre, y eso nos bastaba (68).

Franz Kafka (El proceso, El castillo), R. Musil (El hombre sin atributos), A. Kubin (La otra parte), N. Gógol (El capote, La nariz, El inspector), F.M. Dostoievski (El doble), L. Tolstoi (La muerte de Ivan Ilich), H. Melville (Bartleby), pondrían así de manifiesto su inquietud ante la problemática de la burocracia, del funcionario y del individuo enfrentado a instituciones que se encuentran más allá de toda comprensión de su funcionamiento real. Hay que hacer notar, no obstante, que algunos de estos autores trataron el problema del funcionario como una víctima de la labor que realizaran y la conexión esquizoide con la aparición de tendencias políticas que entraban en conflicto con las propias creencias personales como es el caso del magnífico relato de Fiodor Dostoievski Un episodio vergonzoso. En El doble, Dostoievski nos presenta un funcionario público (chinovnik) de modesta o ínfima categoría que se esfuerza por salvaguardar un mínimo de dignidad y amor propio ante una burocracia que ve en sus servidores sólo un conjunto de nombres y puestos en un desalmado escalafón.Del mismo modo, Tolstoi en La muerte de Ivan Ilich nos relata magistralmente los últimos días de un funcionario del Tribunal Supremo: Ivan Ilich. Éste, refugiado en una vida marcada por la rutina y las “buenas costumbres” encuentra de modo fortuito la enfermedad padeciendo la indiferencia de la gente. Ivan Ilich se cuestiona la mentira social, se plantea que su vida no ha sido como debiera y que todo es falso. Nicolás Gógol en su obra de teatro El inspector hace una despiadada caricatura a la burocracia provincial de la Rusia zarista. Robert Musil en El hombre sin atributos, señala González García, “ofrece un diagnóstico certero e insuperable sobre el Imperio Austro- Húngaro y su capital, Viena, la ciudad de los ensueños. Este país, según Musil, estaba administrado por uno de los mejores sistemas burocráticos de Europa, al que sólo se podía reprochar el defecto de matar el genio y el espíritu de iniciativa del ciudadano corriente. El papeleo administrativo no sólo ahogaba las provincias, sino que también enterraba a los individuos, haciéndoles desconfiar frente a sí mismos y frente al propio destino” (46). La fantasmagoría burocrática es plasmada admirablemente mediante el instrumento estético literario de la fantasía por Alfred Kubin en La otra parte, novela en la que nos detendremos más adelante. El norteamericano Herman Melville, en otro alarde de gran maestría, nos muestra bajo un tamiz fantástico la vida mecánica y extraña de Bartleby, el escribiente, héroe alienado, que se sitúa más allá de la desesperación y del sufrimiento. Bartleby representa el escepticismo acerca de la capacidad del ser humano de comprensión y de amor. Este escribiente, estoico, siempre dice: “Preferiría no hacerlo” ante cualquier petición laboral de su jefe. Algunos autores tratarían el tema de la burocracia de un modo tan particular como se merecía, haciendo, por su propia naturaleza de la burocracia un tema auténticamente kafkiano.

Kafka nació en 1883 en Praga, capital del reino de Bohemia, integrado en el Imperio Austro- Húngaro, en un periodo en que las estructuras políticas se desmoronaban irremisiblemente en un proceso que culminaría en la Primera Guerra Mundial, y que acabaría con el viejo orden dando paso a la Revolución Rusa, antesala de la Segunda Guerra Mundial y del mundo moderno. Kafka vivió los últimos años de la monarquía de los Habsburgo y los primeros de la independencia de Checoslovaquia. En 1907, Francisco José concedió el sufragio universal, y en este mismo año tuvieron lugar las primeras elecciones en las regiones de Bohemia. Con ello pretendía interesar a las masas en los problemas políticos comunes y reemplazar las viejas querellas nacionalistas por un nuevo patriotismo. Pero los odios nacionales continuaban siendo fuertes. Incluso el Partido Socialista Checo rehusó fusionarse con el Partido Socialista Austriaco. Tras la Primera Guerra Mundial, el imperio se disolvió. Praga pasó a ser la capital de la nueva república Checoslovaca, constituida, en su mayoría, por checos y eslovacos y una minoría alemana asentada en los sudetes. Los judíos constituían también una minoría dividida, además, por el sionismo. En Praga convivían una mayoría de checos y una minoría de judíos, croatas y húngaros. La ciudad había sido uno de los centros industriales del imperio. Praga era el centro de enfrentamiento cada vez mas radical y enconado entre el mundo cultural alemán minoritario en retroceso y el mayoritario eslavo, en ascenso. El ideal centralista del Imperio se resumía en la histórica frase del ministro conde Von Beust: “arrinconar a los eslavos contra la pared”. La prepotencia de lo germánico en ocasional alianza con lo magiar aplastaba todo el heterogéneo mosaico de las restantes razas y culturas, y el alemán pugnaba por imponerse en un Imperio ampliamente políglota. Sin embargo, el alemán, la lengua del imperio, vehículo indiscutible de la burocracia y el poder político, fue cediendo paso a paso frente al empuje del nacionalismo checo. En los viejos tiempos, el alemán era la lengua del comercio y de las ciudades, los checos lo aprendían como una cosa normal. Pero la expansión de la población hizo que acudieran muchos más checos que antes. La expansión de la educación fue tal que los checos llegaron a constituir una mayoría en las escuelas y las universidades. En la década de 1860, más de la mitad del total de los estudiantes eran alemanes; una generación más tarde, sólo lo eran las dos quintas partes. Los checos tenían una tasa de natalidad más alta que los alemanes, cuya fuerza residía en su gran núcleo de profesionales de clase media y en las clases altas. Praga se convirtió en una ciudad resueltamente checa, y engendró un formidable resurgimiento nacional. Los alemanes sabían que sus ciudades tenían muchas probabilidades de seguir siendo alemanas si la enseñanza se impartía en su lengua; los checos, además de desear que sus hijos se educaran en su propia lengua, consideraban a veces que su tasa de natalidad conduciría a la dominación checa de toda Bohemia en el espacio de una o dos generaciones. La cosa se complicaba porque algunas familias checas de clase media y algunas otras querían que a sus hijos se les enseñara en alemán (era el caso de la familia de Kafka puesto que el alemán era la lengua del éxito y el hablado por las gentes situadas en los escalafones de poder) para hacerlos `respetables´; los nacionalistas checos tuvieron que enfrentarse a una considerable apatía, e incluso a un elemento hostil en su propio campo, especialmente en Moravia. El fondo del problema era que para un checo aprender alemán constituía un paso hacia adelante en el mundo; para un alemán aprender checo era, en muchas regiones, adoptar el idioma de la clase servil. En Bohemia nunca se solucionó la cuestión escolar. Hubo unos decretos promulgados por Banedi en 1897 sobre el empleo de las distintas lenguas, en los que se especificaba que el alemán y el checo se usarían en igualdad de condiciones en toda la burocracia bohemia: es decir, que ningún funcionario podía negarse a aceptar un documento en checo de un colega. Los decretos de Banedi dieron lugar a alborotos en una escala que nunca había conocido antes la monarquía. Estos conflictos de nacionalidades se multiplicaron. Francisco José no se mostró particularmente sorprendido por la incapacidad de los políticos para encontrar una respuesta: él había aceptado el liberalismo parlamentario bajo coacción y con escepticismo. La monarquía de los Habsburgo se situaba conscientemente `por encima´ de la polémica de las nacionalidades.

Si Bohemia era el centro de Europa, una zona disputada, y los checos pensaron hasta 1917- 1918 que estaban mejor en el seno de una gran potencia que los protegía de Alemania o Rusia, Praga, su capital, constituye una base fundamental para entender la obra y vida de Franz Kafka:

“Hay que retornar constantemente a esta ciudad de la que Kafka intenta en vano liberarse toda su vida, señala Marthe Robert, y que sólo está ausente en sus libros porque juega en ellos el papel ciego del destino. Capital de Bohemia, centro administrativo y, en principio, excéntrica residencia de la doble monarquía, la Praga de Kafka era de hecho una pequeña ciudad cosmopolita por un lado, y provinciana por otro, que, en virtud de su extraña configuración social y étnica, podía exigir un puesto de honor entre los monstruos de la antigua Europa, tan rica, no obstante, en absurdos. Poblada de alemanes, pertenecientes por lo general a la alta burocracia, que no tienen en común con Alemania más que la lengua, una lengua por otra parte, bastante corrompida; checos, que componen la base de la población trabajadora, sin por ello constituir un verdadero proletariado, ni siquiera una pequeña burguesía; por judíos , en fin, que, apenas salidos del ghetto medieval, ejercen muy frecuentemente profesiones comerciales y liberales, pero que están todavía sometidos a toda clase de restricciones de hecho y de derecho, la ciudad bajo la apariencia de un orden imperial, vive cotidianamente una anarquía y un absurdo que Kafka no pudo describir más que inventando una nueva forma de relato fantástico. Los tres grupos humanos allí reunidos desde siglos y separados, no obstante, por las diferencias de lenguas, costumbres y culturas, alzaron efectivamente entre ellos muros infranqueables e invisibles tras los que se asfixian por igual, pues ninguno de los tres se vincula a una verdadera nación, ninguno puede vivir aislado. Los checos, debilitados por la larga política de forzada germanización de los Habsburgo, no poseen más existencia nacional que los judíos. Y los alemanes de Bohemia, los sudetes, separados de Alemania desde hace dos siglos, se encuentran en la posición de un pequeño grupo de colonos sin metrópoli alguna a sus espaldas. Así, las diferentes capas de la población viven en sus barrios respectivos […] Por su sola dirección, puede adivinarse la raza o la lengua de cualquier habitante de Praga. Además, las diferencias étnicas se agravan con agudas diferencias sociales: los alemanes ocupan la cúspide de la jerarquía, los checos la base; los judíos gozan a veces de una situación privilegiada que las malas pasadas, el desprecio o el odio de los otros dos grupos les hacen pagar ciertamente muy caro. Como intelectual judío de lengua alemana, nacido de una familia acomodada de comerciantes incompletamente germanizados, Kafka se ve situado en una posición degradante y precaria, donde vive día a día conflictos de los que no es responsable y es objeto de una suspicacia que acabará por aparecerle como justificada» (Robert, Acerca de Freud, acerca de Kafka 21).

Un fantasmagórico Imperio que incluía decenas de pueblos distintos; un Imperio cuya acción burocrática estaba dominada por la insensatez y el absurdo; una ciudad, Praga, en la que vivían, -que no convivían-, checos, alemanes y judíos de todo tipo; un Imperio, en fin, a punto de disgregarse; una república, Checoslovaquia, que se crearía en 1918, fueron el caldo de cultivo en el que viviera Franz Kafka y el mundo que plasmara en su obra con un protagonista, cualquiera de los distintos “kas”, reflejo de la época que hasta el momento le había tocado vivir y, más allá de ella, la que Kafka sin diseñarla, tan perfectamente describió.

Es preciso, llegados a este punto, introducir ese momento al que he llamado reterritorialización entre los aspectos biográficos e histórico- políticos en los que Franz Kafka se hallaba inmerso en tanto autor checo que escribiera su obra en alemán, y que como judió ha dado la sensación por todo ello de desterritorialización al no haber pertenecido (aparentemente) a comunidad alguna; algo así como la situación de desterritorialización vivida por el agrimensor K. de El castillo que analizaré posteriormente.

El 25 de diciembre de 1911, escribiría Franz Kafka en su Diario la que constituiría una teoría literaria sobre las literaturas pequeñas5 refiriéndose con ello, por ejemplo, a la literatura judía de Varsovia de la que le había hablado Löwy o la literatura checa de la época. De ellas señala, tras enumerar las muchas ventajas del trabajo literario, que: “Todos estos efectos pueden provocarse ya por medio de una literatura que no se desarrolle realmente con una amplitud excesiva, pero que lo parezca a causa de la falta de talentos de significación. La vitalidad de tal literatura es incluso mayor que la de una literatura rica en talentos” (129). Con esa literatura rica en talentos se refiere, entre otras posibles, a la literatura alemana (Goethe, por ejemplo), sin embargo, en relación a las literaturas pequeñas a las que pretende dar un estatus de relevancia y, por así decirlo, un programa escribe: “De ahí que la literatura sin rupturas provocadas por el talento, tampoco posea lagunas por donde se abra paso la indiferencia. El derecho de una literatura a reclamar atención resulta por ello más apremiante. La autonomía de cada escritor, naturalmente sólo dentro de las fronteras nacionales, se preserva mejor” (129). Con ello, las literaturas pequeñas exentas de talentos serían más uniformes, el pequeño radio de acción de cada escritor lo protege, y señala: “La falta de modelos nacionales irresistibles mantiene apartados de la literatura a los totalmente incapacitados” (129). Dentro de una literatura rica en talentos como la alemana, los malos escritores, señala Kafka, imitan lo que hay en el país mientras que una literatura sin talentos “se revela especialmente dinámica cuando se inicia el registro de escritores desaparecidos con un criterio histórico literario” (129). Estos autores y sus creaciones son una y la misma cosa; se sitúan al margen de las modas pudiéndose identificar obra y vida en tanto una refleja el espíritu (colectivo) de la otra. En este sentido Kafka escribe: “La historia de la literatura ofrece un bloque inamovible y digno de confianza, al que poco pueden perjudicar los gustos del día” (129). Con ello queda preservada la autonomía, el carácter, la dinamicidad y el significado de esas literaturas.

Kafka expondría su propio esquema sobre las pequeñas literaturas:

Esquema sobre las características de las pequeñas literaturas

Repercusión, en el buen sentido, sobre todos los sectores y en todos los casos.

Aquí, los efectos son incluso mejores sobre los individuos.

1. Vitalidad

a) Polémica

b) Escuelas

c) Publicaciones periódicas

2. Falta de coacción

a) Falta de principios

b) Pequeños temas

c) Fácil formación de símbolos

d) Eliminación de los ineptos

3. Popularidad

a) Conexión con la política

b) Historia de la literatura

c) Fe en la literatura; se le confía la instauración de sus propias leyes.

Es difícil cambiar las propias opiniones, cuando se ha sentido esta vida útil y gozosa en todos los miembros” (130-131).

A juicio de Jordi Llovet, este esquema “sólo entraba en cierta colisión con la obra de Kafka en lo que se refiere a la `conexión con la política´” (“Franz Kafka” 14), aunque, en realidad, la obra de Franz Kafka tiene una relación directa con la política si bien no tanto con la problemática política que más preocupaba al pueblo checo de entonces como era la independencia o la creación de un estado checoslovaco. Esto quiere decir que Franz Kafka escribió este programa/esquema sobre las características de las literaturas pequeñas por la estrecha relación con su entorno checo y judío y que el universal escritor, sin formar parte de una literatura nacionalista exclusivista y cerrada como en ocasiones llegan a serlo este tipo de literaturas, no dejó por ello de adherirse a su gente y al mismo programa que él mismo había plasmado en su Diario. Como el mismo Jordi Llovet señala, del esquema de Kafka, hay puntos realmente relacionados con nuestro autor como son la “polémica”, los “temas pequeños”, la “fe en la literatura”, la “falta de principios” y, por supuesto, la “fácil formación de símbolos”, la “historia de la literatura” como intereses personales del propio autor. De esta manera Kafka exponía sus ideas sobre las literaturas pequeñas. Por el momento lo importante es poner de manifiesto que la preocupación de Kafka por su pueblo, su tierra y su lengua (Kafka hablaba el checo con fluidez. Así lo expresa en su Diario el 25 de noviembre de 1911) era tal que aun siendo Kafka un escritor universal y, desde luego, no insularizado en cuestiones nacionalistas, llevó hasta su Diario, el problema de la literatura que se hacía en su Praga natal y en Bohemia.

En sus conversaciones con Janouch afirmaría: “Los checos tampoco son más que una pequeña intrusión en el espacio vital de los grandes. Por eso ya se les ha intentado estrangular el alma en varias ocasiones. El plan era hacer desaparecer su lengua y con ella al pueblo, pero no se puede ahogar a la fuerza nada que haya nacido del polvo de la tierra. Siempre quedará atrás la semilla original de todos los seres y cosas. El polvo es eterno” (Conversaciones con Kafka 241). Con esto, Franz Kafka expresaba la situación existencial de los checos como pequeña nación de modo análogo a la situación de las pequeñas literaturas nacionales respecto a las literaturas mayores. Su sentimiento nacional es claro, pero su cariño, casi paternal, hacia lo checo queda mejor reflejado en las siguientes palabras: “El checo es joven y por eso hay que protegerlo mucho” (241). El significado de tal preocupación no sería, entre otras, sino la de alguien que busca la afirmación o reafirmación de lo propio y el asentamiento en un territorio de la que sería una cuestión existencial como para él la de la literatura checa en general y la propia en particular, aunque él mismo no siguiera en sentido estricto este programa. Kafka, a propósito de las literaturas menores escribía: “La memoria de una nación pequeña no es menor que la de una nación grande” (Diarios 129). Franz Kafka, señala Llovet en su artículo “Franz Kafka y su proyecto de una pequeña literatura nacional”, se sentía solidario de la causa independentista checa y su filiación sentimental y geográfica es checa. Buscaba entrar en un territorio, a pesar de lo que escribiera en aquella carta dirigida a Max Brod (Briefe 322) en la que afirmaba `estar fuera´ (Au$erhalb). Llovet señala acertadamente el respecto: “Kafka no escribió su programa sobre las pequeñas literaturas nacionales para ofrecérselo a un pueblo del que se hallara desvinculado sino pensando en sí mismo, tratando una vez más de hallar compañía, sostén, amistad, contexto en algún lugar concreto y de límites visibles, en algún territorio acotado” (“Franz Kafka”12). Franz Kafka, escritor en lengua alemana, reivindicó, por tanto, lo checo mostrando su amor por lo propio. En esta dialéctica se encuentra, pues, ese doble movimiento de desterritorialización/ reterritorialización (exterritorialización, `estar fuera´ o mantenerse en los márgenes, que no al margen). Si, por un lado, Franz Kafka escribió toda su obra en lengua alemana, hecho, por tanto que, en cierto modo, lo desterritorializaba, por otro lado, al escribir ese esbozo acerca de las literaturas pequeñas mostrando su cariño por lo checo y lo judío, quedaba, de algún modo, reterritorializado.

Existe una cierta polémica, a mi juicio un tanto artificial, probablemente más propia del mundo académico que del mundo del lector, acerca de si debe de considerarse a Kafka como autor checo o alemán. Efectivamente, escribió su obra en alemán a pesar de que conocía perfectamente el checo y amaba a su tierra, tal y como hemos podido comprobar, sin embargo, una de las razones por las cuales utilizó el alemán como vehículo de expresión fue debido a que el alemán que él necesitaba para plasmar mejor la alienación del hombre moderno no era otro que el alemán de los burócratas alemanes que vivían en Praga y estaban desvinculados de Alemania. Ese alemán, distinto en muchos aspectos al hablado en Alemania, comenzaba a dejar su lirismo para funcionar tan solo como vehículo funcional de la actividad burocrática. Actualmente nadie pone en duda el carácter checo de Kafka y, desde luego, difícilmente puede ser considerado de otro modo alguien que en sus conversaciones con Gustav Janouch se expresó de este modo:

“Los alemanes se niegan a reconocer, comprender y leer. Sólo quieren poseer y gobernar, y para semejante objetivo la comprensión suele ser sólo un obstáculo. Resulta mucho más fácil oprimir al prójimo cuando no se le conoce. Así se evitan posibles remordimientos de conciencia” (Janouch, Conversaciones con Kafka 203).

Sería pertinente, por tanto, apelar a un concepto que bien podría ser el de idiosincrasia literaria; podríamos así hablar de Kafka como un autor checo, de idiosincrasia checa y eslava que escribió su obra en alemán, en un alemán determinado, el árido alemán de los funcionarios alemanes que vivían en Praga y que mejor plasmaba la aridez del mundo descrito por Kafka prefigurado tanto por Gógol como por Dostoievski. La lengua alemana que Kafka utilizó fue eso, un instrumento, no una prisión; o quizás sí, porque Kafka expresa en su Diario una idea que a la postre ha sido ampliamente debatida desde la lingüística y la filosofía. Me refiero a la cuestión de hasta qué punto el lenguaje determina el modo de pensar y, en el caso de Kafka, de sentir. Así, el 24 de octubre de 1911 escribe: “Ayer se me ocurrió que no había amado siempre a mi madre como se merecía y como podía amarla, por el simple hecho de que me lo impedía la lengua alemana. La madre judía no es una Mutter, la denominación de Mutter la convierte en algo ligeramente cómico (raro)” (73).

La religión

La cuestión religiosa en Kafka será abordada en profundidad en el próximo capítulo, sin embargo, quiero señalar que en muchas ocasiones había manifestado Kafka la falta de religiosidad de su familia en general y de su padre en particular: “De joven, no comprendía que, en nombre del falso judaísmo que practicabas, me reprochases que no me esforzara en practicar también aquella falsedad” (Carta al padre 64). En el seno familiar la religiosidad era, si cabe, menos auténtica: “En casa, era quizás más lastimoso todavía y nos limitábamos a la celebración de la primera noche de Pascua, que cada vez más se convirtió en una comedia con accesos de risa” (67). El padre de Franz Kafka, una y otra vez prescribía qué había que hacer y qué no. Kafka escribió al respecto: “Desde tu butaca gobernabas el mundo. Tu opinión era justa; cualquier otra era disparatada, extravagante, absurda. La confianza que tenías en ti mismo era tan grande, que no necesitabas ser consecuente para seguir teniendo siempre razón” (17). Franz Kafka tenía la sensación de que su padre, aquella persona que siempre tenía razón, nunca seguía sus propios preceptos: “Tú mismo, el hombre tan tremendamente decisivo para mí, no observases los mandamientos que me imponías” (24). Por otro lado, Hermann Kafka, como judío praguense y, por tanto, asimilado iba únicamente cuatro veces al año al templo y Franz Kafka escribe en relación a su padre: “Estabas más cerca de los indiferentes que de aquellos que se lo tomaban en serio” (64). El padre de Franz Kafka estaba más pendiente del éxito que de la propia religiosidad que propugnaba y esto asqueaba a Kafka que en un tiempo llegó a no tomar en serio nada relacionado con la religión. No fue hasta 1911, cuando Kafka contaba con 28 años, tras conocer a Yitsaac Löwy que era el director de una compañía de teatro yiddish -mitad judío, mitad alemán- que actuaba por aquellos días en Praga, el momento en que la religiosidad de Kafka, acaso extinta o quizás no nacida aún, empezaría a tomar cuerpo. La compañía que dirigía Löwy provenía del este de Europa donde los judíos, en general, vivían una religiosidad más emocional y, a juicio de Kafka, auténtica, tal y como manifiesta en su Diario del 11 de octubre de 1911. Era aquel un judaísmo empapado de jasidismo -corriente mística judía que suponía un sentimiento profundamente vívido del judaísmo lejos de las enseñanzas formales de los rabinos y que no rechazaban en sus rituales las manifestaciones de tipo festivo-. Esa forma de religiosidad fue transmitida por Löwy a su amigo Kafka que a partir de entonces se sentiría más cercano que nunca a la religión a la que pertenecía pero que hasta ahora, en realidad, no había profesado. La amistad con Löwy dejaría profunda huella en Kafka, que escuchaba sus relatos sobre rabinos célebres y sobre su vida cotidiana judía en Rusia. Kafka consigue y consulta varias obras sobre la cultura y la literatura judía a partir de esta influencia. Una vez más, ante una situación desterritorializadora, hay por parte de Kafka un intento de construcción de territorio propio. Ante la falta de identidad religiosa en el seno de la familia a la que pertenecía, surge la reacción desde fuera del ámbito familiar que le conduce a una nueva forma de entender el judaísmo; forma que, al mismo tiempo, no era del agrado de su padre.

Relaciones sentimentales

De gran relevancia en esta breve biografía de nuestro escritor fueron las intensas relaciones afectivas que mantuvo con distintas mujeres desde la misma adolescencia. Existen varias obras que tratan en profundidad este tema como son la tesis doctoral de Soledad Manzano llamada La comunicación epistolar. Análisis semiótico de las cartas de Franz Kafka a Felice Bauer. Las biografías de Ronald Hayman y de Klaus Wagenbach, ambas llamadas Kafka recogen multitud de datos biográficos e incluso establecen hipótesis acerca del peculiar comportamiento de Franz Kafka con las mujeres que representaron algún papel en su vida. Finalmente, la obra de Michel Carrouges Kafka contra Kafka es especialmente interesante porque intenta establecer el modus operandi de Kafka con las mujeres, además de establecer algunas de las razones por las cuales Kafka no consiguió casarse. Naturalmente, no me limitaré a recoger toda esta información recopilándola, sino que me he extendido en cada uno de los aspectos citados por todos estos autores y, además, creo que hay otros de suma relevancia que no han sido tratados por ellos como es el hecho de que las etapas de mayor creatividad de Franz Kafka coinciden con ciertos acontecimientos dignos de mención acaecidos a lo largo de su vida. Por ejemplo, cuando encuentra a una mujer que le satisface emocionalmente. Kafka escribe La condena, comienza América, La metamorfosis en 1912, justo el año que conoce a Felice, y El castillo en 1920, que es el año que entabla relación con Milena. Es preciso destacar que la relevancia de Felice Bauer o de Milena Jesenska no es comparable al papel desempeñado por Julie Wohryzek, Grete Bloch o la suiza G.W. La importancia de su relación con Dora Diamant es de otra índole dado que con ella estableció una relación muy especial poco antes de morir y fue quien le hizo la vida más agradable en los últimos seis meses de vida. Otras etapas creativas de Franz Kafka coinciden con momentos muy críticos de su vida: problemas físicos en 1917 (“Informe para una academia”, “Preocupaciones de un cabeza de familia”, “La construcción de la muralla china”) y los últimos meses antes de morir (“Un artista del hambre”, “La madriguera”, “Josefina la cantante”) o tras la ruptura de relaciones sentimentales (La colonia penitenciaria y El proceso, ambas de 1914, tras la ruptura de su compromiso por primera vez con Felice, comienzo de El castillo en 1920 tras la ruptura con Julie y “Primera tristeza”, “Un artista del hambre”, “Abogados” e“Investigaciones de un perro” a finales de 1921 y primera mitad del año 1922 en que sus relaciones con Milena se enfrían).

En las épocas de menor fertilidad literaria, Franz Kafka necesitaba motivación para escribir y fueron sus Cartas y Diarios los que suplieron, en cierto modo, a su obra narrativa. Se han vertido muchas páginas en relación a la vida sexual de Kafka: su insatisfacción, sus frustraciones, su incapacidad para el matrimonio, etc. Sin embargo será de gran utilidad vislumbrar la concepción que la sociedad de primeros del pasado siglo tenía sobre el sexo. De este modo se podrá comprender mejor algunos aspectos de la vida sexual y emocional de Kafka. Klaus Wagenbach, ayudándose de unas palabras de Karl Kraus, realiza una breve pero reveladora descripción tanto de la época como de las relaciones de Kafka:

«Estos intentos de matrimonio y sus relaciones amistosas con mujeres arrastraban además otro lastre: la concepción que la sociedad anterior a la primera guerra mundial tenía de la sexualidad, del matrimonio y de la moral, concepción que también compartía el padre de Kafka y que Karl Kraus ha descrito exactamente: `los fundadores de las normas han invertido la relación de los sexos: el de la mujer está encorsetado en las convenciones y el del hombre está desencadenado´. La misma etiqueta sexual que sometía a las hijas de las familias burguesas al ideal de la virginidad obligaba a los hijos a adquirir ciertos conocimientos y experiencias que en esas circunstancias sólo podía facilitar el prostíbulo. Así, en Praga había junto a cabarets y cafés cantantes numerosos burdeles, algunos de los cuales gozaban de gran prestigio entre los libertinos y los literatos» (Wagenbach 97).

Klaus Wagenbach, uno de los más prestigiosos biógrafos de Franz Kafka, escribe a propósito de la relación de Franz Kafka con prostitutas: «No cabe duda de que Kafka también se entregó algún tiempo (en los años que siguieron al doctorado) a este snobismo sexual de rigor […] Las pocas relaciones que Kafka tuvo con mujeres de esa clase las calificó de impuras» (98).

Con estas relaciones más o menos intensas, más o menos fingidas, llegamos a un aspecto clave en todo el entramado sentimental en la vida de Franz Kafka que está íntimamente relacionado con su obra: las mujeres en obras como El proceso o El castillo guardan una estrecha relación con las mujeres que encontraba en los prostíbulos praguenses. Por ejemplo: Brunelda, que es el coloso de carne meramente pasiva en América, podría ser cualquier prostituta gorda y vieja con apenas capacidad de movimiento. La señorita Bürstner (nombre con doble sentido alusivo a una palabra obscena) de El proceso, Leni, Frieda de El castillo, arrabaleras, queridas de funcionarios, mantenidas por abogados y grandes señores, seres embrutecidos e instintivos, humilladas, prostitutas profesionales u ocasionales son fauna habitual en sus obras. Franz Kafka establece, así, una estrecha relación, una vez más, entre aspectos biográficos y obra haciendo de sus textos de mayor extensión, obras, en cierto modo, autobiográficas. En este sentido, Franz Kafka anotó en sus Diarios a propósito de Felice Bauer: «Cuando llegué el 13 de agosto a casa de Brod ella estaba sentada a la mesa y, sin embargo me pareció una criada» (177). Felice Bauer habría podido ser perfectamente uno de los personajes de sus novelas. Estos personajes marginales, al mismo tiempo, son propios tanto del Realismo decimonónico (Maggie de Stephen Crane) y habituales de ciertas obras de Fiodor Dostoievski (Humillados y ofendidos, Crimen y castigo) como del Expresionismo alemán tanto en pintura como en narrativa.

Las relaciones sentimentales de Franz Kafka con distintas mujeres a lo largo de su vida cumplieron una función del mismo modo que la mujer en su obra cumple siempre una función que él mismo describiría así: «Yo pretendo a las mujeres que me ayudan, pensó casi con asombro; primero a la señorita Bürstner, luego a la mujer del ujier y por último a esta enfermerita que parece tener una incomprensible necesidad de mí» (El proceso 164). Esto quiere decir que los diferentes «kas» aprovechan la oportunidad que le brindan las distintas mujeres que aparecen en su obra para ayudarlos en las distintas situaciones en las que se ven envueltos. Tenemos ante sí, un concepto funcionalista o pragmatista del personaje femenino. El propio Martin Walser cree que «K. utiliza a las mujeres en calidad de instrumentos» (Descripción 65). La señorita Bürstner le interesa cuando se entera de que ella se interesa por asuntos legales. La mujer del ujier le interesa cuando advierte que le quiere ayudar, y Frieda le interesa porque es amante de un funcionario del castillo. Cuando Frieda abandona a Klamm, en manos de K. lo pierde todo y se convierte en lo que era antes: una pobre muchachita insignificante de ojos tristes y delgadas mejillas con su pobre físico. Veamos ahora si este funcionalismo puede ser aplicado consciente o inconscientemente al papel que la mujer desempeña en la vida sentimental de Franz Kafka. Como es de suponer, dudo que el punto de partida de Franz Kafka en relación a sus relaciones con mujeres fuera el de mera función, sin embargo, a medida que fue transcurriendo el tiempo, la mujer, efectivamente, fue cumpliendo una función tanto de desterritorialización como de reterritorialización o motivación esencial para la escritura.


Bibliografía, notas y fuentes:

1 Sobre esta cuestión se puede consultar mi artículo publicado en la revista Mundo Eslavo (nº1, 2002)llamado “Enfermedad y sufrimiento como dimensiones creativa y ética. Las patologías de los personajes dostoievskianos: Nietoschka Nezvanova” inspirado en este comentario de Kafka a Max Brod.

2 Este Libro del juez era una antología del Diario íntimo (1833- 1855) de Kierkegaard aparecida en alemán en 1905.

3 En los aspectos meramente históricos me he basado en la obra de Norman Stone La Europa transformada.

4 Resalto en negrita los aspectos relacionados con la temática kafkiana.

5 Una literatura pequeña (“literatura menor” es el desafortunado concepto utilizado por Deleuze y Guattari, curiosa traducción del término kafkiano kleiner Literaturen) es aquella «que una minoría hace dentro de una lengua mayor» (Deleuze 28).